El Premio Nobel de Economía del 2018 ha sido concedido a dos economistas que, siendo muy distintos en muchos otros aspectos, tienen algo en común, ambos se enfrentan al tema del crecimiento económico, aunque lo hagan desde dos perspectivas diferentes: por una parte, a Paul M. Romer, quien convierte en traslúcida la caja negra de la tecnología y, por otra, a William D. Nordhaus, quien, partiendo del hilo de las restricciones que la escasez de recursos naturales puede plantear al crecimiento, llega al ovillo del cambio climático. A continuación, se resumen ambas aportaciones.
Romer y el crecimiento endógeno
Como señala Romer en su revisión de los orígenes del tema, el rótulo “crecimiento endógeno” remite a:
“un conjunto de trabajos teóricos y empíricos que aparecen en los ochenta y que se diferencian del modelo neoclásico de crecimiento porque indican que el crecimiento económico es un resultado endógeno del sistema económico, no el resultado de fuerzas que inciden desde fuera”.
Con estos trabajos se intentan explicar hechos que no cuadraban (“anomalías” en el sentido de Kuhn) en el modelo neoclásico de crecimiento de Solow (Premio Nobel en 1987), en el que, aunque el capital era importante y tenía su papel, la clave del crecimiento estaba en la tecnología, algo que, en términos de Solow, era un “maná del cielo” y que, consecuentemente, era exógeno en su modelo.
Las anomalías que había que explicar eran dos. Una de ellas era el hecho de que
“el progreso tecnológico viene de cosas que hace la gente”. Dicho de otra manera, para progresar (tecnológicamente) hay que investigar mucho. Por ello, y aunque los descubrimientos parezcan a veces el fruto de la casualidad (algo exógeno, en definitiva), “la tasa de descubrimiento agregada es endógena. Cuanta más gente … experimente con bacterias, más descubrimientos valiosos se lograrán” y, consecuentemente, los descubrimientos (las tecnologías, ya que para Romer las tecnologías son las ideas) dependen de lo que el sistema económico fomente a este respecto, con lo que la tecnología es endógena.
La otra “anomalía” que había que explicar era el hecho de que “muchos individuos y empresas tienen poder de mercado y obtienen rentas de monopolio por los descubrimientos”, con lo que hay lo que se denomina “exclusión”. A este respecto es importante introducir dos conceptos clave para entender la tecnología, la “rivalidad” y la “exclusión”.
Un bien es “rival” cuando, por decirlo de algún modo, no podemos usarlo dos personas al mismo tiempo. Por ejemplo, una camisa es un bien rival porque una persona no puede llevar la camisa que utiliza en ese momento otra persona.
La “exclusión” se refiere, como la palabra indica, a si hay algún sistema que permita excluir a los potenciales usuarios. En las camisas hay exclusión, ya que en las tiendas no se las facilitan a quienes no las pagan. Pues bien, resulta que la tecnología es un bien no rival en el que hay exclusión, aunque sólo sea parcial o temporal. Así, el programa con el que se escriben estas líneas es un bien no rival porque pueden estar utilizándolo muchos otros usuarios en paralelo, sin que pase nada y, además, es un bien en el que hay exclusión, pues se usa previo pago del mismo.
Vinculada con la no rivalidad, la tecnología tiene otra característica fundamental: el coste de producirla es elevado y el coste de, por así decirlo, “reproducirla” es bajo.
Crear el programa con el que se escriben estas líneas costó mucho dinero, pero, una vez que se creó, realizar copias del mismo cuesta muy poco. Esto nos lleva al mundo de los rendimientos crecientes y los costes decrecientes (si el coste de crear el programa es 1.000 y el de la copia es 2, el coste medio de la primera copia es 1002. Si realizamos dos copias y hacemos de nuevo la cuenta desde cero, el coste medio baja a 502) y, al final, a la competencia imperfecta.
En definitiva, si queremos entrar en el mundo de la tecnología, hay que realizar un cambio radical (de la competencia perfecta a la competencia imperfecta) y esto fue lo que hizo Romer en 1990, en parte gracias a una aportación fundamental que habían realizado Dixit y Stiglitz en 1977 sobre la competencia monopolística.
Este cambio de perspectiva fue clave, pues llevó a un cambio de paradigma respecto al crecimiento económico. Gracias a Romer, los economistas podemos ofrecer a los decisores “algo más perspicaz que la prescripción estándar neoclásica de ‘más ahorro y más escuela’”.
Gracias a las Nuevas teorías del Crecimiento o Teorías del Crecimiento Endógeno en general y a Romer en particular, podemos y debemos hablar también de cuestiones institucionales y de política, de cosas tales como “la protección de los derechos de propiedad intelectual, las conexiones entre las empresas privadas y las universidades, los mecanismos de selección de las áreas que reciben ayudas públicas, y los costes y beneficios de una política tecnológica liderada explícitamente por los gobiernos”.
Nordhaus y el cambio climático
Para entender la labor de Nordhaus, hay que partir de su artículo de 1974 sobre “Los recursos como una restricción en el crecimiento”. En dicho artículo y utilizando la terminología del célebre y ya clásico trabajo de Boulding sobre la nave espacial Tierra de 1966, Nordhaus señala, primero, que
“en una considerable parte de su historia, la economía de EEUU ha funcionado como una economía de vaqueros. Ha sido una economía de vaqueros en el sentido de que no ha habido importantes restricciones de recursos en el crecimiento” y, segundo, que, como ya venía diciendo Bob Dylan desde 1964, los tiempos estaban cambiando: “en las últimas décadas, sin embargo, … algunos depósitos de minerales se han agotado, y la capacidad de carga de nuestro medio ambiente se ha forzado”.
Ello ha llevado a que cambie también nuestra perspectiva, en el sentido de que “cosas que tradicionalmente habían sido tratadas como bienes libres (aire, agua …) deben ser tratadas ahora con el mismo cuidado que se le da a otros bienes escasos”.
Respecto a este cambio de perspectiva, asociado al Informe para el Club de Roma de los Meadows sobre “Los límites al crecimiento”, de 1972, la opinión de Nordhaus es clara: “la economía mundial está progresando hacia un sistema cerrado” y, consecuentemente, a su juicio, en aquel momento ya se estaba yendo desde el abierto lejano oeste de los vaqueros hacia la cerrada nave Tierra.
El principal problema que veía Nordhaus en el Informe sobre los límites al crecimiento no era, pues, hacia dónde íbamos, sino que era muy teórico, en el sentido de que se basaba en supuestos no contrastados (“… todo el debate sobre los modelos del Club de Roma ha sido teórico… Por teóricas entiendo proposiciones basadas en gran parte en supuestos no contrastados respecto a la estructura del modelo). De ahí que se dieran diferentes imágenes (“se ha demostrado que diferentes modelos del mundo pintan, drásticamente, diferentes cuadros de la vida económica futura”). En definitiva, en aquel momento quedaba mucho trabajo por hacer y de ahí su receta: “sólo un cuidadoso análisis empírico puede indicar cuál de los modelos alternativos se aproxima más a la realidad”. Pues bien, a esta labor de “cuidadoso análisis empírico” es a lo que se dedicará Nordhaus posteriormente y ella le ha terminado llevando al Nobel.
En dicho artículo revisa las posibles restricciones al crecimiento relacionadas con los diferentes recursos naturales y señala: “la cuestión final y probablemente la más difícil se relaciona con los efectos ambientales del uso de la energía”.
Los efectos de tipo local parece que pueden gestionarse, pero hay “un segundo conjunto de problemas ambientales que se relacionan con estándares “globales”, de los cuales el más prominente es el equilibrio de la temperatura de la tierra”.
Pues bien, es a este problema (el del Cambio Climático) al que dedicará sus “Modelos de Evaluación Integrada”, en los que la naturaleza y la sociedad interactúan dinámicamente y en los que se incluyen tres sub-modelos: el de circulación del carbono, vinculado con la Química, en el que se relacionan las emisiones de dióxido de carbono con las concentraciones de dicho gas, el climático, vinculado con la Física, en el que la concentración atmosférica del dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero afecta al clima, y el de crecimiento económico, vinculado con la Economía, en el que se relacionan las diferentes políticas climáticas (por ejemplo, los impuestos al carbono) con sus efectos sobre la economía y las emisiones de dióxido de carbono. El modelo inicial (publicado en 1994) es el denominado DICE (Dynamic Integrated model of Climate and the Economy) en el que trabaja con una región. Posteriormente (en 1996), presentará el denominado RICE (Regional dynamic Integrated model of Climate and the Economy), en el que trabaja con ocho regiones.
El valor añadido de todos estos modelos centrados en regiones mundiales no es que le lleven a la conclusión de que se precisa gravar con impuestos el carbono (el que se pongan impuestos relacionados con los efectos externos negativos -que es lo que genera el dióxido de carbono- viene de Pigou y ya estaba claro en 1920) sino que está en su “cuidadoso análisis empírico”, aquella labor que estaba pendiente desde su artículo de 1974 sobre “Los recursos como una restricción en el crecimiento” y que, gracias a la capacidad y la tenacidad de Nordhaus, se puede realizar con rigor ahora, cuando urge, pues no procede esperar más.
En sus propias palabras:
“mi investigación muestra que, en efecto, hay beneficios netos sustanciales de actuar ahora, … Esperar no solo es costoso económicamente, sino que hace que la transición sea también mucho más costosa cuando tenga lugar”.