Me estoy imaginando la escena, y todo lo que se parezca a la realidad será mera casualidad:
— ¿Y dice usted que con esto llamaremos la atención de los jóvenes?
— Si, Su Santidad. Se trata de hacer una aceleradora de startups, de empresas jóvenes, lideradas por jóvenes entusiastas, con ganas de cambiar el mundo, hacerlo mejor, más sano, más sostenible, más humano.
— ¿Y cómo se hace?
— Como se hace en todos los lugares del mundo: lanzamos un programa, unos retos a resolver, ponemos algo de dinero y les ponemos unos mentores.
— ¿Retos? ¿Y qué pinta el Vaticano?
— Les ofrecemos una oportunidad única para que todos los medios de comunicación, generalistas y especializados, conozcan y difundan nuestro proyecto. El Vaticano quiere un mundo más ético, ambientalmente más sostenible, que llegue a los pobres, que resuelva las vida de millones de personas en el mundo sin recursos a través del talento de los jóvenes. ¿Me va captando el mensaje?
— Si, ya lo estoy visionando. La palabra de Dios se convierte en un prototipo de esos, ¿cómo lo llaman?
— Un Mínimo Producto Viable
— ¡Eso! —y se empieza a reír. -Pero, una duda, ¿Y cuánto dinero hay que poner en esto?
— Poco, nosotros colaboramos con una empresa de inversión, para ellos este programa es un ventilador mundial de publicidad. Ellos pondrían el dinero, no más de 100.000 dólares por proyecto. A cambio se hacen con un porcentaje de los proyectos, les ponen unos mentores a los que las propias empresas pagan —ya lo decidirán ellos— o les dan también un porcentaje de la propiedad de las empresas. Si sale bien, luego invertirán fuerte en esas empresas y podrán recuperar su dinero. Si sale mal, que es lo más probable, al menos han hecho uno de los mejores programas de marketing con nosotros. Así que el Vaticano pone su imagen al servicio de los jóvenes y de un mundo mejor. Sólo podemos ganar.
— ¿Pero se puede crear una idea relevante, de esas de cambiar el mundo con 100.000 dólares?
— No, claramente. Se pueden probar cosas, y si funcionan ya se buscará la manera de rentabilizarlas, normalmente que alguien ya establecido las compre.
— ¿Y los jóvenes qué ganan?
—Entusiasmo, participar en este gran programa que lo conocerá todo el mundo. Mostrarán al mundo su capacidad emprendedora, su juventud arrolladora para cambiarlo y, seguro, algún día acabarán trabajando para una gran empresa o creando una propia. Les vendrá bien. Hoy esa narrativa de éxito se compra y se vende con mucha facilidad en cualquier parte del planeta. Y es algo apasionante para los jóvenes, lo han aceptado así, y nosotros se lo ponemos en bandeja.
— Ya entiendo, ¿y me puedes poner un ejemplo?
— Claro, vamos a usar el caso de Oliver Page, que lo conocemos bien. Es un emprendedor americano que vive en Roma, se ha decidido a crear la Uber de las motos, la gente compartiendo su moto por la ciudad. Menos motos circulando, menos contaminación y más colaboración entre las personas.
— Muy bueno, ¿el Uber de las motos puede nacer de nuestra incubadora de proyectos?
— ¡Exacto!
— Espero que sea algo distinto de Uber, leía que este año, a septiembre, ya perdían 1.700 millones de euros…
— Bueno, eso no es relevante en esta fase, Su Santidad. La clave es que surjan nuevos negocios. Y lo que más nos interesa a nosotros es que necesitamos emprendedores que resuelvan el problema de los pobres. Queremos negocios que hagan una vida mejor en aquellos lugares más necesitados.
— Eso sí me parece relevante. ¿Y qué podemos hacer por ellos?
— Lo más importante divulgar que existen. Hay empresas, como Protrash que compra basura a los pobres, la reciclan y la valorizan. Es una forma de hacer llegar dinero para comida y medicinas a las personas más vulnerables. Nosotros detectaremos estas iniciativas, y en colaboración con los socios de la aceleradora haremos que los mayores patrimonios y fondos de inversión puedan invertir en ellas (si les interesa).
— Claro, como nos decía el Cardenal Turkson: «Los hombres de negocios en realidad son socios de Dios en la creación al traer todos los recursos de la naturaleza para el uso y el bienestar de las personas humanas».
— No se puede decir mejor, Su Santidad.
— Entonces, para que me quede claro, dice usted que usando el emprendimiento, la incubadora, la aceleradora y aflorando iniciativas que nos parecen interesantes, ¿tendremos un gran acercamiento hacia nuestra comunidad cristiana?
— Creo que nos dará una imagen de modernidad y de economía humana realmente positiva.
— Adelante, me gusta la idea.
La fórmula parece siempre la misma: primero, una buena historia, siempre tiene que incluir cambiar el mundo, hacerlo más saludable, más humano y mejor. Después, un vehículo, una incubadora —tome unos embriones de ideas, a los que dar calor, mimos y mucho mentoring, sobre todo mentoring— o una aceleradora —dame los embriones ya un poco crecidos a ver si logramos acelerarlos hasta convertirlos en algo parecido a una empresa—. En tercer lugar, inversores por detrás, profesionales o amateurs, da igual. Pero que tengan mucho interés en que se les asocie con esa buena historia inicial (jóvenes, tecnologías, cambiar el mundo… y todo con mi dinero y mis mentores). Y, por último, un buen programa de difusión. Esto es clave, de hecho es lo más relevante: eventos, acuerdos con inversores para presentarles los nuevos embriones y ruido, mucho ruido. ¿Por qué ruido mediático? Porque es más fácil aparecer y ser leído en un medio de comunicación hoy si presentas un proyecto con startups que si pagas una página a todo color o muchos banners.
Sin entrar a valorar lo que hace el Vaticano, que a mi juicio es aprovechar el ventilador mediático que ofrecen las startups y los emprendedores, espero que al menos se cubran de los riesgos —por el bien de los jóvenes y su energía— que explicamos en La Burbuja Emprendedora, donde decíamos lo siguiente… y ahí lo dejo:
«Tenemos un problema cuando se puede cruzar un país de punta a punta entre aceleradoras, incubadoras, mentores, consultores, formadores o conferenciantes dedicados al mundo del emprendimiento. Son útiles, de hecho pueden ser determinantes para crear buenas empresas, pero solo si son excelentes, realmente profesionales. Y el problema es cuando son un nido de oportunistas que se apuntan a la última moda, sin saber que juegan con el patrimonio de las personas. Sus víctimas: quienes están en esa fase de valle de la muerte aunque no lo sepan, que necesitan emprender o salir del atolladero en el que se encuentran. Quieren lanzar un nuevo proyecto o tratar de salir de la barrera de corales y no saben cómo hacerlo. Leen libros, asisten a conferencias, cursos, ven tutoriales en YouTube que explican cómo hacer un MPV de plástico en dos minutos. Poco a poco se van metiendo en el halo emprendedor, van creciendo psicológicamente (les hablan de líderes, de deportistas, de salir de la zona de confort, de motivación, de Gates, Jobs, Zuckerberg…) y empiezan a dejarse embaucar:
- que si un porcentaje de mi empresa para quien me mentoriza, sin aportar un céntimo a la caja, solo por sus «servicios». Y cuando haya dinero (normalmente de préstamos) cobrará por sus honorarios y además tendrá un porcentaje de la empresa;
- que si pagar un buen dineral por asistir a cursos donde te venden que aprenderás muchísimo y luego sales como entras;
- que si pagas una buena comisión para conseguidores de financiación;
- que si pagas por tener una oficina que no necesitas;
- que si tienes que asistir a premios (muchos de ellos por compromisos con quien te asesora y te da cobijo a bajo coste pero que tiene que demostrar que hace muchas cosas por los emprendedores, como convocar premios y eventos), que suponen trabajo y esfuerzo (y te alejan de lo importante: tener producto y vender);
- que si presentar tu proyecto un centenar de veces en supuestos eventos para lograr inversión, con jurados repletos de profesionales que no invierten, un público que va allí a salir en la foto e inversores que están por compromiso, porque saben que allí no se cierran acuerdos relevantes de inversión;
- que si empresas que quieren ser tus socios industriales, es decir, socios que podrían hacer una parte de lo que pretendes con tu idea, te ayudan a conseguir financiación y luego la gastas en sus servicios.
» En definitiva, acabas creyendo que contar bien tu proyecto, tener mentores cerca que te presenten a personas «influyentes» y estar de sarao en sarao es tu trabajo como persona emprendedora que eres. Parece que si no estás en esa rueda no eres nadie ni lograrás nada. Pero todo este show te aleja de tu objetivo, te hace caer en manipulaciones y engaños y, sobre todo, te resta energía para crear una buena solución, aprender de tus clientes (actuales o potenciales), de tu competencia a la que tienes que estudiar con detalle, dedicar horas a trabajar con el equipo, en resumen, te aleja de lograr cosas palpables con las que, de verdad, conseguir atraer la atención de futuros inversores: el principal y el mayoritario, el cliente. El secundario, el financiero.
» Las empresas se construyen desde las «trincheras», haciendo, trabajando diariamente, rompiendo el puzzle y buscando los mecanismos necesarios para nunca perder cierta esencia, agilidad y velocidad (porque la velocidad es una de las variables clave en nuestra época)…