Te proponemos que te detengas un segundo a pensar. Eres un gestor de política económica y te presentan el siguiente problema:
Tienes dos bancos, A y B. Ambos son grandes, y su negocio se basa en dos actividades: depósitos e inmuebles. Si los juntas, la caja de uno ayudará al otro, y encontrarás alguna sinergia. La otra opción es eliminar la parte de sus negocios menos valiosa (supongamos que son los inmuebles). ¿Qué opción elegirías?
En España hemos apostado por la primera alternativa: fomentemos la fusión de entidades, buscando sinergias en sus uniones y penalizando con fuertes requerimientos a los que quieran quedarse solos.
Sin embargo, hay otra opción: intentar conseguir más eficiencia con menos tamaño, eliminando del negocio bancario aquello que no aporta valor. Simplificar, supongamos que se trata de los inmuebles. ¿Cómo podríamos conseguir algo así? Mediante la creación de bancos malos. Por mal que suene la palabra, un banco malo puede ser una muy buena salida al problema que atraviesa el sector financiero español.
¿En qué consiste realmente la propuesta del banco malo?
La propuesta se basa en la creación de un nuevo banco donde se depositarían todos los activos tóxicos (en nuestro ejemplo: inmuebles y similares) y se le cederían igualmente ciertos pasivos que financiaran esa parte del negocio. Pero, ¿quién sería dueño de los activos y responsable de los pasivos?
La clave de la propuesta se encuentra en un aspecto que rara vez se explica en los medios: partimos de un banco original (banco A) sobre el cual existe una fuerte incertidumbre. De dicho banco, se separan los activos dudosos (digamos inmuebles) de aquellos que no presentan problemas (digamos préstamos a empresas industriales). Con los activos de buena calidad se forma un banco bueno (banco B) y con los activos de mala calidad un banco malo (banco M). Resulta evidente que una sencilla separación de balances no puede ser la solución a la crisis, porque el balance neto de ambos bancos es idéntico al original (A = B + M): si el banco original estaba en una situación de quiebra su separación no va a salvar a los acreedores (o al prestamista de última instancia). ¿O sí? Precisamente la clave se encuentra no solo en separar los activos, sino en cómo financiar por separado cada parte de ese activo. ¿Quién financia al banco bueno (B), y quien financia al malo (M)?
La clave de la idea del “banco malo” está en que, de los dos nuevos bancos creados, el malo (banco M) sería dueño (poseería todas las acciones) del bueno (banco B). Es decir, ¡el banco malo es quien de hecho “financia” al Bueno! Con esta operación ponemos en la cabecera del “grupo empresarial” al Banco malo “M”, a quien obligamos a comprar dos paquetes: el activo malo (inmuebles) y al banco bueno “B”. Así, le cedemos pasivo o financiación suficiente al banco malo para que pueda poseer todo ese negocio, y el banco bueno B se vuelve pequeño, ¡pero independiente del resto del grupo empresarial! Pasa a ser una filial (sana) que cuelga de una entidad mayor y dudosa… la cual, sea como sea, no deja de ser sólo un accionista del banco bueno “B”.
Así, el balance consolidado sería lógicamente idéntico al del banco original… pero el banco B estaría libre de sospechas sobre su solvencia y podría volver a operar con normalidad en el mercado.
La insolvencia, quiebra o necesidad de recapitalización se desataría solo sobre el banco M, y en un hipotético concurso de acreedores las acciones del banco B podrían ser usadas para resarcir deudas… pero durante todo este proceso el banco B (solvente) podría seguir realizando independientemente su función de intermediación financiera sin estar contaminado por las turbulencias del proceso de recapitalización o desaparición.
Si sabemos hacer la separación de activos y pasivos (cuidado, la determinación de precios de transferencia intra-grupo es altamente complicada) la solución no requiere casi ayudas públicas: nos podríamos olvidar del FROB, o casi. Posiblemente sólo con la deuda financiera avalada podría haberse salido adelante.
El mayor inconveniente de la solución del “banco malo” es que la estructura no deja de ser una “compra de tiempo”. Estamos apostando a que sabemos localizar el núcleo sano de la entidad, aislarlo, y hacer que ese negocio vuelva a tirar adelante y que esa filial acabe ayudando a la capitalización del grupo empresarial completo.
Pero ¿qué pasaría si el banco malo no prospera? Necesitamos que sea mínimamente viable para que aguante aislado, y posiblemente su valoración dependa del valor que le aporte su participación en el Banco bueno. Si el banco malo no es mínimamente rentable, tendrá que ir vendiendo parte de su activo e ir perdiendo peso poco a poco, lo cual supone una destrucción de valor para el grupo empresarial.
Si, con el paso del tiempo, la filial (banco bueno) no ayuda al grupo empresarial a capitalizarse, el banco malo puede acabar adelgazando hasta la mínima esencia, en la que sólo nos queda… el banco bueno, eficiente, pero pequeño. Pero ello no tiene por qué ser necesariamente perjudicial, aunque, desde luego, es una solución que vuelca el riesgo de la operación sobre el sector privado, que se arriesga a perder muchos activos.
Y, en última instancia, en caso de quiebra final de alguna entidad, la tormenta se desataría sobre el conjunto de la entidad, pero el núcleo de actividad de la entidad pequeña estaría a salvo y podría seguir operando con normalidad. No olvidemos que uno de los motivos por los cuales no se ha dejado quebrar a los bancos es porque el concurso de acreedores de una entidad financiera es extremadamente complejo y, durante su duración (varios años), las entidades dejan de estar de facto operativas.
¿Cuál es tu solución preferida? ¿Damos más garantías a los bancos para que sigan creciendo o les damos menos garantías para que adelgacen, “por su propio peso”, todo aquello que no es puro negocio bancario?