Ya está establecido en el lenguaje cotidiano el problema de tesorería de las empresas. Se habla también, y muy vinculado con éste, de la dificultad de financiar el circulante, de sequía del crédito y de crisis. En este sentido, me gustaría hacer una reflexión que trate de ayudar a comprender este fenómeno y sus consecuencias. Un problema que tienen casi todas las empresas industriales o de fabricación, pero también las empresas del comercio al por mayor o de distribución.
La crisis arrancó en algunos sectores a finales del 2007 y para la mayoría en 2008. Las empresas han aguantado la caída de las ventas, al principio no muy bruscas, pero éstas se han ido generalizando y agudizando. Este comportamiento del mercado vino precedido de un período de varios años consecutivos con crecimientos importantes en los sectores de construcción, industria y distribución, por lo que muchas empresas se encontraron con una dimensión de maquinaria, personal y capacidad de producción/distribución muy importantes: en muchos casos existe ahora un importante exceso de capacidad.
Al comienzo de la crisis, a pesar de la caída de las ventas, se mantuvieron las compras de aprovisionamientos (a proveedores, algunas veces para cumplir contratos) y se mantuvo también, con menor ritmo, la producción. ¿Por qué si caen las ventas se siguen comprando inputs intermedios y produciendo? La razón es muy sencilla: no pueden parar de hacerlo. Nadie puede despedir de una semana para otra a un volumen importante de la plantilla, ni puede reducir costes de forma significativa, sobre todo si esos costes son fijos, y los contratos con los proveedores no se pueden romper tan fácilmente. La consecuencia es que se puede bajar el ritmo de producción (quitar turnos y no renovar a quien tiene contratos laborales) y se pueden adquirir menos aprovisionamientos, pero no romper la cadena de suministro.
Aunque las ventas se vayan reduciendo, el ajuste de las empresas es lento, requiere de una flexibilidad que es difícil de conseguir, y más aún cuanto más grande sea la compañía. En un contexto de continuidad de actividad con caída de ventas, incremento de la morosidad, alargamiento de los plazos de cobro y aumento generalizado del riesgo en la economía las necesidades financieras, de endeudamiento, lejos de reducirse aumentan.
Tanto para la compra de materias primas como para financiar el día a día de la empresa (nóminas, luz, limpieza, agua,…) se tiende a utilizar financiación a corto plazo, generalmente líneas de crédito. Es lo más habitual porque se supone que son compras que se transforman y se venden rápido o porque es una manera cómoda y ágil de cubrir las diferencias entre facturación y cobros. Los ingresos no suelen tener el mismo comportamiento que los gastos, puesto que éstos últimos son más lineales y predecibles.
El problema aparece cuando se agudiza la caída de las ventas. En ese momento, los almacenes se empiezan a “llenar” y el personal de las empresas de servicios empieza a tener altos niveles de ocio. Aumentan las existencias de productos finalizados y en proceso. De hecho, las empresas ocupan el tiempo de sus empleados en crear producto final, siempre que puedan, aunque éste no se venda. Esa acumulación de stock está también financiada con líneas de crédito a corto plazo -basta darse una vuelta por las empresas; en mi experiencia personal casi acumulo un estudio estadísticamente representativo sobre esta cuestión-. Esta financiación de corto plazo suele ser a seis meses o a un año. Las fábricas se empiezan a parar, el exceso de capacidad empieza a generar un exceso de stock y muchos recursos humanos sin actividad. Es necesario abordar procesos de reajustes, temporales o definitivos (la mayoría temporales); entran en juego los EREs temporales, la deuda a corto plazo empieza a vencer y hay que devolverla.
La siguiente ilustración resume el pernicioso mecanismo actualmente en marcha:
Al no vender, o hacerlo en un porcentaje muy inferior a la capacidad de producción y de almacenaje de stocks, las empresas tienen que reducir costes a toda velocidad, les ahogan sus deudas a corto plazo y tienen que hacerles frente con la poca capacidad comercial que les quede. Tienen mucha presión por deshacerse de costes variables y fijos (aunque los fijos son más difíciles, al menos a corto plazo).
El problema es que éste es un proceso lento, latente y que no se percibe en las estadísticas. Podemos ver que el empleo no se destruye y, sin embargo, las empresas pueden estar en la frontera de sus posibilidades, debido a su circulante. Y si pasan esa frontera, la ola de despidos puede crecer exponencialmente, o por lo menos los EREs. El Estado viene tratando de afrontar este problema con avales temporales para circulante o préstamos blandos a través del ICO. Estas actuaciones han de ser muy ágiles, aunque sea complejo al no poder dar dinero público a cualquier empresa, sobre todo si tiene problemas adicionales que no sean de circulante. La agilidad para resolver esto va a ser crucial para afrontar la crisis. Pero un gobierno no es un banco. El ICO no puede suministrar circulante a todas las empresas españolas, no tendría capacidad y no sería deseable.
Este flujo financiero comentado está en el centro de los problemas de tesorería de las empresas. Y ahí los bancos se están comportando en el otro lado de la línea a como lo han hecho en la pasada década. Rechazan de forma sistemática financiaciones a corto plazo: líneas de descuento, de crédito o anticipos de ayudas públicas. Y las dificultades son aún mayores para la financiación a largo plazo. El histórico endeudamiento de la empresa española, y de los socios que las conforman, hacen inviable el manteniendo de garantías financiares para conseguir financiación. Y aquí es cuando se empieza a hablar de “sequía de crédito”.
El problema es que la tesitura financiera en la que se encuentran muchas empresas está obligando a un reajuste muy significativo de sus capacidades productivas hasta el punto de que, aunque el mercado se vaya recuperando, las incorporaciones de personal, de empleo, se harán de forma muy lenta. En un artículo de hace casi un año explicaba Miguel Boyer: “En un estudio famoso de junio de 1983, Ben Bernanke -el actual presidente de la Fed- demostró que la Gran Depresión de 1929 no tuvo la profundidad y la duración desastrosa que conocemos por falta de liquidez, como era la tesis de Friedman, sino por la contracción del crédito bancario a los empresarios y a los particulares […] Esto, según Bernanke, alargó la crisis en dos años más de lo que podía haber durado”. Al igual que sucedió durante la depresión de 1929, la actual relación entre circulante y caída de las ventas, la situación del mecanismo que he descrito en este artículo, puede ser mortal para las empresas, para su productividad y para el empleo.