Mantener viva la esperanza debería ser una de las actitudes irrenunciables en los líderes de una organización. Y no me refiero a la infantilización a través de un positivismo impostado, sino de ser capaces de perseverar en la pasión genuina por materializar las posibilidades. Sin aspavientos, pero dotando de una cierta trascendencia lo que estamos haciendo.
Desde mediados de los años 60 y hasta final de los noventa del siglo pasado, mi padre trabajó en la TYCSA (Trenzas y Cables de Acero SA), una planta siderúrgica ubicada en Barberà del Vallès. Era operario de una de las máquinas que trenzaba el cable de acero. Hasta el día de hoy mi padre explica con orgullo que en la empresa fabricaron el cable para uno de los puentes más largos de Europa, en Suecia.
Todavía le brillan los ojos cuando cuenta la gesta realizada en la empresa, de hecho, creo que una de sus mayores ilusiones hubiera sido atravesar ese puente al que tantas horas de su vida dedicó.
La anécdota de mi padre da cuenta de una cultura de la motivación basada en transmitir el todo por encima de las partes en la ejecución del presente.
Dar sentido a lo que estamos haciendo hoy, mañana, la semana que viene. Insuflar ilusión al presente continuo.
Cuidar la operación es básico para que una empresa prospere y satisfaga las expectativas de sus clientes. Pero no es suficiente.
Para que una organización pueda generar un impacto transformador, necesita de líderes que alimenten la esperanza, la propia y la de su entorno.
En El Espíritu de la Esperanza, uno de los últimos libros del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, nos plantea el concepto de esperanza como la pasión por la posibilidad.
Llevado al terreno de la organización, alimentar la esperanza nos conduce a ampliar el espacio de oportunidades, a construir un futuro todavía por escribir.
La esperanza implica búsqueda y se activa con el entusiasmo
En las empresas necesitamos líderes que sean capaces de contagiar este entusiasmo, de manera sostenida.
La esperanza no es una propiedad que se da por generación espontánea. Requiere de una cierta disciplina, de no abandonarse a la queja que siempre tendrá una incertidumbre en la que justificar el inmovilismo.
La esperanza es la diseñadora del futuro, la que permite mantener el rumbo entre el ruido y los cantos de sirenas. La que procura el tan necesario temple en momentos de alta incertidumbre. Y la que evita caer en el pozo del miedo y el pesimismo.
Como nos dice Han, el pesimismo no se diferencia tanto del optimismo, les falta imaginación para la novedad y son incapaces de apasionarse con lo que nunca ha existido.
La esperanza apuesta por las posibilidades todavía no existentes y nos permite escapar de la prisión del pasado.
Para materializar la esperanza necesitamos líderes con visión y con un sólido compromiso por dejar un legado de impacto. Que sean capaces de entusiasmar con propósitos que no sean quimeras, sino que se puedan aterrizar, concretar y comprender por todas y cada una de las personas de la organización.
La esperanza da sentido, marca el rumbo hacia lo que todavía no es y permite trazar hitos y cartas de navegación para que la energía del entusiasmo se concrete en impacto real y dé sentido interno y valor al entorno.