El ‘esto siempre se hizo así’ es una frase grabada a fuego en muchas organizaciones. Esconde una verdad, un rito, una categoría por la que todos debemos pasar. Pero eso, con suerte, sólo funciona en entornos estables. En entornos turbulentos, inciertos, puede que hacerlo siempre así te lleve a la destrucción que no esperabas.
En un artículo anterior reflexionaba sobre el concepto de verdad y centraba esa reflexión en los enfoques de Karl R. Popper y de la verdad desde una perspectiva formal. Veíamos la constante alerta, y mejora continua, que para Popper suponía no dar como definitivamente cierta a ninguna teoría, y la trampa en la que a veces caemos cuando confundimos verdad con validez formal.
En este artículo voy a seguir con la reflexión en torno a la verdad desde otros puntos de vista. Quiero centrarme en la inducción como forma de acceso a la verdad y las relaciones entre el rito y la verdad en las organizaciones.
‘Esto siempre se hizo así’: ¿Cómo surge?
Cuando de forma repetida escuchamos ‘esto siempre se hizo así’, en el fondo hablamos de observaciones repetidas. Lo hemos visto tantas veces, que parece que es así, que es verdad, que es incuestionable.
Esto recae en el campo de filosófico de la inducción. La inducción es forma de razonar que va desde la observación de una repetición de fenómenos, hasta llegar a una teoría que haga universal ese fenómeno que se repite. El típico ejemplo: “todos los cisnes que veo son blancos, por tanto, todos los cisnes son blancos”.
Como se observará, tiene mucho que ver con la utilización de silogismos que hablábamos en el artículo anterior. Sin embargo, en este caso, estamos dando por ciertas las premisas, es decir, estamos construyendo una teoría universal a partir de unas premisas que damos como ciertas, fruto de la observación y la experiencia.
Aquí voy a volver a Popper y a su libro Conocimiento Objetivo. En él, Popper analiza cómo entiende David Hume lo que llaman el problema de la inducción.
Hume y el problema de la inducción
Para Hume hay dos tipos de preguntas que nos podemos hacer cuando analizamos la inducción como fuente de conocimiento humano:
1.-La primera es una pregunta lógica:
“¿Cómo se justifica que, partiendo de casos (reiterados) de los que tenemos experiencia, lleguemos mediante el razonamiento a otros casos (conclusiones) de los que no tenemos experiencia?”
Para Hume no hay ninguna justificación. El hecho de que repetidamente veamos un fenómeno una y otra vez no supone, desde el punto de vista racional, que ese fenómeno se vaya a repetir. Así, el hecho de que repetidamente veamos cisnes blancos no implica que no veamos en alguna ocasión un cisne negro.
En definitiva, nada te asegura que haberlo hecho así 1000 veces, funcione en la 1.001.
2.-La segunda pregunta es psicológica, y posiblemente explica el uso que damos a la inducción:
“¿Por qué, a pesar de todo, las personas razonables esperan y creen que los casos de los que no tienen experiencia van a ser semejantes a aquellos de los que tienen experiencia? Es decir, ¿por qué confiamos tanto en las experiencias que tenemos?
Y aquí, como digo, posiblemente esté la clave del uso que hacemos de la inducción:
porque estamos condicionados por las repeticiones y el mecanismo de asociación de ideas, sin el cual difícilmente sobreviviríamos.
Es decir, es un mecanismo de defensa: si veo repetidas veces que cada vez que una persona se acerca a un león es atacada, lo normal es que cuando vea un león no me acerque, aunque sea un león manso.
Del mismo modo, si tuviéramos que racionalizar constantemente cada caso o fenómeno con el que nos enfrentamos, sería insoportable. El ‘esto siempre se ha hecho así’ es, por tanto, una forma fácil, cómoda, poco costosa, de afrontar cosas…
No podemos analizar el comportamiento de los coches cuando su semáforo está en rojo, ya sabemos que cuando está en ese color se paran (cuando no lo hacen, nos recuerdan dolorosamente que la inducción falla).
‘Esto siempre se hizo así’, síntoma de que la innovación se puede frenar
Desde el punto de vista del pensamiento crítico y la innovación, hemos de ser conscientes que la inducción puede ser una herramienta interesante para entornos estables. Para periodos de consolidación. Pero no en organizaciones que quieren evolucionar y navegar en entornos inestables y resilientes.
No digo que debamos olvidar la inducción. Planteo que la gestionemos de otra manera. No dar por hecho que todo razonamiento fruto de la inducción es cierto, sino parcialmente adecuado, y trabajando constantemente para encontrar las excepciones que nos ayuden a avanzar desde un enfoque de innovación.
Todas aquellas organizaciones que en sus procesos estratégicos tenían un apartado para la excepcionalidad están sobreviviendo a la pandemia. Su fuerza es asumir que nada nos justifica que año tras año las condiciones siempre serán estables. El pasado, lo que ya hemos observado, no tiene por qué siempre permanecer siempre en el futuro. La inducción puede fallar. Tener cierta preparación a la excepcionalidad te hace fuerte.
Las empresas que asumen la inducción de una manera más sana nunca trabajan con los típicos procesos de reflexión que acaban en la frase: “si siempre se ha hecho así es porque ha de ser bueno”. Un filósofo diría, no aceptes estas frases tipo: “si siempre se ha afirmado P es porque P es cierto”.
Como dice Popper:
“Sólo la experiencia nos puede ayudar a decidir sobre la verdad o falsedad de los enunciados fácticos”. Pero sí podemos estar preparados para navegar por la nueva realidad que genera nuevas experiencias.
El rito y la verdad
Resulta muy interesante analizar el valor e influencia que tiene el rito en nuestra concepción y gestión de la verdad. Entendemos por rito una serie de actos repetidos continuamente en una comunidad. Una comunidad que le da un significado determinado más allá de las acciones concretas que se realizan en dicho rito.
Los ritos son una forma de cohesión social, un mecanismo donde el grupo se autoidentifica y sus miembros se consideran pertenecientes a él. El ‘esto siempre se hizo así’ esconde muchos rituales en todo tipo de cosas en las empresas (desde el comedor, los horarios, qué se puede hacer, qué decir, a quién llamar cuando hay un problema… miles de temas se esconden bajo este paraguas).
El rito no se cuestiona, porque el valor de este no está en su significado, sino en el rito mismo.
Es, siguiendo la teoría antropológica del materialismo cultural de Marvin Harris, parte de la superestructura social. A su vez, determinada por una meta-estructura (formada por ideologías, valores y principios) que definiría los elementos formales de la superestructura.
Lo que determina el rito es nuestra necesidad de cohesión grupal y nuestras condiciones materiales, que dan forma a esas acciones rituales, dotándolas de un meta-significado del que no somos conscientes.
Sólo conocemos el significado inmediato (asisto a misa para escuchar la palabra de Dios), pero no los significados implícitos (asisto a misa para sentirme parte de una comunidad, para ser aceptado o para recibir un beneficio emocional).
Pedro Gómez García habla del rito como forma de adoctrinamiento. En este sentido, el rito supone una forma de enseñanza social, de comprender y aprender valores, comportamientos, estructuras sociales que la persona interioriza y acepta si quiere pertenecer al grupo.
Como bien señala Pascal Lardellier, los ritos no son algo propio de comunidades antiguas o premodernas, sino que todas las sociedades modernas disponen y cuidan sus ritos. No sólo religiosos, también sociales e incluso tecnológicos (o influidos por la tecnología).
Dicho esto, la pregunta es si las organizaciones tienen sus ritos y qué función tienen. Desde mi punto de vista sí se dan los ritos en las organizaciones, o al menos un sucedáneo que tiene las mismas funciones (cohesión interna y diferenciación con el otro) que los ritos sociales y religiosos.
Entornos burbuja
Además, hay otra función de los ritos que creo fundamental: la creación de entornos de seguridad, que se relacionan con ese deseo de cohesión antes mencionado.
El ser humano busca identificar o crear esos entornos burbuja, esos entornos de seguridad que nos ayuden a sentirnos a gusto en un grupo u organización determinada.
Jonathan Haidt lo ha explicado muy bien en su libro La Transformación de la Mente Moderna, En las universidades norteamericanas (pero se puede extender a las españolas e incluso a la sociedad occidental) se huye de la confrontación intelectual para primar la seguridad emocional de los alumnos sobre la inestabilidad intelectual, tan necesaria para confrontar ideas y avanzar en el conocimiento.
Así, se evitan determinados visitantes, determinados autores, determinadas conferencias que pueden herir la sensibilidad y atentar sobre la seguridad emocional del alumnado.
Si se imparte una conferencia de un autor de derechas, los alumnos de izquierdas montas campañas para boicotearla (los famosos escraches). Si es un autor de izquierdas, son los alumnos de derechas los que presionan en su contra. Y lo mismo pasa con los comportamientos de los profesores, exigiéndoles un lenguaje inclusivo, con el que los alumnos se sientan a gusto y no heridos. Hay que proteger la zona de confort por encima de todo.
Lo de debatir, confrontar ideas o escuchar al otro lo vamos dejando para otra generación. Dijo en una ocasión Daniel Innerarity que cuando tú combates ideas con la fuerza, en lugar de con tus propias ideas, es porque no estás muy seguro de la consistencia de tus ideas o de tu capacidad para defenderlas intelectualmente.
Esta ritualización de los entornos académicos (y se puede extender a organizaciones empresariales) buscando la seguridad empobrecen su capacidad intelectual. Definen la verdad desde un único punto de vista: lo que entra dentro de mi zona de confort es verdadero, todo lo que hay fuera es falso.
El rito en las organizaciones, como digo, también tiene esta función de seguridad. Cuando repetimos un proceso, una rutina o una forma de actuar día a día, se convierte en una especie de rito que nos cohesiona internamente y, sobre todo, nos da seguridad.
Lo que se repite no tiene que ser pensado ni cuestionado, sino simplemente repetido. El concepto de verdad aquí pierde su razón de ser, porque no se tiene en cuenta: ¿Por qué se hace esto cada día, por qué se ha ritualizado? Porque sí, porque siempre se ha hecho así. Por tanto, debe ser bueno.
De este modo perdemos capacidad de cuestionarnos si lo que hacemos es lo mejor, descubrir si hay otro tipo de proceso, acción o rutina que puede ser “más verdad”, superior al que estamos haciendo.
Y además encontramos la resistencia de los actores del rito (los trabajadores), para los que cualquier cambio puede suponer incertidumbre, nuevas responsabilidades, necesidad de racionalizar nuevas acciones.
Por eso es tan complicado implementar organizaciones resilientes y dinámicas. Porque requieren del uso y gestión constante de la incertidumbre, de la razón y de la responsabilidad.
Como dice Byung-Chul Han: “Los rituales producen una comunidad sin comunicación, estática y sin debate”.
La Innovación nos permite destruir ritos inútiles: acaba con el ‘esto siempre se hizo así’
El rito es interesante en una organización y en un grupo social porque genera algunos resultados positivos: certeza, seguridad, confianza, pertenencia… Pero, al mismo tiempo, ha de ser gestionado de modo que ritualicemos aquello que de verdad se ha de ritualizar. No lo que nos pone barreras a la innovación.
No existe ningún proceso, ninguna rutina y ninguna función que merezca ser ritualizada si se puede sustituir por otra que de mejor resultado. La innovación nos ayuda a destruir ritos inútiles, a trabajar buscando la verdad constantemente.
La verdad no se puede ritualizar, porque entonces pierde valor por sí misma y se entrega el valor a las acciones, los gestos y las relaciones que forman el rito en sí. Pasamos de darle valor al fondo (la verdad) a dársela a la forma (el ritual). Y en el camino perdemos conocimiento y capacidad de aprendizaje. Porque el rito es inamovible, no se puede cambiar y hacer mejor, ya lo es. El rito es estático, lento, quieto, silencioso… matador de lo nuevo.
Verdad y seguridad, ¿es posible?
Tanto la inducción como el rito son elementos interesantes para las organizaciones. La inducción nos acerca a la verdad, aunque sea relativa. El rito nos da seguridad y cohesión. Ambos han de ser gestionados cuidadosamente, porque en un entorno como el actual no podemos confiar en la inducción como fuente de conocimiento/verdad. Estamos en transformación constante y los hechos que podemos observar no son nunca absolutos ni definitivos. La inducción nos acerca, pero no nos hace llegar.
Del mismo modo no podemos permitir que determinados procesos, acciones, entornos de nuestras organizaciones se ritualicen. Esto supondría una parálisis que nos aleja de la transformación y la resiliencia. Hemos de ser muy selectivos con la ritualización de las organizaciones. Favorecer que el conocimiento fluya libremente y la verdad no se construya desde una fuente de opinión o intelectual, sino regada por muchos puntos de vista y visiones.