Hace exactamente un año escribía un artículo en La Nueva España de Asturias titulado “Virar de lo urgente a lo importante”, en el cual presentaba mi visión sobre lo fundamental que era para España cambiar el rumbo de las políticas económicas y comenzar a centrarlas en lo realmente importante; estimular el crecimiento económico y el empleo basándose en un modelo productivo cuyo pilar principal fuese la innovación. Desafortunadamente, un año después el artículo sigue plenamente vigente, ya que en los últimos 12 meses no se ha llevado a cabo ninguna política pública con el objetivo de estimular el crecimiento económico y/o apoyar la innovación, más bien ha ocurrido todo lo contrario. Desde Sintetia queremos presentar de nuevo este artículo a nuestros lectores:
En poco más de un lustro, hemos pasado de ser el «milagro económico español» a que en los pasados debates presidenciales de Francia y Estados Unidos se nos haya mencionado como ejemplo de declive económico y social. La verdad es que probablemente ni antes éramos tan exitosos, ni ahora somos tan fracasados. Aún contamos con cierta capacidad de maniobra, pero cada vez disponemos de menos tiempo para enderezar el rumbo de nuestra economía. La salida de la crisis pasa por comenzar a visualizar nuestros problemas desde una perspectiva estratégica. Debemos dejar de centrarnos exclusivamente en lo urgente y comenzar a trazar una hoja de ruta de más largo plazo.
La realidad del supuesto milagro que nos permitió crecer más que nuestros socios europeos fue una combinación de inflación y tipos de interés bajos (producto de la entrada en el euro) que disparó la inversión. En una economía con abundante oferta de capital humano con baja cualificación, mucha tierra que se puso disponible para urbanizar, y un sesgo hacia la compra de inmuebles, gran parte de esa inversión se canalizó hacia la construcción. El problema se agravó porque muchas cajas de ahorros, que tras las reformas de los noventa crecieron hasta sumar la mitad del sistema financiero, se convirtieron prácticamente en promotoras inmobiliarias. El resto de la historia ya es conocido por todos y ha servido para corroborar que este modelo de crecimiento no era ni es sostenible. Existe vida más allá del ladrillo y tenemos que redirigir nuestros esfuerzos en cómo vamos a conseguir crecer sin el aporte que tenía el sector de la construcción.
Sin embargo, en la actualidad continuamos muy enfrascados en el debate del gasto público. Éste es un debate muy importante, particularmente en cuanto a la elección de las partidas presupuestarias que se pueden reducir y las que no se deberían recortar. Pero en la urgencia constante de cuadrar presupuestos, parece que no se está prestando suficiente atención a lo verdaderamente esencial para dejar atrás las dificultades: el crecimiento económico. Crecer es el pilar fundamental para generar empleo, reactivar el consumo, aumentar la recaudación fiscal y sostener el Estado del bienestar. Según las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional, en 2018 el desempleo en España seguiría por encima del 20%. Para revertir estas perspectivas, lo que se necesita son medidas orientadas a dinamizar la economía, reformas que impulsen la contratación, estimulen el consumo, atraigan inversiones en sectores productivos e incrementen las exportaciones.
Los recortes presupuestarios, los créditos para recapitalizar el sistema bancario y las intervenciones del Banco Central Europeo en la compra de deuda pública estabilizan el sistema financiero, pero no estimulan el crecimiento económico. España necesita desarrollar su propia agenda de crecimiento para generar actividad económica y empleo. Una primera pregunta que surge para crear esta agenda de crecimiento es si en la coyuntura actual es viable su financiación. Una posible respuesta sería la reducción del fraude fiscal. Si España consiguiese reducir su nivel de economía sumergida hasta el promedio de los países de la Unión Europea, se podría recaudar alrededor de 40.000 millones de euros más. Esto significa que el país dispondría de 40.000 millones adicionales todos los años (aproximadamente el 4% del PIB actual), que se podrían destinar a realizar programas de inversión para mejorar la competitividad y reducir el desempleo.
Otra gran cuestión que debemos preguntarnos es cómo se va a conseguir ese crecimiento. Debemos decidir de qué forma va a competir nuestra economía. Hay tres formas básicas de competir: en costes, en calidad y en innovación. Es decir, hacer las cosas más baratas, hacer las cosas mejor o hacer las cosas diferentes al resto. Competir en costes es inviable y una trampa en el largo plazo. Inviable porque no podemos devaluar nuestra moneda, y porque existen economías emergentes con costes de producción mucho menores a los nuestros. Y una trampa, porque si consigues ser más barato y vendes más, creces. Si creces, los salarios aumentan. Si los salarios aumentan, los costes de producción, también, y en algún momento dejas de ser competitivo. Este fenómeno también ocurre incluso cuando se compite a través de calidad. Si haces las cosas mejor que los demás, vendes más y creces. Y de nuevo, si creces, los costes se irán incrementando hasta un punto en que el diferencial de calidad no sea suficiente para compensarlos y dejas de ser competitivo. La competitividad en el largo plazo no depende de los costes, sino de la innovación. Innovar genera ventajas comparativas, valor añadido y mejoras en la productividad. La única forma de mantener la competitividad de una economía y crecer sostenidamente en el largo plazo es a través de la innovación permanente.
¿Y qué se necesita para innovar? Como punto de partida se requiere un ambiente propicio para que surjan los innovadores y germinen las innovaciones. Para crear estas condiciones se precisaría reformar tres áreas: educación, regulación y financiación. La primera y más importante es la reforma del papel de la educación en la economía. Si queremos contar con emprendedores es necesario un sistema educativo público que sea moderno y se adapte a las nuevas tecnologías y realidades sociales, incentivando la creatividad, la curiosidad y el espíritu crítico, a la vez que fomente la excelencia. Y por otra parte, se debería estrechar la relación entre Universidad y sector privado. Para que una nueva idea tenga impacto sobre la competitividad de la economía tiene que ser aplicada empresarialmente. En este sentido, la Universidad y el sector privado tendrían que trabajar en la búsqueda de colaboraciones para aprovechar el conocimiento especializado en la creación de nuevas soluciones prácticas que tengan un efecto directo sobre la economía real.
La segunda área clave para alentar la innovación es una regulación eficiente. La regulación debe ser inteligente para no desincentivar la generación de actividad empresarial, especialmente la de emprendedores y PyMEs. En este sentido, España aún debe mejorar su entorno regulador para dar más facilidades a la creación de empresas. Por ejemplo, si consultamos en el ranking «Haciendo negocios» del Banco Mundial del 2013, España ocupa el lugar 136 a nivel mundial para comenzar un nuevo negocio. Esto significa que, en términos generales, los trámites y costes de iniciar un negocio en España son mayores que en otros 135 países o, dicho de otra forma, hay 135 países en el mundo en los que es más fácil, rápido o barato establecer un nuevo negocio. Por último, la tercera área fundamental para materializar las innovaciones es la existencia de financiación. Actualmente, contamos con un sistema financiero demasiado tradicional que es reacio y carece de incentivos para financiar a jóvenes emprendedores con ideas originales o PyMEs que tengan nuevas ideas de negocio. La financiación de proyectos innovadores, con un mayor riesgo, es una asignatura pendiente que se tendría que fomentar de manera inminente.
Las medidas de una agenda de crecimiento económico tendrían que ir destinadas a modernizar el sistema educativo público, mejorar el entorno regulador y, sobre todo, financiar proyectos empresariales innovadores. Para financiar estos proyectos no se ha de caer en la urgencia de gastar los recursos rápidamente, porque se corre el riesgo de acabar financiando más aeropuertos sin aviones. Es necesario un proceso de evaluación riguroso en el que prime un criterio básico de facilitar la creación de actividad económica y empleo en los múltiples sectores de la economía: vinos, alimentación, textil, educación, publicidad, biomedicina, telecomunicaciones, aplicaciones informáticas, etcétera. La filosofía sería financiar proyectos que expandan la capacidad de producción y la oferta futura de servicios, y la creación y desarrollo de marcas españolas hacia el exterior. Si realmente se quiere cambiar el tan nombrado modelo productivo, ésta sería una alternativa para comenzar a hacerlo. No es rápido ni fácil, y requiere un esfuerzo constante que implicaría un cambio de mentalidad social y de políticas públicas. En España hay mucho talento y creatividad con un gran potencial para innovar que actualmente no se está canalizando de una forma productiva para la economía y la sociedad.
Vamos camino de los seis años desde que comenzó la crisis y no podemos seguir esperando a que Europa se decida a lanzar un pacto de crecimiento que no sabemos cuándo llegará, si contará con los recursos suficientes o si se adaptará a las necesidades de crecimiento de la economía española. Las soluciones aún están en nuestras manos y tenemos que actuar antes que otros lo vengan a hacer por nosotros. España necesita desarrollar una agenda específica de crecimiento económico para el corto, medio y largo plazo que esté bien estructurada, con objetivos definidos y que, entre otras cosas, haga una apuesta clara por mejorar la competitividad mediante la innovación.