Confíes o no en ella, es importante que sepas que la inteligencia colectiva no es un invento de internet. Sus primeras manifestaciones ocurrieron antes incluso de la aparición del lenguaje, la expresión más asombrosa de elaboración colectiva a gran escala. La cultura, el conocimiento y los sistemas de organización política de todas las épocas han surgido de esa complicidad. Y esa construcción social terminó expresándose como una inteligencia social que a menudo toma la forma del «sentido común».
Algo similar se ha dado con el desarrollo científico. Aunque los descubrimientos más destacados suelen atribuirse a personas concretas, como dice Douglas Rushkoff, se trata de «expresiones afortunadas de realizaciones colectivas».
La inteligencia colectiva como disciplina
Hay algunos hechos concretos que marcaron de forma significativa el desarrollo y reconocimiento de la inteligencia colectiva como disciplina. Dedico esta reflexión a hacer un poco de historia. Enumerar teorías e hitos que han sido, en mi opinión, los más relevantes en este viaje. Un repaso tan breve como este va a dejar fuera, con toda seguridad, algunos aspecto importantes. Pero dejo la conversación abierta para que se añadan en el hilo de comentarios.
Empecemos por los clásicos.
Aristóteles, en su Política, es de los primeros en plantear la idea de que la participación de muchas personas en la toma de decisiones permite alcanzar mejores resultados.
Mucho después, en el siglo XVIII, el genial matemático, politólogo y filósofo francés Nicolas de Condorcet fue el primer autor moderno en interesarse por estos temas. En su famoso Teorema del Jurado establecía que, en ciertas condiciones, un grupo más numeroso de personas tiene mayores probabilidades de llegar a la solución correcta que uno menor. Este teorema se considera hoy uno de los fundamentos de la democracia. Le dedicaré muy pronto una entrada en mi blog de inteligencia colectiva porque es muy relevante para comprender ciertas cuestiones, incluida la de los límites de la llamada «sabiduría de las multitudes».
Karl Marx utilizó el término General Intellect en «El fragmento sobre las máquinas» de los Grundrisse. Se refería al conocimiento social general o «inteligencia social» en un momento histórico dado. Lo define como «intelecto general» o «intelectualidad de masas». Un saber social acumulado que se puede interpretar como una manifestación de inteligencia colectiva. Por la forma en que se construyen esos activos embebidos, incluso, en los objetos.
Ya en el siglo XX proliferó una amplia literatura que hablaba de «inteligencia colectiva aumentada». Se refiere fundamentalmente al papel de las nuevas tecnologías, capaces de amplificar las inteligencias individuales mediante las conexiones entre individuos. Esta idea se plantea quizás por primera vez en los trabajos de Douglas Engelbart, a inicios de los años sesenta, cuando la tecnología todavía estaba en la fase previa a internet. Y de aquí, desde el mítico Augmentation Research Center del Instituto de Investigación de Stanford, iba a partir una extensa investigación de vanguardia.
Al increíble Doug se le recuerda sobre todo por haber inventado el ratón de ordenador. Desarrollar el hipertexto y sentar las bases de la computación personal. Pero más que como al brillante tecnólogo que fue, sin duda, me gusta pensar en él como en un humanista visionario. Un pionero cuyo principal legado consiste en habernos hecho ver la importancia de resolver colectivamente los retos a los que se enfrenta la humanidad.
Engelbart acuñó el término «coeficiente intelectual colectivo» (collective IQ) que permitiría medir cómo de bien y de rápido es capaz un grupo de responder a un reto importante haciendo uso de la percepción, la memoria, la visión, el razonamiento, la previsión y la experiencia colectivas.
Ese cociente intelectual colectivo sería en última instancia una medida de efectividad colectiva y un determinante clave de la eficacia con la que un grupo puede responder a los desafíos a los que se enfrenta. Cuanto más complejo y urgente sea el reto, más depende el grupo de ese cociente, que según Engelbart se puede mejorar con entrenamiento.
Hasta donde a mí me consta, nunca llegó a desarrollar una fórmula para medir ese cociente, ni creo que pudiera hacerlo. Lo concibió más bien como un dispositivo conceptual. Permite poner atención en el hecho de que unos grupos son más efectivos, de manera sistemática, que otros gracias a que invierten en herramientas, capacidades e infraestructuras que les ayudan a serlo.
La agregación de preferencias y la elección social
En paralelo se fue desarrollando abundante bibliografía sobre la llamada «agregación de preferencias», referida a los procesos colectivos de toma de decisiones. Desde el marco de la teoría de la elección social (Social Choice Theory) —racional, economicista y metodológicamente individualista— se analiza cómo la agregación de «entradas» individuales (votos, opiniones, etcétera) genera «salidas» colectivas (decisiones, comportamientos, etcétera). Poniendo el foco en el tradeoff (soluciones de compromiso) y la renuncia.
El propio Condorcet, con su teorema del jurado y la paradoja de la votación, y en especial Kenneth Arrow y su teorema de la imposibilidad, se encuentran en la base de esta teoría. En ella se integran también los planteamientos de Jean-Charles de Borda y de Charles Dodgson (más conocido como Lewis Carroll), entre otros. Entonces, más que de una teoría única, se trata de modelos que intentan responder a esta pregunta: ¿cómo un grupo de individuos puede elegir la mejor opción colectiva a partir de las preferencias y juicios individuales de sus miembros?
Las teorías de la deliberación democrática, por su parte, han resultado mucho más optimistas que las de elección social. Lo mismo se puede decir de los análisis de un economista humanista como Amartya Sen. Este profesor indio del Trinity College fue galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1998 «por su contribución al análisis del bienestar económico». En el ámbito que nos ocupa, su libro Elección colectiva y bienestar social, publicado en 1970, es una referencia indiscutible.
En su discurso de aceptación del premio, Sen afirmó que las dificultades que experimenta un pequeño comité —de esos que son tan criticados— para tomar decisiones se multiplican cuando es un país entero el que tiene que elegir entre opciones. Y se preguntaba qué base racional justifica entonces afirmaciones como que «la sociedad prefiere esto a aquello», o que una decisión a gran escala es o no «socialmente correcta». Mejorar la inteligencia colectiva es precisamente la respuesta a eso que se conoce como «elección social», que a su vez es la clave del bienestar.
¿Cómo los grupos escogen entre alternativas?
Otro hito significativo en este viaje ha sido el enfoque cualitativo-deliberativo (centrado en los procesos) de los bienes comunes de Elinor Ostrom. La Politóloga norteamericana, y premio Nobel de Economía, publicó en 1990 su obra más reconocida: «El gobierno de los bienes comunes». En ella demuestra mediante un exhaustivo estudio de casos cómo, si se cumplen ciertas condiciones o «principios de diseño», no existe un mecanismo más eficaz para gestionar esos bienes que el autogobierno colectivo que implica a los propios afectados.
Dos grandes hitos jalonan la bibliografía más reciente. Primero, las obras del filósofo tunecino Pierre Lévy, que universalizó el concepto de inteligencia colectiva. Lo integró explícitamente en la conversación social y académica. El libro más conocido de Lévy sobre este tema es «L’Intelligence collective. Pour une anthropologie du cyberespace» aparecido en 1994. Tuvimos que esperar varios años para disponer de su versión en español: «Inteligencia colectiva: por una antropología del ciberespacio».
Después, el periodista norteamericano y redactor de The New Yorker, James Surowiecki, con su libro divulgativo de Wisdom of Crowds (2004), popularizó la idea de que los grupos pueden tomar decisiones de forma más inteligente que los individuos aislados, y abrió este tema al mundo de la dirección y la gestión empresarial.
Su versión en castellano se publicó con el extraño título: Cien mejor que uno. Las tesis de Surowiecki tuvieron un impacto tal que, como cuento en un artículo, colonizaron prácticamente toda la conversación sobre inteligencia colectiva. Se hizo difícil hablar de ello desde una perspectiva diferente. Todavía hoy encontramos muchísimos más registros en los buscadores de Internet por el término “sabiduría de las multitudes” que por “inteligencia colectiva”. A pesar de ello, la primera solo es un subconjunto bastante limitado de la segunda.
En 2006, el profesor Thomas Malone fundó el MIT Center for Collective Intelligence (CCI), se convirtió en la institución académica de referencia. Su motivación, impulsar y aglutinar las investigaciones dedicadas al estudio de cómo la tecnología está cambiando la forma de conectarse en grupos para generar nuevas formas de inteligencia colectiva. La primera conferencia internacional sobre el tema, en la que tuve el placer de participar, fue organizada precisamente por el CCI en 2012. Fue acontecimiento que oficializó la aparición de este nuevo campo interdisciplinar.
En los últimos diez años, la reflexión sobre inteligencia colectiva ha experimentado un desarrollo impresionante. Sorprende constatar la enorme diversidad de temas y enfoques desde los que se abordan los retos en este campo. Se ha convertido en una auténtica interdisciplina. Por ejemplo abordando temas críticos como:
- la correlación entre inteligencia individual y grupal;
- los patrones de colaboración que se dan dentro de los pequeños equipos de trabajo;
- la visualización de datos en redes sociales;
- el impacto de las dinámicas de crowdsourcing; la propagación de conocimiento a través de comunidades;
- las nuevas tecnologías que ayudan a los grupos a ser más inteligentes;
- el diseño colaborativo de políticas públicas;
- la incidencia de la emergente cultura de la colaboración en los procesos de transformación social a gran escala.
- o el comportamiento colectivo de poblaciones de animales.
Por otra parte, según explican Thomas Malone y Michael Bernstein en su Handbook of collective intelligence, estas son las disciplinas que están teniendo más influencia en los avances de la inteligencia colectiva:
- las ciencias de la computación: cómo grupos de personas y ordenadores trabajan juntos o cómo grupos de «agentes» pueden mostrar un comportamiento inteligente.
- Las ciencias cognitivas: comportamiento inteligente en todas sus manifestaciones pero a escala colectiva: percepción, memoria, razonamiento,
- La biología: comportamiento de los grupos y la interacción individuo-grupo dentro de cada especie.
- El management; diseño organizacional.
- La ciencia de redes: filtrado de información. Impacto de las topologías de red en la eficacia de la toma de decisiones colectivas. O el impacto de la velocidad de la información en la capacidad colectiva de solucionar problemas.
- La economía : comportamiento colectivo de los mercados.
- La psicología social, la antropología o la sociología: análisis de los comportamientos de los colectivos humanos.
- Las ciencias políticas: sus estudios sobre cómo los gobiernos democráticos toman decisiones y resuelven problemas.
Dije al inicio que la inteligencia colectiva no es un invento de internet. Pero también es verdad que el impacto de la red de redes ha sido determinante. Se demuestra con la creciente importancia que va adquiriendo este tema en la agenda pública, tanto a escala de toda la sociedad como en la gestión de las organizaciones. En un momento que gana fuerza la idea de impulsar patrones de participación más distribuidos, la omnipresencia de Internet y sus cualidades novedosas han resignificado el papel de la inteligencia colectiva de tal manera que hoy este tema exige ser repensado.