El 16 de marzo de 2019 se fue un economista un tanto especial, que, por una parte, era un investigador que medía con el máximo rigor las cosas, con lo que a veces se sorprendía y nos sorprendía con sus resultados, y que, por otra, era una rara avis, pues combinaba con calor y rigor lo académico con lo político (fue consejero de dos presidentes —Clinton y Obama—). A continuación, y con el fin de mostrar su labor investigadora, se resume uno de sus experimentos. El artículo se cierra con su papel como asesor presidencial, mostrando, concretamente, su visión del problema de la desigualdad.
Los salarios mínimos y el empleo
Si a un economista se le pregunta por la reacción de los empresarios cuando sube el salario mínimo en un mercado caracterizado por los bajos salarios, “la predicción de la teoría económica convencional no es ambigua: un aumento en el salario mínimo lleva a los empleadores de un mercado perfectamente competitivo a reducir el empleo”. Frente a esta visión convencional, la conclusión de David Card y Alan Krueger en un celebrado artículo (publicado en 1994, en la American Economic Review, con el título “Salarios mínimos y empleo: el caso del sector de la comida rápida en Nueva Jersey y Pensilvania”) es que, en el caso por ellos estudiado, “no hay indicios de que el aumento del salario mínimo redujera el empleo”.
Este sorprendente resultado ha animado la discusión sobre este punto y lo que importa resaltar aquí es que, más allá del resultado final de la misma, el trabajo de Card y Krueger dejó claro que la teoría debía contrastarse con los hechos, utilizando métodos de medición muy refinados, que permitiesen hacer en las ciencias sociales experimentos similares a los de laboratorio.
El Diccionario de la Lengua Española (DEL) nos dice que “experimentar” consiste en “hacer operaciones destinadas a descubrir, comprobar o demostrar …” (cuarta acepción). En definitiva, los experimentos se asocian a “hacer operaciones” y, consecuentemente, a operar sobre la realidad que se estudia, con lo que los experimentos son, normalmente, algo “artificial”, esto es, son algo “hecho por mano o arte del hombre”, “producido por el ingenio humano” (primera y cuarta acepción de “artificial” en el DEL, respectivamente). Pues bien, resulta que en las investigaciones económicas esto no siempre es posible.
Así, nadie en sus cabales entendería que, para ver el efecto del aumento del salario mínimo, se realizara el experimento consistente en aumentar dicho salario mínimo durante un tiempo, y que luego se volviera a la situación anterior. Por ello, en las investigaciones económicas, y gracias, entre otros y de manera destacada, al artículo de Card y Krueger, se emplean a veces los denominados “experimentos naturales”, en los que el “ingenio humano” no “produce” la realidad, sino que se limita a estudiar una realidad que, por razones ajenas al experimentador, ha cambiado tal como lo hubiera hecho con un experimento “hecho por mano o arte” del investigador.
Esto fue lo que pasó el 1 de abril de 1992 en Nueva Jersey, donde se aumentó por ley el salario mínimo, y este hecho fue decisivo para que Card y Krueger pudieran sustituir el imposible experimento de laboratorio por un “experimento natural”.
Una vez que el experimento es posible en su versión “natural”, conviene hacerlo bien. Por ejemplo, si se hiciera midiendo la relación entre ambas variables (salario mínimo y empleo) sin filtrar la información, podría obtenerse cualquier resultado, pues en la economía el paso del tiempo importa y cambia mucho las cosas. Concretamente, en el caso considerado por Card y Krueger, “el aumento en el salario mínimo se produjo durante una recesión. El aumento había sido establecido legalmente dos años antes cuando la economía del estado gozaba relativamente de buena salud. Cuando se produjo el aumento real, la tasa de desempleo de Nueva Jersey había subido sustancialmente…”.
Por esta razón, porque en la economía las cosas no se mantienen constantes cuando pasa el tiempo, podría ocurrir que, contra lo que señala la teoría, el aumento del salario mínimo se asociara a más (y no menos) empleo, si, por ejemplo, coincidiera dicho aumento salarial con el aumento de la actividad económica en el estado considerado (Nueva Jersey), debido a las razones cíclicas ya mencionadas. Es claro que parte del aumento del empleo se debería en este caso al aumento de la actividad económica, y no al aumento del salario mínimo, con lo que la relación entre la subida del salario y el empleo existiría, pero sería espuria.
En síntesis, para hacer bien las cosas, y en los términos de Antonio Machado, hay que pararse a distinguir las voces de los ecos, y esto es lo que hicieron Card y Krueger, mediante el estudio comparativo de los datos de Pensilvania (donde no había subido el salario mínimo) y Nueva Jersey.
Gracias a dicha comparación, separaron los efectos de la subida del salario mínimo en Nueva Jersey de los efectos que sobre el empleo tenía el ciclo económico en Nueva Jersey y en Pensilvania. El supuesto latente tras esta comparación era que la economía de ambos estados evolucionaba en paralelo, debido a que “Nueva Jersey (era) un estado relativamente pequeño, con una economía estrechamente unida con los estados vecinos, básicamente, con el este de Pensilvania”, con lo que dicha comparación era “lógica”.
Al final, tras los ajustes mencionados, el experimento, que era “natural” (ocurrió realmente en Nueva Jersey sin que lo forzaran los investigadores), actuó como si fuera un experimento de laboratorio, y les llevó a esa inesperada conclusión de que no había un efecto negativo sobre el empleo.
La desigualdad
En El Gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald nos lleva desde un mundo de pobres (James Gatz) a un mundo de ricos, donde hay nuevos ricos (Jay Gatsby) y los ricos de toda la vida. La historia termina mal (es decir, bien) y, con ella, el sueño americano de que James puede convertirse en Jay. Pues bien, el Gran Gatsby aparece en el 2012, de la mano de Krueger, en ese momento presidente del Consejo de Asesores Económicos de los Estados Unidos, en su discurso en el Centro para el Progreso Americano, titulado “El aumento y las consecuencias de la desigualdad en los Estados Unidos”.
Lo que nos muestra Krueger es al Gran Gatsby, pero (como economista que es) vestido de curva, una curva construida con datos de algunos países de la OCDE (Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Francia, Nueva Zelanda, Alemania, Noruega, Dinamarca, Finlandia y Suecia), elaborada por Krueger (sobre la base de un estudio previo de Miles Corak) y bautizada por el mismo con el nombre de “la curva del Gran Gatsby”.
En el eje horizontal se registra la desigualdad en los recursos de la familia cuando los niños están creciendo: cuando nos movemos hacia la derecha aumenta la desigualdad. En el eje vertical, se registra la movilidad social intergeneracional, pero de una forma quizás poco intuitiva: cuanto más arriba, menos (y no más) movilidad social.
Como señala Krueger en dicho discurso, una mayor desigualdad en los ingresos no es muy preocupante si los hijos de las familias de pocos ingresos tienen la posibilidad de aumentar sus ingresos cuando van creciendo.
Dicho de otra manera, la desigualdad no es un problema cuando se cumple el sueño americano y, con su esfuerzo, un pobre puede convertirse en rico, con lo que la curva del Gran Gatsby iría bajando conforme se fuera desde el origen (poca desigualdad y poca movilidad) hacia la derecha (más desigualdad y más movilidad) en el eje horizontal.
El problema es que eso es justamente lo que NO dicen los datos. La curva sube y eso significa que el aumento de la desigualdad se combina con menos (y no más) movilidad social, con lo que se termina en el peor de los mundos posibles (mucha desigualdad en un mundo de poca movilidad).
Esto es, el sueño americano se convierte en una pesadilla. Y esta pesadilla lleva a un coste (“hay un coste para la economía y la sociedad si los hijos de las familias de pocos ingresos no tienen … la posibilidad de desarrollar y usar sus talentos”), que, además, amenaza al crecimiento y al bienestar general:
“El aumento de la desigualdad en los Estados Unidos en las últimas tres décadas ha llegado al punto en el que la desigualdad en los ingresos está causando una poco saludable división de oportunidades, y una amenaza para nuestro crecimiento económico. Restablecer un mayor grado de justicia … sería bueno para los negocios, bueno para la economía y bueno para el país”.
Artículo previamente publicado en LNE,