Mariano Rajoy tiene ante sí, una vez constatado el apoyo mayoritario de los españoles, dos posibles itinerarios. Uno de ellos nos acercaría a las posiciones de responsabilidad que demanda el BCE y el otro nos llevaría por un camino incierto. Uno de los principales activos con que cuenta es que, dada la seguridad de su victoria, no ha tenido que adoptar compromiso alguno durante la campaña electoral. Las vaguedades como las “subvenciones a las pequeñas y medianas empresas” o “el retorno de la desgravación fiscal por primera vivienda” pasarán rápidamente al baúl de los recuerdos sin ganarse la enemistad de ningún agente. Y el otro gran activo, en este caso de la sociedad española, será la propia Espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas: la prima de riesgo evaluará y responderá al instante a cada decisión tomada por el ejecutivo, penalizando cualquier dislate y centrando la atención de un futuro ejecutivo que puede tomar dos vías:
1. La ruta de la tecnocracia.
Este sería un camino similar al emprendido por Grecia e Italia, con la salvedad de que, en este caso, el presidente entrante contaría con un respaldo total del electorado. Esta vía pasaría por poner al frente de las instituciones clave a gestores reconocidos a nivel internacional, con la suficiente experiencia y contactos como para moverse con soltura en las inevitables negociaciones de ámbito europeo. La seña de identidad de esta vía consistiría en la creación de un superministerio de economía e industria con un responsable independiente de carácter técnico, puesto para el que han sonado insistentemente, durante estas últimas semanas, nombres como José Manuel González-Páramo (miembro del comité ejecutivo del BCE), Luis de Guindos (director del IE Business School) o Jaime Caruana (exgobernador del Banco de España, ex FMI y actual director del Banco de Pagos Internacionales).
La misión del nuevo equipo gestor consistiría, en primer lugar, poner en marcha las reformas más demandadas desde los sectores ortodoxos de la política europea:
- Reformas destinadas a mejorar la competitividad: mercado de trabajo, liberalización de horarios comerciales, desregulación de las actividades profesionales, cambios en la prestación por desempleo
- La profundización en las medidas de ajuste hasta reducir el déficit a un nivel sostenible
- El saneamiento del sistema financiero.
En segundo lugar, el equipo de perfil tecnócrata asumiría la impopularidad de muchas medidas y la enemistad indefinida de muchos colectivos mientras Rajoy se intentaría mantener en un segundo plano. Tras la consolidación de la situación fiscal y del proceso de desapalancamiento, el equipo gestor sería sustituido por un equipo de carácter político.
2. La vía política
Este se trataría de un camino más incierto, con unos tiempos más pausados y un gobierno de perfíl político. Sería altamente probable que los mercados de deuda no recibiesen bien dicha opción, lo cual forzaría a dicho gobierno a satisfacer de todos modos las demandas del BCE y de Alemania. Las apuestas para ocuparse de la cartera económica en un gobierno de esta índole las encabeza Cristóbal Montoro.
¿Tecnocracía o política?
Si bien Rajoy ha sido extremadamente cauto y ha revelado muy poco de su estrategia como presidente, parece lógico que, de elegirse la primera vía, el presidente entrante se adelantaría con rapidez a los tiempos habituales de traspaso de poderes y que formaría su nuevo consejo de ministros en cuestión de días, el cual se pondría inmediatamente manos a la obra para dar luz al plan de reformas y a las negociaciones con los principales agentes implicados.
Por el contrario, cada día sin nuevas noticias significaría un alejamiento de la vía tecnócrata, aunque quizás los mercados de deuda no den siquiera a Rajoy dicha opción. Cualquier prima por encima de 500 puntos será interpretada como una situación próxima a la intervención, por lo que una leve subida de la prima podría desencadenar los acontecimientos de forma muy rápida. Como Xavier Sala recordaba en un reciente artículo, incluso una mayoría absoluta se puede descomponer en solo dos años -citando el caso de Grecia- si las medidas adoptadas por los gobiernos no logran calmar a los acreedores de un país.
Si bien es cierto que la situación de España no es la de Grecia (cuyo PIB se contraía a tasas de dos dígitos), tampoco es muy distinta a la italiana, pues los acreedores parecen más interesados en juzgar la capacidad de alcanzar el superávit estructural que el nivel absoluto de la deuda. Italia solo necesitó unos pocos meses para pasar de una situación sin presiones a la dimisión de su primer ministro. Y España parte de una situación extremadamente más delicada. Mientras se produce la transición, los acreedores aguardan impacientes. Y, sobre todo, nos vigila muy de cerca nuestro prestamista de última instancia, la única institución que a estas alturas puede sacar a las economías periféricas del caos económico: el Banco Central Europeo.
Ante Rajoy se presentan, en definitiva, dichas dos opciones. Formar inmediatamente un gobierno de carácter técnico y ceder de facto parte de la soberanía nacional a las instituciones europeas, o tratar de preservar la autonomía española con un gobierno de carácter político que habría conjurar una curiosa paradoja: el hacer una travesía del desierto por la cuerda floja.