Resulta difícil, sino imposible, hacer cambiar de opinión a cualquiera cuyo salario y modo de vida dependen de esa opinión. No hay momento del día que no recuerde esta frase. Me la dijo un amigo abogado tras una jornada agotadora de negociaciones donde no habíamos sido capaces de mover un ápice los puntos de partida. No había argumentos lógicos, cifras, ni nada que hiciera ver a la otra parte que su punto de vista era duro, extremista y no nos conducía a nada bueno. Pero su sueldo, y su status, dependía de que nadie les hiciera cambiar de opinión.
Desde aquella reunión, hace ya años, me obsesiona una cosa: ¿Qué esconde esta actitud tan arrogante de pensar que siempre tienes la razón? ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar de opinión? ¿Qué nos hace mantenernos férreos a con posturas inmóviles ante procesos de análisis, datos, argumentos y contra-argumentos y con ello tratar de alcanzar un mayor conocimiento sobre lo que pensamos? ¿Por qué las opiniones se convierten casi en actos de fe inquebrantables?
En definitiva, ¿por qué nos convertimos en estúpidos y arrogantes cuando no escuchamos datos, ideas o cualquier argumento que nos contradiga? Si tú también te haces esas preguntas, te recomiendo una lectura sublime: Piénsalo Otra Vez, del profesor más joven y valorado de la prestigiosa Wharton School, Adam Grant.
Adam Grant, todo un Clint Eastwood intelectual
Grant va por la vida a lo Clint Eastwood, desafiando. Le importa muy poco lo que piensa de un tema. Quiere averiguar qué piensas tú. Saber si eres consciente de tus lagunas. Si estás dispuesto a entrar en ellas y aprender. Analiza los sesgos psicológicos que todos tenemos casi de fábrica, y cómo estos son destructivos ante ciertos contextos de seguridad o de poder en sentido amplio (físico, psicológico, de status o monetario).
En las empresas, tenemos una fauna muy representativa de todo esto. Están los hipopótamos, aquellos que en su tarjeta de visita dice que son “jefes de algo” y por eso impone su opinión. Da igual lo que le digan, los datos y la realidad… su empoderamiento les hace pensar que predican siempre la “verdad”.
Están los que “se han hecho a sí mismos». Asumen, de manera arrogante, que lo han vivido todo y nada ni nadie les hace cambiar de opinión. Y, si además, han logrado dinero, entonces el cóctel de la estupidez supina puede ser extrema.
Y están los narcisistas que destruyen a cualquiera que a su alrededor le contradiga. Su personalidad arrogante le lleva a rodearse de aduladores y personas sumisas. A crear contextos de falsa seguridad donde siempre, como por arte de magia, se hace lo que ellos dicen y, caiga quien caiga, siempre tienen razón.
El cementerio está plagado de empresas lideradas por este tipo de perfiles. El propio Adam Grant explica en detalle el caso de Blackberry, y cómo su líder supremo se creía siempre en la cima de la verdad, con una empresa que llegó a tener un valor de 70.000 millones de dólares, y que despreció negocios de forma recurrente (por ejemplo, la mensajería tipo WhatsApp cuando Blackberry fue el primero en hacerlo). De desprecio en desprecio, ahora Blackberry está durmiendo con los peces —perdón, es una frase que me encanta de El Padrino, cuando se cargaban algún supuesto traidor.
Ahora en Navidad, el efecto cuñado empieza a imponerse. Discusiones de peleas de egos en la mesa, argumentos llenos de fe —que no de datos o lógicas— y extremismos estúpidos que te pueden atragantar la cena. Y la única forma de resolverlo es que alguien ceda para evitar discusiones eternas e incómodas.
Y lo mismo ocurre si nos damos una vuelta por los partidos políticos. Creo que tengo amigos en todos los espectros, de extremo a extremo. Y me sigue sorprendiendo —como si fuera nuevo— el cierre mental a escuchar, aprender, tratar de llegar al fondo de la verdad —o, al menos de los matices— sobre cualquier asunto complejo. Ante la complejidad de temas como las vacunas, el cambio climático, la pobreza, la desigualdad y miles de aspectos que nos afectan a nuestras vidas, siempre hay —y cada vez más, y aún peor con ‘iluminados’ famosos— visiones extremistas, seguras de tener la verdad, con narrativas simplonas, cargadas de pasión visceral que llegan al público pero que están ¡vacías de lógica!
Así que, da igual en qué contexto nos movamos —en empresas o en nuestro entorno más personal—, nos vendría muy bien abrir la mente, escuchar, aprender y cuestionarnos eso que llamamos realidad. Porque la verdad absoluta existe pocas veces, y colocarse en contextos “de descubrimiento” y aprendizaje es una de las mejores inversiones que podemos hacer.
5 reflexiones para controlar tu YO arrogante
Por esta razón te propongo 5 reflexiones que he anotado y reflexionado gracias a este maravilloso libro de Adam Grant.
1.-Somos un 3 en 1: predicadores, fiscales y políticos
Grant nos dice: «Ponemos en marcha el “modo predicador” cuando nuestras creencias más sagradas se ven amenazadas: soltamos sermones para proteger y promover nuestros ideales. Entramos en el “modo fiscal” cuando detectamos puntos débiles en el proceso de razonamiento de los demás: reunimos los argumentos necesarios para demostrar que se equivocan y ganar el caso. Cambiamos al “modo político” cuando queremos ganarnos al público: hacemos campaña y movemos los hilos que hagan falta para obtener la aprobación de nuestros electores.
El riesgo es que acabemos tan obsesionados con predicar que tenemos razón, fiscalizar a quienes se equivocan y politiquear en busca de apoyos que no nos tomemos la molestia de reconsiderar nuestros propios puntos de vista».
2.- Pensar como un científico es un estilo de vida, no una profesión
Hubo un profesor que cambió mi concepción intelectual —siempre hay un profesor en nuestras historias personales, piénsalo. En mi caso, en con una asignatura optativa, a la que sólo acudíamos 7 estudiantes. Estudiamos Filosofía de la Ciencia. El método científico. Una forma de observar la vida a través de hipótesis a contrastar. Pensar utilizando el método científico es asumir que no existen verdades absolutas, y colocarnos ante la necesidad de pensar y re-pensar nuestros argumentos. Crear teorías para luego falsearlas: porque sólo podemos demostrar que algo es falso (porque es mucho más fácil que demostrar que es verdadero).
Pues con mis 18 años, descubrí que el combustible intelectual que nos hace mejores personas y mejores profesionales, está en hacerse preguntas, tratar de responderlas y aprender de forma continua. Descubrí que el método científico no es una cosa de “científicos”, es un estilo de vida.
Llevo más de 15 años trabajando en proyectos empresariales, modelos de negocio y financieros. Cada día me gusta más porque me permite descubrir matices, tecnologías, ideas, riesgos, incluso validar ideas y métodos de trabajo que he ido construyendo con el tiempo.
Y el único mérito que tiene esto es muy simple: asumir que la complejidad empresarial y financiera es muy elevada. Está llena de matices, y la mejor arma para luchar contra ello son:
- Buenas preguntas.
- Buenos datos.
- Una gran disposición a estar dispuestos a aprender en cada paso.
Este es, precisamente el argumento de Grant. Dice: «entramos en el “modo científico” cuando buscamos la verdad: realizamos experimentos para comprobar hipótesis y obtener nuevos conocimientos»
El método científico es un modo de vida
Añade, «cuando adoptamos el “modo científico”, nos negamos a convertir nuestras ideas en ideologías. No empezamos con respuestas o soluciones, también nos guiamos con preguntas y acertijos. No predicamos desde la intuición, también enseñamos a partir de las pruebas».
En realidad, pensar como un científico implica, de forma honesta «buscar los motivos por los que podríamos estar equivocados, no solo las razones por las que podríamos tener razón, y a revisar nuestros puntos de vista a partir de todo lo que aprendemos».
¿Te imaginas a típico cuñado arrogante escuchando motivos por los que podría estar equivocado? Cuando actuamos como fiscales, defendiendo con uñas y dientes nuestros argumentos, no dejas ni por asomo que te convenzan. De hecho, Grant lo explica diciendo que «en el “modo fiscal”, dejar que otros nos convenzan de algo es admitir la derrota; en el “modo científico”, es un paso que conduce a la verdad».
3.- Progresamos cuando nuestras creencias evolucionan
¿Te imaginas un mundo donde todas las creencias humanas se hubiesen defendido sin dejarles entrar la luz de la duda, el contraste y la motivación intelectual (científica) de pensar más allá? Quizás seguiríamos iluminándonos con una antorcha —si con suerte el ser humano hubiera descubierto el fuego.
El progreso sólo se puede definir de una manera: la destrucción creativa de viejas ideas, tecnologías, modelos mentales y de actuar que damos por sentados, para dar paso a creencias nuevas, evolucionadas.
Citando a Gant:
«Los grandes pensadores tienen dudas porque saben que todos sufrimos de ceguera parcial y porque sienten un profundo compromiso con la labor de mejorar su visión. No alardean de lo mucho que saben, se asombran ante lo poco que entienden. Son muy conscientes de que cada respuesta genera nuevas preguntas y de que la búsqueda del conocimiento nunca puede darse por concluida.
Una de las señas de identidad de los aprendices vitalicios es que reconocen que siempre pueden aprender algo de todas las personas que se cruzan en su vida.
La arrogancia nos ciega ante nuestros propios defectos. La humildad es una lente reflectante: nos ayuda a verlos con nitidez y claridad. La confianza humilde es una lente correctiva: nos permite superar esos defectos».
4.- La curiosidad intelectual es la puerta a resultados extraordinarios
Suelo decir que cuando somos los ‘listos’ de la habitación, estamos en la habitación equivocada. Es sano y muestra un signo positivo de evolución personal cuando miramos hacia atrás y consideramos que éramos más torpes, más ilusos, con menos matices en nuestras opiniones, que navegamos con menos información y, por supuesto, que sabíamos mucho menos que hoy.
Batirnos contra nosotros mismos, es un punto de excelencia que nos impide caer en la tontería y la superioridad intelectual.
Grant argumenta algo realmente poderoso: «Quién eres debería ser una cuestión de valores, no de creencias. Los valores son los principios básicos que sigues en la vida, pueden ser la excelencia y la generosidad, la libertad y la justicia, o la seguridad y la integridad. Basar tu identidad en esta clase de principios te permite mantener la mente abierta para encontrar la mejor manera de cultivarlos».
La curiosidad intelectual te lleva a saber que todos somos vulnerables, que estamos en ‘beta permanente’, que somos imperfectos y, por tanto, más auténticos, reales, incluso creíbles que quienes adoptan la fachada de creerse perfectos.
Usa los valores, la educación y la escucha para apartar al YO arrogante
«Un buen debate no es una guerra —dice Grant. Más bien es como un baile que no sigue una coreografía predeterminada y que debes negociar con una pareja que tiene en la cabeza un juego de pasos diferente. Si intentas marcar el paso con demasiada insistencia, tu pareja se resistirá. Si puedes adaptar tus movimientos a los suyos y conseguir que ella haga lo mismo que tú, hay muchas más probabilidades de que al final marquen juntos el compás».
En definitiva, adaptación.
¿Te imaginas escuchar a alguien que sabes no opina como tú y en vez de buscar la debilidad de sus argumentos te dedicaras a analizar la fortaleza de los mismos? Esto no quiere decir que los aceptes, pero te podrían ayudar a comprender mejor las creencias de los demás, conectar con la otra persona y colocarte en su terreno de juego para debatir mejor. Incluso para influir en ellos a través de lógicas, datos y argumentos más sólidos.
Como le dijo un colega a Grant: «Una discusión honesta no es más que un proceso en el que nos dedicamos a sacarnos mutuamente la verdad y las motas de los ojos para que ambos podamos ver con claridad»
5.- La arrogancia es la suma de la ignorancia y la convicción
No hay peor cosa que ir a un campo de fútbol donde los papis hacen de entrenadores, de árbitros, de comentaristas deportivos, de ultras… ¡Terrible!
A esto los psicólogos lo llaman «el síndrome del pasador, en que la confianza supera con creces la competencia». Es lo contrato del síndrome del impostor, donde «la competencia supera con creces la confianza».
La conclusión de Grant es clara: «en muchos casos, aquellos que no pueden no saben que no pueden. Según lo que hoy se conoce como el efecto Dunning-Kruger, cuando carecemos de las competencias necesarias somos mucho más propensos a rebosar confianza».
¿Nunca te has parado a pensar la confianza que tiene un arrogante en lo que piensa y dice?
La arrogancia esconde incompetencia
Esa arrogancia suele esconder, en la mayoría de los casos incompetencia. De hecho, Grant sentencia que «cuanto menos brillantes somos en una materia en particular, más sobrestimamos nuestras capacidades en ese campo en concreto».
En cambio, el arrogante, para tapar esa incompetencia, se coloca en modo “jefe”, status, famoso, o simplemente en un gritón que piensa que con gritar más alto y más agresivo tiene más razón. Pero, la realidad es dura: cuanto menos capaz eres de ser excelente tú, menos capacidad tienes para valorar la excelencia de los demás.
Una actitud arrogante crea barreras, rechazo. No fomenta ideas diversas, debates, vocación creativa para mejorar. Un arrogante en un equipo de alto rendimiento destruye rendimiento. Como jefe, un arrogante crea un clima insufrible de trabajo. Cuando está al mando, un arrogante mata la innovación y la capacidad de escucha. Un arrogante no puede funcionar con el método de buscar siempre la mejora en cada rincón y asumir que siempre está en el día 1, como diría Jeff Bezos. Un arrogante se oxida, falla y cree en sus competencias (que no tiene) con una confianza extrema (que le debilita).
Tenemos que aceptar que tener creencias es algo natural es imprescindible para poder encontrar sentido al mundo que nos rodea. Pero la clave es asumir que no son infalibles y cuidar que nuestras creencias evolucionan y se vuelven más sofisticadas. Esto requiere de culturas de aprendizaje. Como dice Grant: «en las culturas de aprendizaje, la norma es que la gente sepa lo que no sabe, dude de sus prácticas actuales y conserve la curiosidad por probar nuevas rutinas… en ellas se innova más y se comenten menos errores».
Por todo ello, acabo con una idea para no acabar siendo unos arrogantes, estúpidos y asesinos de ideas y motivación que puede mantenernos frescos y vivos —como personas y como empresas:
Cultivemos una confianza humilde. Admitamos, de verdad, que somos imperfectos. Que la vida es un camino en el que el valor, y nuestra contribución, será explosivamente superior cuando estamos más interesados en mejorar, aprender y desaprender que en asegurarnos que tenemos la razón.