Edmund Phelps, el Nobel de Economía en 2006, estudia la macroeconomía en clave microeconómica y tiene, además, un corazón caliente y una cabeza fría: el primero le permitió ver una de las caras de la gente (que el ser humano es un ser “pensante y expectante” y que, consecuentemente, toma decisiones con información imperfecta o incompleta) hasta entonces prácticamente oculta a los ojos de los macroeconomistas convencionales. La segunda le permite analizar dichas decisiones con las herramientas de la economía ortodoxa, a la que ha aportado innumerables ideas.
Lo primero que se debe señalar es que “Ned” Phelps es un todo integrado en el que se encuentran los mil senderos (vida, obra, milagros, micro, macro…) que habitualmente siempre se bifurcan. Así lo ha considerado de hecho la Fundación Nobel al darle el premio a él sólo (los anteriores se dieron a varios y hay que retroceder hasta 1999 –Mundell- y 1998 –Sen- para encontrarse con un único premiado). Por ello, no seríamos justos con Phelps si separáramos su obra de su vida. Empezaremos pues por su vida, seguiremos con su obra y, por aquello de la magia del número tres, completaremos la jugada con un milagro.
Vida: un hombre viajado y “vivido”
Edmund S. Phelps nace en Chicago en 1933, en el peor momento de la Gran Depresión, como consecuencia de la cual sus padres se quedaron sin trabajo. Su padre volvería a tenerlo en 1939, en Nueva York, a donde se trasladó la familia. El chico era extremadamente inteligente, pero no tenía claro su futuro y gracias al empujón de su padre y al influjo de dos de sus profesores en Amherst terminó dedicándose a la Economía. De Amherst salió con una “vaga sensación de que la microeconomía que se enseñaba en un conjunto de asignaturas no se comunicaba con la macroeconomía de los otras”.
Continuó sus estudios (postgrado) en la Universidad de Yale, en los que se encontró con dos economistas de primera y futuros premios Nobel: Tobin (1981) y Schelling (2005). Se encontró, además, con economistas de Europa Central (Fellner y Wallich) que, intuía, podían abrirle las puertas a un paradigma macroeconómico alternativo al entonces reinante. Mitteleuropa se convirtió en una fascinación y por ella viajó mentalmente.
Por otra parte, Fellner y Wallich tenían, efectivamente, otra forma de ver la macroeconomía: “siendo la subjetividad centroeuropea una segunda naturaleza para ellos, insistían en las expectativas de los agentes respecto a la inflación y, en general, respecto a los precios y los salarios”.
Termina sus estudios de postgrado en Yale y se incorpora a la RAND Corporation en julio de 1959, donde conoce, entre otros, a Richard Nelson. No era, sin embargo, la guerra lo suyo y volvió pronto a Yale, combinando su docencia en la Universidad con su investigación en la Cowles Foundation, instituciones donde estuvo cinco años y medio y época en la que publicó su famoso artículo sobre la “regla de oro” (1961, a los 28 años).
En estos años disfruta del libre comercio de la ideas con Koopmans (en la Cowles, Nobel en 1975) y, en una estancia en el MIT en el curso 1961-62, con Samuelson (Nobel en 1970) y Solow (Premio Nobel en 1987), a cuya “industria del crecimiento” se había vinculado con su artículo sobre la “regla de oro”. Como se suele decir, el chico “progresaba adecuadamente” pero era consciente de su situación:
“… en pocos años me convertí en un economista reconocido internacionalmente… (pero), si quería hacer algo de una profundidad y distinción inusual, tenía que pensar mucho más duro de lo que lo estaba haciendo, para elevar el nivel de mi juego”.
Eso es lo que hará en la Universidad de Pensilvania, a la que se incorpora en 1966, al no haber plaza en Yale. En ella realiza los trabajos sobre la inflación y el desempleo (los dos primeros se publicaron en 1967 y 1968, a los 34-35 años) que, junto con el ya citado de la “regla de oro”, le llevarán al Nobel casi cuarenta años más tarde).
En esta época publica también trabajos con Richard Nelson (sobre el papel de la educación y la tecnología en el crecimiento, en 1966) y con Sydney Winter (sobre el mercado de clientes), en 1970, en el denominado “volumen de Phelps” en el que se incluían trabajos de diversos autores que formaban parte de aquella nueva forma de ver las cosas (“Fundamentos macroeconómicos de la teoría de la inflación y el empleo” o, dicho de otra manera, fundamentos microeconómicos de la macroeconomía).
Un momento importante de este período es su estancia en el Centro de Estudios Avanzados de Ciencias de la Conducta de Stanford (año académico 1969-70), en el que tiene ocasión de seguir el consejo que Sen (Premio Nobel del año 1998) le había dado respecto a la importancia de la obra de filósofo Rawls, con quien coincidió en dicho centro, en el que también estaba Arrow (Premio Nobel del año 1972) y los filósofos Tom (Nagel) y Tim (Scalon) y de ahí que: “todo un nuevo campo estuviera brotando ante mis ojos”.
En esos años entra en crisis su primer matrimonio y reconstruye su vida personal yéndose a vivir a Nueva York, a cuya Universidad de Columbia termina desplazándose en el otoño de 1971 (48 años). Conoce entonces a Viviana Montdor, “quien había venido de Buenos Aires (vía Paris)”, con la que se casó en 1974 y ha vivido desde entonces. En Nueva York contribuye a la reconstrucción del Departamento de Economía teniendo como compañeros a Lancaster y Findlay, los senior Dhrymes y Mundell (Nobel del año 1999) y los junior John Taylor y Guillermo Calvo (uno de los economistas hispano, es argentino, que goza de mayor reconocimiento internacional), con los que trabajará durante la década siguiente con gran armonía y éxito. Como señaló Lucas (Nobel del año 1995), con Calvo y Taylor Phelps contaba “con toda una escuela en Columbia”.
Los primeros ochenta son años de síntesis y de más viajes: en ellos Phelps publica un manual (al que nos referiremos en el apartado dedicado a los “milagros”) y se mueve por Europa (diversas universidades, básicamente italianas) y colabora con Jean Paul Fitoussi en una obra sobre “La crisis en Europa” y, posteriormente y también vía Fitoussi, en una misión del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, a Moscú, cuyo objetivo era realizar análisis y propuestas sobre la transición al sistema de mercado.
Todo esto lo ha realizado antes de los 60 años, con lo que queda claro que Phelps es un economista viajado y “vivido”, esto es ha viajado, mental y físicamente, por el mundo (América, Europa) y diversos enfoques (científico, filosófico), y ha vivido con muy buena gente y, aunque no entraremos en esta etapa más reciente, en sus sesenta y setenta sigue fiel a su filosofía de vivir y viajar.
Obra: un macroeconomista microeconomista
A Phelps le han dado el Nobel “por su análisis de los intercambios intertemporales en la política macroeconómica”. Esto es, estudia la política macroeconómica en clave de las interdependencias del hoy con el mañana.
Para ver su valor añadido conviene situarse en el año 1936, en el que Keynes publica su “Teoría general”, que es la base de la política macroeconómica de la inmediata posguerra (II Guerra Mundial). Así, del diagnóstico de Keynes se derivaba una receta muy clara: se podía combatir el desempleo no voluntario aumentando la demanda agregada (vía, por ejemplo, un incremento del gasto en obras públicas), sin mayores costes en términos de inflación.
El siguiente paso se da en 1958, cuando un minero de Nueva Zelanda devenido en ingeniero y economista y llamado Alban William publica en la revista de la London School of Economics (“Economica”) un artículo sobre la relación entre el desempleo y la tasa de variación de los salarios. En él se mostraba que al reducirse el nivel de desempleo aumentaban los salarios. Dado que los salarios influyen en los precios, ello era lo mismo que decir que había un intercambio entre inflación y desempleo (se podía cambiar una mayor inflación por un menor desempleo). La primera es mala, pero podría ser bienvenida si sirviera para reducir otro mal mayor, el desempleo. De ahí que la curva de Phillips (así se apellidaba Alban) modificara un poco el planteamiento inicial de Keynes (se podía seguir reduciendo el desempleo aumentando la demanda agregada pero ahora con un coste en términos de inflación).
La curva de Phillips era simplemente una regresión y no se basaba en ninguna teoría económica, pero era útil: se podía elegir la combinación de paro e inflación deseada en cada momento de tiempo y el futuro no influía en dicha elección. Es aquí donde aparece Phelps con un artículo publicado en esa misma revista en 1967, gestado en 1966, en Inglaterra, donde estaba disfrutando de una beca. Lo que plantea Phelps es una curva de Phillips con un nuevo componente: las expectativas respecto a los precios. Esto es, antes se relacionaba la inflación de un determinado momento con el desempleo de dicho momento y ahora se la relaciona además con las expectativas respecto a la inflación.
Ya tenemos pues un planteamiento intertemporal: la inflación de hoy depende del desempleo de hoy y (valor añadido de Phelps) de las expectativas que tenemos sobre la inflación que habrá mañana. Con ello, Phelps introduce las expectativas (aquella idea que había tomado de sus profesores Fellner y Wallich, que procedían de la fascinante Mitteleuropa, en la que gente como Mises había insistido, ya en 1953, sobre el papel de las expectativas en la inflación). Esta aportación de Phelps es fundamental y ha tenido grandes consecuencias en términos prácticos ya que ahora los bancos centrales tienen en cuenta esas expectativas respecto a la inflación a la hora de formular la política monetaria; saben que lo que pensamos sobre el mañana influye en el hoy.
Con todo, Phelps no estaba muy satisfecho con este resultado, pues no tenía bases microeconómicas. Dicho de otra manera, en esta macroeconomía había inflación y desempleo pero faltaba la gente: “faltaba algo fundamental. No nos situaba en la mente de las empresas, de sus directivos. El hombre es un ser pensante, expectante. Lo que se precisaba era un modelo de una secuencia: las expectativas de la empresa, sus acciones posteriores y la de los demás, el descubrimiento de las acciones de los demás, la formación de nuevas expectativas, etcétera.” El modelo de la secuencia aparece en su artículo de 1968 en el “Journal of Political Economy”. De los economistas dedicados al estudio de la economía laboral Phelps había obtenido la idea de que las empresas se sienten incómodas cuando el desempleo es bajo pues ven que pueden quedarse sin algunos de sus trabajadores.
En una situación como ésta, una empresa intentará retenerlos pagándoles un salario superior al de equilibrio, en el sentido tradicional de este término (esto es, un salario superior al que iguala la oferta y la demanda de trabajo). Ahora viene la reacción de las demás empresas que, por la misma razón, hacen lo mismo: todas las empresas pagan un salario mayor que el de equilibrio y, encima, están también en desequilibrio en lo que se refiere a la falta de igualdad de sus expectativas con la realidad, siguiendo la tradición de Marshall, Hayek y Myrdal, Phelps considera que existe equilibrio cuando lo esperado coincide con lo realizado, pues en ese caso la realidad coincide con el deseo y la gente deja de moverse.
El equilibrio respecto a las expectativas se logra con una posterior reducción de los salarios que, en todo caso, se mantienen por encima del salario al que se eliminaría el paro no voluntario y, en definitiva, al que habría equilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo. Con este análisis Phelps abre toda una nueva línea de investigación, en la que, por una parte, se explica la macroeconomía en clave macroeconómica y, por otra, las expectativas y los problemas de falta de información (cada empresa quiere retener a sus trabajadores pagándoles un salario un poco mayor que el promedio, pero no sabe que todas están haciendo algo similar, con lo que el salario medio está cambiando) se convierten en aspectos clave.
La importancia en términos prácticos de este análisis de Phelps es fundamental: si uno intenta aumentar la demanda agregada (más obra pública, por ejemplo) para disminuir el paro se encuentra con que, a largo plazo y debido al mecanismo de fijación de salarios antes descrito, no hay un intercambio entre inflación y desempleo (la curva de Phillips original), sino que aumentará la inflación sin que se reduzca el desempleo. Esto es, con la curva de Phillips incurríamos en un mal (más inflación) para lograr un bien (más empleo o menos desempleo) y con la curva de Phillips ampliada (por Phelps y, desde otra perspectiva, por Milton Friedman) incurrimos en un mal (más inflación) creyendo que obtendremos a cambio un bien (menos desempleo) y resulta que terminamos sin el bien (la reducción del desempleo) y con el mal (la inflación). Dicho de otra manera, a largo plazo no es posible combatir el paro aumentando la demanda agregada. En síntesis, la política macroeconómica cambia radicalmente tras la obra de Phelps.
Milagro: un economista de Economía Política
Denominaremos “milagro” al hecho de haya escrito un manual de economía. El que algunos de los mejores economistas escriban manuales es algo normal (recuérdese “El Samuelson”) y por ello esto no tiene en principio nada de milagroso. El milagro comienza cuando se ve el título: “Economía Política”, el viejo nombre de la “Economía” cuando era más difusa y más abierta, nombre que ya nadie utiliza.
El milagro continúa cuando uno abre dicho libro y se encuentra, efectivamente, con una “Economía Política” nada confusa y llena de sustancia. Efectivamente, Phelps se planteó dos objetivos: primero, eliminar la separación entre la economía académica desarrollada en las últimas décadas y la sociedad a la que pertenece. Se trataba, pues, de, en primer lugar, servir a la sociedad.
El segundo objetivo era darle prioridad al contenido sobre la forma: que los árboles de las matemáticas no impidieran ver el bosque de la economía. Se trataba, en definitiva, de contar con rigor y calor “las aproximadamente dos docenas de grandes ideas que componen la ciencia económica”, una ciencia económica que, al presentarse en clave de “Economía Política” está, como señalaba, Keynes, “relacionada con la ética”.
La “Economía Política” de Phelps habla de cosas de las que otros no hablan o sobre las que pasan de puntillas, tales como la justicia (capítulo VI) e incorpora los avances habidos hasta mediados de los ochenta del pasado siglo en diversos frentes, entre ellos, en el frente de la información (la falta de ella o su escasez), en el que él ha luchado con tanto éxito. Además, lo hace como sólo Phelps sabe hacerlo: integrando la microeconomía con la macroeconomía y basándose en la gente pensante y expectante que se ve obligada a tomar decisiones en entornos inciertos.
Sobre el autor:
Cándido Pañeda, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo.
Una versión reducida de este artículo ha sido publicado previamente en LNE pero se ha ampliado y actualizado para Sintetia
4 Comentarios
Si soy de la clase trabajadora y vivo de un salario y no de rentas del capital que no tengo ¿Qué me importa la inflación? Lo pregunto sinceramente, y sí, he buscado «hiperinflación» y «zimbabwe» en google y sigo in pillarlo.
Si el interés que te dan por tu dinero es bajo, ¿No significa que te vas a tener que meter en negocios con mucho riesgo y a muy largo plazo para sacar algo? ¿No es eso otra burbuja como cuando la inflación es tan alta que se come las deudas y te empuja a pedir más?
¿Vamos a andar de burbuja en burbuja todo el día? Qué cansino. Cambiemos al menos de burbujas.
Dices… Si soy de la clase trabajadora y vivo de un salario y no de rentas del capital que no tengo ¿Qué me importa la inflación?
Te contesto. Imagina que ganas 1.500 euros y no te suben el sueldo…ahora imagina que te sube el pan un 18% cada mes, y la luz, y las verduras…pues cada día tendrás menor capacidad de pago con esos 1.500
La inflación es un impuesto indiscriminado y mortal, David.
Javier,
Yo aquí estoy parcialmente con lo que comenta David.
La inflación es un problema para el trabajador solo cuando su salario no se actualiza. Pero lo normal en una situación de estabilidad es que los salarios, por tratarse de un precio más, suban al menos al ritmo de la inflación.
Si hoy en España no se produce este fenómeno no es un problema propio de la inflación, sino de que nuestros salarios reales estaban inflados por una burbuja y han de ajustarse.
Pero cuando alcancemos de nuevo el equilibrio que corresponda, los salarios volveran a crecer al ritmo de la base monetaria y, efectivamente, el efecto de la inflación se notará solo sobre la renta fija viva (la renta variable incorpora también las variaciones de la masa monetaria).
Por cierto, aunque esté cojido un poco por los pelos, otro señor de Stanford que sabe mucho de conductas es el psicólogo Zimbardo, el cual tiene una charla apocaliptica muy entretenida en la web del TED. No tiene desperdicio, sobre todo si estás metido en temas de psiquiometría (o conoces a alguna psicóloga que te lo traduzca).