Los últimos 3 años han sido francamente raros, por decirlo de una manera suave. Hemos pasado por una pandemia, tormentas históricas de nieve y seguimos con una guerra que no debería haberse iniciado nunca. Tiempos inciertos en los que nos despertamos sin saber qué va a pasar al precio de megavatio hora, el precio del gas, e incluso el precio de la carne, el pescado y la fruta. Donde faltan microchips y las cadenas de logística y suministro están rotas o tienen problemas. Y para soportarlo, nos piden ser resilientes, o como digo yo, tener paciencia, mucha paciencia y creatividad para poder solucionar los problemas. Curiosamente este es uno de los llamados “soft skills” más requeridos actualmente: la capacidad de adaptación, o de improvisación.
Leía recientemente sobre una disciplina encargada en maximizar las posibilidades de éxito a la hora de gestionar problemas sin precedentes. Las cosas raras. Y lo cierto es que, de esas, hemos tenido unas cuentas en estos últimos años. Ya no sé si en las empresas podemos hablar de estrategias a largo plazo, porque la realidad es que cualquier estrategia se revienta escuchando un telediario o leyendo un periódico. El mundo cambia, pero a una velocidad de vértigo. Y está claro que esto hace que afloren nuevas habilidades de gestión y de dirección que dan para otro artículo.
Si algo positivo hemos sacado de la pandemia es la aceleración de la llamada transformación digital. Transformación en la que estábamos inmersas todas las empresas, pero que creo que ahora, se ha democratizado en mayor o menor medida.
Y en este ambiente de incertidumbre o volatilidad vengo yo a hablar de futuro. De un futuro que todavía no ha llegado y de un futuro que ya tenemos encima. Del futuro de la movilidad, para ser más precisos, que en realidad es a lo que dedico gran parte de mi agenda.
Lo primero que tenemos que preguntarnos es si los usuarios van a moverse de la misma forma que lo hacían en los momentos previos a esta crisis sanitaria. Las cosas han cambiado y debemos aprovechar la oportunidad de todo lo aprendido para trabajar en desarrollar nuevos modelos de movilidad.
Me gusta denominarla la Movilidad Inteligente porque será una movilidad: segura, intermodal, conectada y elegible.
Hay procesos que han venido para quedarse. Aprendimos que es posible teletrabajar y mantener reuniones con gente que puede estar viviendo a miles de kilómetros de nosotros. Nos hemos familiarizado con términos como webinars. Incluso, muchas empresas, comienzan a estudiar o valorar el prescindir o reducir sus oficinas físicas, buscando una optimización de costes. Realizamos compras por internet, incluso visitamos museos telemáticamente. En contrapartida, es cierto que añoramos relacionarnos, viajar y disfrutar el tiempo con amigos, entre otras cosas.
Se avecina la necesidad de ser ingeniosos para adaptar la movilidad a lo que las ciudades y nuestros usuarios van a requerir.
Y aquí es donde vamos a ver como las distintas herramientas tecnológicas nos ayudan en este camino o incluso nos van a penalizar.
Quizás, una de las cosas que puede que vaya contra mi negocio es que la movilidad del futuro sea la no movilidad. Pensemos: si el metaverso nos va a permitir visitar países, museos e incluso vivir en mundos paralelos hechos a medida. Esto lo podremos hacer confortablemente desde nuestros hogares, así que el futuro de la movilidad en el metaverso, nos llevará a la no movilidad física. Vamos a tener que gestionar los modos de transporte que existan en los mundos del metaverso. Que por otra parte parece un reto apasionante.
Y, ¿cómo se transformarán los viajes largos? Seguramente llegaremos a cualquier punto del mundo en menos de una hora. Esos viajes que te pueden llevar un día entero, se podrán realizar en apenas una hora. Y ¿cómo? Se despegará de un punto determinado, se subirá a altura suficiente de la atmósfera para que esta no ponga resistencia y se dirigirá al destino a velocidades elevadísimas, aterrizando de nuevo en vertical. Me consta que ya hay empresas invirtiendo en ello. Esto está a la vuelta de la esquina.
Los viajes a la Luna se volverán a retomar. Con un desarrollo de infraestructuras que nos permita poder establecernos allí. Y esto abrirá un aspecto importantísimo que habrá que regular. En 1967 se estableció el tratado del Espacio Exterior que no dejaba espacio a la interpretación: ninguna nación puede, bajo ningún concepto, reclamar la propiedad de una estrella o de un cuerpo celeste. En base a esto, la Luna no pertenece a nadie. Pero con la entrada de empresas privadas en la exploración lunar, hay voces que reclaman una actualización de aquel acuerdo.
Si seguimos necesitando movernos en nuestro planeta tierra —que será así—, y con la necesidad además de seguir luchando contra los efectos del cambio climático, es innegable que el transporte público va a ser un elemento esencial de esta movilidad, la que sea, la que quede.
Vemos cómo la inteligencia artificial está presente en soluciones de movilidad y estará presente en el futuro. En la página del Parlamento Europeo encontramos la siguiente definición: “la inteligencia artificial es la habilidad de una máquina de presentar las mismas capacidades que los seres humanos, como el razonamiento, el aprendizaje, la creatividad y la capacidad de planear”.
También nos resaltan que: el 61 % de los europeos está a favor de la IA y de los robots, pero el 88 % cree que necesitan un cuidado particular, por lo que más que nunca es necesario trabajar en políticas regulatorias y éticas.
Pero lo cierto, es que toda la industria del transporte, nuestra industria, desde los fabricantes de coches, el ferrocarril, los metros y otros, están empezando a implementar soluciones basadas en IA.
El desarrollo de la IA está muy centrado en el desarrollo del vehículo autónomo. Las compañías trabajan en diferentes proyectos relacionados con el Big Data, la movilidad conectada e inteligente y están creando diversas apps asociadas a ello.
Según un informe de Microsoft en 2030, el 15 % de los nuevos vehículos ya serán autónomos.
Pero lo que me parece más importante es que la capacidad de procesamiento de los millones y millones de datos que generan los distintos sensores del vehículo. Permitirán implementar procesos de mantenimiento predictivo, y con ello, permitirán aumentar la seguridad del viaje. En definitiva, un coche inteligente. En poco tiempo veremos coches sin conductor en los que los habitáculos se adapten según las necesidades.
Pero ya están abiertos debates éticos a los que tendremos que dar respuesta más pronto que tarde.
También veremos a corto plazo los drones capaces de transportar a pasajeros. Ya se estudia en algunas ciudades rutas especiales que permitan poner en marcha los aero-táxis, si es que se van a llamar así.
Nos moveremos bajo la premisa de solicitar el servicio según el uso que le queramos dar. Cada vez compartiremos más. Vivimos en el mundo de la hiperconectividad. En definitiva, un futuro apasionante que yo no me quiero perder.