Continuamos nuestra serie sobre los problemas en la medición del PIB. La primera parte trataba sobre el sesgo que introduce el error de medición en la calidad de los productos, y la puedes leer aquí:
Los problemas en la medición del PIB (I): el sesgo de calidad en el IPC.
El valor de la variedad
Detente un momento y piensa en la variedad de bienes o servicios que consumes o utilizas hoy al cabo de un mes. A continuación, intenta imaginar la variedad disponible para un ciudadano de clase media a finales del siglo XIX. Supón ahora que podemos comparar tu capacidad adquisitiva actual en términos de lo que consumía el ciudadano del siglo XIX. Tu renta actual es unas diez veces mayor que la de aquella época, pero tu consumo no es el mismo que el suyo multiplicado por diez. Es más, probablemente no consumas más agua, patatas, vino o pan que nuestro ancestral ciudadano. En vez de disponer solo de naranjas, uvas o manzanas, es muy probable que ahora consumas unas quince o veinte variedades de fruta a lo largo del año. Es más, hace cien años la clase media no disponía de relojes de pulsera, gafas, automóviles, conexión a Internet… ni antibióticos contra la tuberculosis.
Visto esto, intenta responder a la siguiente pregunta: ¿qué crees que ha proporcionado mayor bienestar material a la humanidad? ¿El simple aumento de la cantidad de bienes que consume o la mayor variedad y la aparición de nuevos tipos de bienes y servicios?
Un problema contable
El gusto por la variedad es un factor completamente ausente en el cálculo del PIB de un país. El problema se encuentra en que el cálculo del PIB se realiza bien a partir del precio de mercado de los bienes y servicios producidos o bien a partir del coste de sus factores de producción… pero ignora completamente el excedente del consumidor, es decir, la diferencia que existe entre lo que un consumidor paga por un producto y la satisfacción que le proporciona.
Aunque parezca trivial, razonemos a partir de un ejemplo con el color de la ropa. En un país solo se produce ropa verde, y los consumidores obtienen una satisfacción variable de ello: hay quien está muy contento con su camisa verde, pero hay quien estaría mucho más contento con una azul. Si la mitad de las empresas que producen las camisas pasan a tintarlas de azul por el mismo coste y precio, parte de la población se pasará al nuevo color. Contablemente, no ha sucedido nada; parte de la producción de tinte verde ahora es azul, pero si la tecnología de producción es la misma y todo el mundo sigue comprándose la misma cantidad de ropa al año, el PIB no ha cambiado. Pero el mero hecho de que parte de los consumidores hayan decidido cambiar de color revela que su satisfacción con el nuevo color es mayor, algo que escapa inadvertido en la contabilidad nacional del PIB.
Veamos un ejemplo mucho más serio y relevante. El agua, la sal y el azúcar eran elementos bien conocidos en África hace 50 años. Y el bicarbonato sódico era ya uno de los componentes más baratos de adquirir en el mercado mundial. Por separado, todos esos elementos eran de uso cotidiano incluso en un continente de renta baja; los habitantes de África obtenían una cierta utilidad de los mismos. Pero, ¿qué ocurre con la invención del suero alcalino? Según la Organización Mundial de la Salud, la mezcla de agua, sal, azúcar y bicarbonato sódico está salvando de la muerte por deshidratación a unos dos millones de niños al año. En términos de contabilidad nacional, la diferencia es inexistente, mientras que en términos de satisfacción humana la mejoría de la situación es incalculable.
La elasticidad de sustitución
Este problema no es, por supuesto, desconocido en economía, sino uno de sus temas centrales. Aunque su origen está en el campo de la microeconomía, su aplicación al comercio internacional ha dado muy buenos frutos, como el premio Nobel de Paul Krugman. Uno de los pilares centrales de la teoría moderna de la economía internacional es el gusto por la variedad de los consumidores: las personas prefieren diversificar la cesta de bienes que consumen, aún teniendo que asumir ciertos costes por ello. Este fenómeno es tan importante que incluso desbanca a las teorías clásicas del comercio internacional en capacidad explicativa de los flujos de comercio. El concepto clave del gusto por la variedad es la elasticidad de sustitución, que mide básicamente el esfuerzo que un consumidor está dispuesto a asumir para disfrutar de una mayor variedad. Si dicha elasticidad fuese inexistente… ¡ni siquiera habría comercio! Cada cual se conformaría con aquello que se produjese cerca de su casa. El enorme volumen de comercio internacional demuestra que la población está dispuesta a asumir un mayor coste para encontrar la variedad que mejor se adapta a su gusto o necesidad.
Christian Broda y David Weinstein han estimado recientemente el papel de las nuevas variedades en el bienestar en su artículo ”Globalization and the Gains from Variety”. Los resultados arrojan un sesgo al alza en el IPC de las importaciones estadounidenses cercano al 1% y cuantifican un impacto del 2,4% en el bienestar del consumidor a través de dicho efecto. Es necesario aclarar que el sesgo solo se calcula para las nuevas variedades de tipos de bienes ya existentes, así que deja por completo fuera del cálculo el aspecto más importante: ¿cómo valorar las nuevas categorías de bienes o servicios?
Para comprender mejor esto, os dejamos con dos preguntas. Imagina que el pasado viernes saliste a cenar con tu pareja y os gastasteis 40€. ¿Cuánto habrías estado dispuesto a pagar de más por dicha cena? Piensa ahora en tu conexión a Internet (que también cuesta, aproximadamente, 40€ mensuales) y lo que supondría no tenerla. ¿Cuánto más estarías dispuesto a pagar por no perderla?