Tras un día de reuniones, a 300 kilómetros de casa, parado en el arcén de una carretera secundaria, vomitando, mientras se quita la corbata y se desabrocha como puede la camisa. Con la sensación de no poder respirar y la certeza de que se morirá en ese mismo instante. El corazón bombea con mucha fuerza, su cara sudorosa y con el agobio de tener una bolsa de plástico cubriéndole la cabeza. Cree que ha llegado su fin, perdido, sólo, de noche, sin capacidad si quiera de marcar el teléfono.
Tres horas antes esta imagen era muy distinta. Era la de un empresario considerado de éxito, atendiendo a la prensa tras inaugurar las oficinas de una nueva empresa que ha comprado. Cientos de familias dependen y trabajan para él. En su entorno lo veneran, casi como si fuera un semidiós. Pero en aquella carretera era vulnerable, el pánico había tomado los mandos. Pura ansiedad, todo fruto de su mente, que le dominaba. La soledad del regreso a casa, ese momento donde te juzgas a ti mismo, al desnudo, se le hizo insoportable.
Esta es una imagen real, que viví acompañando a esa persona. Y es más común de lo que nos pueda parecer. Yo mismo pasé por episodios similares. El estrés arrasa a ricos y pobres, a quien no tiene empleo y a quien ocupa un puesto directivo.
¿Qué nos pasa? ¿Acaso no es más feliz quien consigue más dinero, más proyectos, más atención mediática, más reputación, más seguidores en redes sociales, más y más…? La respuesta nos la dio Epicuro hace 2.300 años: «Nada es suficiente para quien lo suficiente es muy poco».
Aunque suene paradójico, y estemos en el momento de la historia con mayor PIB per cápita, lidiamos contra nuestra mente todos los días. Tomamos muchas decisiones, y a veces no tenemos claro cómo y por qué lo hacemos. La ola de la irracionalidad nos arrastra sin piedad.
Hay una explosión por el más: crecer más, ganar más, influir más. Detrás del más están los demás: su aprobación, admiración, reconocimiento, respeto o ser famosos.
Te paseas por Instagram y el mundo es una fiesta, un ocio, un lujo, una felicidad, una reputación (efímera), una sonrisa… que no pasa el único filtro que no tiene la aplicación: el de la verdad. Vivimos en una gran mentira, alimentada por nosotros mismos.
Dirigimos nuestra propia película, creyéndonos protagonistas. Pero, en la soledad de nuestra casa, el vacío nos arrasa: no superamos nuestro propio juicio. Estamos plagados de miedos, luchamos contra ellos y no siempre tenemos una brújula que nos marque el camino.
Quizás esto nos ayude a comprender algún dato: consumimos 57 dosis diarias de ansiolíticos por cada 1.000 personas en España, y el consumo de drogas ilegales —medidas por las sustancias de las aguas residuales en las ciudades— sigue imparable y estamos en los niveles más elevados de Europa..
Hace meses conocí a un “vendedor” de criptomonedas. Son una plaga —¿te acuerdas de los ‘compro oro’? Pues similar—. Para detectar sus armas, me hice el iluso, el sorprendido, necesitaba saber qué hacía y me dejé impresionar. Fue divertido aprender: cuanto más venden, más cobran. Han atraído miles de millones de euros hacia las cripto. ¿Cuál suele ser su publicidad? Hacer viajes a lugares exóticos, alquilar por horas casas y coches de lujo, contratar a fotógrafos y recrearse en la película del éxito.
El mensaje: ¿quieres esto? ¡Compra y lo tendrás! Ya, rápido, sin dolor, sin esfuerzo. Dinero fácil. Me hablaron incluso de promesas veladas de rentabilidad del 360% en tres meses, con discursos vacíos, palabras que no entienden ni ellos y haciendo creer que sólo hay una opción: ganar. Hasta me citó a Warren Buffett, diciendo que hay que ser agresivo cuando el mercado está a la baja… mientras, me preguntaba: ¿habrá leído algo de Buffett, algún día, este sujeto, y sabe lo que piensa respecto a lo que él hace?
Una vez más, entendí que un día todo se viene abajo, y cae hasta la luna. Pero el dolor será silencioso: jamás será motivo de foto… las historias de éxito las escriben los ganadores. Los que ganan dinero son los comerciales que hinchan las burbujas, pero no los ‘inversores’. Mientras, millones de perdedores sufren en sus casas, callados y humillados.
La pregunta relevante es: ¿Por qué caemos en esto? ¿Por qué creemos que el dinero fácil llega a nuestros bolsillos sin hacer nada, sin esfuerzo, sin ni siquiera entender bien los mecanismos con los que crea valor? ¿Es realmente una estafa destinar dinero a algo que no entiendes? ¿Por qué nos cegamos tanto con la ilusión de lo que haremos con un dinero fácil que ganaremos, y no por lo que estamos haciendo en ese momento?
Porque nuestro ego y nuestros sesgos pilotan nuestras decisiones. Es fácil creer (y visionarse como aspiración) en las fotos de esos coches, en esas playas, con chicos y chicas perfectos, sonrientes, de fiesta… una vida soñada y relatada. ¿Para qué trabajar? ¿Por qué voy a creerme que el futuro se gana con sudor, esfuerzo y mucho sacrificio?
Nos sentimos ‘menos’ cuando observamos que el resto del mundo, que no parece mucho más inteligente que yo, surfea la ola de las tendencias y gana mucho dinero —o eso parece—, son felices y perfectos. Te preguntas, ¿Por qué yo no? ¿Por qué estoy tan realmente jodido?
Han explotado las vidas paralelas. El nuevo término de moda para esto es Fake a Vacacion. Resulta que hay webs donde mandas tus fotos y te hacen un montaje para que puedas presumir de haber estado en cualquier parte del mundo que te apetezca. Pagas para tener tu propia historia para pavonearte en redes. Mostrar al mundo que ERES: guapo, rico, feliz, viajero, aventurero… El SER y el PARECER antes que el HACER.
¿Hemos perdido el norte? ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de vivir en el desequilibrio constante, la lucha mental de sentirse vacíos, pero ser los actores de una vida que no tenemos? ¿Estamos dispuestos a pagar el precio por alcanzar El Dorado, si es que existe?
Lo cierto es que es fácil entrar en una rueda veloz, irracional y egocéntrica que nos conduce hacia situaciones de las que sólo aprendemos cuando caemos en el pozo, normalmente muy oscuro y profundo.
Hubo un momento en mi vida donde el miedo a ser pobre se apoderó de mí, y no poder desarrollarme libremente como persona —porque nací en una familia muy humilde y sin dinero para nada, ni para libros, ni para matrículas de universidad—. Esto hizo que mi única obsesión fuera trabajar duro, sin descanso, desde los 14 años. Sin capacidad de decir no a nada. Luchar por un objetivo que no sabía muy bien dónde estaba, pero asumí la creencia —irracional y mortífera— de que sacrificar la vida por ello tenía que servir para algo.
Después me desarrollé como profesional en un mundo empresarial plagado de egos, muchos narcisistas por metro cuadrado, y donde lo importante era y es el más: trabajar 24 horas, 7 días. Descansar es “de débiles”, tener unas oficinas en… es el objetivo; ser el centro de atención en charlas, prensa, foros donde están “los poderosos” es una obsesión.
Recuerdo las veces que me mandaron tratar a ciertos empresarios como “don”, venerarlos como si fueran extraterrestres. Su mérito: hacer dinero y tener poder. Muchos se convierten en inaccesibles, viven en sus paredes de cristal, respaldados por aduladores y secuaces —normalmente humillados y sin personalidad propia— que jamás le dirán que se equivoca.
De forma subliminal te envían mensajes de que jamás serás “nadie” si no vas a ciertos sitios, juegas a “ciertos deportes”, acudes a determinados “restaurantes”, te dejas ver en ciertos “eventos” …
Recuerdo cómo me hacía sentir, ahora me río, pero me sigue pasando —sobre todo en ámbitos financieros y en torres altas—, la forma en la que me radiografían: si llevo o no reloj (y cuál), si mi traje es de una marca (o no), si llevo traje (o no), si mi coche es de esta marca (o no) …
Me hablan casi todos los días de personas con seniority, los que tienen “contactos” en posiciones de decisión y que cuentan con el respeto de los más ‘poderosos’. ¿Por qué lo lograron? No se sabe bien, no es el conocimiento lo que les distingue, ni su trayectoria resolviendo problemas. Suelen ser las conexiones —que son más fáciles de conseguir con ciertos apellidos, dobles, al menos en el sector financiero— y es el “pedigrí” adecuado lo que facilita subir al altar a este tipo de profesionales.
Esta semana Rodrigo Rato daba lecciones a empresarios en un ‘prestigioso’ club CEO… Don Rodrigo era inaccesible, tenía ascensor propio, personal a su disposición 24 horas, era poderoso, tenía todo el seniority del mundo. Tenía pose —te invito a ver sus fotos y sus vídeos en su época de apogeo, forma parte del club de los verdaderos artistas de la sofisticación en aparentar seriedad—, hablaba como mandaban los cánones. Fue venerado. Mientras… engordaba su lista de delitos. Pero el pedigrí permite que le sigan invitando a dar lecciones. Son las cosas de un país con un capitalismo castizo, que tolera sin ambages a personas sin valores ni escrúpulos.
Y así se van construyendo las fachadas. Conoces a profesionales que suman varios meses de sueldo, cuando empiezan, para comprarse la ropa, complementos o hacerse ver en ciertos sitios. Piden tuppers a sus padres y que les hagan transferencias todos los meses para sobrevivir en la gran ciudad. Pero sus poses, trajes y estilo de vida demuestran lo contrario a sus realidades.
De ahí emana la tremenda inseguridad con la que ciertos profesionales no quieren mover ni un lápiz para no destacar y arriesgarse, o aquellos que están dispuestos a hacer lo que sea al precio que sea… forjados en un narcisismo destructivo y alimentado por esta forma de vida artificial.
Todos con las mismas marcas, el mismo corte de pelo, la misma sonrisa perfecta… pero destrozados por dentro, trabajando sin descanso por un sueldo increíblemente bajo en muchos casos. Pero la apariencia manda, son profesionales de éxito porque trabajan en ciertas marcas, en ciertos edificios y van vestidos para la ocasión.
Esto crea un estrés mortal, disimulado hasta que llegan los sábados y domingos, destrozados. Un resentimiento y una competitividad hacia los compañeros, para batirse en hacer más méritos, que roza el ridículo (y mata la capacidad para hacer contribuciones extraordinarias).
Esta misma semana se hizo viral una carta muy emotiva, enviada por Pedro González Carranza a la directora del diario El País y nos sonrojaba reconocernos cómo hemos perdido la sensibilidad, la empatía y los valores propios de una comunidad:
Como nadie está exento de esta rueda, llevo años vacunándome. Estoy pasando una época donde he vuelto a los orígenes, a los clásicos, a autores que me llevan a valorar y re-pensarme.
Uno de ellos es Ryan Holiday. No será la primera ni la última vez que lo cito, pero hoy sólo quiero traer 5 ideas para controlar nuestro ego, soportado por la profundidad de una filosofía estoica.
Comparto 5 ideas que suelo repetirme y trabajar sin descanso, todos los días, como el desayuno, para controlar mi ego y centrarme. Se lo debo a Ryan Holiday, y más concretamente a su libro: El Ego es el Enemigo.
El ego nos frena, nos limita, nos impide crecer
«El ego es el enemigo de lo que deseamos y de lo que tenemos. El enemigo de la posibilidad de llegar a dominar un oficio. De la verdadera intuición creativa. De la posibilidad de trabajar bien con los demás. De construir lealtad y apoyo. De la longevidad. De alcanzar repetidas veces el éxito y mantenerlo.
El ego rechaza las ventajas y las oportunidades. Es un imán para los problemas y los conflictos. Es un imán para los enemigos y para los errores. Lo sitúa a uno entre la espada y la pared».
El ego se controla con humildad y con seguridad
«Una humildad sólida y una gran seguridad en nosotros mismos. Mientras que el ego es artificial, esta clase de seguridad puede aguantar mucho peso.
El ego es robado. La seguridad en uno mismo es algo que se gana. El ego es algo que se autoproclama, su pavoneo es artificial. La humildad nos restringe, el ego nos enloquece. Es la diferencia entre algo potente y algo venenoso».
El ego esconde una debilidad que actúa como una ley de la gravedad para nuestro hundimiento
«La necesidad de ser mejor que, más que, reconocido por, más allá de cualquier utilidad razonable. Ese es el ego. Es el sentido de superioridad y certeza que excede los límites de la seguridad en uno mismo y del talento. Cuando la noción de nosotros mismos y el mundo se vuelve tan fuerte, comienza a distorsionar la realidad que nos rodea.
Cuando, tal como explicaba el entrenador de fútbol Bill Walsh, “la seguridad en uno mismo se vuelve arrogancia, la asertividad se vuelve obstinación y la confianza en nuestras capacidades se convierte en descuido”. Este es el ego que “nos tira hacia abajo como si fuera la ley de gravedad”».
Holiday apunta otra realidad: «el éxito es embriagador: sin embargo, para mantenerlo necesitamos estar sobrios. No podemos seguir aprendiendo si creemos que ya lo sabemos todo. No podemos creernos los mitos que inventamos acerca de nosotros mismos, ni el ruido y la cháchara del mundo exterior».
Nuestra brújula es la mente, el autocontrol y una férrea vocación de aprendizaje
«“Es imposible aprender lo que uno piensa que uno ya sabe”, dijo Epicteto. No es posible aprender si creemos que ya sabemos. No encontraremos las respuestas si somos demasiado vanidosos y autosuficientes para hacer las preguntas necesarias.
No podemos volvernos mejores si estamos convencidos de que ya lo somos. El arte de saber recibir retroalimentación es una capacidad esencial en la vida, en particular si se trata de críticas duras.
Decía Isócrates: “lo más grande en la brújula más pequeña es una mente sabia en un cuerpo humano”».
En este sentido, Holiday sentencia:
«El orgullo debilita precisamente el instrumento que necesitamos para tener éxito: la mente. La capacidad para aprender, para adaptarnos, para ser flexibles, para construir relaciones, todo esto es opacado por el orgullo. Lo más peligroso es que esto tiende a suceder muy temprano en la vida o en el proceso de madurar, cuando estamos llenos de la vanidad del principiante».
Ninguna brújula sirve si no la guían los valores y un propósito más grande que nuestro YO
Holiday resalta que «una persona decidida y llena de propósitos opera en un nivel diferente, más allá de las influencias o la enfermedad.
Estas personas contratan profesionales y los usan. Hacen preguntas, preguntan qué puede salir mal, piden ejemplos. Planean las contingencias. Luego, se lanzan a la carrera. Por lo general, empiezan dando pequeños pasos y después de completarlos buscan retroalimentación para entender cómo pueden mejorar la siguiente etapa.
Empiezan a ganar siempre y van mejorando a medida que avanzan, usando con frecuencia esos triunfos para crecer exponencialmente y no aritméticamente»
Para tener un propósito claro hay que tener en cuenta que nos debemos enfrentar preguntas críticas: ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Cuál es mi papel en el mundo? ¿Esto me aleja de mi propósito? ¿Lo hago por vanidad o porque realmente creo en ello?
Holiday explica que «nada nos aleja tanto de esas preguntas como el éxito material, cuando siempre estamos ocupados, angustiados, sobrecargados, distraídos, forzados a reportarnos ante alguien, con responsabilidades a cuestas, lejos de todo lo que importa, cuando usted es rico y se dice que es importante y poderoso».
La esencia del estoicismo parece revolucionaria para una sociedad con pilares artificiales: más quietud, más equilibrio, más serenidad, más claridad de pensamientos, más interior, más respeto por nosotros mismos, más autoridad hacia nuestros valores, más coraje para decir que no, más silencio… solo así tendremos menos ruido, menos estrés, menos ataques de ansiedad, menos desequilibrio —hacer una cosa, sentir otra—, seremos menos esclavos, no necesitaremos palmadas en la espalda para hacer lo correcto.
No apegarse al resultado, trabajar en el proceso, no caer en las comparaciones. Autocontrol para no apegarse a las recompensas. Huye tanto de los palmeros, como de los tóxicos y no actúes para el qué dirán… o cualquier éxito que tengas se deshará como un azucarillo en el agua.
Última receta de Ryan Holiday:
«Nuestra ambición no debe enfocarse en ganar, sino en jugar con todo nuestro esfuerzo. Nuestra intención no debe ser el agradecimiento ni el reconocimiento, sino ayudar y hacer lo que consideramos correcto. No debemos centrarnos en lo que nos sucede, sino en cómo respondemos. Así siempre encontraremos satisfacción y resiliencia.
(…)
No desees lo que tienen los demás. Resiste tu impulso de acumular sin límites. Aprecia y aprovecha lo que ya tienes y permite que la gratitud guíe tus acciones.
El sabio (el estoico ideal que se conduce con perfección en cada ocasión) es un ideal, no un fin».
De repente, los poses, la acumulación, el pavonearse, la tarjeta de visita, vivir en una calle concreta de una ciudad, el filtro de Instagram, el coche que tengas, el deporte que practiques, dónde comes o la ropa que llevas puesta… ¡te importará una m……! Ese día, renacemos.
8 Comentarios
Gracias.. excelente
Excelente!!!! Gracias por compartir estos pilares tan escenciales en la cotidianidad.
Estupendo dibujo social. Es la imagen que tengo de Madrid. Nido de ansiosos del éxito, y almas perdidas en la conducta artificial. Se olvidaron del" Sé tú mismo".
Interesante el artículo, pero desafortunadamente estamos atravesando la época de la silicona para adornar una falsa belleza, la época de presumir lo que no se es, cuando esta época termine, llegara otra peor porque la mente humana va siempre por el tener y ser que por el crecer y servir.
Excelente artículo,me encantó, ojalá muchos seres humanos despertemos y vivamos de acuerdo a nuestros ideales reales que guían nuestro ser.
Buenísimo esto debería de estar por todos lados en todas las plataformas, pero es obvio que no, está lleno de consumismo y competencia.
Un saludo desde México
Hay muchas personas que logran alcanzar un verdadero sentido de realización gracias a que son:
humildes ,maduras y dispuestas a servir.
Gracias por compartir estos verdaderos pilares de éxito para una vida verdaderamente significativa y auténtica, no una vida sumida en fantasías saturada de meras apariencias .
Una patética y dolorosa realidad que pocos podemos entender, un escrito para guardar y estudiarlo lentamente para resetearnos diariamente.