En un artículo anterior publicado me referí a la trayectoria de Friedman separando sus trabajos académicos de sus publicaciones más divulgativas, relacionadas con cuestiones de filosofía política. Aunque estas últimas sean las que le ha hecho rico y famoso entre el gran público, al que le encanta la “libertad para elegir”, sus principales contribuciones al avance de ciencia económica están en su obra académica y así lo señala explícitamente en el capítulo 16 de la autobiografía de “Dos personas afortunadas” (su esposa Rose y él), que ha sido traducido al español por “Revista Asturiana de Economía”.
En el artículo anterior me centré, por cuestiones de espacio, en su obra académica menos relevante desde la perspectiva de la política macroeconómica (su apuesta por los tipos de cambio flexibles, su hipótesis respecto a que nuestro consumo viene determinado por nuestros ingresos a lo largo de toda la vida y no por lo que cobramos cada mes, y su metodología instrumentalista). En este artículo tengo un objetivo: intentar trasmitir al gran público la idea central de aquella parte de la obra académica de Friedman que ha tenido más efecto sobre la política macroeconómica. La tarea es compleja y el espacio es corto y, consecuentemente, simplificaré la exposición al máximo, con lo que terminaré con una película de “buenos” (los monetaristas) contada sin oír a los “malos” (los keynesianos), muy esquemática, que es, sin duda, “manifiestamente mejorable”.
La teoría cuantitativa del dinero
Suponga que usted tiene 40 manzanas y que en el mundo sólo hay otra persona más que tiene, a su vez, 10 gramos de oro. Suponga, además, que la relación de intercambio manzanas-oro es 4 manzanas por cada gramo de oro. Todo eso ocurre ahora y ustedes realizan el intercambio de las cantidades deseadas. Ahora situémonos en un momento posterior en el que, por las razones que sean, usted sigue teniendo 40 manzanas y la otra persona tiene el doble de oro (20 gramos). La pregunta es ¿a qué relación de intercambio se cambiaran ahora las manzanas por el oro?: Como usted habrá visto ya, se nos encarecerán las manzanas en términos de oro. Por ejemplo, puede que usted obtenga 2 gramos de oro por cada cuatro manzanas. Dicho de otra manera, se ha duplicado el precio de las manzanas medido en oro porque ha aumentado la cantidad de oro.
El oro es una mercancía utilizada en joyería pero también sirve como dinero. Por tanto, usted ha llegado a la conclusión de que si se aumenta la cantidad de dinero sin que lo haga la producción de bienes suben los precios (los precios se inflan, habrá inflación). Así ocurrió, por ejemplo, cuando llegó el oro de América a España y Europa, momento en el que se produjo la denominada “revolución de los precios”.
A esta relación entre la cantidad de dinero (M) y los precios (P) (completada con otras dos variables: la velocidad de circulación del dinero ,V, y la producción, Y; la fórmula es, pues, MV = PY) se la denomina la “teoría cuantitativa del dinero” y todos los economistas la comparten, aunque la interpreten de distinta forma, tal como veremos a continuación.
La revolución keynesiana
Durante mucho tiempo, hasta la mitad de los treinta del pasado siglo, se consideraba que la cantidad de dinero era la causa y que, además, la velocidad era relativamente estable, con lo que se terminaba concluyendo que el aumento de la cantidad de dinero aumentaba bien los precios o bien la producción. Esto es, la política monetaria (que influía, a través de distintos instrumentos, en la cantidad de dinero) era la clave y prácticamente no se consideraba que la política fiscal (los impuestos y el gasto público) tuvieran efecto sobre la producción y los precios.
Así se veía el mundo hasta que llegó la Gran Depresión (1929). Esta generó una gran caída de la producción y del empleo y se pensó que ello demostraba que la política monetaria no había servido para enfrentarse a dicho problema que, efectivamente, se prolongó en los Estados Unidos hasta 1933.
El que la política monetaria era, aparentemente, impotente se expresó de diversas maneras. Se dijo, por ejemplo, que “la política monetaria es como un hilo: sirve para tirar pero no para empujar” (no servía, pues, para aumentar, empujar, la actividad económica y, tras ella, el empleo), que “se puede conducir a un caballo hacia el agua pero no se le puede obligar a beber” (es decir, con la política monetaria se puede llevar a los empresarios hacia un entorno de facilidades crediticias, pero ello no garantiza que inviertan).
La consecuencia fue que la política monetaria perdió el protagonismo en favor de la política fiscal. Esta podía aumentar la actividad económica a través de, por ejemplo, el gasto público en carreteras que generara actividad e incrementara el empleo sin afectar mayormente a los precios que, al decir de Keynes, eran bastante rígidos y dependían de los costes y no de la política monetaria, pues de alguna manera ésta (su efecto sobre la cantidad de dinero) se compensaba con la velocidad, que no era estable y “se mueve en una u otra dirección, respondiendo a los cambios en la cantidad de dinero o en los ingresos”.
La contrarrevolución monetarista y Friedman
Si las cosas eran así, lo esperable es que tras la Segunda Guerra Mundial disminuyera la actividad, al cesar el gasto público relacionado con la guerra, pero esto no ocurrió. Ahora bien, una anomalía no hace verano y en principio no había que preocuparse. El problema es que hubo más pruebas en contra de la visión de Keynes. Aquí es dónde aparece Friedman.
Su primera aportación es de 1956 y consiste en un libro en el que se recogen diversos “Estudios sobre la teoría cuantitativa del dinero”, elaborados por diversos miembros de su famoso Taller sobre Banca y Moneda y encabezados por un artículo suyo con el que se “logró restablecer la respetabilidad académica de la teoría cuantitativa clásica”. El siguiente paso lo da en compañía de Ana Schwartz, que trabajaba en el National Bureau of Economic Research (NBER) y colaboró con Friedman en una obra monumental de tres tomos, dedicada a la “Historia monetaria de los Estados Unidos”, cuyo primer volumen se publicó en 1963. Antes de dicha obra se pensaba, como ya se ha señalado, que la política monetaria no había servido de nada en la Gran Depresión y lo que se muestra en esta obra es que la política monetaria había sido empleada en el sentido inverso al aconsejado en dicha situación.
Así, volviendo a la teoría cuantitativa, si disminuye la actividad económica (la Y) lo propio es incrementarla mediante el aumento de cantidad de dinero (la M) y lo que se hizo fue lo contrario: se redujo la cantidad de dinero en un tercio desde 1929 a 1933. Por otra parte, ese mismo año publica, junto con David Meiselman, un artículo importante sobre la velocidad (recuérdese que es una de las cuatro variables de la teoría cuantitativa) que iba en contra de la visión keynesiana dominante.
La siguiente prueba vino a mediados de los sesenta y tuvo que ver de nuevo con los hechos. En 1966 se combinó en los Estados Unidos una política monetaria restrictiva (no aumentó la cantidad de dinero) con una política fiscal expansiva. De acuerdo con su visión de las cosas, los keynesianos pensaron que se iba a imponer el efecto de la política fiscal, con lo que se mantendría la expansión en 1967, pero terminó imponiéndose la política monetaria y cayó la actividad económica, tal como predecían los monetaristas. En 1967 Friedman plantea ante la Asociación Económica sus ideas respecto a la política macroeconómica y, al final, la visión monetarista del mundo terminó abriéndose paso.
En esa visión hay, entre otras, una ideas clave: “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario en el sentido de que es y sólo puede ser producida por un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción”. Otra idea fundamental es que, siendo la política monetaria muy importante, debemos tener cuidado con ella: “Corremos el peligro de pedirle a la política monetaria que haga más de lo que puede hacer… y, como resultado de ello, corremos el peligro de impedirle hacer lo que sí puede hacer”.
A juicio de Friedman, a pesar de que sabemos más de lo que sabíamos, las incertidumbres existentes respecto a la relación entre el dinero, la producción y los precios nos deberían llevar a trabajar con una regla basada en el crecimiento monetario estable: “una tasa de crecimiento monetario estable a un nivel moderado puede proveer el marco dentro del cual un país puede tener poca inflación y mucho crecimiento. No producirá la estabilidad perfecta; no producirá el cielo en la tierra pero puede hacer una contribución importante para una sociedad económica estable”.
Sobre el autor:
Cándido Pañeda, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo.
Artículo original publicado en LNE y actualizado para su publicación en Sintetia