El FMI acaba de presentar un nuevo e interesante documento de trabajo elaborado por Olivier Blanchard, Giovanni Dell’Ariccia y Paolo Mauro en el que repasan las principales conclusiones de política macroeconómica extraídas de la crisis.
El análisis continúa el debate iniciado por las reflexiones fundamentales de Daron Acemoglu y parte de una descripción y cuestionamiento de las cosas que «creíamos que sabíamos», que se pueden resumir en:
- La importancia de la estabilidad de la inflación y de la necesidad de mantenerla en un nivel bajo, a pesar del riesgo de caer en una trampa de la liquidez, así como la condensación de la política monetaria en torno a un único instrumento, el tipo de interés a corto plazo controlado a través de las operaciones de mercado abierto.
- El poder limitado de la política fiscal, centrado en el argumento de la equivalencia ricardiana y acentuado por los propios limitantes del juego político hacia los cambios.
- El papel prácticamente nulo de la regulación financiera en el marco de la política macroeconómica.
- La autocomplacencia traída por la «gran moderación» -la paulatina disminución de la volatilidad de agregados financieros y macroeconómicos-.
Los autores proponen un cambio de mentalidad radical en dichos aspectos y proponen una serie de principios que deben guiar la futura política macroeconómica:
- La estabilidad de la inflación puede ser necesaria, pero no es suficiente
- La inflación moderada limita la flexibilidad de la política macroeconómica ante recesiones deflacionarias. De haber podido, los bancos centrales deberían haber recortado los tipos mucho más de lo que lo hicieron -los cálculos para EEEUU parecen arrojar de un 3% a un 5% adicional-.
- La intermediación financiera tiene un papel vital, linea que concuerda con la actual crítica hacia el funcionamiento del mercado de CDS.
- La política fiscal contracíclica debería ser una herramienta central. Los abultados superávit producidos por el último ciclo de crecimiento deberían haberse utilizado para compensar la recesión actual, en vez de tener que recurrir a nueva deuda.
A partir de estas reflexiones, los autores piden una reinterpretación de la «gran moderación», una revisión del objetivo de inflación, la integración de la regulación financiera dentro de la política macroeconómica y el cuestionamiento del papel de las instituciones financieras como únicas proveedoras de liquidez. Dentro del ámbito fiscal, piden la creación de mayores reservas en los tiempos de bonanza y un mejor diseño de estabilizadores automáticos, dada la lentitud con que las políticas discrecionales responden ante la aparición de una crisis.
Este último punto reduciría la ineficiencia inherente al juego político en la actuación de los estabilizadores: allí donde un partido político tiene incentivos para ocultar y negar la aparición de una crisis -con el consiguiente desfase en la aprobación de la política fiscal expansiva- un buen sistema de estabilizadores automáticos podría ponerlos en marcha en cuanto la distancia al PIB potencial comenzase a crecer.