El padre de uno de mis mejores amigos, jurista, le decía siempre a su hijo que estaba en la carrera equivocada. Ambos estudiábamos Economía y su padre nos decía que “la economía son contratos; no sabréis cómo funciona el mundo sin estudiar derecho”. Esta frase siempre se me quedó grabada. Ahora en mi profesión hablo con muchos abogados, asisto a juicios de perito, leo contratos, trato de ayudar a redactarlos aportando ideas y suelo estar en la cocina de algunos acuerdos que luego se plasman en un formato legal. Y mi experiencia en este ámbito es bastante lamentable.
Es lamentable porque gran parte del tiempo me he tenido que dedicar a tratar de comprender terminologías, interpretaciones de un texto escrito, dificultades para comprender conceptos que legalmente están redactados de una manera pero que, de forma conceptual, yo los comprendo de otra. En cambio, la legislación mercantil, la fiscal, la laboral, civil o penal, determinan las reglas del juego en nuestras vidas, y en las empresas de forma determinante. Cualquier propuesta de reestructuración de una empresa (ya sea de su deuda, despedir personas o alcanzar acuerdos con terceros -proveedores, socios, clientes-) está determinada bajo el influjo de algún contrato. Y es en esos momentos donde recuerdo, como si fuera un gong, la frase del padre de mi amigo.
Al final he aceptado que tiene una gran parte de razón, pero no toda. La lógica económica es un grandísimo instrumento para ayudar a tomar decisiones, para evaluar alternativas, para tratar de alcanzar acuerdos, para comprender las debilidades del modelo de negocio de una empresa o para articular políticas de precios, de negociaciones o para lanzar una nueva estrategia comercial. Es realmente útil para comprender muchos fenómenos, aunque éstos acaben en contratos y estén determinados dentro de unas normas de juego.
Pero esto no invalida el hecho de que cualquier cosa que hagamos estará marcada por la articulación de nuestra disciplina con el derecho, y tenemos que entendernos. Y hacerlo bien es un grandísimo paso hacia adelante y, me atrevería a decir, una forma de ganar eficiencia como empresas, como regiones y como países. Debemos hacer un esfuerzo por tener una cultura legal, al igual que se debe hacer un esfuerzo por tener una cultura económica que permita comprender la lógica de ciertas decisiones, o de determinados problemas -y una cultura literaria, matemática y muchas cosas más…-. La comunicación entre ambas disciplinas es algo absolutamente necesario y muy rentable para la sociedad.
En un complejo litigio reciente donde se dirimía una indemnización millonaria por parte del cliente que nos había contratado a nosotros, tuvimos que elaborar un informe y hacer una exposición del mismo en un juicio. Muchos de los temas tratados en ese informe eran realmente técnicos, algunos hacían mención a temas de pura teoría económica; otros a estadística y matemática y otros simplemente a explicar las singularidades del modelo de negocio de la empresa que estábamos analizando. Mi obsesión es, y en aquel caso fue, que teníamos que comunicar con la mayor sencillez posible -que no simplista- esos conceptos. No caer en el error de esconderse en términos que una persona que no haya estudiado un manual de economía no sea capaz de comprender. Hay que facilitar que quien nos escuche o lea pueda usar bien su intuición para comprender lo que se le está explicando. Teníamos que ser capaces de explicar una historia, con un fuerte trasfondo económico, para que un jurista, no formado en estas cuestiones, pudiera comprender bien el problema y adoptar una decisión.
La batalla dialéctica con la otra parte fue dura. Dos de cada tres palabras eran tecnicismos, el juez preguntaba cada poco. Se le respondía con “mi larga experiencia y reputación…y X tecnicismo”. Y esto no es un caso aislado de aquella sala, sino que es habitual a la hora de interpretar una norma, o de notificar a alguien alguna cuestión que se supone tiene que comprender bien. Lo mismo hacemos los economistas cuando queremos parecer que sabemos mucho y los demás son unos ignorantes. Y los médicos cuando quieren darnos un diagnóstico del que no les interesa nos enteremos demasiado.
En aquella sala, al margen de los fundamentos legales, creo que ganó la comunicación. Porque la comunicación ayuda a que las distintas disciplinas de pensamiento se comprendan. Ayuda a crear nuevo conocimiento. Facilita la creatividad y permite que de la diversidad surja algo nuevo, a veces radicalmente nuevo y rompedor.
Si los físicos sólo hablan para físicos se están desperdiciando millones de ideas que los físicos pueden transmitir y el resto de personas formadas en campos distintos pueden reutilizar para abordar alguna de sus inquietudes. Si no hay comunicación entre disciplinas no habrá una verdadera absorción de nuevas ideas, nuevo conocimiento y resultará muy difícil generar verdadera innovación.
No es baladí cuando en los programas de ingeniería en el MIT ya se están incorporando a profesionales de humanidades; o que filósofos sean los que estudien con mucho detalle el método científico y su lógica; o que los estudiantes, independientemente de su campo de especialización, dediquen o no muchas horas a comunicar sus ideas, a debatirlas y a defenderlas. Para ser un verdadero trabajador del conocimiento se necesitan, precisamente, muchas habilidades comunicativas. Mucha capacidad para hacerse comprender, para transmitir y a la vez destacar. Ante dos profesionales igualmente capacitados, siempre nos quedaremos y nos fijaremos en aquél que es capaz de explicar mejor sus ideas, sin usar tecnicismos y sin crear fronteras imaginarias entre las personas.
Existen muchas fronteras que no vemos y que limitan nuestra capacidad de crecimiento. Cuando los ingenieros de una empresa no son capaces de hacerse comprender por los comerciales, y viceversa, tenemos un problema. Cuando el abogado no es capaz de comprender el trasfondo de un problema técnico, tenemos una debilidad para plantear soluciones legales a ese problema. Cuando somos incapaces de comunicar una estrategia de cambio, será muy difícil que éste se produzca. Por todo ello, y como dice otro gran amigo empresario: «en el mundo de los negocios el PowerPoint es tan importante como la Excel», es decir, el rigor, el análisis, la lógica hay que transmitirla; sino, sirve de poco.
En definitiva, la imaginación, la comunicación y la facilidad para establecer puentes entre mentes despiertas y diversas -en formación, en ideología, en cultura-, son los ingredientes básicos de la capacidad de crecer como personas en la sociedad del conocimiento.