Manifiesto contra un futuro de ciudadanos – Alonso Alonso –

4 noviembre 2010
Prevalencia del apellido del padre

Uno de los problemas de ver el mundo desde el prisma de la economía es la aplicación excesiva de sus principios a cualquier aspecto de la realidad (una tendencia denominada imperialismo económico). La siguiente noticia invita a razonar desde herramientas propias de la economía, concretamente desde el concepto de equilibrio:

«Una reforma legal termina con la prevalencia del apellido del padre.». Nada extraño hasta ahora. Una situación de privilegio más abolida por la democracia. El problema está en la letra pequeña:

«Si la pareja no se pone de acuerdo o no precisa nada, los apellidos del bebé se decidirán por orden alfabético.»

Dicha medida (i) soluciona un problema pero (ii) crea otro debido a un diseño defectuoso:

(i) Soluciona un problema de negociación irresoluble, el mismo problema que sirvió a Arrow a formular su teorema de la imposibilidad (al que otro día dedicaremos una entrada). Los dos padres tienen valores diferentes, por lo que no ha de existir una solución óptima en la discusión. Ante esta disyuntiva, la ley plantea un mecanismo de resolución: prevalecerán los apellidos conforme a la ordenación alfabética.

(ii) El problema que crea el mecanismo es sencillo si se analiza en términos de equilibrio general ¿Cuál es el equilibrio en el largo plazo de dicha medida? Hasta ahora, la ordenación de los apellidos era fundamentalmente aleatoria, pues dependía del sexo del progenitor. Pero ahora existen dos posibilidades:

En el primer caso, los padres se ponen de acuerdo. El equilibrio a largo plazo será similar al anterior y seguirá habiendo una distribución de apellidos similar a la actual.

En el segundo caso, los padres no se ponen de acuerdo… o se inhiben para no crear conflicto. No es difícil ver lo que sucede con este escenario. Conforme esto suceda, la distribución de apellidos se irá sesgando paulatinamente hacia los primeros por orden alfabético, mientras los apellidos más cercanos a la letra «z» comenzarán a desaparecer. Una sencilla simulación con 100 individuos con apellidos distintos muestra que, en unas 7 generaciones, 98 apellidos desaparecerían siguiendo la regla de desacuerdo de la actual legislación. Es decir, se produciría un efecto cascada en los apellidos, generandose grandes bolsas en los apellidos frecuentes cercanos a la «a» (Díaz, Álvarez, Alonso… Consulta aquí los apellidos más frecuentes de España).

Es cierto que, al poder llegarse a un acuerdo, este mecanismo no se utilizará siempre. Pero, incluso aunque solo sea utilizado un 30% de las ocasiones, irá degradando poco a poco la variedad de apellidos y afectará en el futuro a quienes sí se pongan de acuerdo (ejemplo: «¿Le ponemos Álvarez Alonso o Alonso Álvarez?»). Es más, es posible que muchas parejas opten, para no crear un conflicto, adoptar la solución por defecto.

¿Cuál es el problema?

Si bien hasta aquí hay poco que objetar, habrá quien piense que esto tampoco supone un especial problema. Nada más lejos de la realidad:

  • La desaparición de apellidos supondría la pérdida de un riquísimo patrimonio cultural. Los apellidos tienen un alto valor cultural en tanto que informan acerca de nuestros orígenes (Iglesias, Sacristán), antiguas profesiones (Herrero, Zapatero), eventos pasados (Ladrón, Verdugo) o lugar de procedencia (Papandreu, Forner, Otegi), entre otros aspectos. Todo ello sesgado hacia los orígenes del padre, claro está, pero al fin y al cabo se trata de un patrimonio cultural existente.
  • La legislación crea una situación de injusticia hacia aquellos con apellidos más alejados de la «a». Es decir, quien tenga el primer apellido por orden alfabético sabe que, si quiere, su apellido prevalecerá; si no se llega a un acuerdo, la ley impone el suyo. Antes la injusticia era cuestión de sexo. Ahora desaparece dicha discriminación, lo cual es deseable, pero se introduce una discriminación que fuerza la degradación de la variedad de apellidos.
  • La degradación crearía problemas administrativos. La concentración de apellidos dificultaría el trabajo administrativo: si una gran parte de ciudadanos se apellidase Alonso Alonso, sería mucho más fácil confundir a unos con otros, que es el objetivo contrario que busca nuestro sistema de dos apellidos. También sería mucho más difícil localizar a conocidos a través de Internet; en unas generaciones, estarían naciendo miles de Alejando Alonso Alonso / Alonso Álvarez / Aguirre Álvarez / etc. cada año
  • Los padres acabarían creando apellidos compuestos para recuperar información sobre sus raíces, y tendríamos un país con nombres como Paloma Alonso-Quijano Alonso de Chiner.

Una posible solución

La ley aún se encuentra en trámite parlamentario y puede ser mejorada. Estamos ante un caso más de diseño defectuoso, en el que se corrige un problema (discriminación sexual) pero se crea otro (degradación de la variedad de apellidos). La solución que proponemos es sencilla de implementar:

Ante una situación de desacuerdo (o inhibición) de los padres, el orden de los apellidos se resolverá por sorteo. Una sencilla modificación elimina el problema que se crea. De esta forma, la evolución de la distribución de apellidos seguiría una pauta similar a la actual y (i) no se produciría una degradación de apellidos por culpa de la legislación y (ii) no habría una posición inicial de poder en la pareja (la actual propuesta da el poder de negociación a quien tiene el apellido más cercano a la «a»).

Es decir, no es necesario, para corregir una injusticia histórica, deteriorar nuestro patrimonio cultural, crear conflictos en la pareja dando a una parte poder sobre la otra ni crear futura confusión administrativa. En última instancia, quien crea que la aleatoriedad en la elección del apellido no es justa, rogamos lo compare con la situación actual. O le recomendamos la lectura del ensayo de Montaigne sobre la Fortuna.

 

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Artículo escrito por Abel Fernández

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