Mayo de no hace mucho tiempo: un grupo de personas se concentran en una céntrica plaza de la capital. Un joven de pantalones a cuadros y rastas en el pelo, dibuja, entre la multitud y bajo el amparo de unas cuantas lonas, una satírica caricatura sobre un trozo de cartón. Nada más terminar, saca un smartphone del único bolsillo de su pantalón, fotografía su creación e instantáneamente la pública en una conocida red social.
Cada cambio social ocurrido durante las últimas décadas del siglo XX ha llevado aparejado un movimiento contracultural, posicionado como alternativa a un establishment oficial que sólo ha visto en ellos un elemento extraño al sistema y ajeno al statu quo dominante.
Para que estos movimientos existieran socialmente han tenido que aparecer influencias en los sectores más creativos de la sociedad; el arte, la literatura, la música o la moda llegando a transformar el pensamiento de una parte de la misma.
Hoy nos encontramos ante una incipiente dinámica de cambio: silenciosa aunque abierta, menos transgresora aunque muy efectiva, ya no desea “estar contra” sino “ir delante”. Un conjunto de personas que provoca y aplica esos cambios y que afianza sus motivaciones en la autorrealización personal dejando de lado las necesidades habituales de la clase media basadas en la seguridad y en la comodidad. Y que emplea la tecnología como parte integrada y esencial de su vida.
“Lo esencial es invisible a los ojos”, nos dijo un día El Principito.
La economía del siglo XXI va dejando atrás el taylorismo, la programación secuencial de tareas, los procedimientos estandarizados y la planificación “centralizada” para dejar paso a una economía basada en la innovación transversal (un material como el grafeno puede ser aplicable a múltiples sectores), la cognición (creatividad y proceso creador) y las relaciones (reputación o la persona como marca).
“Si el mundo no tiene sentido, entonces tienes permiso para inventar uno nuevo”, nos comentó Alicia, la tarde que visitamos el País de las Maravillas
El sociólogo americano Richard Florida define, en su obra homónima, a este nuevo grupo como “La clase creativa”, personas ubicadas en cualquier esfera de la sociedad y cuyo trabajo consiste en crear nuevas formas significativas.
Según Florida, las motivaciones básicas de esta nueva clase son:
- Individualidad o autoexpresión de la identidad individual. Hoy cada persona va camino de convertirse en una marca, estamos en la economía de la reputación.
- Meritocracia: valorar el esfuerzo, los retos y los estímulos a través de la fijación de objetivos específicos. La creatividad es un proceso que debe responder a un fin, un resultado para un mercado concreto: distinguimos entre invención e innovación porque está última responde a una necesidad concreta y es comercializable en el mercado (economía de la innovación)
- Diversidad y apertura: las personas creativas desafían las clasificaciones basadas en la raza, el género, el origen étnico y la preferencia sexual o el aspecto. Seguro que en alguna reunión ha pensado que esa persona que va con la camisa por fuera y barba de tres días no podría ser un directivo de la empresa y oh! sorpresa. Eres valorado por tu capacidad para crear y aplicar, no por quién eres o qué cargo ocupas.
Adicionalmente podemos añadir algunas formas de pensar, actitudes y conductas habituales en este grupo:
- Invierten mucho tiempo y dinero en formación ya que adquirir nuevos conocimientos y habilidades se ha convertido en una responsabilidad personal
- Se definen por el contenido de su trabajo y por sus intereses personales
- Tratan de “esculpir su trabajo”: el resultado lleva implícita su esencia profesional
- Quieren libertad para cambiar de trabajo y unirse a proyectos y actividades que les interesen personalmente (autonomía y flexibilidad)
- Prefieren tener redes sociales con pocos vínculos fuertes y muchos débiles por lo que el concepto de comunidad evoluciona más allá de las variables tradicionales (comunidades de intereses y motivaciones personales).
- Cambian la concepción del tiempo. La hora de trabajo ya no es la unidad de medida laboral como en la economía fordista, ahora lo es el resultado, independientemente de las horas necesarias para llegar a él.
- Prefieren experiencias activas y participativas que puedan organizar ellos mismos, no tanto experiencias prefabricadas sino lugares que estimulen física o intelectualmente sus capacidades creativas.
Si nos vemos reflejados en muchas de ellas, entonces pertenecemos a la clase creativa.
Sentados en un banco del parque, Víctor Hugo, con una tímida sonrisa y mirando al cielo, exclamó: «Lo que conduce y mueve al mundo no son las máquinas sino las ideas”.
¿Por qué resultó baldía aquella iniciativa del Gobierno español por la que se concedían exenciones fiscales y la nacionalidad a personas extranjeras talentosas que quisieran crear en España? La respuesta, hoy, parece clara.
En muchos foros y fuentes se concibe la innovación y la creatividad a nivel macro o de país (España ocupa la duodécima posición mundial por PIB y aparece en la posición 26 del Índice Mundial de Innovación). Los países (estados) son los responsables de diseñar medidas legales y fiscales, organizativas (como impulsar la creación de Parques Científicos y Tecnológicos) e, incluso, educativas que promuevan la innovación, pero su aplicación social, y sobre todo cultural, se realiza en un entorno más próximo a la persona. Por eso, pensamos que no son ellos los que realmente atraen a este perfil social.
Si preguntamos a una persona creativa dónde y por qué fue a trabajar a Estados Unidos, posiblemente nos hablará de Boston o San Francisco, del potencial tecnológico de sus universidades, pero también nos contará sus salidas sus clubes de jazz, sus cafés vintage y sus modernos restaurantes, las vistas a sus pequeñas galerías de arte moderno, la diversidad étnica de sus habitantes e incluso si hay o no un barrio gay de referencia.
Si desagregamos el Índice Global de Innovación de 2012-2013 por ciudades, curiosamente, Boston ocupa el primer lugar y San Francisco el cuarto. En nuestro caso, Barcelona está en la posición 55 del ranking, Madrid en la 94 y Bilbao en la 116.
Parece claro que la clase creativa busca algo más: un entorno físico y social que necesite la creatividad y promueva el proceso creativo a través de la diversidad. Por ello, un ecosistema creativo local tiene un alto grado de impulso tecnológico, interacción social colaborativa y experiencias personales enriquecedoras. Todo espacio urbano es entendido como un potenciador de la capacidad creativa. Y en esta batalla por el talento creativo las ciudades tienen mucho que decir en los próximos años.
El proyecto SmartCities (Ciudades Inteligentes) puede servir de aliciente para que muchas ciudades apuesten por desarrollar y atraer talento creativo. En él, la innovación se aplicará a sectores como la energía sostenible, el turismo, los contenidos digitales o la seguridad. Si las ciudades españolas son conscientes de esta complementariedad, podrán ganar terreno a otras ciudades europeas para captar la atención de personas que sean su motor durante las próximas décadas.
Justo antes de llegar a la última parada, Edmund Burke, en tono retador, exclamó: “Nunca puedes planear el futuro a través del pasado”
El primer reto que debe afrontar España es el educativo. Aunque incluyamos asignaturas relacionadas con la creatividad, el sistema sigue estando diseñado bajo un prisma taylorista, homogéneo, parcelado y técnicamente muy especializado. Pero el proceso creativo ya no es un asunto vinculado exclusivamente a determinados roles en la sociedad.
Muchos conocimientos y habilidades pueden ser adquiridos ya fuera del circuito formal por lo que el proceso educativo resulta largo y desincentiva la creatividad. Si la meta es crear un mercado de trabajo horizontal y multidisciplinar, el sistema educativo debe centrarse en trabajar metodologías para la creación y dejar libertad al estudiante para crear su perfil profesional.
El segundo tiene que ver con las organizaciones y su estructura. Al igual que sucede con la educación, empresas y organismos públicos siguen manteniendo estructuras donde la protagonista es la tarea (qué hago) y no el resultado (qué consigo). La clase creativa necesita liberar continuamente su potencial y no estar sometida estrictamente a mecanismos de supervisión y control jerárquico.
Las organizaciones que quieran competir inteligentemente deberán reducir sus niveles de mando, desarrollar líderes participativos que promuevan la autonomía en la toma de decisiones de estos equipos y que aseguren ante todo, el resultado. Para ello, es necesario desarrollar una estructura de organización por proyectos y no por funciones.
Y el último tiene que ver con nuestro entorno. Guarda relación con la idea de crear un país culturalmente innovador (Startup Nation, escrito por Dan Senor y Saul Singer, refleja acertadamente el caso de Israel), donde la gestión del riesgo y la adversidad son el motor creativo del individuo, y la iniciativa emprendedora el instrumento para canalizar la creación. El papel del Estado es el de facilitador, más que supervisor y controlador, pero eso, querido lector, es otra historia…
3 Comentarios
Si quereis mas referencias sobre el tema podeis obtener el informe final de un proyecto de investigacion que analizaba los efectos de la economia creativa en las regiones europeas del Mediterraneo (Proyecto Sostenuto).
http://www.uv.es/soste/
Afortunadamente el ser humano evoluciona gracias a su imaginación, por ella se aventura en la creatividad, y a través de ésta es capaz de discernir de los patrones (sociales, culturales, económicos, etc)y sumergirse en los movimientos que rompen estructuras arcaicas para crear un presente basado en el futuro, que potencie la imaginación para el desarrollo de la capacidad de avanzar.
Cómo bien dices Pablo, el papel del Estado en estas cuestiones es otra historia, que por desgracia no avanza al mismo ritmo de las mentes creativas, más bien, parece que retrocede.
Felicidades por el artículo, me parece buenísimo.
Gracias Francisco y Estela por vuestros comentarios sobre el artículo