Milton Friedman (Nueva York, 1912) es uno de los economistas de la segunda mitad del siglo XX que más ha influido en lo que se refiere a cómo vemos la política macroeconómica y, además, es, sin duda, el economista que ha generado más polémicas en dicho medio siglo. Impulsor de la escuela de Chicago, ensayista sólido y brillante que (junto con su esposa Rose) nos anima a disfrutar de la libertad de elegir y la vincula al capitalismo (Libertad para elegir –1980-, Capitalismo y libertad –1982-), se ha convertido en el demonio para todos aquellos que tienen miedo al mercado. Sin embargo, como Friedman señala muy oportunamente en el capítulo 16 de su autobiografía toda esa actividad ensayística ha sido una ocupación accesoria, no su vocación. Pues bien, en lo que sigue nos centraremos en esta última faceta: su obra académica, que es menos conocida por el público en general pero que ha sido mucho más relevante para la economía. Por razones de espacio, sólo abordaremos tres (las menos conocidas) de sus cinco líneas de investigación: su libro sobre el consumo y la renta permanente, su artículo sobre la metodología de la economía y su artículo en favor de los tipos de cambio flexibles.
El consumo y la renta permanente
Empezamos por su libro de 1957 Una teoría de la función de consumo porque, dicho en sus palabras, “la he considerado desde hace mucho tiempo como mi mejor contribución puramente científica, aunque no sea la que más influencia ha tenido”. Tal y como él señala, “El tema central del libro es, de una forma desconcertante, obvio. La gente no decide cuanto gastará en consumo cada día o semana o año en función de lo que obtiene como renta en tal día, semana o año sino sobre la base de alguna expectativa de largo plazo respecto a la cantidad de la que dispondrá para el gasto”; es decir, nuestro consumo de hoy depende no de nuestro ingreso de hoy sino de nuestro ingreso permanente, de lo que esperamos ganar en promedio a largo plazo. La idea sería obvia, pero lo cierto es que nadie la puso sobre la mesa hasta los años cincuenta del pasado siglo, cuando se publica este libro y, también, cuando, en paralelo, Modigliani (Premio Nobel del año 1985) y Brumberg la formulan con otro nombre: la teoría del consumo basada en el ciclo vital (los consumidores planifican su consumo no día a día sino a largo plazo, para toda su vida).
El libro sobre el consumo y la renta permanente es importante por lo que dice (por ejemplo, afectaba claramente a la ortodoxia keynesiana entonces reinante), por cómo lo dice (aplicando su metodología) y, también, por los caminos que abre: “…una de las principales consecuencias es que animará a la gente a pensar en direcciones nuevas y caminos nuevos que posiblemente no se puedan concretar por anticipado… Ello constituye, a la vez, el atractivo y la justificación de lo que nos jactamos en denominar investigación “pura””.
La metodología de la economía
El resto de su obra es, como la anterior, rompedora (en el sentido de que abre nuevos caminos), pero, además, genera polémicas sin fin. En 1953, en su libro Ensayos sobre economía positiva incluye dos artículos que se han convertido en clásicos. El primero se dedica a “La metodología de la economía positiva”. La polémica se derivó de su afirmación de que vale cualquier hipótesis que prediga bien. Dicho de otra manera, si uno predice que el precio de la merluza subirá como consecuencia de a) la disminución de los desembarcos en un determinado puerto, y b) el buen humor del alcalde, y si en ambos casos resulta que, efectivamente, sube el precio de la merluza, uno puede quedarse con cualquiera de ambas hipótesis (la a o la b) ya que las dos son igual de válidas, al medirse su valor únicamente por su capacidad de predicción.
Esta forma de ver las cosas tiene un marcado carácter instrumentalista (las hipótesis son únicamente instrumentos para predecir) y va en contra de la intuición (todo el mundo sabe que si hay menos desembarcos de merluza cae la oferta y sube el precio, pero no sabemos gran cosa sobre los efectos económicos del buen humor del alcalde; por ello, en general preferimos la opción a). Respecto a este planteamiento de Friedman, procede decir, como mínimo, tres cosas:
..: primera, que ha tenido una influencia enorme en la ciencia económica;
..: segunda, que no es tan sencilla como se piensa (y que, consecuentemente, no está tan muerta como se cree);
..: tercera, que realmente lo que Friedman quería decir no era lo que dijo en ese artículo de 1953 sino lo que ya había dicho en 1947: “mi tesis central era que «la prueba fundamental de la validez de una teoría no es su conformidad con los cánones de la lógica formal sino su capacidad para deducir hechos que todavía no han sido observados, que se pueden contradecir con las observaciones, y que las posteriores observaciones no contradicen””. En definitiva, que básicamente Friedman jugaba a un juego muy sensato: al juego de las conjeturas y las refutaciones de Popper.
La defensa de los tipos de cambio flexibles, el papel del economista y del FMI
El segundo artículo trascendental incluido en el libro ya citado es “las razones a favor de los tipos de cambio flexibles”. La gracia de este artículo reside en el qué (su contenido) y en el cuándo, ya que Friedman fue uno de los pocos defensores de los tipos de cambio flexibles en unos tiempos en los que reinaba absolutamente el tipo de cambio fijo y ajustable, como consecuencia del sistema instaurado en la Conferencia celebrada en Bretton-Woods (1944), de la que surge también (como una de las piezas centrales del sistema y justamente para hacerlo viable) el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El tipo de cambio es el precio de una moneda en términos de otra (por ejemplo, los dólares que vale un euro) y, consecuentemente, como cualquier otro precio se puede determinar en función de la oferta y la demanda. En este caso, el tipo de cambio sube y baja según los dictados del mercado y, por ello, hablamos de un tipo flexible. Lo contrario es un tipo de cambio fijo, en el que el precio de una moneda en términos de otra se mantiene fijo (las 60 pesetas del dólar de los que vivimos en la España de Cuéntame). Friedman cree en el mercado y, consecuentemente, se manifiesta a favor del mismo en todos los aspectos, incluido en el relacionado con el mercado de divisas.
El Sistema de Bretton-Woods nos iba a hacer felices porque reunía, aparentemente, lo mejor de los tipos fijos (estabilidad) y los tipos flexibles (posibilidad de ajuste), pero lo cierto es que entró en crisis y se derrumbó el 15 de agosto de 1971.
Friedman obtuvo dos lecciones muy importantes de esta experiencia. La primera se relaciona con el papel de los economistas pioneros: “Desde hace mucho tiempo he pensado que no influimos en el curso de las cosas persuadiendo a la gente de que estamos en lo correcto cuando hacemos lo que ellos consideran propuestas radicales. En su lugar, ejercemos influencia haciendo que se disponga de opciones cuando se precisa hacer algo, en tiempos de crisis. Una crisis de este tipo se presentó en 1971. Si la alternativa de los tipos de cambio flexibles no hubiera sido analizada en detalle en la literatura académica… no está claro cual hubiera sido la solución que se habría adoptado”.
La segunda lección es la relacionada con “la inmortalidad de las organizaciones burocráticas”: “Cuando se derrumbó el sistema de tipos de cambio fijos, el FMI dejó de tener sentido. Se debería haber abolido, pero, por supuesto, no se suprimió. En vez de ello, se recreó a si mismo en forma de un joven banco mundial que facilita préstamos y asesoramiento a los países que tienen problemas de balanza de pagos y de otro tipo. En mi opinión, ha hecho mucho daño al proseguir con tales actividades, pero ello no le ha impedido crecer en tamaño y lograr más prestigio”.
Como se ve, al igual que ocurre con España, hay muchos Friedman dentro de la cabeza de ese Nobel de Economía del año 1976 llamado Milton.
Sobre el autor:
Cándido Pañeda, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo.
Artículo original publicado en LNE y cedido a Sintetia