El arte es un legado que nos permite conocer el florecimiento de las civilizaciones, sus historias y leyendas. El artista es la esencia de lo sublime de lo humano, trascendiendo de las funciones útiles de supervivencia.
El arte tiene múltiples representaciones, por sí mismo, adoptando formas multisensoriales como el cine, la pintura, las letras, la escultura… Pero también posee la habilidad de esconderse tras objetos cotidianos, aportando ornamentación y estética y dotando de unicidad lo útil.
Además, tiene la peculiaridad de ser un concepto muy amplio y bello en su conjunto, pero en su atomización, cada elemento tiene la capacidad de horrorizar, fascinar o dejar indiferente, según el observador y el momento.
Sea cual sea la modalidad o el estilo, hasta hace bien poco y sin contar el arte oculto en la propia naturaleza, toda obra de arte albergaba el sentimiento de su autor: contando una historia, escondiendo secretos confesables e inconfesables, desnudando su mente y habilidades frente a su público.
En los últimos años, las herramientas de Inteligencia Artificial (IA) han avanzado de tal manera que la generación de contenidos, ya sea en formato texto, visual o argumental, hace tremendamente complicado calificar si el origen es un microchip recalentado o un corazón roto.
He tenido la inmensa suerte de crecer en una familia con multitud de intereses e inquietudes y una de mis tías destaca en la dramaturgia. En una ocasión me dijo que lo que un escritor plasma son piezas de su realidad, de las diferentes aristas de su personalidad, de sus vivencias y aspiraciones, de sus secretos y anhelos. Y cada vez que leo un libro, escucho una canción, observo un cuadro, sigo la trama de una película… recuerdo a su autor.
El artista tiene un proceso. El artista es imperfecto y la obra también, lo que es parte de su encanto. El artista transcurre en una línea temporal vital, evoluciona y le pasan cosas. El artista se contradice con su pasado, se redescubre. En definitiva, el artista nace, crece, se reproduce y muere y por el camino llora, ríe, salta, cae y se levanta. Es humano.
Que una IA tiene un contexto recogiendo infinidad de datos, es innegable. Que recoge emociones humanas reconociéndolas mediante patrones, cierto es. Que evoluciona con el tiempo, también. Pero está construyendo su relato en base a una colección de sentimientos y situaciones colectivas.
Estamos agregando nuestra colección de sensaciones y sirviéndola “as a Service”, simplificando las vivencias y la representación, con un narrador externo que en el fondo no entiende la trama que verbaliza. ¿Empatizaremos con la obra? Seguro, y reconozco haber disfrutado de composiciones visuales que me han fascinado desde la estética.
Pero seguiré prefiriendo la etiqueta “hecho por humanos”, por artistas, porque el arte no solo va de los sentimientos que nos provoca, si no de los que lo han generado y el contexto que en ellos queda reflejado.
Pero la generación de contenido va más allá del arte. Resulta que, en algún lugar del mundo, ya hemos llegado a la conclusión de que los influencers virtuales son mucho mejores que los reales: siempre disponibles, juventud infinita, parametrizables según el observante, constantes y ajenos a escándalos… pero no es sino la gracia, ¿que a la gente le pasen cosas? ¿Qué evolucionen? También nos gustaría de los reales que muestren también luces y sombras. No todo son yates, desfiles y notoriedad.
Dicho esto, me encanta que podamos alcanzar estas capacidades tecnológicas y reflexionar en la filosofía del uso que vamos a dar de ellas. Por otro lado, me entusiasma el enorme potencial en términos de divulgación, donde el contenido exige rigurosidad y argumentación en la explicación y adaptación al lector, siempre que consigamos un control razonable de los sesgos y sirva como medio para dar accesibilidad a información veraz y contrastada a un público deseoso de ella.
“Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuanto más se ve, más propia, más personal, más única se hace una vida.” (Rainer María Rilke)