Una empresa es una trayectoria que transita de un propósito a un legado. Al principio balbuceamos un propósito, pero solamente ansiamos sobrevivir. Tenemos más ilusión que procesos. Tenemos más hambre que fuerza comercial. A medida que consolidamos nuestras empresas emerge una cierta complejidad y nace el vértigo de la responsabilidad. En nuestros inicios miramos atrás y vemos como se difuminaban teorías que chocaron con realidades espesas.
Cuando éramos tan pocos, liderar era simplemente actuar con generosidad en un contexto dónde la empatía emergía con naturalidad tanto para los primeros clientes como para los pocos que trabajamos en el proyecto.
Un día, se empieza a sentir que tener o liderar una empresa es asumir una responsabilidad social no menor. Emerge la tensión entre el presente y el futuro. Aspirar al futuro pasa por dar resultados en el presente. Descubrimos un futuro que se nos antoja acelerado, aunque no necesariamente abrupto.
El secreto es aprender a evolucionar con nuestros clientes y servirles el futuro medio paso por delante. Eso requiere estar al tanto de un mercado de tendencias de lo que viene que tiene todo tipo de voceros.
Algunos proclaman cada día una disrupción con un cierto perfume papanatas en versión apocalíptica. Otros son más prudentes. Saben que la clave del futuro está en el cuándo pasarán las cosas. Y ante esta incertidumbre, uno se encuentra ante la necesidad de pensar mucho más allá de ser un mero compilador de tendencias. Para singularizarse ante los clientes. Para dar sentido a la tecnología. Para ingeniar un modo de alinear a una comunidad profesional que empieza a crecer. Hasta que llega el día del cambio. Ese día en que uno ya no recuerda el nombre de todos los que trabajan en la empresa. Y este día de semblanza silente e inercial, es el día clave.
En este día muchas empresas empiezan a cambiar la ilusión por procesos. Es el imperativo del crecimiento. Y después de los procesos crece eso que un día veremos como burocracia. Ya no queda tiempo para la generosidad. Ya no es posible sincronizar miradas. Empezamos a contratar gente que garantice la coordinación entre departamentos.
Por fin ya no vamos con un zapato y una alpargata. Los clientes ya tienen formularios para todo. Pero apenas encuentran nuestras voces dispuestas. Y nadie tiene tiempo. La generosidad languidece entre silos. Y nos acordamos de la cultura. Y corremos a redactar un propósito para evitar el precipicio. Quizás sea tarde, quizás no. Crecemos en todo, nuestros KPI se pintan de color verde. Pero no sabemos si estamos creciendo en humanidad. Y un día que quizás por azar topamos con una de nuestras viejas agendas sentimos nostalgia de la autenticidad.
El management humanista es relevarnos contra empresas que sean solo enjambres de tecnología y de procesos. Dónde el management se antoja como una suma de datos y de metodologías enlatadas.
El management humanista es entender una empresa como una comunidad de personas que viajan de un propósito a un legado. Una comunidad de personas que cambian porque viven. Una comunidad de personas que busca sentirse algo más que una rótula de un proceso diseñado para máquinas. Personas que aspiran a agendas con sentido. Una comunidad que conoce las reglas del juego, sin competitividad y sin resultados, la comunidad se desvanece. La empresa muere cuando el respirador de la tesorería ya no bombea recursos.
Dar resultados no es negociable. El management humanista propone algo muy difícil. Ser competitivos sin orillar a las personas. Dar resultados, pero no de cualquier modo. Y crear empresas que sean ecosistemas equilibrados. Dónde crecer haciendo crecer a los demás sea algo cultural. Crecer haciendo crecer a los clientes que nos permiten existir. Crecer haciendo crecer a la propia comunidad instaurando espirales de inspiración junto a las cadenas de responsabilidad.
Crecer haciendo crecer a los accionistas reconociendo equilibradamente su modo de arriesgar. Y crecer haciendo crecer a la sociedad para no sucumbir en un desequilibrio estructural.
El management humanista es apostar la inteligencia de las personas haciendo apología de la capacidad de pensar y de aprender como algo radicalmente humano. Es proclamar que los matices, la comprensión de los contextos, la gestión de las contradicciones y los proveedores de pasión nunca serán las máquinas. Que los robots y las máquinas inteligentes serán muy buenos asistentes si sabemos pensar. Pero que más allá de aportar capacidades increíbles de predecir, de prescribir, de clasificar, de personalizar, pero la singularidad y la ilusión la pondremos las personas.
El management humanista no es un management de la heroicidad. No es tampoco un empacho aspiracional de buenismo. Es simplemente decir que la transformación digital está muy bien pero que la transformación basada en la autenticidad es fundamental y que ambas no son incompatibles.
La autenticidad es la materia prima para crear organizaciones que valgan la pena, con gente buena, gente de talento y buena gente, esa decir con pocas desviaciones estadísticas hacia el egocentrismo y la toxicidad. Al contrario, el management humanista es el que entiende la gestión de la complejidad como el privilegio de servir a los demás.
Nadie gana la batalla por su cuenta en una empresa. El management humanista pretende crear territorios libres de arrogancia y ostentación. El management humanista no es un management de la pureza. Es un management de trincheras que manchan, pero dónde pervive la honestidad.
Nuestra supervivencia es económica. Nuestro éxito es crear legado. Dejar algo que nos transcienda. Algo que ayude. Si prosopopeyas. Algo que contribuya. El management humanista cree que el legado tiene que ver con las personas. Que es difícil, pero que es posible crear empresas que defiendan bien su competitividad sin perder el alma.
Texto leído en la presentación del libro Management Humanista ( Plataforma Editorial 2023) en Madrid el pasado 28 de septiembre de 2023.
2 Comentarios
Interesante estás reflexiones. Reflejan lo importante que es que el mundo moderno no olvide a las personas, que no se quede en procesos, maquinaria y tecnología. Hace falta el despertar de la conciencia humana.
La gran mayoría de organizaciones y multinacionales en la actualidad sólo están basadas en el resultados e indicadores mensuales, pero de lo humano poco y eso ha creado un gran desequilibrio, donde los muchachos ya no aspiran a un gran trabajo , porque eso se acabó.