La humildad es una forma de sabiduría, un modo de estar. Una forma de relacionarse que suele dejar espacio a los demás. Los directivos que más me han impresionado nunca perdieron la humildad. No son pusilánimes. No practican el buenísimo impostado. Pueden tomar decisiones duras o liderar transformaciones en las que el final estaba por escribir. Pero no caen en la autocomplacencia del halago fácil.
La humildad está incrustada en sus brillantes trayectorias como algo que surge de un modo natural. La humildad o es natural o no es.
La humildad es la que permite a esos líderes continuar mejorando. Intentan encontrar personas de las que inspirarse y, a su vez, poder continuar inspirando a su gente. La humildad es la que les permite valorar los éxitos de los demás y los propios con un rasero similar, proporcionado. Muchos directivos mantienen la humildad de escribir como antídoto para no dejar de pensar. No les gusta que les escriban todo por ellos.
Escribir es tener la valentía y la humildad de poder equivocarse en primera persona y rubricarlo. Los directivos que escriben son más confiables.
Personalmente prefiero a los directos que mantienen la empatía. No se olvidan de cuando empezaron y se acuerdan de lo que entonces ellos pensaban de los de arriba. Prefiero a los directivos que saben el esfuerzo que exigen porque antes lo han experimentado. Me gustan más esos líderes que contienen sus egos y ceden el paso. Los que respetan sin escalafón. Los que estudian el nombre de su gente para saludarles convenientemente. Los que lo piden todo por favor incluso cuando amonestan seriamente.
Las empresas necesitan líderes que las protejan de la autocomplacencia y la arrogancia, y que sepan poner en el centro, cada día, al cliente. Líderes que sean un ejemplo de cercanía al cliente. ¿Cómo puede ser que haya directores generales que pasen una semana sin hablar con clientes importantes y con clientes sencillos? ¿Qué puede haber más importante? Líderes que militen en el empoderamiento y la autonomía de su gente aunque se afanen por conocer hasta el detalle los procesos que componen la cadena de valor. Son esos que pasean por rincones insólitos de sus empresas y normalmente madrugan como el que más.
Escuchan, hacen preguntas y vuelven a escuchar. No hay humildad que no escuche. Los directivos humildes saben que lo importante es que la gente pueda crecer.
Nos sentimos crecer cuando aprendemos y asumimos más responsabilidad. Aprender y respetarse es el mejor “employee branding” que existe. Los líderes humildes reconocen por igual al talento y a la buena gente. El talento es la base de la competitividad. La buena gente es la base de una comunidad generosa. Y desde su humildad militante pueden gestionar proporcionadamente el no – talento y contundentemente a los que se creen más que los demás y faltan al respeto. Sin respeto no hay comunidad. Drucker decía que hay que ser intolerante contra la intolerancia. Necesitamos directivos humildes que también sean intolerantes contra la altivez que ofende.
Los líderes humildes triunfan porque escapan de los trastornos de la altura. La humildad no es compatible con la ostentación. No hay nada más mediocre que un directivo ostentoso.
¿Realmente alguien cree que a más ostentación, más beneficio? ¿Por qué existen tantos directivos que todavía se equivocan tanto con las medidas de sus despachos? ¿Por qué hay directivos que todavía están enganchados a privilegios corporativos propios del siglo XX? ¿Por qué hay directivos que no entienden que lo que hacen es más importante que lo que dicen? La humildad no está reñida con alcanzar grandes resultados, al contrario, hace muchos años ya lo demostró Jim Collins en su obra de referencia: “Built to Last”
Los directivos humildes triunfan porque saben que fuera de su empresa hay talento y se empeñan en crear organizaciones abiertas. Porque saben que ahí fuera hay quién puede innovar y revolucionar sus negocios. Porque se afanan por entender cómo cambia el mundo y cuáles son las tecnologías que les pueden cambiar la partitura a sus productos o servicios.
Los directivos humildes huyen del síndrome del “No inventado aquí” y creen que nadie tiene el patrimonio de la calidad en exclusiva. Los directivos humildes aprenden y desaprenden. Aprenden de los más jóvenes y desaprenden de sus propias trayectorias. No necesitan demostrar que lo saben todo, todo el mundo sabe que conocen lo más importante.
En un mundo que cambia aceleradamente no hay estrategia que cien años dure, a veces dura meses. Y entonces se requiere líderes que con humildad sepan modificar el rumbo, que no se aferren a sus pronósticos y que sepan leer antes que otros los cambios necesarios. La visión y la misión deberían tender a perdurar pero todo lo demás tiende a ser bastante coyuntural. La flexibilidad requiere humildad, saber regresar sobre las propias decisiones y los propios sermones.
Solamente dudan los humildes, por eso son confiables.
A lo largo de mi vida profesional de quién más he aprendido es de los directivos humildes. Gente que combina visión, pasión, exigencia y humildad. Personas que encarnan un modo de hacer que compatibiliza la ambición de los negocios y de los proyectos con un talante personal contenido. Los grandes desafíos requieren grandes compromisos y la altivez nunca fue la madre de compromisos consistentes. Y finalmente, los directivos humildes no necesitan decirlo todo, hacen de la brevedad una forma de respeto a los demás. Procuran no ocuparles demasiado espacio, saben que los demás también tienen trabajo. Respetar a tu equipo significa no convocarles a cualquier reunión .
6 Comentarios
Gràcies Xavier, m’ha agradat molt llegir el teu article. Sempre he pensat que dubtar és una virtut.
Salutacions.
Una vegada mes “el dit a la llaga”………..humilitat una virtud molt predicada pero molt poc practicada
Quite bien viene leer esto y cuestionarme si estoy haciendo las cosas así. Gracias Xavier, es un placer leer tus artículos, me he vuelto fan.
Gracias!!! Magnífica reflexión.
Muy interesante reflexión, comparto 100%
Qué enriquecedor es leerle y esforzarme, como servidora publica que soy, en aplicar sus enseñanzas! Gracias Sr. Marcet!