Empiezo a escribir este artículo sin ponerle nombre (lo pondré cuando lo acabe), y no sé si es por inseguridad, desconfianza o sencillamente ignorancia. Empiezo a escribir tras haber visto el video El Código de la Amazonia y comprobar cómo mi cabeza se llena de preguntas. El Código de la Amazonia describe el trabajo de Daniel Everett con el pueblo de los Piraha y el estudio de su singular idioma. Everett llegó a los Piraha decenas de años atrás como misionero con su familia, pero progresivamente fue perdiendo la fe y centrando su trabajo en la parte etnográfica de sus visitas.
Everett parece haber descubierto en el lenguaje de los Piraha algunas pruebas que ponen en entredicho la Gramática Universal de Noam Chomsky. Chomsky determinó que existe un componente biológico en el lenguaje humano que hace que existan principios comunes a todas las lenguas, independientemente del contacto que hayan tenido entre sí. Uno de esos principios es la existencia en todas las lenguas de la recursividad, o la capacidad de autoreferenciarse en un proceso lingüístico. Esto es gracias a que la gramática permite crear un número ilimitado de construcciones sintácticas a partir de unas reglas y elementos limitados. Así, por ejemplo, yo puedo decir: “Juan fue al cine” y a partir de ahí continuar: “Juan dice que fue al cien”, “Juan dice que dice que fue al cine”… o por ejemplo construir oraciones complejas con referenciación: “las mujeres que compraban en los almacenes estaban tomando café”.
La recursividad es clave para una comprensión compleja del presente, de la realidad, pero también para proyectarnos al futuro y explicar el pasado. Pues bien, Everett afirma que el pueblo Piraha no utiliza la recursividad en su idioma, con lo que aparentemente la teoría de Chomsky queda en entredicho. Además, Everett parece constatar que el pueblo Piraha no utiliza verbos de pasado o de futuro, todos son de presente, pero que sin embargo son absolutamente eficaces a la hora de conocer su entorno. Para Everett el lenguaje es más una herramienta que un instinto, por lo que éste se adecua a las necesidades de un pueblo.
Frente al componente genético que predica la Gramática Universal de la facultad del lenguaje, Everett habla de una respuesta al entorno, de una adaptación del lenguaje a la cultura de un pueblo. Como digo las preguntas no hacen más que aparecer.
No soy lingüista, por lo que no puedo decir cuál de las dos teorías es la correcta, pero me interesa la de Daniel Everett por lo que tiene implícito. Tengamos en cuenta que llaman a la gramática Piraha la “gramática de la felicidad” por su ausencia de verbos en pasado y futuro, por su deseo de asumir y aceptar sobre todo el presente. La utilización de un lenguaje y una gramática recursiva nos hace enriquecer nuestro lenguaje, nuestra comprensión de un entorno complejo y nuestra capacidad de proyectarnos en el tiempo. Al aceptarnos como seres históricos somos capaces de comprender y aprender del pasado y proyectarnos hacia un futuro planeado. ¿Es posible que la innovación requiera de una gramática recursiva? ¿Es posible que desarrollar esa comprensión compleja de la realidad sea básico para desarrollar proyectos de innovación? Y además, ¿es posible que sólo desde un sentimiento de infelicidad del presente tenga sentido la innovación?
La sociedad occidental vive en la promesa constante, en la búsqueda de un mundo mejor. Sin estudiar las distintas gramáticas y pueblos, desde mi punto de vista hay una doble vía de influencia de la cultura en la lengua y de la lengua en la cultura. Creo que hay una lengua que se moldea en base a una cultura (comprensión de la realidad) que hace a esa lengua útil, y una cultura que es moldeada por una lengua que pone límites a la comprensión de esa realidad. El lenguaje Piraha, por ejemplo, carece de números y colores, pero es muy útil para conocer de manera exhaustiva su entorno. En el mundo occidental los números y los colores son básicos.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Qué determina a qué, el lenguaje a la cultura o la cultura al lenguaje? Como digo puede que haya un poco de todo, aunque los lingüistas me tachen de simplista (y seguro que con razón). Vivir una sociedad con historia, o mejor, vivir en una sociedad que es consciente de que tiene historia hace que el conocimiento se acumule y que esté en constante progreso. Vivir en una sociedad siempre en presente le hace asumir que la evolución y el progreso es un accidente que no pueden controlar.
Mientras escribo esto veo en la televisión, silenciada, imágenes del enésimo intento de saltar la valla de Melilla. Paro un momento de escribir, miro las imágenes, pienso y corro a apuntar una frase que me surge en la cabeza: ellos tratan de construir su futuro, nosotros primero intentamos mantener nuestro presente, y ahora tratamos de recuperar nuestro pasado.
Esta sociedad occidental, con su lenguaje tan complejo y sus privilegios, ha estado viviendo un presente prestado, en una sociedad del bienestar que no requería de un lenguaje recursivo, sino políticamente discursivo. Con la crisis hemos luchado por mantener ese presente que se nos escapaba de las manos, hemos gritado por unos derechos que creíamos nuestros y que no siempre hemos reconocido en el otro. Cuando la crisis avanzaba, veíamos que la realidad iba cambiando y exigíamos volver a nuestro pasado, olvidándonos del futuro, que no nos interesa porque sus promesas no son las que esperábamos. Y de pronto, nosotros, que nos hemos convertido casi en una sociedad sin futuro, porque preferimos luchar por nuestro pasado, vemos cómodamente sentados en nuestras casas cómo cientos de personas trepan vallas y conciencias para construirse un futuro porque su pasado está muerto.
Como con dos buenos amigos, Giselle y Nico, uruguaya ella y argentino él. Pareja que vienen a visitarme aprovechando unas conferencias que tienen que dar en España. Siempre me gusta hablar con ellos. A Giselle la conozco desde hace años. En una ocasión, estando yo en Argentina, le dije que por qué no venía a España, que con su talento seguro que triunfaba. Nunca, Juan, me contestó, acá estoy constantemente fuera de mi zona de confort, la realidad me obliga a ello, a superar retos constantes. Allá encontraría enseguida esa zona de confort y me sería más difícil enfrentarme a esa superación constante. Aprendo mucho de mis amigos.
Vamos en tranvía y hablamos de su país. Allí el tren fracasó, dicen, acá tienen ustedes exceso de infraestructuras, allá casi sólo podemos desplazarnos en auto en algunas zonas. Me siento un poco estúpido pensando en la forma tan ineficaz que tenemos de administrar nuestros recursos. Pienso que Sudamérica también es una zona que busca construir un futuro y sobrevivir su presente.
Nuestra economía, nuestra innovación, nuestra realidad pasada, presente y futura vive de una gramática recursiva y de una comprensión exhaustiva del tiempo y el espacio. Vivimos tratando de mantener el pasado en el presente, pero al mismo tiempo prometiendo futuro a los inversores, a los emprendedores, a los estudiantes, a los trabajadores… Hablaba con mi padre el otro día.
Mi padre, ya jubilado, era metre de hotel y jefe de sala en restaurantes. Era de la vieja escuela, de los que empezaron desde abajo como ayudante de camarero, los que trinchaban un pollo delante del cliente o le pelaban las gambas con cubiertos si así lo pedía. Era un trabajo que compensaba por sí mismo, del que obtenías un reconocimiento y una compensación inmediata, era un trabajo artesano. Mi padre fue en una época metre del Club La Guardia, en Javea, un centro turístico de lujo con pistas de tenis, piscinas y un magnífico restaurante donde viví de niño. Cualquiera de los ayudantes que tenía entonces, me dice mi padre, sería mejor que el 90% de los metres de cualquier hotel de Benidorm de hoy. Y no puedo sino confirmar esa afirmación. Ya no buscamos la felicidad en el trabajo presente, sino que esperamos construirla con la recompensa futura (el sueldo).
Como se ve son reflexiones confusas, que a veces ponen el acento en el pasado, otras en el presente y en ocasiones en el futuro. Son reflexiones que parten de un pueblo amazónico y recorren occidente y Sudamérica. Son reflexiones contradictorias que me sorprendería si construyen al final un discurso coherente, una teoría consistente. Reflexiones que, como digo, nacen del pueblo Piraha.
Y puede que el pueblo Piraha sea un símbolo, puede que Everett en lugar de un descubrimiento etnográfico haya hecho un descubrimiento moral. No sé si es un pueblo feliz por sólo vivir en el presente. No soy muy rousseauniano ni defiendo el mito del buen salvaje, creo que el cambio es bueno, la innovación es buena y la sociedad occidental es intrínsecamente buena. Creo que la comprensión de la realidad como hecho temporal con un pasado, un presente y un futuro es esencial para el bienestar del ser humano, pero eso no quita que cada vez que veo, oigo o leo sobre pueblos o hechos como los del pueblo Piraha me haga preguntas que, como ven, tienen vida propia y van más allá de un límite razonable, convirtiéndose en divagaciones.