En tan sólo ocho páginas, Michael Mandel, responsable del área de economía del Progressive Policy Institute (PPI), think tank de referencia internacional, abre un debate apasionante. Si queremos transformar la sociedad y abordar los grandes problemas a los que nos enfrentamos en ámbitos tan complejos como la sanidad, la energía, la tecnología o el calentamiento global, es decir, para seguir generando progreso económico a través de la innovación, ¿qué tipo de empresas serán el motor? ¿Las de tamaño grande o las de tamaño pequeño?
El impacto mediático de esta sencilla idea, tras su difusión en The Economist y Slate, ha sido enorme. La primera tesis de Mandel es “lo grande ha vuelto; lo grande es inteligente”. Según sus ideas, Schumpeter sigue vivo: los procesos de destrucción creativa se aceleran con la globalización y premian a las empresas grandes. Su posición se podría resumir en tres puntos:
1.- Un primer repaso a la geografía económica mundial muestra que las fronteras están “desapareciendo”: el mundo es cada vez más un mercado único y la actividad se concentra en grandes “agujeros negros” o “nodos” de actividad económica -las ciudades, conectadas en red entre sí-. Los nodos de dicha red son tupidos ecosistemas empresariales liderados por grandes corporaciones que, a su vez, “arrastran” y “beben” de una multitud de pequeñas empresas y start-ups, refuerzan su liderazgo y canalizan la innovación hacia la sociedad.
2.- ¿Qué sería Apple sin el ejército de desarrolladores que, repartidos por el mundo, alimentan cada día las aplicaciones para el iPhone o el iPad? ¿Sería posible Google o incluso Gore-Tex? La inteligencia colectiva es un potente combustible para transformar talento en innovación, pero dicha combustión suele producirse dentro del motor de una gran empresa que aprovecha su tamaño para afianzar su liderazgo.
3.- Como el mundo es ya un único mercado con el talento disperso a lo largo y ancho del planeta, el tamaño de los líderes empresariales es vital para aprovechar toda la inteligencia colectiva. El número de centros de I+D+i de multinacionales cooperando con agentes y universidades locales nunca ha sido tan grande. Y el correcto aprovechamiento del potencial eleva los requerimientos financieros, de infraestructuras y de personal altamente cualificado que pueda gestionar todo el proceso.
En contrapartida, ha ido cobrando fuerza una corriente de pensamiento que defiende el poder de lo pequeño. The Economist explicaba en “Los grandes pueden, los pequeños lo hacen” que la innovación no es sólo cuestión de dinero, sino también de talento y de capacidad para transformar una idea en una organización sostenible en el tiempo. La natalidad empresarial sería, como opina una empresa de capital riesgo en el citado artículo, básica para crear la nueva savia de la innovación:
“No queremos que quien ha hecho dinero en los años 90 decida dónde invertir el dinero hoy. En general, estos emprendedores no son capaces de mantenerse en la frontera todo el tiempo. Necesitamos socios que pongan su dinero para que nos den la oportunidad de encontrar al Microsoft de mañana”.
Las grandes empresas corren el riesgo de convertirse en conglomerados burocráticos que inhiben la creatividad y la capacidad de reinventarse. De hecho, Mandel hace hincapié en los trabajos de investigación que ponen de manifiesto la menor frecuencia de innovaciones radicales en la gran empresa respecto a la pequeña. Las nuevas ideas que rompen “las reglas del juego” suelen darse en empresas con estructuras más flexibles y adaptables, en empresas que empiezan y apuestan (arriesgan) por crear algo nuevo.
Y es que no podemos olvidar que Apple es hoy una gran empresa, pero nació como un proyecto de dos personas en un garaje en 1975, y también Google y otras muchas multinacionales de primer nivel. La mayor parte de las empresas de la lista Fortune 500 no estaban ahí hace 25 años: la mecánica evolutiva de los sistemas empresariales es imprescindible para generar las innovaciones que mejoran nuestra calidad de vida. El tamaño actual de cada empresa es el reflejo de su éxito innovador durante el proceso de nacimiento y crecimiento. Hay lugares donde las ideas fluyen, el talento se concentra y trabaja para transformar las ideas en productos acabados. El éxito ocurre cuando ese ecosistema se completa con oportunidades financieras y científico-tecnológicas.
Los datos parecen indicar que la clave no está el número de empresas que se creen, ni tan siquiera en el número de empresas grandes que tengamos en nuestra economía, sino en las posibilidades que tienen las buenas ideas y los buenos modelos de negocio de florecer y progresar en la economía. Mandel cita un dato crucial: el 1% de las empresas crea el 50% del empleo. La propia NESTA tiene informes en la misma dirección; sus estimaciones apuntan a que el 6% de las empresas en el Reino Unido son las responsables de crear el 56% del nuevo empleo durante los últimos años 8 años. Estas empresas, denominadas de “alto crecimiento”, no necesariamente empiezan por “bio” o “nano”, ni son importantes start-ups tecnológicas. Son empresas que nacen con modelos claros de negocio y capacidad para introducir, de forma escalable, soluciones en el mercado.
La propia NESTA va más allá. “Un 62% de las start-up que se crean en el Reino Unido no alcanzan los 10 años de existencia. Un 10% de las que sobreviven no logran tener más de 10 empleados, y sólo un 5% son las que crecen en empleo y se mantienen en el tiempo”. Por lo tanto, “la clave no sólo es la cantidad de empresas que se crean sino en su calidad”.
La conclusión de Mandel es que prestamos demasiada atención al hecho mismo de la creación empresarial -buscando la forma de generar autoempleo, buscando “emprendedores” por todos los sitios- y, en cambio, descuidamos el ecosistema necesario para que éstos se puedan desarrollarse y aprovechar las oportunidades del mercado global.
Aún con todo, el debate “pequeño vs grande” tiene muchas aristas. Las grandes empresas necesitan a las pequeñas y precisan plataformas a través de las cuales el talento les permita seguir innovando sin involucrase en riesgos excesivos. Pero, según las nuevas teorías del management -con Gary Hamel a la cabeza-, las grandes empresas tienen serios problemas organizativos para seguir siendo flexibles y creativas y para lanzar innovaciones radicales.
Nos encontramos en una época en la que un gran número de sectores –concretamente, aquellos que producen servicios no rivales en el consumo, como la música, el cine, la prensa, el diseño- se están transformando por completo, y sus grandes estructuras, sus sistemas competitivos internos y sus altos costes de estructura les asfixian hasta el punto que pierden aquello que les ha hecho “grandes”.
En su biografía, el propio Steve Jobs hace patente este problema de la gran corporación:
“Una empresa hace un gran trabajo, innova y se convierte en un monopolio o algo cercano a ello en un campo determinado, y entonces la calidad se convierte en algo menos importante. La compañía empieza a valorar más el papel de sus comerciales, porque ellos pueden aumentar los beneficios, que el de sus ingenieros y diseñadores de productos. Los agentes de ventas acaban dirigiendo la compañía. Jonh Akers de IBM era un vendedor fantástico, listo y elocuente, pero no sabía nada de su producto. Lo mismo le ocurrió a Xerox.
Cuando los de ventas dirigen la compañía, la gente que trabaja en productos pierde importancia, y muchos de ellos se marchan. Ocurrió en Apple con Sculley, y Balmer en Microsoft”.
La estrategia de Jobs era la de la “polinización de la innovación”, que las personas de primer nivel -a las que sí tienen acceso las grandes corporaciones-, trabajen en un contexto de intercambio continuo y se rompan las barreras entre quien diseña, quien produce y quien gestiona. Las grandes corporaciones son capaces de abordar problemas sociales y económicos complejos y acelerar las pautas del crecimiento económico. Pero necesitan modelos organizativos adecuados que les mantengan “eternamente jóvenes”.
En definitiva, la política de promoción de los emprendedores y la natalidad son importantes, pero la clave es el caldo de cultivo necesario para que las empresas puedan desarrollarse. Emprender -más como palabra que como acción- está de moda, y es realmente positivo caminar hacia una cultura de empresa para transformar nuestra sociedad. Pero hay que ser ambiciosos y pensar en que eso sólo es el primer paso de la escalera, porque el tamaño importa; quizás no en un sentido absoluto, pero sí por la capacidad de transformación y evolución del que es reflejo.