Aunque el autor, Cándido Pañeda, había publicado otro artículo en Sintetia con temática y elementos comunes a este que hoy presentamos, creemos que ambos artículos se complementan bien para proporcionar una visión mucho más completa del trabajo de Paul Samuelson.
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Se acaban de cumplir 3 años desde la muerte de Paul Samuelson (el 13 de diciembre). Nació en 1915 en Gary, un pueblo fundado en 1906 por la U.S. Steel (de ahí que lleve el nombre del entonces presidente del Consejo de Administración de dicha empresa), que cuenta con dos Premios Nobel de economía y que, según indica Stiglitz, “se ha quedado en mera sombra de lo que era”.
En realidad, el calendario miente ya que a efectos económicos nació en la mañana del 2 de enero de 1932, en la Universidad de Chicago, de la mano de gente de la talla de Knight o Viner. De allí a Harvard, donde siguió aprendiendo, en este caso de gente como Schumpeter o Hansen. Finalmente, renace en octubre de 1940, cuando, al no haber sitio para él en esta última universidad, se va a la competencia: al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Había llegado al paraíso y allí se quedó, mimando, además, sus relaciones con Harvard, para mayor gloria de ambas universidades y del Cambridge de Massachussets.
1. La importancia de saber matemáticas
Aunque no comenzó su vida académica como matemático, se dio cuenta de que las matemáticas iban a revolucionar la ciencia económica y se puso a la tarea: frente a la contraposición entre lo literario y lo matemático y acogiéndose al lema de Gibbs de que “las matemáticas son un lenguaje”, puso orden y concierto en lo que se refiere a los Fundamentos del análisis económico y transitó por diversos campos aplicados (suya es, por ejemplo, la reconstrucción y dos de los teoremas centrales de la teoría neoclásica del comercio internacional, a la que los más justos denominan teoría de Heckscher-Ohlin-Samuelson y mis alumnos teoría de H-O-S) y, era inevitable, le dieron el Nobel de Economía en 1970, el segundo año en el que se concedió dicho galardón, el primer Nobel no compartido y el primero concedido a un economista no europeo.
2. Un manual con suerte
En los años 40 del pasado siglo, en sus treinta y tantos, ya había alcanzado la gloria y el azar le llevó a la fortuna, tanto para él como para todos los economistas que desde entonces ha habido. La culpa la tuvo su jefe en el MIT aquel día que entró en su despacho, cerró la puerta y le dijo: “Ochocientos estudiantes del MIT deben seguir durante un año la asignatura obligatoria de economía. La odian. Lo hemos probado todo y siguen odiándola… Escribe un manual que les guste a los estudiantes. Si les gusta, la tuya será una buena economía…” Se puso manos a la obra y combinando la inspiración con la transpiración, tras noches y veranos sudando tinta, logró la hazaña: su manual de Economía (conocido como “El Samuelson” por todos aquellos que hemos sido, somos y seremos estudiantes y profesores de economía).
El economista más alto del mundo, Galbraith, profetizó en la revista Fortune que las siguientes generaciones aprenderían economía de él y así fue. ¿Cuál fue el secreto del éxito de su manual? La respuesta más fácil es que tenía las ideas claras y sabía lo que quería. Esta respuesta es parte de la verdad, pero no es toda la verdad. Samuelson lo cuenta muy bien en su artículo “Credo del autor de un manual afortunado”, cuya traducción se ha publicado en el número 27 de RAE Revista Asturiana de Economía.
La otra parte de la verdad es que “El Samuelson” tuvo suerte: el manual alternativo y en la actualidad totalmente olvidado de Lorie Tarshis que, al decir de Samuelson, “era un buen libro; un muy buen libro” pereció víctima de la “limpieza ética” de gente que, adhiriéndose a la cruzada terminológica abierta por Herbert Hoover y justo antes de la época de la caza de brujas de McCarthy, lo (des)calificaron como “keynesiano-marxista”. “El Samuelson” se salvó de la quema por dos razones: primera, porque el presidente del MIT salió a la palestra y “proclamó que en el momento en el que uno de sus profesores pudiera ser censurado por algún aficionado, él presentaría la dimisión” y, segundo, porque Paul Samuelson aprendió a sobrevivir y extrajo una lección de diversidad que no debería olvidar ningún autor de manuales: “Principios que instruyen eclécticamente conducen a mejores principios, en vez de a banalidades insípidas, y llevan a un mejor aprendizaje”.
En todo caso, lo que nos debe importar es cómo ve la vida, cómo enfoca su oficio de economista y, en definitiva, cómo responde a dos preguntas fundamentales e interrelacionadas: ¿Cuánto mercado? y ¿Cuánto estado?
En este sentido, Samuelson, que partió de Chicago, al igual que Friedman, siguió por otro camino muy diferente. Para él, la idea básica de Chicago, que “todo tiene un precio”, es “un disparate”, tal como lo muestran los miles de millones de excepciones que tiene, ya que si dicha hipótesis fuera cierta “ningún miembro de la especie humana sobreviviría ni siquiera una semana”.
Por ello, y frente a la espuria ley de Chicago, Samuelson resalta una verdad básica de la economía: “no des al mercado lo que no es del mercado”, señalada en uno de sus artículos de prensa recopilados en su obra Economía desde el corazón. La razón es clara: la vida es competencia, pero también suerte. Por esa razón, porque el azar existe, precisamos una red de seguridad que es la democracia y el estado del bienestar: “la democracia es el sistema de reaseguro mutuo más importante que se haya inventado jamás. Cuando vemos a un amigo haciendo cola para cobrar el paro, nos decimos: ahí estaría yo de no ser por la gracia de la oferta y la demanda”.
De ahí que Samuelson haga suya la famosa frase “los impuestos son el precio que pagamos por la sociedad civilizada”. ¿Significa todo esto que es partidario de un estado que gaste sin control? Nada de esto: “el que los gastos públicos persigan los objetivos humanos más sublimes no es razón para que se realicen imprudentemente… o con ineficacia. A los gobiernos suele pasarles lo que a Casanova, que demasiadas veces no saben cuando hay que parar”.
Como se puede apreciar, Samuelson da una de cal y otra de arena, apuesta por la diversidad, por la economía mixta frente a los apocalípticos que, olvidándose de los hechos e inasequibles al desaliento, siguen insistiendo en que con la intervención del estado en la economía terminaremos adentrándonos por el Camino hacia la servidumbre de Hayek, ese camino que tanto se anuncia y nunca se divisa. Samuelson es un economista ecléctico porque el mundo le ha hecho así: “soy ecléctico únicamente porque la experiencia me ha enseñado que la madre naturaleza también lo es”.
En resumen, la gran lección que nos sigue dando Paul A. Samuelson, uno de los gigantes de la ciencia económica del siglo XX, es que la vida es compleja, que la competencia es fundamental, pero que el azar también existe; que, consecuentemente, el mercado, pilar básico de nuestro sistema económico, se puede y se debe combinar con el estado y que ninguno de los dos se debe pasar de la raya. En definitiva, que hemos vivido, vivimos y viviremos en una economía mixta. Esta lección, tan importante y tan obvia para los economistas (gracias a la insistencia de Samuelson), a veces no llega con claridad a los ciudadanos. Por ello, la pregunta que debemos hacernos los del oficio es si somos capaces de trasmitirles esta idea a las personas ajenas a la economía que, generosamente, nos conceden su atención.
5 Comentarios
Puntualización: Hayek también defendía un sistema de protección social para desfavorecidos.
No caigamos en criticar caricaturas.
También somos grandes lectores de Hayek y distribuiremos sus trabajos. Me da la sensación de que es dificilísimo explicar teoría económica sin personalismos y política. O conmigo o contra mí…lo objetivo, el trabajo que ha pasado por la academica, que se publica en revistas de indudable prestigio, la capacidad intelectual en una rama de conocimiento se ve diluida rápidamente por la política o por las ideas que, al margen de la academia, puedan tener los autores. A mí, personalmente, me parece muy triste.
Mi disciplina no es la economía por lo que no puedo entrar en el debate metodológico que plantean los dos anteriores economistas, pero dicho esto he de declarar que el contenido del post me parece muy claro e inteligible, con lo que creo que el autor ha alcanzado plenamente su objetivo, y por ello es a él a quien yo le agradezco su generosidad.
El que lo escribe es un Catedrático de Economía con un gran prestigio en el campo de la economía aplicada. Es de los pocos que se ha leído las obras (originales) de todos los grandes economistas 🙂 lo cual es un gran reto, jejeje, además, es un gran divulgador, como bien dices, Libreoyente. Gracias!
El Camino de Servidumbre, «ese camino que tanto se anuncia y nunca se divisa»…
¡Se ve que usted no ha tenido que tratar con un ayuntamiento!