Seguro que no se extrañaría si le digo que en su empresa:
:: se sabe perfectamente quién es su jefe, a quién tiene usted “por debajo” y por los lados, es decir se conoce el esquema jerárquico a la perfección
:: todas las personas que la componen saben exactamente qué tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer en cada momento
:: existen controles precisos para medir que cumple con los objetivos para los que ha sido contratado/a: desde el control horario hasta cómo redactar un e-mail
:: el ascenso en la escalera jerárquica es complicado, lento y tienden a primar patrones como la experiencia y la capacidad técnica
Lo raro no es que usted se reconozca en esta forma en la que están diseñadas las empresas. Lo desconcertante es que han sido diseñadas, pensadas y transmitidas adecuadamente (con mínimos cambios) desde hace más de un siglo. Nuestras organizaciones están pensadas para el control, la precisión, la estabilidad, la disciplina y la fiabilidad, como dejó establecido Max Weber hace casi un siglo. Nuestra forma de organizarnos ha tenido como padres espirituales del management a Winslow Taylor, Henri Fayol o del propio Max Weber a finales del siglo XIX y principios del XX. Son los responsables de diseñar instrumentos para gestionar el gran desafío de la revolución industrial. Para crear grandes conglomerados empresariales donde no existían. Para involucrar a trabajadores poco formados a realizar tareas muy automatizadas, con objetivos claros, delimitados y con procesos repetitivos.
Pero en un siglo han cambiado muchas cosas. La integración de los mercados es cada vez más intensa, las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) han revolucionado la forma de gestionar nuestros negocios, de comunicarse, de interactuar y las propias oportunidades de la división del trabajo. Los ciclos de vida del producto/servicio son cada vez más cortos. Existe mayor presión competitiva en los mercados; mayores desafíos empresariales para lanzar ideas novedosas al mercado o nuevos modelos de negocio: cómo vender, cómo comprar, cómo relacionarnos con los clientes, proveedores e intermediarios. Hoy el desafío consiste en crear organizaciones inteligentes donde se concentren personas formadas, con alta motivación, con capacidad para comunicarse, para crear, capturar y moldear ideas que se conviertan en valor añadido para la organización.
Necesitamos eduación con creatividad para conseguir productividad laboral
¿Y creen que es posible planificar y encorsetar a los trabajadores y que al mismo tiempo tengan iniciativa, tengan creatividad y pongan toda la pasión posible en lo que están haciendo? Ésa es una de las grandes preguntas que el propio Gary Hamel lanza en su libro El Futuro del Management, y su respuesta es que no.
Las personas derrochan creatividad, tienen intereses, motivaciones y capacidades para conectarse con otras personas con sus mismos intereses. El problema es que esos intereses y esas capacidades no las aprovechan en sus puestos de trabajo, sino a la salida de los mismos. Parece que cuando una persona entra a trabajar por la mañana en su empresa se despoja de algunos elementos básicos que la definen: creatividad, pasión, interés por aprender y mejorar. No tenemos organizaciones que valoren ni la creatividad, ni la flexibilidad ni la pasión. Nos pasamos una gran cantidad de tiempo protegiendo nuestras ideas, evitando que nadie nos las copie. Al menos deberíamos de dedicar el mismo esfuerzo, si no más, a conectar esas ideas con otras personas ajenas a nuestra organización para crear sobre ellas, para llegar a acuerdos, para involucrar el talento interno que tenemos y fijar el salario, los incentivos, sobre la base de estos patrones que son los que están definiendo la competitividad empresarial actual.
Cambio de dirección en el sistema educativo
Pero para disponer de personas creativas, que exploren sus pasiones, que estén dispuestas a comunicarse, a asumir riesgos, a cometer errores y a aprender de ellos, necesitamos que nos eduquen en ello. De la misma forma que empecé este artículo podría haber comentado los principios que tienden a definir nuestro sistema educativo actual, desde infantil hasta la universidad. En la mayoría de los centros educativos de nuestro país:
:: se sabe que el profesor “manda” y los alumnos “están por debajo”, cualquier tendencia hacia lo contrario es un escándalo social
:: todos los implicados (profesores, alumnos y padres) tienen unas tareas claras e inmutables, que no cambian con los años
:: los alumnos tienen unos objetivos definidos que cumplir y sufren controles periódicos para comprobar su productividad, al tiempo que se promueve la competitividad
:: no hay lugar en nuestros centros para la formulación de preguntas, para cuestionarse lo impuesto, para el desarrollo individual, para el despertar creativo ni para la búsqueda del talento
:: alumnos que son embutidos de conocimientos que a la salida de su centro educativo podrían encontrar a golpe de click sin mayores dificultades en lugar de dotarles de las herramientas para enfrentarse a problemas distintos de los aparecen en su libro de texto (lo cual les oxida para enfrentarse a un mundo cambiante);
Nuestros alumnos y alumnas derrochan creatividad, tienen intereses, motivaciones y capacidades para conectarse con otras personas con sus mismos intereses. El problema es que esos intereses y esas capacidades no las aprovechan en sus lugares de estudio, sino a la salida de los mismos, cuando “se conectan” con el mundo.
Parece que cuando un niño o adolescente entra al colegio o instituto por la mañana se despoja de algunos elementos básicos que deberían definir el aprendizaje: creatividad, pasión, interés por aprender y mejorar. No tenemos un sistema educativo que valore esa creatividad ni pasión.
Con estos mimbres tenemos un sistema educativo que genera personas más bien pasivas, poco comunicativas, con muy poco espacio para seguir sus motivaciones, a las que nunca se les incentivó la creatividad para abordar nuevos problemas o nuevas soluciones y con una clara opacidad respecto a lo que es el mundo empresarial y las exigencias del mundo real donde su contribución será crucial en el futuro. Con estas rigideces educativas no podemos crear las capacidades necesarias para abordar una reforma en la gestión y capacidad para liderar los patrones de la competitividad empresarial. Estas rigideces educativas son, en definitiva, un lastre fundamental para crear un modelo productivo sobre los pilares del conocimiento. Pongámonos a ello porque será la gran baza económica de nuestro futuro inmediato, del que emana nuestro potencial endógeno.