Esta semana se ha publicado el Innovation Union Scoreboard 2015, el documento de referencia sobre el estado de la innovación en Europa. España sigue a la cola, en el puesto 19 de 28 países. Los resultados de este informe estadístico deberían ser motivo de alarma. Echo de menos comunicados urgentes de patronales, sindicatos, cámaras de comercio, partidos políticos y agentes sociales ante la alarmante situación de la innovación en España, reclamando actuaciones inmediatas para reclamar el cambio acelerado del modelo productivo del país.
España se encuentra en la tercera división de los países europeos (“innovador moderado”, por detrás de los países líderes y de aquéllos que se sitúan en zonas intermedias). Los primeros de la clase (Suecia, Dinamarca, Finlandia y Alemania) tienen una capacidad innovadora de entre el 70 y el 90%, según el índice compuesto que mide dicho informe. Los seguidores (Austria, Bélgica, Francia, Holanda, Irlanda y Reino Unido) muestran una capacidad innovadora de entre el 50% y el 70% de la máxima. España, junto con Croacia, Chipre, Estonia, Grecia, Hungría, Italia, Polonia, Portugal o Eslovaquia, goza de una escuálida capacidad innovadora que no supera el 40% de la referencia.
El índice de innovación se calcula en base a 25 indicadores clave, correspondientes a 8 dimensiones críticas: factores habilitadores (recursos humanos, excelencia investigadora, y soporte financiero a la I+D), actividades empresariales (inversiones privadas en I+D, grado de cooperación y activos intelectuales), y outputs (innovaciones empresariales e impacto económico generado). Lamentablemente, los últimos datos del índice son peores que los de 2007. En Europa, sólo España y Rumanía han sufrido un deterioro similar en sus indicadores de innovación en los últimos 10 años. En 21 de los 25 indicadores, España puntúa significativamente por debajo de la media europea.
En algunos de ellos, los niveles mostrados son realmente alarmantes: la inversión en capital riesgo se sitúa en el 45% de la media europea, las inversiones privadas en I+D en el 51%, las aplicaciones de patentes PCT en el 41%, el grado de innovación en PYMEs en 60%, y los ingresos por licencias de patentes internacionales, sólo en el 11%. Únicamente existe un indicador en el cual España sobresale de forma destacada: las publicaciones científicas internacionales (un 82% por encima de la media europea).
Seguimos sin creer en la innovación. El país no progresa como debería. Y sólo muestra resultados aceptables en un subsistema: el científico. Únicamente los indicadores relativos al colectivo científico se aproximan ligeramente a la media europea. Nuestro sistema político y nuestra sociedad civil no están sensibilizados con la innovación. Y no existe estrategia ni visión de conjunto. Las inversiones públicas en I+D representan el equivalente al 81% de la media europea, pero se concentran en el refuerzo exclusivo de algunos parámetros: el grueso del esfuerzo público en I+D en España va a centros públicos y universidades cuyo sistema de incentivos persigue de forma casi exclusiva la publicación científica en revistas de impacto. Por ello, éste es el único indicador del Scoreboard que sale relativamente bien posicionado.
Con honrosas excepciones, no existen mecanismos que vinculen la inversión pública y la privada. No hay instrumentos que fomenten iniciativas adicionales de investigación industrial. No hay políticas que impulsen proyectos empresariales de innovación disruptiva. No hay programas que disparen la creación de potentes sectores de capital riesgo. No hay proyectos que estimulen la comercialización de la tecnología universitaria.
Quizá todo ello no existe porque llegan, paradójicamente, síntomas de recuperación económica. El mes de abril nos sorprendió con la creación de 118.000 nuevos puestos de trabajo. La UE mejora nuestra perspectiva de crecimiento al 2,8%. Y Volkswagen decide invertir 4.000 millones de euros en sus plantas de Navarra y Martorell. Buenas noticias. Pero no nos engañemos. Nos recuperamos porque el mundo se recupera, pero sin fortaleza en el sistema productivo, sólo con una brutal reconfiguración de las estructuras de costes. Vendemos porque somos baratos, no porque seamos diferenciales. Atraemos inversión por los bajos costes, no por nuestros ecosistemas tecnológicos. Volveremos a hablar de servicios, de turismo, de construcción, y de burbujas financieras, mientras Europa se aleja de nosotros en su capacidad competitiva y nos convertimos poco a poco en los últimos de la clase continental.
Lo más doloroso es que la solución es evidente: ¿Cuándo seremos capaces de construir un sistema de indicadores como el que propone el Innovation Union Scoreboard, marcarnos objetivos, diseñar estrategias, destinar recursos, y ejecutar políticas con la finalidad de construir, de verdad, un país competitivo, innovador, y tecnológicamente avanzado?
1 Comentario
La respuestas a tu última pregunta me temo que es: Nunca.
Desde hace décadas, en España no se apuesta por la innovación y el desarrollo tecnológico: ni en épocas de crecimiento ni durante las crisis, ni con gobiernos de un lado ni del otro, ni con los fondos y la tracción de los socios Europeos desde hace años, etc. He dejado de confiar en que seamos capaces de cambiar esto.
Como dices, somos país de servicios y producción con niveles medios de tecnología traídos por multinacionales o copiados por empresas locales compitiendo en precio. No creo que los empresarios, políticos y burócratas españoles tengan un intención de cambiar esto. Lo harán como siempre a pequeña escala para ponerse una medallita y como maquillaje pero sin hacer la apuesta fuerte que haría falta para acercarnos a las locomotoras de la innovación y la tecnología.
Estar a la cola en innovación no será nunca motivo de alarma en España.