Javier Suárez es profesor de finanzas en el CEMFI y ha sido galardonado con el premio Fundación Banco Herrero en 2006. La entrevista ha sido realizada por Ignacio Fernández Bayo y la reproducción de la misma ha sido autorizada por «Matematicalia, revista digital de divulgación matemática» (proyecto Ingenio Mathematica-Consolider 2010), vol. 6, núm. 1 (marzo 2010).
El Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI) es una institución creada por el Banco de España en 1988 y convertida en fundación en 1991, que se dedica a investigar y formar especialistas de alto nivel en el ámbito de la economía y las finanzas. Tras licenciarse en Ciencias Económicas y Empresariales (U. Complutense de Madrid, 1989), y antes de doctorarse en Economía (U. Carlos III, 1994), Francisco Javier Suárez Bernaldo de Quirós realizó allí un máster en Economía y Finanzas que le valió un Premio Extraordinario. Hoy, Suárez (Madrid, 1966) es profesor de Finanzas en esa misma institución de élite, puesto que compagina con el de investigador asociado del Centre for Economic Policy Research (CEPR) y el European Corporate Governance Institute (ECGI). Es autor de numerosas publicaciones científicas en el ámbito de la economía financiera y bancaria, las finanzas empresariales y su relación con la actividad económica general. Por su experiencia en temas relacionados con instituciones financieras, banca y regulación bancaria, ha sido objeto de especial atención mediática en los últimos meses a cuenta de la actual crisis económica y financiera. En 2006 obtuvo el premio de la Fundación Banco Herrero para investigadores menores de 40 años en los campos del conocimiento económico, empresarial y social.
La economía es una ciencia más posdictiva que predictiva, ¿no?
Bueno, es una ciencia social y eso lo define todo. Aunque cada vez se hacen más experimentos de laboratorio en economía, es dudoso que lo que salga de los realizados con alumnos pueda extrapolarse al conjunto de la economía. Así que fundamentalmente somos una ciencia no experimental. Y esto tiene limitaciones.
¿Hasta dónde llega la capacidad predictiva de la economía?
Si a los economistas nos juzgan por la precisión de las predicciones nos vamos a encontrar con muchos eventos parecidos a la crisis financiera actual que parezcan invalidar nuestro trabajo. Pero volviendo a la pregunta de si la economía es posdictiva o predictiva, diré que muchos economistas nos conformamos con que nos ayude a entender los fenómenos. Yo creo que cada vez entendemos más fenómenos, pero la realidad es tan compleja que siempre se nos escapan otros. Por ejemplo, en la macroeconomía, que en principio no es mi campo de especialización, nos creíamos que entendíamos bien el manejo de las políticas monetarias, la estabilidad de precios, la llamada estabilidad macroeconómica y algunos, creo que en un exceso de confianza, pensaban que habían sido los desarrollos de la ciencia económica en ese ámbito los que en parte soportaban la era de la “gran moderación” que precedió a la crisis financiera. La crisis ha destruido dichas creencias, y ahora la propia macroeconomía está en crisis, intentando entender fenómenos financieros de los que se había abstraído hasta este momento.
La crisis ha derribado los modelos…
Esto es una revolución. Ahora tenemos un reto pendiente: me imagino que a resultas de la crisis, en diez años entenderemos mucho mejor cómo se engarzan los fenómenos financieros y bancarios en la macroeconomía, pero puede que la siguiente crisis tenga un origen distinto y nos vuelva a plantear la mismas dudas epistemológicas de siempre. Creo que la predicción perfecta, obviamente, no se va a dar, porque el mundo es aleatorio. La crisis nos obliga a revisar los márgenes de confianza con los que creíamos que trabajábamos; en caso contrario volveremos a sorprendernos cuando llegue la siguiente crisis. Pero esto no me dice que no tenga sentido hacer ciencia económica.
De hecho es probable que, gracias a los avances de la economía, esta crisis se esté manejando con mejores herramientas que las anteriores, como la de 1929, ¿no?
En parte porque habíamos estudiado la crisis del 29, empezando por Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, gran experto en la crisis del 29. Muchos habíamos estudiado fenómenos de crisis financiera y de interrelación de lo monetario con lo financiero, y digamos que veíamos desde el principio de esta crisis la reproducción a “escala real” de cosas que modelos matemáticos sencillos captaban como posibilidad abstracta. De hecho, modelos de economía matemática preexistentes a la crisis, que no eran considerados el modelo central, han sido muy útiles para informar en qué dirección tenían que ir las intervenciones de emergencia de los bancos centrales y de los gobiernos y creo que, aunque la crisis es muy seria y en España muy grave desde el punto de vista social, las prescripciones surgidas de esos modelos van a hacerla mucho más corta y mucho menos grave de lo que realmente podría haber llegado a ser; no va a ser una segunda Gran Depresión. Por otra parte, es justo reconocer que una parte de esa buena respuesta no es resultado sólo de las herramientas teóricas y matemáticas que tenemos, sino también de toda una parafernalia de datos que observamos y que sabemos cómo incorporar en nuestros análisis.
Y ahí imagino que también intervienen las matemáticas.
Tenemos la cabeza estructurada por una aproximación científica a la realidad económica donde las matemáticas son el instrumento que nos ayuda a poner orden en las cosas. Un modelo matemático, al menos, nos da una coherencia en cómo se relacionan las variables entre sí. Puede que no sean ciertas algunas de las relaciones que subyacen a esa coherencia interna y que entonces los modelos tengan que estar en permanente revisión, pero en ausencia de modelos no sabríamos por dónde empezar.
¿Parte del problema es que hay parámetros que no son modelizables?
Bueno, hay parámetros que son desconocidos y parámetros que son difícilmente identificables en los datos. Los económetras, y yo no lo soy, son los que se especializan en poder estimar los parámetros relevantes, y en muchos casos los datos presentan problemas. Si hablamos de series históricas, son demasiado cortas; si hablamos de datos de agentes individuales, muchos de los relevantes son desconocidos: conocemos con poco detalle las cuentas de las familias, las empresas, e incluso los bancos, y poner en orden los datos disponibles y estimar parámetros con ellos lleva a márgenes de error importantes. Incluso si manejásemos el mejor modelo disponible y conociésemos sus parámetros, habría un elemento de incertidumbre añadida, que es lo que en los modelos econométricos se formaliza como perturbaciones aleatorias, que son muy importantes y deben tenerse en cuenta para gestionar bien los riesgos.
Todo lo que tiene que ver con decisiones personales es difícilmente modelizable, porque éstas no se basan en criterios objetivos, ¿no?
Es una posible actitud, la de decir “¿Cómo me puedo atrever a traducir en matemáticas el comportamiento de un individuo?”. Si hubiese alguien concreto cuyo comportamiento pudiese modelizarse al completo, sería posiblemente un psicópata; un organismo casi autómata en su forma de comportarse. Pero, por otra parte, ningún individuo es tan importante; al final, lo que mueve una variable macroeconómica o el precio en un mercado rara vez, excepto en un mercado monopolístico, es un único agente, y ahí hay que confiar en las leyes de los grandes números. En el fondo, cuando decimos “modelizar un comportamiento” es el de un “individuo representativo”, mezcla de individuos reales, que nos permite captar a grandes rasgos el patrón de comportamiento del individuo medio, atribuyendo a la aleatoriedad toda la varianza que haya alrededor… La realidad es nuestro individuo representativo más el “ruido” que explica esa varianza. Los datos nos permiten medir cuánto se desvía la realidad de la media. Pero el individuo representativo, racional, centro de tantos modelos de la economía es, en muchos casos, un instrumento muy útil para saber en qué dirección van los tiros. Es decir, determinar cosas como “si bajamos este impuesto, en cuánto cabe esperar que aumente el consumo de este producto”. Esto es algo que podemos hacer con relativa fiabilidad a partir de representaciones matemáticas del comportamiento individual.
Pero eso valdrá en situaciones de normalidad. Hay factores, como el pánico, que alteran completamente el modelo.
Efectivamente. Las expectativas en economía son fundamentales. Muchos de nuestros comportamientos no son sólo función de variables observables en el momento en el que se adoptan las decisiones y, en todo caso, la relación nunca es absolutamente determinista. Una componente muy importante, por ejemplo, de cuánto gasta una familia es lo que espera ganar en los próximos años de su vida, e incluso combinado con cuánto espera que le pueda financiar una entidad en caso de necesidad. Evidentemente, en esta crisis, cuando no sabíamos cuánto podía caer la economía en el futuro y si los bancos iban a sobrevivir o si iban a poder prestar más o menos, la expectativa fundamental para determinar cuánto gastar en el año en curso era indeterminada, porque podían existir múltiples equilibrios. Indeterminada en puro lenguaje matemático, con distintas posibles determinaciones de esas expectativas dentro de distintos equilibrios, incluso de los que llamamos autorrealizables, donde si todos esperan lo peor, lo peor se materializa y si todos esperan algo más moderado, se materializa lo moderado…
Aparte de esa indeterminación genuina, donde son posibles múltiples equilibrios dentro del mismo modelo matemático, había otras indeterminaciones debidas a la gran incertidumbre del entorno: la incertidumbre respecto a cuáles eran las pérdidas reales de las entidades financieras, las reacciones finales de los agentes de política económica, gobiernos y bancos centrales… Había que esperar a que se aclarase qué valor tomaban esas variables para que el modelo de referencia pudiera volver a dar predicciones relevantes. El modelo de referencia te dice que casi todo depende de las expectativas, pero ¿cómo son las expectativas en un entorno tan cambiante y complicado?
¿Cómo es el modelo de referencia?
Llevamos treinta años en el paradigma de “expectativas racionales”. Tú construyes el modelo matemático, el propio modelo incorpora una formalización de los elementos aleatorios que pueden surgir en el futuro y se postula que los agentes del modelo cuando toman sus decisiones hoy son perfectos predictores. Esto no quiere decir que predigan sin error, sino que tienen en cuenta la estructura estocástica del propio modelo para hacer su mejor predicción, la que el mejor predictor estadístico conseguiría en ese entorno en coherencia con la propia lógica del modelo. En la medida en que nuestro modelo no sea el correcto, las expectativas racionales que surgen de él tampoco lo van a ser y nos refuerzan el error.
Ahora, hay quien piensa que determinadas instancias de irracionalidad, en los mercados financieros por ejemplo, son captables desde el punto de vista del modelo matemático, aunque exigen desviarse de la idea de expectativas racionales. Tenemos que estar dispuestos a pensar que hay inversores cuyo comportamiento es extrapolativo, y ese factor a veces es irracional. Por ejemplo, matemáticamente, el modelo en el que los precios de las casas crecen siempre a una tasa no sostenible no lleva a ningún sitio: es difícil pensar en esa situación como resultante de una expectativa racional. Si el modelo se extendiese para captar que hay agentes que viendo cómo se mueven los precios en los últimos años extrapolan que van a seguir creciendo así en todo el horizonte razonable del futuro, atribuiríamos a dichos agentes decisiones de inversión muy distintas de las que haría nuestro agente “racional” formalizado en el modelo de manera estándar. Parte de los desarrollos del futuro van a tener que ver con esto, con mezclar el agente económico tradicional, racional, con otros que se comporten haciendo extrapolación del pasado reciente.
¿Ha habido irresponsabilidad, falta de previsión de las autoridades para moderar el mercado y limitar esas expectativas?
En el fondo, nuestro conocimiento de la realidad era lo bastante limitado como para no poder ser arrogantes y salir a la escena pública a decir “los precios que observamos para determinados activos no son correctos”. La propia valoración de si el precio es correcto o incorrecto tendría que basarse en la percepción del analista, y la percepción adecuada exige un modelo adecuadamente calibrado. En parte como veníamos de una tradición en la que el modelo de referencia sólo contemplaba agentes racionales, nuestra presunción era que todo lo que observábamos procedía de agentes racionales. Si los precios de las casas en España crecían como lo hacían tenía que ser que había razones fundamentales para eso, y puestos a buscar razones, las encontrábamos: el crecimiento de la población vía procesos inmigratorios, que España es un buen país de residencia para los retirados del resto de Europa, etc. Dado que era posible encontrar una explicación, aunque fuera forzada, para lo que ocurre y los intereses creados de la banca, el sector de la construcción y los propios gobiernos locales, que se financian con impuestos vinculados al crecimiento del sector inmobiliario… no está claro que pudiesen salir ante la opinión pública… no sé, cuatro académicos de prestigio diciendo que “esto es una burbuja inmobiliaria”. Algunos se atrevieron a decirlo, otros discrepaban… bueno, al final la realidad pone las cosas en su sitio. Y ahí entiendo tu crítica de que esto no es predecir, es “posdecir”. El nivel de discrepancia en esta ciencia es notorio.
Pero había avisos, ¿no? Todos vivíamos un poco con la sensación de que era una burbuja, y los bancos, a los que creo que sí se les puede exigir racionalidad al adoptar decisiones, estaban tomando medidas que ahora parecen suicidas, como financiar el 100% de viviendas sobrevaloradas y, además, hacerlo a plazos de 50 años, todo con tal de aumentar y aumentar su cartera de créditos.
Estas prácticas, sin duda, ayudan a sostener crecimientos excesivos de los precios de los activos financieros. Es difícil culpar a cada banco de manera individual y también a varios de manera colectiva, porque no es que se reunieran e hicieran una especie de pacto conspirativo para generar burbujas inmobiliarias o crecimientos excesivos de los precios de la vivienda. El proceso es un resultado de lo que nosotros llamamos un equilibrio, donde juegan muchas fuerzas en la misma dirección y en ese ámbito es muy importante, pienso, el papel de la regulación y de la política económica como coordinadora de comportamientos que pueden llevar a una asignación perversa de los recursos. En concreto, en el ámbito de la regulación bancaria hoy se está discutiendo bastante en serio la posibilidad de incluir algo que en algún momento estuvo en la regulación bancaria de algunos países, que es limitar de manera explícita el porcentaje de valor de un activo que puede concederse como préstamo o hipoteca. La práctica histórica en España era conceder hasta un 70 por 100 del valor del activo, y se trata de que algo como esto venga dado por la regulación. Cuando los precios están creciendo el 15% cada año, realmente a 3 años, el valor de algo que valía 100 va a pasar a ser 145, con lo cual no era irracional que un banco estuviese dispuesto, si se creía la evolución de los precios, a conceder un préstamo por el 100% o por más, pensando que en tres años lo tendría más que cubierto por el valor del activo. Ahí ha habido una práctica de extrapolación que sólo algunos cuestionaban con contundencia.
De todas formas, la regulación bancaria existente en España ha sido puesta como ejemplo para otros países.
Ha sido un ejemplo, no en la dimensión de la regulación que acabo de mencionar; lo ha sido en dos aspectos muy importantes. El primero son las llamadas provisiones anticíclicas, que el Banco de España introdujo sobre la base de datos empíricos de nuestra experiencia a primeros de los 90, que pudo ser la crisis anterior…
El caso Banesto.
Sí, y el entorno. Hubo una crisis en torno al año 1993 que provocó un gran aumento de la morosidad, no sólo en Banesto, que fue el banco que cascó. Casi todos los bancos aquel año sufrieron unas tasas de impago muy elevadas, y sobre aquella experiencia se hicieron algunos trabajos que documentaban la correlación entre esas tasas de fallidos en la banca y el crecimiento del crédito en años previos. Entonces el Banco de España calculó que el crédito de hoy produce los impagos de dentro de dos o tres años y, si nos preocupa la solvencia de los bancos y vemos crecimientos del crédito ahora, podemos esperar que en dos o tres años se produzcan impagos, y es mejor que les pidamos ahora que hagan provisión contra las pérdidas que van a sufrir en ese escenario futuro. Se puede decir que durante muchos años la previsión se fue equivocando, no se materializaron las pérdidas, pero la regulación hizo que los bancos acumulasen provisiones, así que cuando llegó la crisis los bancos españoles tenían un colchón que otros bancos de su entorno no tenían y que les ha permitido amortiguar las pérdidas. Hasta ahora los bancos españoles se han ido comiendo esas provisiones, mientras que otros se han comido el capital de manera directa, quedando en una situación mucho más delicada desde el punto de vista de la solvencia.
De hecho, la crisis es distinta a la de otros países: aquí ha tenido mucho peso el factor inmobiliario, y en otros ha sido mucho más bancaria y financiera.
Correcto, y en este punto resulta relevante el otro aspecto en el que la regulación del Banco de España ha sido alabada: su tratamiento de eso que se llama la “banca paralela”, el sistema bancario en la sombra, el basado en vehículos de inversión aparentemente separados de los bancos, donde se colocaban las famosas subprime, las hipotecas de alto riesgo. En otros países, en tiempos recientes, la banca generaba dichas estructuras paralelas, que son como fondos de inversión, donde colocaban paquetes de préstamos arriesgados, titulizados, es decir, convertidos en activos financieros a los que una agencia de rating podía haber calificado previamente como AAA… Lo que hemos aprendido con la crisis es que esos vehículos tenían riesgos muy importantes pero al estar aparentemente fuera del balance del banco que los patrocinaba se consideraba que no le ponían en riesgo. La realidad es que muchos bancos no españoles tenían estos vehículos en la sombra sin tener el capital necesario para soportar la pérdida en caso de producirse. El Banco de España, en una etapa muy temprana, cuando fue preguntado por la banca española si ese tipo de vehículos eran compatibles con la regulación, dijo: “Si se crean estos vehículos han de consolidarse contablemente con el banco principal y han de dotarse de capital como si fueran parte del mismo banco”, y en ese contexto la banca española decidió no crear estos vehículos.
Algo hubo de titulización, ¿no?
Es una titulización de carácter distinto. Se trata de hipotecas que entran en un paquete a modo de garantía de bonos que emite la banca española y que coloca fundamentalmente en el exterior; pero los activos, las hipotecas que están como garantía de esos bonos, permanecen en el balance de los bancos, que nunca dejan de estar capitalizados. En España no ha habido esa banca paralela sin capital o recursos propios que soporten las posibles pérdidas generadas por los activos titulizados.
Con motivo de la crisis, en España hemos pasado de una época de crédito fácil a otra de carácter contrario. ¿Está justificado este retraimiento?
En términos fundamentales, hay por lo menos tres factores que lo justifican en mucha medida. Uno es el fin del crecimiento de los precios de los activos utilizados como garantía del préstamo. En el caso de las hipotecas es claro: si el precio de la garantía no va a crecer, e incluso se piensa que tiene que decrecer más en los próximos dos o tres años, el banco no tiene la misma seguridad al dar el préstamo que antes. Hay una corrección lógica. Luego, está el entorno económico nacional e internacional, que tampoco da para alegrías. El banco puede estar dando préstamos a una empresa que en los próximos meses o años puede no ir bien y acabar impagando. O a una familia que en el futuro próximo tenga a uno o varios de sus miembros en el paro y acabe por no pagar. El entorno hace que necesariamente los bancos se muestren más cautelosos.
Pensaba en las empresas, sobre todo, porque es una pescadilla que se muerde la cola: sin financiación irán peor y se cumplirá la predicción de que eran un riesgo.
Claro, pero es muy complicado. Es difícil culpar del suceso a cada uno de sus protagonistas; es un problema colectivo. Supongamos que una empresa tenía un proyecto de inversión con pleno sentido en el entorno previo a la crisis. Ahora el proyecto sigue siendo el mismo pero el entorno es más débil, quizás porque otras empresas no están consiguiendo financiar sus inversiones; entonces, el banco al evaluar el proyecto original puede concluir que no aporta suficientes garantías. Efectivamente, al no otorgarse el préstamo es la pescadilla que se muerde la cola: la economía se debilita y el equilibrio “malo” se autorrealiza. Nos volvemos pesimistas y confirmamos el resultado; ser pesimista en ese caso es compatible con ser realista o racional. Los planes de estímulo intentan romper estos círculos viciosos. Pero aquí entra en juego el tercer factor, que me faltaba desarrollar, de los que explican por qué los bancos no dan tantos préstamos. Es por sus propias dificultades para acceder a la liquidez y para reponer sus recursos propios. Estas dificultades se fueron detectando desde el verano del 2007 y se hicieron radicalmente claras con la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008; y de alguna manera se empiezan a atajar con los planes de rescate ulteriores. En todo el proceso, las posiciones de capital de los bancos se han visto muy erosionadas por las pérdidas realizadas. Y las posiciones de capital actuales van a verse mermadas todavía más por todas esas pérdidas que faltan por materializarse, de todos los préstamos que seguirán siendo impagados en los próximos meses.
¿Va a seguir subiendo la tasa de morosidad?
Claro. A través de la tasa de morosidad los bancos van a seguir viendo erosionados sus recursos propios y la banca está sujeta a un coeficiente sobre ellos. Por decirlo de forma sencilla, el regulador dice que de cada cien euros que se presten ocho han de ser recursos propios del banco, y si estos caen por las pérdidas realizadas, la capacidad de otorgar préstamo del banco también cae; es matemático. Por eso algunos países han hecho planes para la recapitalización de la banca. Ahora se está hablando de la reforma de la regulación del sector financiero, y en el horizonte posterior a la crisis a los bancos se les va a pedir más capital; en lugar de ocho unidades por cada cien tendrán que poner diez o doce de sus recursos propios. ¿De dónde van a salir? Sin más capital, tendrán que prestar menos.
Y en este contexto, ¿no debería haber fusiones?
Las fusiones no son una panacea. Ayudan en la medida en que puedan permitir ahorrar costes, por ejemplo al pasar de tener varias sedes a una sola. Un banco que tenga mucho capital porque le ha ido bien en la crisis, tiene sentido que se fusione con otro que tenga menos para que el resultado sea un banco con un capital razonable, pero la pura fusión de dos bancos idénticos no tiene por qué hacer el resultado mejor que la mera suma de ambos, cada uno por su lado. Es algo a considerar como instrumento, pero no como panacea.
De hecho, en España no se oye hablar de posibles fusiones bancarias.
No, pero en cambio en el entorno internacional hemos visto bancos ganadores y bancos perdedores y un banco español, como es el Santander, en la crisis se ha expandido, se ha reforzado y ha adquirido algún banco extranjero que, en otro caso, podría haber sido intervenido por sus reguladores. Ha aprovechando las circunstancias para conseguir un precio de adquisición atractivo, motivado por las prisas de la crisis, accediendo así a un mercado más grande. Ha habido, y seguramente seguirá habiendo, adquisiciones en las que los más débiles sean absorbidos por los más fuertes.
¿Y los bancos españoles en el mercado internacional tienen posibilidades de seguir creciendo?
En la medida en la que las principales entidades financieras españolas han resultado estar fuertes y salir fuertes de la crisis, su posición comparativa les da unas oportunidades muy buenas, comparadas incluso con entidades más grandes y, hasta hace poco, más poderosas, de otros países.
Y en el caso de las cajas de ahorro, ¿están justificadas las fusiones?
Sí, porque algunas son muy pequeñas, porque en banca existen economías de escala, como en otros muchos sectores. O sea, que su capacidad de generar resultados aumenta con los recursos empleados de forma más que proporcional. En banca las economías de escala se agotan a tamaños relativamente modestos, es decir, no se consiguen grandes ganancias fusionando bancos muy grandes, pero si se fusionan bancos chiquititos sí existen economías de escala.
El modelo de cajas de ahorro, que no sé si existe en otros países, ¿no debería modificar sus características, que son un tanto desfasadas?
Es una pregunta muy difícil. Creo que es como la fiesta de los toros, que si tuviéramos que inventarla ahora no la inventaríamos, pero, posiblemente, dado que existe no deberíamos prohibirla. El modelo ha existido en otros países y aún existe en algunos, pero es un modelo en decadencia. En España lo sorprendente es que durante los últimos dos decenios han demostrado una fortaleza importante y han competido con los bancos sin problemas. Y a pesar de las aparentes debilidades que se puedan descubrir, como el modelo de gobierno, la posible intromisión de los políticos en la gestión, las carencias de recursos propios… si se juzgan en términos de resultados objetivos es difícil decir que lo hayan hecho peor que los bancos. Lo cierto es que en el entorno de esta crisis tenían una exposición al sector inmobiliario mayor que los bancos, y por eso están sufriendo más. Y seguramente se estén dando procesos de saneamiento muy deseables en ese contexto. Pero luego están las raíces de la institución, la importancia de la obra social, que es a la caja lo que el pago de dividendos es al banco. La caja es una especie de propiedad común, que sufraga la obra social con sus beneficios. Lo que más preocupa a los economistas es si la gestión se hace con la misma disciplina, con las mismas ganas de lograr la eficiencia, que si tuviesen detrás a unos accionistas demandando dividendos.
En el análisis de la crisis, ¿se echan en falta nuevas herramientas matemáticas?
Es una pregunta muy ambiciosa y sólo te puedo dar mi visión personal. Yo soy usuario de las matemáticas como instrumento para construir modelos muy sencillos, que nos ayudan a entender, más que a predecir con exactitud. Yo siempre he usado las matemáticas para asegurarme de que las conexiones lógicas que inspiraban mis conjeturas teóricas se confirmaban al traducir los fenómenos en variables y al relacionar estas variables a través de un modelo matemático. No creo necesarias nuevas herramientas para abordar el fenómeno de la crisis. Creo que tenemos que abundar en las que había, al menos desde mi perspectiva de usuario de matemáticas poco complejas. Ya, con las que uso, enseguida surgen modelos muy complicados. Y cuando digo muy complicados es que son modelos de los que no es fácil extraer conclusiones en forma de teorema, sino que acaba habiendo tantos agentes juntos: bancos, familias, empresas, el gobierno, el Banco Central… tantas decisiones mezcladas; su inversión, las formas de financiarse de unos y de otros, tantas variables y, además, en modelos que han de ser dinámicos porque queremos entender procesos que ocurren en una secuencia de tiempo, que el resultado es un modelo en el que podemos no saber si hay equilibrio, si no lo hay, si son múltiples, ni las propiedades del modelo, es decir, cómo cambiando uno de sus parámetros cambian los equilibrios.
¿Cuáles son, entonces, los retos en este caso?
Últimamente, la complejidad de los modelos necesarios, sin ser conceptualmente de una dimensión que requiera de unas matemáticas sofisticadas, son modelos que nos acaban forzando a utilizar métodos numéricos. Yo veo un reto en las técnicas de computación y en su integración con las técnicas más tradicionales, que partían de modelos tratables, donde podías extraer teoremas basados en una prueba analítica, sin tener que dar valores a los parámetros y sin tener que hacer simulaciones numéricas para extraer algún tipo de enseñanza. También veo retos en la comprensión matemática de las burbujas, en la comprensión matemática de la liquidez, de lo que es un banco en un modelo dinámico… ahí veo retos concretos, pero son retos más de aplicación que de investigación básica y que, por tanto, no requieren unas matemáticas de frontera. No necesitamos, al menos yo no necesito, nuevas matemáticas para hacer esto, sino un uso más intensivo de las técnicas que ya existen, posiblemente combinado con métodos numéricos.