Ninguna discusión en el ámbito de la economía académica genera tanta diversidad de opinión y luchas fratricidas como la macro. Y no solo dentro del ámbito académico, pues también desde el mundo de los negocios, de la política y del periodismo se realizan frecuentes incursiones.
El grado de crispación es tal que hasta grandes nombres de la economía, como Robert Solow, aceptan acudir al congreso para dar una negativa visión acerca del estado actual de la macroeconomía. Krugman llega incluso a refererirse al último período de desarrollo de la macro moderna como La Gran Ignorancia. Las respuestas no se hicieron esperar, por supuesto: desde las más furibundas (John Cochrane) hasta las más sosegadas, como la de Narayana Kocherlakota, quien hubo de borrar su respuesta tras ser nombrado, poco después, Presidente de la Reserva Federal de Minneapolis; poco más tarde ofreció al mundo una versión aún más sosegada de su respuesta original.
Gran parte de la discusión, y lo que nos importa en este caso, se debe a la propia complejidad de la disciplina. Tres de los mayores especialistas mundiales en la materia (Christiano, Eichenbaum y Rebelo) publican un artículo con la «gran pregunta de nuestra era», es decir, ¿es necesario un mayor estímulo fiscal o mayor austeridad presupuestaria? … pero solo una ínfima fracción de la profesión es capaz de digerir mínimamente su contenido, y no hablemos ya de rebatirlo con seriedad o discutir sobre el mismo. Curiosamente, los autores afirman que su modelo predice un elevado multiplicador del gasto público en presencia de una cercanía al tipo de interés cero.
¿Científicos o ingenieros?
Por todo ello, rescatamos un clásico y brillante texto de Gregory Mankiw titulado «El macroeconomista como científico e ingeniero». En él, se hace un repaso a la larga batalla ideológica entre distintas escuelas y se llega a la conclusión de que, independientemente de quién tenga razón en diversos temas, el macroeconomista con responsabilidades en política económica tiene a su disposición muy pocos mecanismos y herramientas con los que actuar, y para ello necesita reglas sencillas y claras. Es decir, más que como un científico, el responsable de política económica acaba actuando como un ingeriero que necesita una herramienta concreta para un problema concreto.
Mankiw argumenta que, desde ese punto de vista, la macro moderna ha avanzado en una dirección poco útil, pues ha sido incapaz de generar herramientas y reglas útiles de política económica. No obstante, también reconoce el valor puramente científico de los nuevos modelos macro y cree que tarde o temprano acabarán dando sus frutos. La crisis actual, en este sentido, es toda una mina de datos que puede ayudar a aumentar la comprensión sobre las fluctuaciones de los grandes agregados.
Recomendamos encarecidamente leer el artículo completo. La capacidad y claridad del autor a la hora de explicar ideas complejas hace la lectura realmente amena.