«Calumniad con audacia; siempre quedará algo»
De Dignitate et Argumentis Scientiarum, 1625
Francis Bacon
Políticos, instituciones, administraciones, asociaciones, grupos religiosos, ONGs, su jefe, su amigo… ¡hasta su madre!, en algún momento, ha creado, difundido o ayudado a viralizar una fake news o, como deberíamos decir, un bulo.
Las noticias falsas no van unidas ni son consecuencia del mal uso de las nuevas tecnologías, lo mismo que el ‘storytelling’ no es un invento de la comunicación del siglo XXI. ¿Quién no recuerda la magistral dramatización de La Guerra de los Mundos de Wells? El problema ha sido que, gracias a la proliferación de nuevos canales, especialmente los digitales por su accesibilidad y usabilidad, el crecimiento ha sido exponencial.
A esto se ha unido el propio fin u objetivo de las mismas, que han pasado de lo que podría ser una mera información falsa a auténticas estrategias creadas para, o bien empoderar o, por el contrario, destruir a una persona u organización.
Recordamos casos como campañas de desinformación con fines políticos u económicos: en octubre de 2016 una web creada por el estudiante Cameron Harris informó ‘falsamente’ del hallazgo de miles de votos fraudulentos a favor de Hillary Clinton en un almacén de Ohio; en noviembre de 2017, La Tribuna de Cartagena publicó que el banquero español Emilio Botín había sido asesinado por el amante de Ana Patricia Botín, su hija, en el despacho que tenía en la sede del Banco Santander; todos los bots y perfiles que falsos que saturan los canales sociales de bulos —normalmente suele ser el mismo, ¡hasta con el mismo hashtag e incluso los mismos errores tipográficos o faltas de ortografía!— cuando estamos en plena época pre electoral; la polémica relación entre la elección de Trump como Presidente de los EEUU o el asunto del ‘Brexit’ y la compañía Cambridge Analytica; hasta la infinidad de bulos que día a día inundan las redes sobre remedios milagrosos para curar el cáncer con Kalanchoe o Coca Cola.
Con una buena estrategia y planificación, todas, absolutamente todas las noticias falsas, pueden desde llegar a arruinar la reputación de una persona, la de una empresa o institución hasta hacer que gobiernos se derrumben…
Todo esto hizo que en 2018 un grupo formado por expertos de 28 países, provenientes de diferentes sectores o disciplinas como el Periodismo, la Tecnología, la Sociología o la Educación, creara una Comisión Europea para redactar un informe contra las noticias falsas y la desinformación online.
Parece que estamos mucho más concienciados con el problema real que existe y tanto desde los organismos estatales como de organizaciones sin ánimo de lucro que luchan en favor de la transparencia, nos alertan y educan sobre cómo debemos aprender a diferenciar lo que verdad de lo que no de todo lo que se publica en la red.
La consecuencia más importante del trabajo europeo es que debíamos olvidarnos de utilizar término ‘fake news’ porque no representa ni el alcance ni la potencial peligrosidad de esta tendencia.
Por un lado, por las propias características del mensaje y el canal. Por news o noticia nos imaginamos el formato característico o habitual de la prensa analógica o digital, pero sabemos que hoy día los ‘bulos’, que es como deberíamos denominar a este tipo de desinformación, pueden aparecer en forma de mensaje de WhastApp o Messenger, captura de pantalla, GIF, meme o DM…
Por otro, porque efectivamente la comunicación se ha democratizado y ahora cada ciudadano se puede convertir, con su ética (y muchas veces carente de ella), en un ciberperiodista que crea, difunde o viraliza noticias por sus redes sociales y canales de mensajería instantánea, sin contrastar, verificar ni evaluar la veracidad de esa información.
Y, por supuesto, debemos tener en cuenta el momento de infoxicación en el que nos encontramos, donde en apenas 60 segundos, 41,6 millones de mensajes son enviados en WhatsApp y Facebook Messenger, se realizan 3,8 millones de búsquedas en Google, se ven 4,5 millones de vídeos en Youtube y se envían 188 millones de mails. Con tal cantidad ingente de documentación e información, ¿podemos, como meros espectadores, diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira? Podemos y debemos.
¿Cómo? Haciendo uso de fuentes fiables, profesionales u oficiales, contrastando las noticias o informaciones, ya sea en diferentes medios o canales o con otras personas con las que podamos conversar o debatir estos temas, no difundiendo cadenas de mensajes, fotos o vídeos que recibamos si no estamos seguros que son verdad (así es como se viralizan los bulos), no haciendo ‘likes compulsivos o retuits’ a noticias muy llamativas (y políticamente partidistas, seguro) sobre temas de actualidad en redes sociales sin haber leído sobre ello antes, y, sobre todo, educando a las nuevas generaciones en que deben aprender un poco más de Santo Tomás y, sin tener que meter el dedo en ninguna llaga, no creer lo primero que les aparezca al hacer scroll en Instagram.
Para ello, se hace más que necesario la implicación de muchos actores. Por un lado, han aparecido grupos de profesionales implicados con la causa que se han convertido en ‘verificadores de información’ o fact-chekers, donde podemos acudir para leer, consultar y preguntar cualquier duda sobre la información vertida en la red. Maldita.es o Newtral.es son ejemplos españoles de ello.
La implicación de las grandes plataformas tecnológicas, Google, Facebook, Twitter, es fundamental, ya que tienen que ser un ‘cortafuegos’ de las cadenas de bulos y la proliferación de perfiles falsos creados exclusivamente para la difusión de este tipo de contenido, especialmente en campañas estratégicamente diseñadas.
Y, por último, las administraciones o instituciones que deben y tienen que regular y legislar para proteger los datos, la privacidad, la intimidad y el honor del ciudadano.
Pero como siempre, la clave está en nuestras manos: “El problema no es la tecnología, sino el mal uso que otro ser humano le pueda dar.” Jeff Jarvis.
¿Regular o educar a la ciudadanía? Yo, como educadora, siempre pensaré que la clave está en la Educación, siempre.