El pasado 22 de abril, el Instituto Nacional de Estadística publicaba que la población española se reducía por primera vez desde 1998, y, aunque a muchos esta noticia les haya pasado desapercibida, a mí me ha resultado especialmente escalofriante. La población extranjera ha sido la gran responsable de los aumentos de población, pasando de 1 a 5.7 millones entre el año 2000 y 2010. Y aunque algunos puedan pensar que la salida de inmigrantes puede suponer un menor peso para el sistema (sanitario, gastos sociales, desempleo) pero más bien es todo lo contrario.
Si a este hecho sumamos el éxodo de jóvenes por la dramática tasa de desempleo (41,7%) -eufemísticamente denominado “movilidad exterior” por la Ministra Báñez, nos quedamos con una población que envejece a marchas forzadas o que no tiene ingresos para formar un hogar. No parece que la situación vaya a mejorar para permitir el retorno de los jóvenes en cuya educación se ha invertido.
Por otra parte, la edad para tener el primer hijo en España ha alcanzado según el INE el record histórico de los 31 años; ¡a ver quién es el valiente que se lanza a tener hijos con la inestabilidad laboral que nos rodea!
La última reforma del sistema de cálculo de las pensiones elevaba la edad de jubilación a 67 años (aumento que se introducía paulatinamente en 15 años, hasta finalizar en 2027) y ampliaba la base reguladora de 15 a 25 años (entre 2013 a 2022). En este momento, las mujeres que hayan interrumpido su vida laboral por nacimiento o adopción podrán adelantar antes de los 67 años la edad de jubilación en 9 meses por cada hijo, con un máximo de 2 años, siempre que con ese periodo adicional dispongan de una carrera de cotización suficiente para la jubilación plena entre los 65 y 67 años. La ley ampliaba asimismo a tres años el período cotizado por excedencia para el cuidado de hijos.
En la reforma que ahora se plantea se incluye un cálculo matemático que añada un factor de sostenibilidad y que incluirá al cálculo de nuestra pensión variables tales como:
- Edad de jubilación
- Período de cálculo de la prestación final
- Revalorización anual basada en esperanza de vida, número de cotizantes o evolución de la economía.
Creo que todos los menores de 50 años tenemos más que asumido que nuestras pensiones no van a tener, ni de lejos, la cuantía de las que actualmente disfrutan nuestros jubilados. Ni trabajando el máximo de años cotizados y cotizando el máximo cobraremos los 2.548,12 € mensuales que tan duramente se han ganado los jubilados actuales. Pero estas medidas ponen en negro sobre blanco los fuertes recortes que van a sufrir.
Las casi inexistentes medidas incentivadoras de la natalidad (por no hablar de los incentivos para familia numerosa, que son irrisorios frente a los de otros países) hacen que sea importante plantearse por qué no incluir esta variable en el cálculo de las pensiones, cuando no existen más que argumentos a favor. El número de individuos que se aportan al sistema a través de la paternidad debería tenerse en cuenta en el cálculo de todas las pensiones, tanto de las contributivas como de las no contributivas. De esta forma se retribuiría, al menos indirectamente, a todas las mujeres que se dedican al cuidado de los hijos.
En un país en el que la conciliación laboral sigue siendo una de las frases favoritas de los departamentos de recursos humanos pero que no se lleva a cabo (salvo honrosas excepciones, como la jornada intensiva de Iberdrola), “alguien” tiene normalmente que renunciar al presencialismo reinante. Y ese alguien puede ser un abuelo o familiar si hay suerte, un empleado (entonces el salario de los padres debe más que compensar el gasto) o uno de los padres. Y en este último caso, si alguien tiene que reducir su jornada laboral lo hará basándonos en el coste de oportunidad del que tiene menos que perder: con una brecha salarial del 22.6% entre hombres y mujeres, con alta probabilidad será la mujer. Dicha brecha presenta una tendencia creciente y que se debe a complementos como disponibilidad total, responsabilidad y horas extraordinarias. Así, la decisión de menor disponibilidad es ex post a la brecha salarial y no al revés como han tratado de razonar algunos defensores de la inexistencia del “techo de cristal”.
Por lo tanto, la inclusión del número de descendientes como variable en el cálculo de las pensiones compensaría de alguna manera también no sólo el efecto futuro de sostenibilidad sino el esfuerzo presente que supone para los padres. Se trata en definitiva de una medida objetiva, cuantificable y que debería valorarse como un esfuerzo añadido a la jornada laborable y productividad y que está directamente correlacionada con la sostenibilidad del sistema.
Sobre la Autora
Mercedes Storch
Economista
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¿Y las viudAs?