Imprevisible, tecnología, estupidez, algoritmos, riesgo, pandemias, futuro… incertidumbre. ¡Boom! Todo lo que era sólido, si alguna vez lo fue, se está resquebrajando. Se impone gestionar la incertidumbre por nuestra incapacidad para predecir qué pasará… ¿mañana, dentro de un mes, un año, una década? Hoy hablamos de ello.
Raras veces se alinean los planetas, en mi caso ocurre cuando puedo charlar con calma, y en profundidad, con alguien a quien sigues desde hace tiempo y admiras. Eso me ocurre con Marta García Aller. Los economistas divulgativos tenemos una referencia (en mi caso en el top 3 mundial) en Tim Hardford. Su capacidad para conectar la teoría económica con la divulgación es exquisita. Sus textos permiten comprender complejas teorías económicas y las humaniza. Las hace accesibles, digeribles y facilita que los no-economistas aporten, enriquezcan y ayuden a mejorar y transformar la realidad. Marta es mi Tim Harford, pero en este caso de la divulgación de la tecnología.
Muy pocas personas del ámbito tecnológico tienen capacidad para divulgar de forma humana, cercana, a la vez profunda, lúcida, sencilla y brillante el impacto que tuvo, tiene y tendrá la tecnología en nuestras vidas, en los humanos. Marta lo logra. Marta es capaz de adentrarse en la comprensión profunda de esa tecnología y la sabe relatar, explicar y conectar con nuestras vidas. Nos ayuda a pensar, a poner en primer plano lo que llevamos hablando en Sintetia desde hace años: la tecnología si no es humana, no sirve. El humanismo tecnológico es una necesidad urgente. Y leer a Marta te permite comprenderlo.
Marta es una periodista polifacética: le encanta la radio, la tele, pero impresiona y deja huella con su palabra escrita. Ahora acaba de publicar Lo Imprevisible. Pero ya dejó el listón muy alto con su libro El Fin del Mundo tal y como lo Conocemos.
—Marta, tras leer detenidamente El fin del mundo tal y como lo conocemos y Lo Imprevisible… te lo tengo que preguntar ¿cómo de conectados están ambas obras?
Ambos libros son independientes y a la vez enormemente complementarios. Muchos lectores me dicen que encuentran una enorme conexión. Y me divierte mucho descubrir cuál es su favorito y por qué. ‘El fin del mundo tal y como lo conocemos’ apasiona más a los nostálgicos del siglo XX, creo yo, porque es un viaje al futuro a partir de todo lo que nos rodea que está a punto de desaparecer.
‘Lo Imprevisible’ puede resultar más inquietante todavía, porque se adentra en el presente, que de algún modo ya es ese futuro. En ‘Lo Imprevisible’ ya no tienes que echarle imaginación para imaginarte qué pasaría si el mundo fuera así. Ya lo es.
De ahí que me pareciera tan urgente plantear las cuestiones que aborda sobre los límites de la tecnología en la Justicia, en el trabajo, en la medicina, en el amor… Son debates urgentes sobre los límites de los algoritmos y la inteligencia artificial porque ya están aquí.
El futuro siempre está de actualidad
—¿Tan imprevisible fue la publicación de tu libro que te pilló en el mes del Estado de Alarma?
Quién me iba a decir que después de un año investigando cómo de imprevisible es el mundo en la era de los algoritmos de repente llegaría una pandemia global y paralizaría el mundo entero. A principios de marzo, ‘Lo imprevisible’ ya estaba casi listo para llegar a las librerías. Y ahí se quedó. Atrapado por sorpresa en las cajas de una imprenta de Igualada, el primer municipio español en decretar el confinamiento total por el brote de coronavirus. Se confinó antes de que nos confináramos en el resto de España en aquella primavera convulsa. Y luego el covid-19 fue paralizando el resto del planeta.
Más de tres mil millones de personas nos quedamos encerradas en casa durante semanas para tratar de frenar el virus que cambiaría el mundo. Y en esas semanas tan imprevisibles, en las que no sabíamos ni siquiera cuándo íbamos a poder volver a salir de casa a pasear, volví a darle vida al libro para contar el acontecimiento más imprevisible de todos.
Así que este libro no es exactamente el mismo que era antes de que lo confinaran. De alguna manera, ninguno lo somos. Tampoco el lector. Ya no me iba a costar convencerlo de que un espejismo tecnológico nos ha hecho creer que tenemos bajo control más cosas de las que en realidad están a nuestro alcance, que es la tesis principal del libro.
‘Lo Imprevisible’ es un libro sobre la incertidumbre de estos tiempos. Y esa incertidumbre ya estaba allí antes de la pandemia. Por eso la gente que lo lee ahora me dice que parece escrito ayer. El futuro siempre está de actualidad.
¿Era la COVID imprevisible?
—En cambio, algo como la COVID, y lo detallas muy bien en el libro, ¿no era tan imprevisible como parece? ¿Había demasiadas voces, que no escuchábamos, de que esto podría suceder?
Para los epidemiólogos y virólogos la pandemia no ha sido algo imprevisto ni mucho menos. Llevaban décadas advirtiendo de que algo así podía pasar y no nos estábamos preparando lo suficiente.
Por eso es tan importante diferenciar lo imprevisible de lo inimaginable. Una catástrofe así era inimaginable en el siglo XXI porque empezábamos a creernos que la tecnología puede controlarlo todo y no es así.
También influye que la política y la gobernanza está más preocupada del cortoplacismo.
Muchos de los riesgos que corremos por el avance del cambio climático están tremendamente documentados por la ciencia y, sin embargo, todavía cuesta imaginarse que el mundo pueda llegar a deforestarse tanto en 2050.
A veces confundimos lo imprevisible con lo inimaginable. Y por eso en la era del big data no todo lo solucionan los números.
Es fundamental entrenar la imaginación para anticiparse a lo que puede pasar.
Cada vez menos entrenados en gestionar lo imprevisible
—Tenemos un falso control sobre lo que sucede, a veces, motivado por la tecnología. Pero tras la pandemia parece que se han quedado pequeños los Cisnes Negros de Taleb y nos hemos asustado… de verdad. ¿Nos asusta tanto lo incierto y lo imprevisible que no pensamos en ello hasta que sucede?
Nos hemos ido acostumbrando a que los sistemas de inteligencia artificial permeen en nuestra vida cotidiana. Calculan por nosotros qué carretera escoger para evitar los atascos y predicen qué tiempo va a hacer. Al fin y al cabo, hay algoritmos para todo. Invierten en bolsa, arreglan citas en Tinder y hasta tratan de predecir delitos igual que la canción que nos apetece escuchar después. Esa es la gran paradoja.
Por una parte, nos hemos vuelto, en cierto modo, más previsibles que nunca gracias al mayor procesamiento de datos de la historia. Por otra, el mundo está transformándose a tal velocidad que desconocemos las nuevas reglas de juego y estamos cada vez más desentrenados en gestionar lo imprevisible.
—¿En qué punto tener acceso a más y más información nos puede hacer más vulnerables?
En principio tener acceso a más información es positivo. Nos da herramientas para gestionar mejor el entorno. Pero eso es así siempre y cuando se estén realizando los análisis correctos. Un análisis erróneo puede ser catastrófico si da una falsa sensación de seguridad o si encierra sesgos discriminatorios, por ejemplo. Acordémonos de aquellos primeros GPS que tenían tantos errores en los mapas que los conductores terminaban a veces tirándose por un barranco.
No repitamos lo errores de anular la capacidad crítica del ser humano por exceso de confianza en las máquinas.
Nuestra vida no la puede decidir un algoritmo
—Me asusté cuando te leo decir que cada vez nos cuesta más concentrarnos, estar en algo profundo y complejo. ¿Vivimos demasiado en el fast para todo, incluso en el mundo de las ideas?
Hay cierta bulimia en el consumo conectado. Lo queremos todo y lo queremos ya.
Whatsapp acaba permitir acelerar los mensajes de audio que recibimos. Netflix también tiene una función que acelera las series para quien quiere consumir más.
Dedico un capítulo entero a cómo la impaciencia está cambiando el mundo porque es crucial tanto para las empresas como para las familias. Al fin y al cabo, la gestión del tiempo es la vida misma. Y eso no creo que deba decidirlo por nosotros ningún algoritmo.
¿Tecnología es igual a seguridad?
—Pero, a la vez, caminamos en una tecnificación más sofisticada de nuestras vidas. Es decir, parece que los humanos damos pasos para que las máquinas —cada vez más sofisticadas— decidan por nosotros y así nos ahorramos pensar. ¿Qué riesgos crees que no percibimos ante esta situación?
Un riesgo es la ingenuidad. Hay algunos transhumanistas y optimistas tecnológicos en general que transmiten alegremente la idea de que cuanta más tecnología tengamos, incluso inserta en nuestros cuerpos, más cerca estaremos de ser superhumanos. Pero, la verdad, me parece un poco presuntuoso por nuestra parte.
Por mucho dispositivo de inteligencia artificial que insertemos en nuestro cerebro nada nos garantiza que no lo vayamos a utilizar para hacer estupideces, ver en bucle videos de gatitos en bule o para hacernos selfies más sofisticadas. A lo mejor nos volvemos superhumanos superapáticos.
Más tecnología no equivale necesariamente a más inteligencia ni a más educación. Puede ayudar o no, depende de cómo se emplee. Y por más que estemos entrando en la era de la inteligencia artificial, no se nos olvide que la estupidez humana ha sido determinante en la historia de nuestra especie y eso no cambiará por muchos robots que haya.
Nuestra estupidez ha jugado un rol fundamental y lo seguirá jugando también entre algoritmos.
En el progreso no todo es tecnología
—Cuanto más hablo y trabajo con organizaciones, más veo que hay un nuevo management que se impone: tecnología sí, pero con valores. Crecimiento sí, pero sostenible. Trabajar sí, pero cuidando a las personas. ¿Necesitamos un nuevo Renacimiento empresarial y social, trabajar más en nosotros mismos para ser ‘Buenos ciudadanos’ como nos decía Víctor Lapuente y apoyarnos en el potencial tecnológico?
El último libro de Víctor Lapuente es tremendamente recomendable y creo que tiene mucho que ver con ‘Lo Imprevisible’. Él hace una crítica del individualismo mal entendido en la ciudadanía que comparto totalmente y reivindica el papel del buen ciudadano. Modestamente yo intento también poner la ética en el centro de la revolución tecnológica, creo que hay que cuestionar ese rol de la tecnología como maná que todo lo arregla.
El progreso no solo lo han traído las revoluciones industriales, también las leyes y los derechos humanos que hemos ido construyendo entre todos.
El mundo conectado y la revolución digital traen necesitas nuevas reglas del juego, porque muchas de las que estaban pensadas para el mundo offline se han quedado obsoletas en un corsé del siglo XX.
—Te cito: “en sociedades muy competitivas e individualistas, no es de extrañar que lleguen lejos aquellos individuos capaces de lograr sus fines a toda costa”, ¿Todas estas tendencias que nos explicas en tu libro, nos hace más narcisistas? ¿Qué consecuencias nos están generando este tipo de personalidades que crecen como champiñones?
El culto al yo cotiza al alza en el mundo digital, pero también empieza a notarse una cierta saturación. No me extrañaría que las nuevas generaciones cuestionen esta tendencia y la reviertan. No olvidemos que internet también ha creado nuevas maneras de cooperación y colaboración antes imposibles de imaginar.
Si hemos tenido una vacuna para la Covid en tiempo récord es gracias a una colaboración en tiempo real. Es esa colaboración y puesta en común del talento lo que más progreso puede traer.
El mercado de trabajo en un mundo imprevisible
—¿Qué le decimos a los parados y a todos aquellos que ven que un algoritmo está poniendo en riesgo su empleo?
Les diría que un algoritmo puede ser también lo que le devuelva el acceso al mercado laboral. No hay sector que no se esté transformando tecnológicamente y quienes se adapten tendrán más posibilidad de encontrar un empleo.
La digitalización no es ni de ciencias ni de letras, está por todas partes.
No creo que tengamos que temer a la inteligencia artificial, sino a la falta de preparación para adaptarse a ella. Y ése es el verdadero drama, que en España vamos muy retrasados en esto.
Las economías menos robotizadas y con menos inversión en I+D y en tecnología generan más paro. En España el desempleo es un mal endémico y la formación tiene que jugar un papel fundamental. Hay que adaptarse a los empleos del futuro e invertir en el medio plazo.
Sin embargo, en el corto plazo pero no se puede dejar de lado a la gente a la que los avances tecnológicos los están desplazando del mercado laboral.
—Viendo los problemas de división social, desigualdades o incluso revueltas, ¿debemos hacer un reset en la forma de hacer política en el siglo XXI?
La pandemia está siendo un reset en muchos aspectos. La crisis económica provocada por la Covid va a ser profunda, pero también lo es la posibilidad de transformarnos con los fondos de recuperación si realmente se usan bien.
—Asumiendo todo este gran cambio mundial hacia la digitalización, ¿cuáles son las 3 grandes políticas que deberían estar en la agenda política?
Empleo, empleo y empleo.
—Uno de los grandes problemas de la economía española es su baja productividad, la dificultad de que las empresas absorban conocimiento, innoven y se hagan cada vez más grandes y resistentes. Gran parte de las tecnologías que describes en tu libro, y de las grandes tendencias, están inventadas fuera, están pensadas por empresas de fuera. ¿Nos está haciendo aún más vulnerables el no tener un sólido sistema científico e innovador en nuestro país?
Enlazando con la pregunta anterior, invertir más en ciencia y tecnología es el único camino para el progreso. Tanto para el económico como para el social y el cultural. También es esencial, lo tenemos ahora más claro que nunca, para preservar la salud. Y sin salud no hay nada más.
Cuando las máquinas pillen la ironía…
—Tú libro es un catálogo de cosas sorprendentes, pero te lo pregunto a ti, ¿qué es lo más raro que la tecnología está haciendo por nosotros?
Hacer que se nos olvide lo increíbles que somos los humanos. Mucho más increíbles que cualquier máquina que hayamos visto o conocido alguna vez. Otra cosa es que seamos dependientes a la tecnología, claro que lo somos, pero no solo a internet. Somos dependientes del frigorífico y la lavadora, de la cremallera y los semáforos (todo esto también es tecnología). Y si me tuviera que quedar con algo que nos hace más increíbles a los humanos que a las máquinas sería, sin duda, el humor. No quiero hacer spoiler del final de ‘Lo Imprevisible’, pero digamos que cuando las máquinas pillen la ironía, entonces empezaré a preocuparme.
—Marta, por favor, acaba estas frases:
- Cuando le cuentas un chiste a una máquina… eres tú quien se ríe de ella.
- Admiro… la innovación de la que es capaz el ser humano y cómo ha cambiado el mundo en 100 años. ¡Y en los últimos 10!
- La mejor forma de prepararse para lo imprevisible… es aprender a adaptarse a los cambios y, para ello, mejor fijarse en cuántas cosas de las que nos rodean nunca podrán automatizarse (una pista: aquello que no sea una rutina, continuará siendo imprevisible).
- Un libro que jamás dejo de leer…El Quijote.
- No podemos predecir el futuro pero gran desafío para los próximos 10 años… es evitar que con la automatización crezca la desigualdad. Bueno, y viajar en coches voladores.