Todos sabemos que jugar a la lotería es estadísticamente injusto y económicamente irracional. El valor esperado de la apuesta es negativo, es decir, que el premio por la probabilidad de ganarlo es una cifra muy inferior al precio del billete de lotería.
Sin embargo, todos jugamos a la lotería, y en Navidad, más que nunca. Piensen en ustedes mismos ¿Por qué juegan? Obviamente por el premio, pero ¿comprarían un billete en cualquier lugar del mundo? Todos nos medimos en base a alguna referencia. Somos más ricos que el vecino o más pobres que nuestros suegros. Por eso, cuando jugamos a la lotería el lugar donde compramos el billete de lotería es, en realidad, uno de nuestros mayores incentivos.
No me refiero a jugar en Doña Manolita o en la Bruixa d’Or porque “allí siempre toca”. Obviamente en estos establecimientos toca más porque tienen más billetes de lotería a la venta (esto es estadística sencilla). En realidad me refiero a cuando compramos el billete de lotería de nuestra empresa, o de nuestra comunidad de vecinos, o compramos el billete en el estanco donde nuestro suegro siempre compra lotería. La lotería de la panadería donde siempre compramos o el supermercado donde siempre vamos. Desde un punto de vista económico y racional, dispersar nuestro dinero en pequeñas apuestas diferentes de escaso premio no es una estrategia óptima. Lo vimos en SIntetia, y la razón era sencilla. Ya que jugamos a un juego con valor esperado negativo, usemos nuestro deseo de “cambiar nuestra vida” para realmente conseguirlo. La forma más sencilla de subir el valor esperado de nuestra apuesta es incrementar el premio esperado, concentrándome en un único numero de lotería, en vez de gastar esfuerzos diluyendo nuestros fondos en muchas apuestas con valor esperado negativo mediante las típicas participaciones.
¿Qué nos lleva a comprar la lotería de la empresa?
Aquí la economía tradicional tiene poco que aportar, pero la psicología y la economía conductual nos ayudarán. La “flexibilidad cognitiva” de las personas es impresionante. Está en nuestros genes, y es inherente a nosotros. Mentimos aunque pensamos que no lo hacemos, cambiamos de respuesta según nos presenten los problemas y valoramos de manera diferente ganancias y pérdidas equivalentes. Todo esto son sesgos cognitivos que nos llevan a no comportarnos como un “homo economicus racional”.
Uno de los sesgos más estudiados es el del punto de referencia o status-quo. Un mismo premio final no tiene el mismo valor para dos personas distintas. Si tengo mil euros y gano diez euros en una apuesta lo valoro menos que si tengo cinco euros y gano diez en la apuesta. El punto de referencia lo es todo psicológicamente. Añadamos ahora una dimensión a este sesgo. No sólo se trata de la referencia con mi propia riqueza inicial, sino con la riqueza de mi círculo de personas cercano. Si alguien desconocido para mi gana cuatrocientos mil euros el 22 de diciembre, yo no me veo afectado. En cambio, si los gana mi cuñado, soy más pobre. Aunque no hubiera jugado a la lotería.
Otra forma de ver este sesgo con un ejemplo práctico es cuando alguien cercano a nosotros nos regala un billete de lotería. Podemos ser expertos economistas, y saber que no debemos jugar racionalmente a la lotería y por tanto nunca la compraríamos. Entonces, ¿por qué no vender el billete que nos regalan? Siendo conscientes de que el valor esperado de ese billete de lotería regalado es de más o menos catorce euros (un primer premio de cuatrocientos mil euros por 1/100.000 números que entran al sorteo, más el valor esperado de segundos, terceros premios etc), sería sencillo vender ese billete por un importe inferior a su precio de mercado (veinte euros) y obtener estadísticamente un beneficio significativo. En cambio, ¿alguien vendería por unos catorce euros un billete de lotería que te regala un amigo? La mayoría diríamos que no.
“Es más difícil desprenderse de algo que poseemos, que dejar de ganar algo que no tenemos”.
La forma más sencilla de ver esto es mediante el “efecto dotación inicial”. Se crean dos grupos: uno con compradores y vendedores; y otro sólo con compradores. A los compradores se les da dinero en efectivo y a los vendedores se les da un objeto (una taza de café por ejemplo). En el grupo de compradores y vendedores se les permite comerciar, de cara a averiguar el valor de equilibrio de esa taza de café. En el grupo de compradores, se les pide pujar por la taza. El precio resultante en el mercado es significativamente superior al precio de la puja ¿Qué está sucediendo aquí? Cuando poseemos algo, nos cuesta desprendernos de ello (en el mercado). Mucho más de lo que valoramos ese mismo objeto si deseamos adquirirlo (en la puja).
Llegamos así a la conclusión de que muchos prefiramos incluso tener un bien con valor esperado negativo (la lotería) que dinero real, sencillamente porque si nuestro amigo, pariente o vecino gana esa lotería, y nosotros no, seríamos relativamente más pobres.
“Sin embargo, yo no juego a la lotería”
¿Acaso aquel que no juega a la lotería es más racional que el que juega? La respuesta no es así de sencilla. Existe el denominado “sesgo al lamento”: la gente prefiere errar por omisión que por comisión. Las pérdidas debidas a una decisión errónea por nuestra parte son mucho más impactantes para nuestra utilidad que las pérdidas debidas a causas externas o ajenas a nosotros.
De este modo habrá personas con un pronunciado sesgo al lamento, al cual si añadimos una posición inicial de riqueza baja, razonen del siguiente modo: si me gasto veinte euros a la lotería y no me toca, me sentiré más culpable que si no gasto veinte euros a la lotería y finalmente toca. En el primer caso, he errado por comisión, ya que actúe y gasté dinero para comprar el billete que finalmente no tocó. En el segundo caso, he errado por omisión, ya que no actué y no me tocó la lotería, pero por razones ajenas a mi control.
Finalmente siempre habrá el grupo de personas que partan de una riqueza tan alta que el premio de cuatrocientos mil euros les represente una ganancia relativa tan baja que pierda todo sentido entrar en una apuesta con valor esperado negativo.
Una estrategia de economía conductual para jugar a la lotería
El Gordo de la lotería ya pasó, pero aún nos queda el sorteo del Niño. La clave es entender que somos humanos, y vivimos en sociedad. No podemos aislarnos de nuestro entorno, y por eso jugamos a la lotería.
Así, si decides jugar a la lotería, ahí va una recomendación de economía conductual sobre cómo jugar:
– Si quieres cambiar tu vida, intenta jugar tus fondos a un solo número, mejor que jugar a varios números, pequeños importes.
– Juega en los mismos lugares (incluso los mismos números) donde juega tu círculo cercano de gente. Las pérdidas nos duelen más que el beneficio que nos reportan las ganancias, por eso lo mejor sería minimizar la posibilidad de no ganar la lotería cuando a alguien cercano le ha tocado.
En definitiva, ¿por qué jugamos todos a la lotería? La respuesta está en la misma pregunta: jugamos porque todos juegan.
1 Comentario
Es difícil encontrar a gente con conocimientos sobre este tema , pero creo que sabes de lo que estás comentando. Gracias compartir un tema como este.