Seguimos hoy nuestro recorrido en Sintetia sobre liberalismo punk tratando uno de los principios fundamentales y más controvertidos del movimiento liberal: la libertad económica. Una vez sentadas las bases de la naturaleza rompedora del liberalismo clásico en la actualidad, defendido el papel clave de las instituciones en su implantación y analizada su compleja relación con los impuestos, toca ahora reflexionar sobre la necesidad de autonomía de los individuos y las empresas para tomar sus propias decisiones económicas, con la menor interferencia posible del Estado.
No es la primera vez que escribimos sobre libertad económica en esta casa. En 2014 efectuamos un pasatiempo analítico, que repetimos en 2016 y en 2019, para poner en perspectiva el concepto de libertad económica que se define, valora y ordena en el ranking que regularmente publica la Fundación Heritage. El análisis comparativo de diversos indicadores globales de desarrollo económico, social y humano nos permitió formular una definición sobre lo que debería constituir una verdadera libertad económica: aquella en la que no sólo las transacciones económicas están libres de trabas y aseguradas jurídicamente, sino donde el resto de las libertades civiles disfrutan de un elevado grado de madurez en su ejercicio, materializándose todo ello en una ciudadanía próspera, longeva, saludable y bien educada.
Tales elementos constituyen, nada más y nada menos, los pilares del liberalismo que aquí defendemos con tanto entusiasmo. No obstante, aunque la libertad económica ha traído consigo una indudable prosperidad e innovación, es esencial reconocer que esta libertad tiene unas restricciones y limitaciones que deben tenerse en cuenta para garantizar una sociedad equilibrada y equitativa.
La liberad económica y sus beneficios
Desde una perspectiva histórica, el liberalismo económico surge en el siglo XVIII como una reacción al mercantilismo, sistema basado en el intervencionismo estatal, el proteccionismo comercial y el monopolio de las colonias. Los primeros economistas liberales, como Adam Smith, David Ricardo o Jean-Baptiste Say, criticaron las restricciones al comercio y la competencia, y defendieron la libre iniciativa, la división del trabajo y la ley de la oferta y la demanda como motores del progreso y la riqueza.
Desde una perspectiva filosófica, la libertad económica se fundamenta en la idea de que los individuos son libres e iguales en derechos, y que poseen una racionalidad que les permite buscar su propio interés y el bien común. Los filósofos liberales, como John Locke, Immanuel Kant o John Stuart Mill, argumentaron que el Estado debe respetar y garantizar los derechos naturales de las personas, como la vida, la libertad y la propiedad, y que solo debe intervenir para protegerlos de las agresiones externas o internas.
Por consiguiente, desde una perspectiva liberal, la libertad es un requisito indispensable para el desarrollo humano, y tiene múltiples dimensiones, entre ellas, la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad religiosa y el libre mercado. El ejercicio de estas libertades se garantiza en el marco de un estado democrático y de derecho, con respeto a la propiedad privada y también con separación y limitación constitucional de poderes.
En una economía liberal, el mercado es el mejor instrumento para asignar los recursos de forma eficiente, incentivar la innovación y la productividad, satisfacer las preferencias de los consumidores y facilitar el desarrollo personal:
- El mercado permite la mejor asignación posible de recursos a través de los precios, ya que éstos reflejan la escasez relativa de los bienes y servicios. Los precios también transmiten información sobre las preferencias de los consumidores y las oportunidades de producción, lo que permite a los productores adaptarse a las necesidades de su entorno.
- La historia ha demostrado que los países con mayores niveles de libertad económica tienden a experimentar un mayor crecimiento económico y prosperidad. La capacidad de los individuos y las empresas para participar libremente en actividades económicas fomenta la libertad y responsabilidad individual, la innovación, el espíritu empresarial y la competencia, lo que a su vez conduce a un aumento de la productividad y la riqueza.
- La autonomía económica del individuo se extiende a su vez a las decisiones sobre educación, carrera profesional e inversión, que son aspectos vitales de la libertad y la realización personales.
- Finalmente, el mercado facilita la cooperación voluntaria entre los agentes económicos, ya que cada intercambio es beneficioso para ambas partes. Se genera así un orden social espontáneo, basado en normas implícitas y en el respeto mutuo.
No es oro todo lo que reluce
Todos los beneficios anteriormente descritos vendrían siempre dados si viviéramos en un mundo perfecto. Sin embargo, el mercado, como cualquier fenómeno humano, no es un mecanismo perfecto ni justo, sino que está sujeto a fallos e imperfecciones que requieren de ajustes correctores externos, con el fin de prevenir y mitigar los desequilibrios sociales, ambientales y financieros asociados a tales imperfecciones. En este punto es donde se produce la intervención estatal.
- En primer lugar, sabemos que el libre mercado no siempre genera una asignación óptima de los recursos, ya que existen situaciones que impiden alcanzar un equilibrio entre oferta y demanda, perjudicando a los consumidores, como la existencia de bienes públicos, externalidades, monopolios, asimetrías de información y mercados incompletos.
- La falta de libre competencia, en concreto, favorece la concentración del poder económico en unas pocas empresas que dominan el mercado y abusan de su posición. Estas empresas pueden fijar precios por encima del coste marginal, reducir la calidad y la variedad de los productos, y obstaculizar la entrada de nuevos competidores. Las prácticas comerciales desleales, como el fraude, la colusión y la explotación laboral, pueden socavar los principios del libre mercado. Una regulación efectiva y leyes antimonopolio son esenciales para mantener la igualdad de condiciones y garantizar una competencia justa.
- Aunque la desigualdad es una consecuencia natural de la libertad responsable, los fallos de mercado no sometidos a regulación o mitigación acaban conduciendo a una desigualdad excesiva, que puede tener repercusiones sociales y políticas, erosionando el sentido de equidad y justicia en la sociedad, lo que puede acabar socavando la legitimidad del sistema liberal y dar paso a soluciones mucho más intervencionistas y autoritarias. Por ello, en cualquier estado moderno, se necesitan redes de seguridad social y programas de bienestar para proporcionar protección a quienes están en los márgenes del sistema, mucho más frágiles ante los cambios en el ciclo económico.
- No podemos olvidarnos tampoco de la sobreexplotación de los recursos naturales y la degradación ambiental que puede conllevar el ejercicio de una libertad económica absoluta. Por ello a menudo se necesitan regulaciones para proteger el medio ambiente y garantizar la sostenibilidad a largo plazo de los recursos.
No obstante, estos necesarios ajustes desde el sector público deben ser limitados y proporcionados a los desequilibrios que pretenden corregir, de lo contrario los acaba exacerbando. Un exceso de control e intervencionismo del Estado conduce a la parálisis de la iniciativa económica, al clientelismo, la saturación normativa, la arbitrariedad y el autoritarismo: distorsiona los precios y la asignación los recursos; reduce la equidad social y la competitividad de las empresas; genera incentivos perversos que socavan la calidad institucional y, de nuevo, la confianza en el sistema democrático; restringe las libertades individuales y colectivas, limitando el desarrollo humano y la innovación; crea dependencia y paternalismo, que desincentivan el esfuerzo personal, la responsabilidad social y la solidaridad.
Todo ello, a su vez, provoca la pérdida de legitimidad y credibilidad del Estado, lo que dificulta su capacidad para resolver los problemas públicos y para responder a las demandas y expectativas de los ciudadanos, generando una falsa necesidad de mayor intervención. En momentos de crisis, esa intervención excesiva acaba agravando la situación. Y vuelta empezar con la cantinela de siempre: “la culpa es del mercado”.
En el equilibrio se halla la virtud
La libertad económica, piedra angular del liberalismo, ha contribuido sin lugar a duda al progreso y la prosperidad de las sociedades de todo el mundo. Sin embargo, dicha libertad está sujeta a unos límites que debemos conocer y vigilar, límites que surgen de la necesidad de abordar con eficacia fenómenos como la desigualdad excesiva, los fallos del mercado, las preocupaciones ambientales, las redes de seguridad social y la falta de una competencia real. Lograr un equilibrio entre la libertad económica y la prevención y mitigación de estas limitaciones es la clave para crear una sociedad justa y equitativa.
La democracia liberal, cuando se practica con plena conciencia de estas limitaciones, fomenta el crecimiento económico, la autonomía individual y el progreso social a largo plazo. No hay otro régimen más efectivo para ello. El desafío radica en encontrar la combinación adecuada de libertad, calidad institucional e intervención pública que permita a las sociedades cosechar los beneficios del liberalismo y al mismo tiempo mitigar sus posibles desajustes sin necesidad de interferir necesariamente en todas las facetas de la vida del individuo. Un reto apasionante por el que merece la pena trabajar y luchar. En estos tiempos, parece hasta revolucionario.