“El metabolismo es el movimiento inconsciente de energía y materia, a través de una red de reacciones químicas, que facilita a los organismos vivos la auto generación, la reparación y la perpetuación continua” Fritjof Capra
Boston, verano de 2009, justo en mitad de la crisis. Uno de mis mejores amigos está realizando una estancia de trabajo en una multinacional aeronáutica de referencia mundial. En su segundo día en la ciudad, tras asistir a varias reuniones, decide irse al hotel y toma un taxi. El conductor sabía perfectamente a qué se dedicaba la empresa donde había recogido a su cliente, y nuestro protagonista no daba crédito cuando éste comenzó a entablar conversación acerca de aeronáutica e ingeniería con argumentos fundados sobre física y diseño de motores.
Aunque no alcanzaba los cuarenta años, el “taxista de día” estudiaba por las noches una especialización técnica de aeronáutica. En una ciudad como Boston, sede de uno de los mayores clústeres mundiales de ingeniería aeronáutica, cada día podía conversar con sus clientes sobre los temas que le apasionaban. Los ingenieros utilizan el taxi, discuten con quien esté dispuesto a ello, divulgan sus actividades y motivan incluso a quienes están fuera de su mundo profesional. Y en aquel taxi, en aquella tarde de verano, mi amigo aprendió una lección que iba contra sus ideas precondebidas: cuando el entorno es propicio, la divulgación y la pasión por la aeronáutica pueden tener cabida en absolutamente cualquier lugar.
Esta historia sería sólo anecdótica si no fuera porque no sólo se topó con taxistas expertos en ingeniería, sino que también encontró una gran tolerancia a las ideas (a las nuevas ideas) y amplios conocimientos en profesionales que trabajaban en su hotel o en conversaciones en los pubs durante su tiempo de ocio. La primera pregunta que asalta es: “¿Cómo es posible que el conocimiento esté tan enraizado en la sociedad?” Tras contarme sus impresiones logró resumir todo aquello en una frase: “Parecía que la innovación se pudiese masticar; estaba en el ambiente y la compartían todos los ciudadanos”.
Poco tiempo después, gracias al centro tecnológico Fundación CTIC, se me invitó a reflexionar sobre un nuevo concepto en que se estaban especializando y que estaba calando a escala Europea: la Innovación Social. Para documentar mi participación, entré en contacto con algunas experiencias que se estaban desarrollando en el País Vasco, de la mano de Innobasque, y consulté documentos y estrategias de obligada referencia.
Innovación social. Suena bien, pero ¿en qué consiste? La pregunta es pertinente, porque el concepto aún está en proceso de definición y acotación, y sobre todo aún se trabaja en la construcción de indicadores que permitan aproximarse a su medición. Un trabajo preliminar de Javier Echevarría explica muy bien su importancia y la necesidad de incorporarla a la fuente de la que emanan todas las estadísticas de la innovación en el mundo, el Manual de Oslo:
“…los diversos tipos de innovación pueden distinguirse en función de los diversos valores que tienden a satisfacer: económicos, empresariales, tecnológicos y científicos, pero también sociales, ecológicos, culturales, jurídicos, etc. La distinción de diversos tipos de valores ofrece un marco conceptual para analizar los diversos procesos de innovación, estén orientados o no al mercado y las empresas. Incrementar la productividad o la competitividad puede ser muy relevante para una empresa. Los procesos de innovación empresarial incrementan dichos valores. Ahora bien, el bienestar, la calidad de vida, la atención sanitaria, el nivel educativo o la eficiencia de los servicios públicos no son menos relevantes para las personas. Las innovaciones orientadas al mercado generan riqueza económica, en principio para la empresa innovadora, en algunos casos también para un país.
De la misma manera, pero en relación a valores de otra índole, las innovaciones sociales incrementan la riqueza social (cultural, artística, educativa, etc.) de la ciudadanía, y en su caso del país, si dichas mejoras afectan a amplias capas de la población.
(…) Los valores sociales y culturales no se reducen a los económicos, aunque unos y otros estén interrelacionados (…)
(…) En último término, la innovación social se refiere a la calidad de vida, que también aporta ventajas competitivas entre unas sociedades y otras en el presente contexto de globalización”
Lo que más atractivo resulta de este nuevo concepto es que permite ampliar el foco de análisis respecto a lo que se tiende a asociar con innovación. ¿Porqué unas ciudades son más innovadoras que otras? ¿Por qué ciertos países son capaces de repensarse y estar a la vanguardia constante en cambios sociales y económicos? Si nos atenemos a los indicadores habituales, las empresas más innovadoras son las que más dinero destinan o más personal dedican a la innovación o las que más patentes logran registrar. Algo similar ocurre en los territorios, ¿Cuál es el país más innovador? Según los indicadores tradicionales, el que más gasta en I+D o más universidades o patentes tiene por empresa. Todo ello son aproximaciones de la realidad, es decir, indicadores fáciles de obtener que contienen una cierta información respecto al fenómeno abstracto que pretendemos medir.
La realidad, por supuesto, es infinitamente más compleja, así como también la complejidad de la sociedad va en aumento, y también la forma en que compiten las empresas. Las telecomunicaciones han transformado cómo nos relacionarnos y cómo moldeamos nuevas formas de hacer las cosas. Las empresas hoy han de abrirse a sus clientes, proveedores y, en general, al resto de agentes para crear… y esa es precisamente la forma en que emerge la innovación abierta. Los ciudadanos tienen mayor poder y nuevos canales para explorar sus talentos y transformar la sociedad. Todo esto se escapa a los indicadores tradicionales, aunque resulta determinante a la hora de explicar qué hace que unos territorios sean más dinámicos, innovadores y socialmente más avanzados que otros.
El mismo gasto en I+D, volumen en infraestructuras y presupuestos en educación o sanidad pueden generar resultados complemente distintos en dos territorios. Las sociedades con más probabilidad de engendrar innovación y transformar su calidad de vida son aquellas abiertas al comercio, a la competencia empresarial, a la inmigración, la diversidad, en definitiva, las sociedades propensas a la apertura y al intercambio. Para aunar estas características son importantes altos niveles de educación, sistemas eficaces de protección de los derechos individuales y de la propiedad. En este contexto, la innovación social sería el combustible necesario para transformar la calidad de vida y el sistema productivo de un territorio.
Hay diversas líneas de investigación económica íntimamente relacionadas con estas ideas. En primer lugar, es importante destacar los trabajos de Andrés Rodriguez-Pose, en los que trata de construir y de medir lo que él ha denominado los “filtros sociales”, los cuales tratan de capturar información sobre la tipología de sociedad en cada territorio e incorporarla como variables adicionales en estudios regionales. Rodríguez-Pose constata un hecho antes mencionado: dos regiones con las mismas dotaciones de factores pueden tener resultados distintos en renta y en el nivel de innovación. ¿Por qué? Su respuesta está en que hay sociedades que filtran, hasta evitar su entrada, las nuevas ideas. Tienden a bloquear lo diferente, lo plural y lo abierto, mientras otras hacen exactamente lo contrario. Y las regiones con un tejido social más abierto y proactivo a los cambios tienen una renta per cápita mayor.
En segundo lugar, otra línea de investigación consolidada intenta explicar por qué la actividad se concentra en ciertos territorios -por ejemplo, en algunas ciudades- y no en otros. Una referencia española de prestigio internacional es Diego Puga. La esencia de dicha investigación dice que empresas y personas se concentran por motivos de productividad. Somos más productivos si estamos cerca que si nos dispersamos y aislamos, y a la hora de realizar actividades creativas, el grado de contacto y proximidad son aún más importantes por la posibilidad de interaccionar con individuos con tus mismos intereses.
Este fenómeno crea círculos virtuosos en determinados enclaves geográficos a partir de ecosistemas de personas con talento. Lógicamente, dicho talento tiene en estos lugares altos niveles de empleabilidad y, además, dispone de un entramado social y cultural que lo enriquece aún más. Y así es como se gestan las ciudades dinámicas donde todo sucede. Tanto es así que un interesantísimo estudio de McKinsey estima que “en la actualidad, el 60% del PIB se genera en 60 grandes ciudades del mundo”. Dicho fenómeno tiende además a crecer conforme los países emergentes tienen un papel más importante.
Ambos investigadores, Diego Puga y Andrés Rogríguez-Pose, actualmente forman parte Instituto IMDEA Ciencias Sociales (juntos…¿ahora entiendes eso de que el talento se concentra?). Y han sido apoyados por el Consejo Europeo de Investigación, bajo su programa de excelencia Advanced Grants (el más prestigioso de Europa), para el desarrollo de una investigación donde “se busca el enlace entre la economía y la geografía para descubrir los factores que explican por qué la actividad económica se concentra en algunos espacios y no en otros”.
Tras el reconocimiento el propio Rodríguez-Pose declaró: “Es para mí un orgullo formar parte de este programa interdisciplinar con el propósito de comprender mejor por qué, en un mundo en el que las barreras geográficas tradicionales están desapareciendo, la actividad económica se mantiene anclada en un número limitado de polos dinámicos”. Y, de la misma manera, Diego Puga apuntó una idea clave de esa nueva tarea que tienen por delante: “Estaré encantado de colaborar con Andrés para analizar el por qué economistas y geógrafos, a pesar de utilizar métodos radicalmente diferentes, están llegando a la conclusión de que el mundo cada vez estará más dominado por grandes metrópolis en detrimento de regiones intermedias y periféricas”.
En definitiva, cuando trazamos objetivos para mejorar la innovación de nuestra región o país, a menudo nos constreñimos diseñando actuaciones para mejorar indicadores parciales y, en ocasiones, insuficientes para lograr el objetivo (generar riqueza y calidad de vida). La innovación tiene más dimensiones, y la social es la más básica e importante de todas y, en cambio, posiblemente sea la más descuidada por lo difícil que es de medir y de potenciar. Y es que se precisa generar las condiciones adecuadas para que metabolice socialmente y con ello crear una sociedad más abierta hacia el nuevo conocimiento, al riesgo y al cambio. Cómo fomentar la innovación social es y será un gran campo de investigación y de trabajo, pero para empezar hay que dejar de fomentar el inmovilismo.