De vez en cuando regreso a esta casa para escribir sobre coyuntura geoeconómica. Suelo hacerlo cuando la situación global merece una reflexión por su relevancia e implicaciones futuras, como ocurre en la actualidad. Tratando de resumirla en una palabra, me acordé de este fantástico vocablo inglés con el que he titulado el presente artículo.
“Omnishambles”, que no tiene una traducción exacta al español, describe una situación que es mala en muchos sentidos, porque las cosas se han organizado mal y se han cometido errores graves. Esto es, el mundo tal cual lo estamos viviendo ahora mismo.
Hace dos años ya publicamos una pieza en la que compartía la desazón que me provocaba el análisis de la realidad del momento. Se trataba de algo, decía en marzo de 2022, que escapaba de mi capacidad para racionalizar y sintetizar las cosas, un runrún de advertencia sobre un gran peligro y sobre un momento fundamental —y doloroso— en la configuración del mundo.
Un cambio que llevaba décadas forjándose pero que se estaba acelerando por el enésimo desvarío de un tirano con ansias de poder. Uno, además, con maletín nuclear.
Desde entonces, las cosas no han mejorado. Hagamos un breve recorrido analítico sobre lo que está ocurriendo.
Acumulando crisis
En los últimos años, las secuelas de la COVID se han sumado a los problemas en la cadena de suministros global, la guerra de Ucrania, la crisis energética y el aumento de fenómenos climatológicos externos, junto con la fragmentación del orden internacional.
El diccionario británico Collins eligió permacrisis como palabra del año 2022, que define un periodo prolongado de inestabilidad e inseguridad derivado de una serie de eventos de impacto global.
El Foro Económico Mundial acuño posteriormente el término policrisis, una situación en la que confluyen riesgos dispares pero interdependientes.
Estos riesgos interactúan entre sí de modo que su impacto conjunto es mucho mayor que el impacto que tendrían individualmente. Es el caso de los efectos de la crisis sanitaria, la geopolítica, la inflación, la energía y el clima. Además, la frecuencia y magnitud de las perturbaciones están aumentando
Esta sucesión de eventos sin solución de continuidad nos dificulta comprender lo que está ocurriendo, darle una forma, un significado global. La lógica del mundo del siglo XX se sustentaba en la existencia de un criterio estabilizador, una dinámica que implicaba la existencia de un orden previo en crisis que debía ser reconstruido de otra manera. Esa dinámica ya no existe.
Hoy en día, ese orden es literalmente inconcebible, vivimos en una ausencia de orden. Y esto tiene consecuencias en la política, la economía, la gestión empresarial y en las personas.
Dinámicas, tendencias y riesgos globales
Para analizar las tendencias globales, siempre me ha gustado utilizar el símil de la tectónica de placas: grandes dinámicas sociales, políticas, económicas, tecnológicas y culturales que se expanden, se deslizan y superponen, cuya fricción o choque generan ondas sísmicas de enorme energía, que llegan a provocar terremotos y alterar para siempre la configuración del planeta.
En mis conferencias explico que las grandes placas tectónicas cuyas interacciones sacuden el siglo XXI son el declive de la gobernanza global, la evolución de la demografía, la revolución tecnológica y la competencia por explotación de los recursos naturales.
Dichas interacciones marcan en mayor o menor medida las tendencias y riesgos globales de cada momento, que actualmente podríamos agrupar en seis grandes áreas.
- Fragmentación del orden mundial y “weaponización” geoeconómica y tecnológica. Hay una mayor interdependencia entre bloques que compiten de manera cada vez más acusada fuera de las instituciones globales, y un aumento de los conflictos internacionalizados y de la inseguridad.
- Riesgos inflacionistas persistentes. Aunque no se trate del escenario principal, no cabe dar por muerta la inflación. Si se mantiene en niveles elevados o vuelve a acelerarse en 2024 y los tipos de interés no acaban de relajarse, podría producirse un desplome en el consumo y la inversión, depreciaciones en las divisas y recesión.
- Falta de cooperación global. La transición hacia las energías renovables es urgente, pero se enfrenta a la competencia feroz por las materias primas y el talento. Esa competencia se traslada hacia las nuevas fronteras tecnológicas. El multilateralismo agoniza lentamente.
- Envejecimiento de la población mundial. Ello impacta en los sistemas de protección social y la productividad de los países desarrollados, muchos de ellos con unas cuentas públicas cada más frágiles tras crisis sucesivas. A ese declive demográfico se suma un profundo cambio de valores tras la pandemia y una pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores por la inflación. En un ambiente socialmente crispado e inestable, el crecimiento potencial queda comprometido.
- Declive de las democracias liberales. La pujanza de los líderes autocráticos puede servir de modelo a muchos países ante la creciente inseguridad e incertidumbre, abriendo camino a soluciones populistas.
- Riesgos climáticos y exigencias de la transición ecológica. No solo por la competencia global que hemos mencionado, sino por el impacto en los países más pobres y en los sectores de población más desfavorecidos. De ahí salen los chalecos amarillos, las protestas del campo y una cada vez más evidente desafección ciudadana.
No obstante, lo apuntado, el mayor riesgo a corto plazo, y que en mi opinión permea a todos los demás, es el geopolítico y de seguridad.
La conflictividad global y sus efectos.
Como señala el excelente Panorama Geopolítico de los Conflictos 2023 del Instituto de Estudios Estratégicos, la creciente competencia geopolítica marca un cambio en la dinámica de los conflictos en un mundo cada vez más multipolar, especialmente en las regiones estratégicas. En particular, los Estados más poderosos, como Rusia y China, y los actores regionales emergentes, como Turquía, Arabia Saudí e Irán, son ahora más proactivos. Ofrecen apoyo político, militar y financiero más allá de sus regiones inmediatas, intensificando así los conflictos.
Los conflictos internacionalizados se han multiplicado por nueve desde 2004, hasta alcanzar los 27. Ya son ahora tan frecuentes como los intraestatales. Hablamos de conflicto internacionalizado cuando uno o varios Estados, distintos de aquel en cuyo territorio tiene lugar el enfrentamiento, intervienen, directa o indirectamente, de manera expresa o encubierta, en sus desarrollos políticos o militares,
El escenario de conflictividad global siguió monopolizado durante la mayor parte de 2023 por la guerra en Ucrania, que parece encontrarse en un callejón sin salida, convertida en una guerra de desgaste, que sigue afectando gravemente a Europa y, por lo tanto, a España.
La perpetua guerra de Ucrania supone un shock energético, económico, migratorio y político, e impone una tensión creciente a medida que la feroz resistencia ucraniana (con ingente ayuda occidental) aleja la posibilidad de victoria completa de las tropas rusas, cada vez más empeñadas en la destrucción civil y militar. Ello acrecienta, además, el riesgo de escalada y focaliza todo el interés de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica en el este de Europa. El conflicto tiene todas las características de una peligrosa guerra proxy.
Para complicar el panorama, a finales de año se produjo el ataque terrorista de Hamás en territorio israelí y la posterior reacción de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) en la Franja de Gaza, una situación con un muy alto potencial de contagio. El conflicto armado, con serias consecuencias humanitarias, ya ha tenido peligrosas derivadas en los países vecinos y está afectando al tráfico en el Mar Rojo, con diversos actores internacionales implicados.
Como escribe el General Dacoba, “las repercusiones de lo que ocurre en Ucrania y Palestina son de orden global y afectan en mayor o menor medida al resto de conflictos, presentes o probables, por lejanos que se encuentren”.
Finalmente, tampoco debemos olvidar las tensiones entre China y Taiwán, así como un entorno de seguridad en el Magreb/Sahel que no cesa de deteriorarse.
Las intervenciones europeas en territorio africano han tenido un resultado decepcionante, y el hueco que han dejado está siendo rápidamente ocupado por Rusia y por otras potencias; China, especialmente, pero también Turquía, Israel, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, India, etc.
A perro flaco, todo son pulgas
El incremento de la conflictividad global, como hemos apuntado, corre paralelo y se realimenta con el declive de la cooperación global. Este fenómeno afecta directamente a las decisiones políticas y empresariales a escala mundial y local:
- Se refuerzan la autonomía estratégica y la resiliencia frente a la eficiencia económica.
- Se reconfiguran las cadenas de valor globales y resurgen las tensiones proteccionistas.
- Se producen cambios duraderos en los flujos comerciales y de inversión.
Tales cambios se traducen en un aumento de costes, una disminución de la productividad, menor crecimiento y mayor volatilidad e incertidumbre.
Esta tensión geopolítica es especialmente significativa en el comercio de materias primas relacionadas con la transición energética y digital: casi el 20% del comercio mundial de mercancías se realiza entre economías geopolíticamente distantes. Y casi el 40% del comercio de productos concentrados a escala mundial se realiza entre dichas economías.
Algunos ejemplos notables los tenemos con el hierro, el cobre, las tierras raras, la soja, los smartphones, los portátiles, los monitores…
Casi el 30% del comercio de baterías de iones de litio y células fotovoltaicas se realiza entre economías geopolíticamente más distantes.
No será fácil reconfigurar el comercio de productos concentrados a escala mundial para evitar el riesgo de depender de socios geopolíticamente distantes. En la actualidad, pocos proveedores alternativos están geopolíticamente más cerca de la economía importadora.
La alta concentración de extracción y refino de materias primas en pocos países, especialmente en China, es uno de los principales riesgos en la actualidad.
Fruto de la elevada exposición a interrupciones de la cadena de suministro y la amenaza de su uso como arma geoeconómica, con crecientes restricciones a las exportaciones y a la inversión extranjera. En este contexto, destaca la feroz competencia existente entre Estados Unidos y China.
La batalla tecnológica entre los dos gigantes se ha acentuado, especialmente con los semiconductores.
Estados Unidos ha prohibido las exportaciones e inversiones en chips avanzados y tecnología asociada a China, con el fin de limitar su desarrollo en inteligencia artificial y en supercomputación. China responde sancionando empresas norteamericanas y restringiendo la exportación de materias primas críticas. Las principales empresas de semiconductores ya están limitando su presencia en China y reorientando sus inversiones hacia países occidentales y asiáticos.
Otro frente de conflicto creciente es el de los vehículos eléctricos y a las tecnologías renovables. La batalla se extiende también a nivel regulatorio y ético.
En esta guerra tecnológica, la gran perdedora en la Unión Europea.
Omnishambles
En resumen, el panorama a corto y medio plazo se presenta muy incierto, un “omnishambles” de manual. El aumento de la competencia frente a la cooperación y el agravamiento de los conflictos resulta preocupante.
Las nuevas dinámicas de poder, las cambiantes realidades demográficas. Los costes de la transición energética y el avance de las tecnologías de vanguardia . Todo ello está incrementando una desconfianza (entre países, y entre ciudadanos y sus dirigentes) que lleva tiempo latente. En lugar de mejorar las oportunidades que todo ello ofrece en beneficio mutuo. Ello puede tener un impacto notable en el crecimiento global de los próximos años, si nadie lo remedia.
¿Cómo enfrentarse entonces a este entorno endiablado? En Sintetia esbozamos hace tiempo unas habilidades clave, sobre las que merece la pena abundar. Vamos a tratar de hacerlo en próximas entregas. Hasta entonces, ya conocen nuestro lema: never surrender, queridos lectores.