Hace unos días, una triatleta española confesó que se había dopado. La noticia pasó relativamente desapercibida entre las noticias deportivas monotemáticas, y las noticias atronadoras que nos vienen desde la política. Esa confesión generó cierto debate entre algunos amigos ultradeportistas (los triatlones se les quedan pequeños), y en el que yo me metí cómo deportista de sillón. Para ellos, la imagen de Virginia (así se llama la triatleta) estaba manchada para siempre. La que probablemente podía haber pasado a la historia cómo la mejor triatleta española de la historia, ahora no era más que otra tramposa.
Sin embargo, yo siempre he pensado que la grandeza de las personas no se ve tanto en equivocarse poco, sino en saber cuando te has equivocado y rectificar. Es cierto que Virginia confiesa cuando la pillan, pero a mí, al menos su confesión y arrepentimiento me parecen sinceros (llamadme crédulo), y por lo tanto, loable.
Mis amigos ultradeportistas piensan nada menos igual que Clayton Chistensen. El considerado pensador más influyente de la actualidad dice en su último libro, «es más fácil mantenerte firme en tus principios un 100% que un 98% de las veces». Así que, ¿quién soy yo para llevarles la contraria?
Y tienen toda la razón, una vez te saltas tus propios valores, luego ya cada vez es más fácil hacerlo y las líneas rojas son móviles y opcionales. Una vez decides que doparte no está fuera de la línea roja, ¿por qué no lo vas a volver a hacer?
Está claro que yo no estoy para nada al nivel del «santón» de Christensen, o de mis amigos ultradeportistas. Sé que somos débiles y orgullosos, y por eso me impresiona tanto la capacidad de reconocer errores y asumir las consecuencias. Algo que por otra parte brilla por su ausencia en el mundo actual.
A estas alturas, creo que ya hemos asumido todos que estamos también en una crisis de valores, ¿pero qué estamos haciendo al respecto? Quiero decir, ya sabemos que hay muchas cosas podridas, y está claro que ya nadie espera que alguien se ponga detrás de un micrófono y reconozca que se llevó el dinero, que falsificó los libros o que se equivocó con tal política, al menos, los que están en el poder actualmente, pero ¿qué hay de los que heredarán el mundo?
Y digo esto porque está claro que no podemos pedir el mismo nivel de responsabilidad a los que ejercen que a los que no, pero ¿qué nivel de exigencia se están poniendo las nuevas generaciones en cuanto a sus valores dentro de la empresa? Estamos en un momento en el que los emprendedores parecen la gran esperanza blanca, son los que nos sacarán de esta crisis económica y de valores. Y no me malinterpretéis, hemos tenido que inventarnos el término emprendedor social para representar un movimiento nuevo de gente que utiliza «armas» empresariales para proyectos sociales, por lo que hay mucha gente muy comprometida en las nuevas generaciones. Pero lo que está claro es que mientras todo el mundo abraza el termino emprendedor (hasta Bárcenas se llamó a sí mismo emprendedor), todo el mundo huye de la palabra empresario; desde luego en una nueva forma de lavado de cara.
Los emprendedores tienen un aura blanca llena de valores positivos que de alguna forma se les presupone. Nadie se va a imaginar a un emprendedor que está poniendo sangre, sudor y lágrimas en perseguir su sueño, no va a ser respetuoso con el medio ambiente, no generar una empresa donde la diversidad sea importante, y nunca nunca encontraremos un emprendedor que no pague religiosamente sus impuestos.
Y antes de que saltéis a mi yugular, obviamente no es lo mismo llevarse unos millones de euros en un maletín a Suiza que comprar con el NIF de tu empresa una tele de plasma para tu casa. Pero si volvemos a la reflexión de Christensen, ya no parece que estuviéramos en ese 100% de virtud. Desde luego, si hablamos de «cómo valoraremos nuestra vida», casi nadie de nosotros podrá decir que un 100% de las veces respetamos nuestros valores, ¿pero qué hay de nuestras empresas? Sobre todo pensando en las start-ups…
Una nueva empresa es una nueva oportunidad para poner el contador a cero, y poner en práctica esa política de virtud «extrema». Pero en mi experiencia colaborando con start-ups, veo constantemente que de la misma forma que desde fuera se les presupone unos valores y una virtud, eso parece un poco también desde dentro. Se asumen una serie de valores, nunca se hacen explícitos, lo que hace que cada socio tenga una interpretación diferente, y al final, claro, las líneas no están definidas y se saltan constantemente.
Cuando yo estudiaba la carrera (ya parece el Pleistoceno), estaba muy de moda la Teoría de las Partes Interesadas. Sin duda, la crisis que vivimos ha hecho que plantearse los impactos que generamos más allá de las fronteras de nuestra empresa sea algo totalmente accesorio, un gasto innecesario, por lo que casi ya no se habla de ese concepto.
De hecho, muchos modelos de emprendedores exitosos, y que son los que de alguna forma se fomentan, es el del éxito rápido, vender la empresa, y jubilarse (como mucho como Angel Inversor). Objetivos muy legítimos, pero al menos cuestionable desde un punto de vista de sostenibilidad y de generación de riqueza a largo plazo con lo que todo eso implica en cuanto a creación de empleos, etc…
Y es que los valores, si no «duelen», no son valores de verdad. Poner una serie de palabras en un código ético interno (o como lo quieras llamar), que no implique poner la carne en el asador, no vale de nada más que para decir que se ha cumplido una cosa más dentro de la lista de cosas que las escuelas de negocio dicen que hay que hacer para empezar una empresa. Es muy difícil encontrar alguien que abiertamente diga que está en contra de la conservación del medioambiente, de la lucha contra la desigualdad con las mujeres en la empresa, o que está a favor de la evasión de impuestos, todo el mundo firmaría una declaración de intenciones con palabras hinchadas alrededor de esos grandes valores, pero si no le cuesta algo a la empresa, son simples palabras vacías.
Así que ahí van algunos consejos para los emprendedores (y no emprendedores) que crean que el señor Christensen tiene razón, y no cómo Groucho Marx que decía que «estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros».
:: Hay que empezar por poner en común los valores de una forma explícita entre los socios, y acordar los más importantes para la empresa. Intentad salir de los típicos y rimbombantes porque serán impersonales. ¿Qué temas tocan vuestro corazoncito? ¿Cuáles son los temas más sensibles para vosotros?
:: Una vez llegado a un acuerdo sobre los principales (hay que intentar evitar una lista de la compra), hay que ponerlos por escrito. No hace falta ponerlo en bonito, colgarlo por las paredes, o colgárselo del cuello, ya habrá tiempo de eso cuando tengas un gran departamento de recursos humanos, pero hace falta verlo escrito.
:: Y esos valores, ¿duelen? ¿Estarías dispuesto a perder un negocio por mantenerte firme en tus principios? ¿Y a no ganar tanto dinero? ¿Y qué me dices de despedir a un empleado muy productivo por saltárselos? Además, ¿vas a invertir en ellos? Por ejemplo, si uno de los valores es el respeto al medio ambiente, ¿vas por ejemplo a comprar energía verde aunque sea más cara? Lo dicho, si no duelen, no son valores…
:: ¿Quiénes son las partes interesadas? Haz un mapa con todos ellos, analiza los impactos positivos y negativos de tu empresa en cada uno de ellos, y priorízalos. ¿Cuáles de los positivos son más importantes y vas a centrarte en maximizarlos? ¿Cuáles de los negativos son más nocivos y vas a centrarte en minimizarlos?
:: Y aunque efectivamente los principios no deberían ser cuestión de modas, tampoco son para siempre. Hay que hacer una revisión seria, disciplinada y recurrente de los mismos. Ver si todavía son relevantes (a medida que la empresa crece y cambia los valores pueden ir cambiando al encontrarse con diferentes realidades), y por lo tanto, si necesitan algún ajuste.
:: En ese proceso de revisión, también debería haber en paralelo un proceso de inmersión para los nuevos empleados en los valores. No se trata de lavar cerebros, pero la gente que llegue después debe saber y asimilar los valores de la empresa, y por supuesto respetarlos. A su vez, traerán otros nuevos que irán influenciando en los de la empresa, pero alguien que no respete esos valores comunes será un problema a largo plazo. Y por supuesto, alguien que choque radicalmente con los valores de tu empresa, nunca debería entrar en ella.
:: No es mala idea involucrar a alguien externo en ese proceso, sobre todo al principio. Siempre se dice sobre estas cosas que lo que se hace debería hacerte sentir bien si lo publicaran en primera plana de un periódico y lo viera tu madre. Seguro que tienes alguien alrededor tuyo cuya opinión valoras y que tiene unos sólidos valores que te puede ayudar, un mentor, pero las madres o abuelas son mentores por naturaleza, así que no os dejéis llevar por lo rimbombante del título. De hecho, conozco una asociación que tiene un grupo de ancianas de su barrio que les asesoran. Un «dinosaurio corporativo» también puede ser un buen asesor para esto. Alguien que tenga experiencia en grandes empresas (que no sea de Lehman Brothers por favor) que suelen ser muy estrictas con estos temas.
Y no se os olvide que tener unos valores sólidos y tener la empresa comprometida con ellos es una fuente de orgullo para los empleados. Por lo tanto, la satisfacción será más alta, y con ella la productividad. Así que a parte de para sentirnos mejor con nosotros mismos, hay también motivos económicos para hacer esto bien.
Sacad tiempo entre vuestros desarrollos ágiles, rondas de financiación, validación de modelos de negocio y todo lo demás para juntaros los socios y definir los valores de vuestra empresa de verdad. Será la base sobre la que construiréis vuestro éxito.
Sobre el Autor:
Economista apasionado por las tecnologías y la gestión empresarial. Ha desarrollado su carrera profesional en el mundo de las ventas B2B dentro del mercado TI. Colabora con diferentes programas para el fomento del emprendimiento. Sus opiniones son aportadas de forma exclusivamente personal. Síguelo en Twitter
2 Comentarios
Estupendo post sobre los fenómenos incrementales. Nosotros llamamos a ese fenómeno «la rana hervida» ó «cuántos pelos se te tienen que caer para considerarte calvo». Hace unas semanas reflexionábamos sobre este asunto y compartimos por si fuera de vuestro interés:
http://marketingstorming.com/2013/04/26/la-rana-hervida/
La rana hervida
Hay una vieja historia que ignoro si es cierta acerca de cómo hervir una rana en un puchero sin que ésta salte fuera del mismo. A mí me la contó mi padre, y cualquier cosa que te cuente tu padre ha de ser tomada como cierta (al menos hasta cumplir los 15 años, momento aproximado en el que se caen muchos mitos).
Cuentan los entendidos, que para hervir una rana viva debes de ir subiendo regularmente la temperatura del fuego, en intervalos tan pequeñitos que el incremento de temperatura resulte apenas perceptible para el pobre batracio. Al final, el tierno animalillo quedará literalmente “cocido” sin apenas haberse movido.
Recordé la vieja historia de la rana al leer la sinopsis del último libro del aclamado profesor de Harvard, Clayton Christensen, titulado “How will you measure your life”. Christensen habla del peligro de adentrarse en la forma de pensar en términos marginales. Cuenta cómo este tipo de razonamientos son el principio del fin de negocios con muy larga trayectoria. Pone como ejemplo a Blockbuster, que fiel a su modelo ignoró la entrada de un nuevo competidor, Netflix, que le “barrió del mapa”.
La teoría económica nos indica que para evaluar una inversión deberíamos olvidarnos de todos los costes hundidos y fijos, considerando tan solo los costes e ingresos marginales de esa nueva opción. Pero eso tiene un problema: que inevitablemente llevará a las compañías a apoyar proyectos basados en apalancarse en los recursos de los que ya disponen, en vez de poner en marcha las capacidades que necesitan para ganar en el futuro. El puro análisis económico, casi siempre indicará que la mejor opción de inversión será la incremental, no la disruptiva. Pero como decía Henry Ford: “Si necesitas una máquina y no la compras, al final comprobarás que es como si hubieras pagado por ella y ni siquiera la tienes”.
Mientras que Netflix ponía en marcha un modelo de negocio absolutamente diferente al videoclub tradicional, Blockbuster seguía explorando las posibilidades de obtener ingresos marginales adicionales explotando las jugosas multas que suponían la devolución tardía del DVD. Del mismo modo numerosas empresas evitan la puesta en marcha de nuevos modelos argumentando que son muy caros, sin considerar que o invierten en ellos o el coste futuro será mayor al quedar “fuera de juego”.
Al final, Christensen traza el paralelismo con una moraleja ética: es mejor hacer las cosas bien el 100% de las veces que el 98% y pone como ejemplos los numerosos escándalos financieros de los últimos años. Si hago “trampas al solitario” cometiendo un error a sabiendas y apoyándome en el argumento de que el impacto marginal del mismo es mínimo, correré la misma suerte que aquel que se planteaba “¿cuántos pelos se le deben de caer a alguien para ser considerado calvo?”
Y tú ¿te aplicas la teoría marginal? ¿cómo hervirías la rana? Por cierto, que en descargo de mi padre hay que decir que la historia “se non è vero, è ben trovato”.
Muy bueno y educativo este articulo, es que con que valores nos estamos formando…