Con la resaca de la COP25 en Madrid, no creo que exista palabra más sobada que sostenibilidad. Sin embargo, desde mi punto de vista, en la actualidad más reciente se asocia sobremanera con una de sus dimensiones: la medioambiental no dando tanto peso a las otras dos, una porque se da por sentada y otra por considerarse de menor importancia.
La sostenibilidad tiene tres dimensiones importantes para lograr un mundo más habitable y largoplacista: económica, medioambiental y social.
Quizá la dimensión económica se da por sentado en la economía de mercado en la que estamos inmersos. Si queremos buscar soluciones a los problemas más acuciantes que dañan nuestro planeta y a los que en él habitamos debemos hacerlo desde un punto de vista rentable.
Aquí la innovación juega un papel decisivo, sólo apuntado al sector de energías renovables, que hace tan sólo unos años nos parecían una quimera, y que ahora se consolidan como fuentes de energía que compiten en eficiencia tranquilamente con las fuentes tradicionales se puede constatar el enorme valor añadido que la innovación aporta en la sostenibilidad.
La innovación en todas sus formas y maneras supone no dejar de lado ninguna propuesta, probar las opciones más remotas y buscar soluciones creativas a problemas imposibles.
En cuanto a la segunda, la dimensión medioambiental hoy por hoy no da opción a los negacionistas. Existe un clamor entre la comunidad científica sobre los cambios que se nos anuncian y que quedan fuera de todos los registros cíclicos vividos por el ser humano a partir de la industrialización.
Pero quizá la tercera dimensión, la social, sea la más olvidada de las dimensiones de la sostenibilidad. Y es que la gran debilidad de esta dimensión es la dificultad de medición y heterogeneidad.
El primer borrador de taxonomía verde recientemente publicada por el grupo de expertos de la Comisión Europea en junio, con sus 414 páginas y afrontando sólo una parte de los retos medioambientales no daría para relatar ni una décima parte de los problemas sociales que retan el estado de bienestar.
Esta dimensión social se puede observar además en tres puntos determinantes: la salud, el reto de los movimientos poblacionales y el reparto de los costes de transición.
Vaya para el tema de la salud este artículo científico que vincula directamente la contaminación ambiental con los ingresos hospitalarios pediátricos del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús.
Según refiere el estudio los niveles de contaminación atmosféricos tienen un impacto sobre los ingresos pediátricos generales y de patología respiratoria, sobre todo con el Dióxido de Nitrógeno (NO2). Cuando todavía se cuestionan políticas sobre control de la contaminación deberíamos asumir que estamos hablando de un tema sanitario y no sólo logístico y de confort. Aunque el sistema sanitario español mantiene una cobertura universal, tiene sentido reducir la contaminación ambiental para hacer de las ciudades un lugar saludable en el que vivir.
El reto de los movimientos poblacionales está directamente relacionado con la calidad de vida en los países con los que el continente europeo mantiene vecindad. Aunque los países que conforman Europa no están en el top de los rankings de países contaminantes sí que enfrentan un problema de presión migratoria que el cambio climático exacerbará.
El desarrollo económico de regiones fuera de nuestro ámbito geográfico nos afecta y mucho. Además, debiera tenerse en cuenta que no existiendo fronteras para la contaminación las externalidades positivas de generar cambios del modelo de crecimiento económico sostenibles se multiplicarán al servir de ejemplo para otros países.
El último aspecto de la dimensión social de la sostenibilidad es el reparto de los costes de transición. Y es aquí donde Monsieur Macron ha sufrido una bofetada que ha dejado a Francia atónita y que ha movilizado a otros países por el camino: los chalecos amarillos o “gilets jaunes”.
Aunque exista el movimiento “Fridays for future”, donde parte de la población reclama que la agenda climática se incluya en las decisiones políticas, los chalecos amarillos han dejado claro al presidente francés que tiene que analizar cómo un aumento de los precios de la energía afecta a los bolsillos menos abultados de su país. Que la crisis financiera de 2008 redujo la clase media europea y dejó a parte de la población al filo del abismo, y que aunque muchos cacareen que esa crisis se ha superado hay parte de la población que no ha recuperado, ni recuperará su capacidad de gasto previa.
Por lo tanto, una medida que podría denominarse positiva desde el punto de vista medioambiental debiera haberse articulado junto con medidas que aliviasen a esa recién estrenada “clase precaria”.
En este sentido, los ODS son un magnífico ejemplo que combina objetivos medioambientales sin olvidar el perfil social de los retos que afrontamos de la mano las sociedades y el planeta en el que habitamos, y que incluye en su explicación la muletilla “sin dejar a nadie atrás”. Los retos climáticos son decisivos y las políticas europeas, nacionales, regionales y locales deben incluirlos en sus agendas pero siempre atendiendo en su diseño a que las cargas que generen, si las hubiese, tengan una distribución socialmente aceptable.
1 Comentario
Gracias!
Llego año y medio haciendo investigación doctoral y tu artículo tenía justo lo que necesitaba para poder unificar muchas de las ideas dispersas!
Espero podamos coincidir más adelante.