El miércoles 20 de octubre Robert E. Lucas Jr. (Universidad de Chicago) dará una conferencia en la sede de Vigo de la Fundación Pedro Barrié de la Maza. Es éste, pues, un pretexto muy bueno para contar historias sobre Lucas. Tras exponer algunos rasgos básicos de su vida, me centraré en su obra, concretamente en el Lucas del Nobel y en el Lucas del desarrollo y el crecimiento.
De historiador a economista. Robert Lucas (nacido en 1937) se licencia en Historia y, posteriormente, inicia sus estudios de doctorado en dicho campo y se da cuenta de dos cosas: primera, que «las fuerzas económicas tenían una importancia fundamental» y, segunda, que sabía poco de latín y griego. Esto último le aleja de seguir por la historia antigua (que era su especialización inicial) y lo primero le lleva a la Economía, sobre la que todavía no sabía nada.
El manual de economía de Boulding le sugiere que puede empezar «por el libro más importante de la economía desde la Segunda Guerra Mundial», los «Fundamentos del Análisis Económico» de Samuelson (no confundir con su manual de introducción a la economía) y esto es lo que hace: en las horas que le deja libre su trabajo (las del café, la comida, la noche) se trabaja los cuatro primeros capítulos de dicha obra, que es decisiva en su formación. Dicho con sus palabras: «Me encantan los «Fundamentos». Como muchos otros de mi generación, asimilé la idea de que si no pudiera formular un problema de teoría económica en forma matemática, no sabría lo que estaba haciendo. Llegué a la conclusión de que el análisis matemático no es una de las diversas maneras de hacer teoría económica: es la única manera. La teoría económica es análisis matemático. Todo lo demás es sencillamente imágenes y palabrería».
El impacto indirecto (vía dicho libro) recibido de Samuelson se combina con el impacto directo recibido de Friedman en sus clases de doctorado en Chicago. El resultado es que aquel historiador que no sabía nada de economía se convirtió en un economista «en unos pocos meses».
El Lucas del Nobel. Robert Lucas recibe el premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel en 1995, básicamente, por dos trabajos: uno de 1972, con el que introduce las denominadas «expectativas racionales» en la macroeconomía, y otro de 1976, en el que señala las limitaciones de los modelos econométricos a la hora de evaluar las políticas. Respecto al primero, hay que señalar que la idea de «expectativas racionales» se opone a la de «expectativas adaptativas». Estas últimas son las que tenemos cuando, por ejemplo, disparamos a un palillo en una caseta de tiro y descubrimos que, a pesar de nuestra buena puntería, el tiro nos ha salido por la derecha. Nos damos cuenta entonces de que la escopeta puede tener problemas y corregimos nuestro siguiente disparo, tirando, no al palillo, sino a su izquierda. La idea es clara: si tiramos hacia la izquierda y el disparo tiende a irse hacia la derecha del objetivo que buscamos, es posible que terminemos acertando. Dicho de otra manera, tenemos la esperanza (expectativa) de que adaptándonos a las manías y jorobas de la escopeta al final lograremos nuestro objetivo.
Esto es lo que son, básicamente, las «expectativas adaptativas»: corregir nuestros errores a la luz de las lecciones que nos da la experiencia previa, el pasado. Frente a dichas expectativas basadas en el pasado, tenemos las «expectativas racionales» que, al decir de Sargent, «suponen que la gente utiliza toda la información que tiene lo mejor que puede. Es sencillamente una aplicación del enfoque general de los economistas a la hora de analizar las decisiones de la gente. Suponemos que la gente lo hace lo mejor que puede, que se mueve por su propio interés». Y, claro está, esto significa que tenemos en cuenta también el futuro (algo que no incluye el enfoque basado en las «expectativas adaptativas») a la hora de tomar decisiones en el presente. Por ejemplo, el hecho de que supiéramos que iba a subir el IVA de los automóviles llevó a que las compras se incrementaran notablemente en el período previo a dicha subida.
La otra aportación fundamental que le lleva al Nobel es la denominada «crítica de Lucas» de los modelos econométricos, en su papel de procedimientos para evaluar las políticas. La idea básica es sencilla: la utilización de un modelo econométrico para valorar una política se basa en el supuesto de que no varíe en lo esencial su estructura. Dicho de otra manera: no podríamos utilizar la ley de la gravedad para valorar la fuerza de dicho fenómeno si la constante de gravitación no fuera constante, si cambiara de un período al siguiente. En el caso de la gravedad, este problema no es muy relevante (dicha constante no cambia), pero las «constantes» equivalentes presentes en los modelos econométricos sí que cambian, entre otras razones porque ese agente (familia, empresa) que toma decisiones «racionales» puede modificar su conducta de hoy porque espera un cambio de política en el futuro (el ejemplo ya mencionado del IVA de los automóviles).
En definitiva, como apunta Lucas, «todo lo que sabemos acerca de la teoría económica dinámica indica que dicho supuesto es injustificado» y de ahí que concluyera que los modelos econométricos utilizados habitualmente no servían para evaluar las políticas (otra cosa es su papel en el terreno de la predicción).
El Lucas del desarrollo. A los 40 años Lucas ya había realizado la labor que le llevó al Nobel. Posteriormente, se adentra por un campo nuevo para él, cual es el del desarrollo y el crecimiento, un campo muy importante, ya que, por decirlo con una de sus frases más celebradas, «las consecuencias para el bienestar humano asociadas a temas tales como estos son sencillamente asombrosas: una vez que uno empieza a pensar sobre ellas, es difícil pensar en otra cosa». Inicia este nuevo camino en 1985, con las Lecciones «Marshall» que da en Cambridge: «Mi semana en Cambridge fue parte de un viaje de un mes que incluía semanas en Inglaterra, Israel, Finlandia y Francia. Ésta fue mi primera visita a estos cuatro países y realmente mi primer viaje de más de un día o dos fuera de los Estados Unidos».
Se suponía que iba a hablar de macroeconomía y expectativas racionales, pero habló del desarrollo y de algunos de sus mecanismos. Había varias razones para ello. Por una parte, «estaba en el proceso de ajustar mi pensamiento sobre los ciclos económicos al impacto de la obra de Kydland y Prescott» y esto le animaba a ir por otros derroteros. Por otra parte, Cambridge era mucho Cambridge, era la Universidad de Marshall y de Keynes, por citar dos nombres clave, y se merecía algo nuevo y, encima, le había invitado con tiempo suficiente como para intentarlo. Finalmente, estaba la obra de Paul Romer, quien estaba dándole un nuevo enfoque a la teoría del crecimiento.
El resultado de todo ello es que Lucas sorprende a la audiencia con unas lecciones centradas en el problema del desarrollo, que para él se definía como «el problema de dar cuenta de los patrones observados, entre países y épocas, en los niveles y tasas de crecimiento de la renta per cápita». Dichas lecciones son memorables: empieza por el modelo de Solow y, tras mostrar las limitaciones que tiene a la hora de dar cuenta de dicho problema, presenta su propio enfoque, basado en el capital humano y las economías externas a él asociadas (las interacciones de la gente preparada, en definitiva). Dado que dichas interacciones son decisivas, Lucas cierra su lección con referencias a Jane Jacobs y al papel de las ciudades en el crecimiento («¿Por qué puede estar pagando la gente rentas en Manhattan o en el centro de Chicago si no es por estar con otra gente?»).
Las lecciones «Marshall» son el punto de partida de otras investigaciones sobre el mismo tema (por ejemplo, de la denominada «paradoja de Lucas»: «¿Cuál es la causa de que los flujos de capital no vayan de los países ricos a los países pobres?». Todas estas investigaciones se vuelven a publicar en un libro recopilatorio de 2002, en cuya introducción resume su visión del tema.
A continuación recojo en forma telegráfica tres de las ideas clave que plantea a este respecto y que ilustra con esa historia que nos cuenta el Nobel V. S. Naipaul en su novela «Una casa para el señor Biswas». Primera: «La transformación de una economía basada en la agricultura tradicional en una economía moderna, que crece, depende crucialmente del aumento en la tasa de acumulación de capital humano». Segunda: El señor Biswas sale adelante porque, en un entorno lleno de reveses e infortunios, «mantiene la idea de sí mismo como un hombre con posibilidades, con opciones» y porque «vive en una sociedad que le deja sobrevivir con esta actitud». Tercera: Si bien es cierto que el crecimiento depende de la acumulación de «conocimiento útil», por decirlo con los términos del Nobel Kuznets, también lo es que se precisa algo más, «el crecimiento del stock de conocimiento útil no genera una mejora sostenida de los niveles de vida a menos que aumente el rendimiento de la inversión en capital humano en la mayoría de las familias. Para que aumente el ingreso en una sociedad, una gran parte de la población debe experimentar cambios en las vidas posibles que se imaginan para ellos mismos y sus hijos, y estas nuevas visiones del futuro posible deben tener la fuerza necesaria para llevarles a modificar la forma en la que se comportan. En las palabras de un título más reciente de Naipaul, el desarrollo requiere «un millón de motines»».