Imagine que lee dos versiones de la siguiente noticia estructuradas de forma distinta:
Opción A: Bárcenas | Presunto | Mentiroso | PP | Rajoy | Sincero
Opción B: Rajoy | Sincero | PP | Bárcenas | Presunto | Mentiroso
La mayoría de nosotros habrá razonado, al leer la primera opción, algo parecido a “Bárcenas es un presunto mentiroso del PP, pero Rajoy es sincero”. En la segunda opción, por nuestra cabeza habrá pasado algo así como “Rajoy es sincero y del PP, mientras Bárcenas es un presunto mentiroso”. El orden en que la información se presenta ante nosotros puede influir, hasta el punto en que la opción A nos inclina a pensar que el PP es mentiroso como Bárcenas, mientras la historia B nos inclina a pensar que el PP es sincero como Rajoy, y Bárcenas la excepción.
Sea cual sea la realidad sobre Rajoy, lo que con este ejemplo queremos mostrar es el impacto de los sesgos cognitivos en nuestra percepción de la realidad, ilustrar cómo estos sesgos nos alejan a menudo de tomar decisiones racionales y llamar la atención sobre un nuevo paradigma, el Nudge, que está tomando forma en algunas Administraciones Públicas de otros países. Aunque nos creemos autores independientes de nuestros juicios y pensamos que estos no se alteran por aspectos irrelevantes, la psicología ha identificado muchas formas en que nuestra subjetividad y la forma en que procesamos la información pueden jugarnos una mala pasada. Algunos ejemplos son:
–Efecto “priming”: ciertos aspectos priman en nuestro razonamiento por encima de otros, a veces por simple cuestión posicional. En psicología, “el orden de los factores sí altera el producto”.
–Efecto halo: cuando tenemos una imagen positiva de una persona o institución, tendemos a juzgar también positivamente el resto de sus ámbitos -y viceversa-. Un buen alumno que falla en una pregunta sólo ha cometido un pequeño error. Pero un mal alumno que acierta una pregunta difícil ha sido debido a la suerte. Si Rajoy tuviese una trayectoria de credibilidad total, el fallar ahora una pregunta no le supondría una predisposición popular a pensar que merece suspender el examen.
–Efecto anclaje: ¿cuánto dinero negro puede haber cobrado supuestamente Rajoy? Es muy difícil hacer una estimación sin referencias, ¿verdad? Algunos pensarán que 2 millones y otros que 50. Pero si me preguntan, ¿ha cobrado Rajoy más de 5 millones de pesetas en dinero negro? Tomaremos un punto de partida inicial a partir del cual realizar, aunque sea sesgadamente, nuestra estimación.
–Asociación de ideas: traducimos las preguntas difíciles en otras que nos resultan más fáciles de analizar y responder. Así, el “¿Qué piensa sobre la supuesta culpabilidad de Rajoy?” se transforma en un “¿Cuál es su opinión general sobre Rajoy?”, lo cual causa un agrupamiento (cluster) de las opiniones en función de la afinidad ideológica con el Gobierno actual.
El poder de la economía conductual
La economía conductual se encarga de incorporar la experiencia de los psicólogos cognitivos experimentales, investigadores que intentan comprender, mediante experimentos controlados, cómo se comportan las personas en lo que a las decisiones económicas se refiere. No ignora ni reniega del camino recorrido por la economía tradicional; es más, toma sus axiomas como punto de partida. John List, profesor de la Universidad de Chicago y uno de los padres de la economía experimental, ilustra cómo se combinan la economía conductual y la ortodoxia tradicional mediante la siguiente metáfora: “Imagine usted que quiere ir de Madrid a Barcelona para ver un partido del Barça. La teoría neoclásica te llevaría correctamente hasta Barcelona, pero necesitas la economía conductual para encontrar tu asiento en el estadio”.
“To Nudge or not to Nudge”
Los economistas conductuales Richard Thaler y Cass Sunsstein acuñaron el término Nudge para reflejar la capacidad de la economía conductual de usar los incentivos de manera inteligente o, más bien, para ayudar a los ciudadanos a comportarse de forma más inteligente.
Un buen ejemplo son los costes sanitarios de la mayoría de los países desarrollados, que aumentan a un ritmo alarmante conforme la población envejece. Una de las formas más efectivas, si no la mejor y más sensata, de contener dicho gasto sería incentivar la prevención y los hábitos más saludables. Nuestro sistema de salud pone mucho énfasis en la curación, pero la prevención se reduce a una previsible (e inefectiva) serie de preguntas de su médico: “¿Fuma usted? ¿Bebe? ¿Come una dieta con excesiva grasa? ¿Se pasa el día sentado sin moverse? Deje de hacer todo esto”. Puesto que la provisión de sanidad es responsabilidad pública en la mayoría de países europeos, ¿no deberían los Gobiernos intentar ‘empujar’ (to nudge) a la población hacia hábitos más saludables? Hace tiempo hicimos esta pregunta al economista Tim Harford. Su respuesta fue que, responsablemente, el uso del Nudge puede ser muy beneficioso, siempre y cuando no abusemos del establecimiento de incentivos para usarlo como marketing de políticas públicas.
Sesgos cognitivos al servicio del Gobierno
El trabajo pionero de Cass Sunstein, Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness, motivó al Gobierno de David Cameron la creación en el Reino Unido la “Nudge Unit”. El equipo, denominado BIT – Behavioral Insights Team, ha recibido el encargo de ayudar a la población a tomar “mejores decisiones”, especialmente en lo que se refiere a la esfera pública. Al igual que la medicina preventiva ayuda a que la labor del médico sea más efectiva, el equipo de Nudge intenta crear un entorno adecuado para que las políticas públicas se implementen de la manera más eficiente posible.
Richard Thaler, coautor del libro de Nudge, describe el concepto como “paternalismo liberal”; el Estado se encargar de recordar a sus ciudadanos qué es lo correcto y alinea los incentivos para que tomen mejores decisiones -para que no defrauden, para que ahorren más, para que cuiden su salud-, pero sin imponer nuevas restricciones o normas. “La economía conductual consiste en dar el poder al ciudadanos de decidir, en base a cómo le afectará esa decisión hoy y en el futuro”.
El éxito de la Nudge Unit británica les ha llevado a firmar su primer contrato fuera del Reino Unido; concretamente, exportarán a Australia algunos casos de aplicación de Nudge en políticas públicas. Además, su funcionamiento se extiende a otros países -el propio Cass Sunstein fue asesor de Obama durante más de tres años-, y también Holanda tiene su propio equipo de Nudge. La razón de su expansión es sencilla: ayudan a los Gobiernos a ahorrar inteligentemente utilizando mejor los recursos disponibles. Así como un psicólogo de empresa puede ayudar a comprender los problemas y el comportamiento de la plantilla, un equipo de Nudge en un Gobierno puede ayudar a comprender a los ciudadanos y a crear el entorno necesario para que tomen mejores decisiones.
La Nudge Unit del Reino Unido calcula haber ahorrado unos 300 millones de libras en el tiempo que lleva operando desde julio de 2010 ¿Cómo lo han conseguido? Algunos ejemplos curiosos de psicología aplicada en estado puro son:
–Presión entre compañeros: anunciando públicamente a los ciudadanos que la mayoría ya había pagado sus impuestos, se establece una presión implícita a los que se retrasan… y se adelantan sustancialmente los cobros.
–Recordatorios morales: al enviar mensajes de texto desde los juzgados a las personas que habían sigo multadas para recordarles su obligación de pagar se llegaron a ahorrar 30 millones de libras al año.
-Los efectos positivos sobre la congestión de los trenes del rediseño del mapa de metro de Londres.
Otros ejemplo del uso de Nudge incluyen acuerdos entre el Gobierno y la industria de comida preparada para reducir voluntariamente los niveles de sal en los productos, el uso de certificados de eficiencia energética para ayudar a los hogares a usar mejor la electricidad o incluso los incentivos en barrios degradados para ayudar a respetar y mantener las nuevas casas cedidas en concepto de protección oficial.
Sesgos cognitivos, política e ideología
“Quien de joven no es comunista, no tiene corazón. Quien de mayor todavía es comunista no tiene cabeza”, Willy Brandt.
Es probable que una buena parte de la población tenga sus reservas ante la posibilidad de una nueva intrusión del Gobierno en sus vidas. Pero aunque el Nudge nunca establecerá normas de obligado cumplimiento, es importante también ilustrar que los sesgos contra los que puede actuar afectan a todas las vertientes del espectro ideológico. Un reciente artículo en Politikon mostraba cómo la ideología de los españoles depende de su edad y situación laboral, configurando una escala ideológica que modula entre socialista y conservador, mostrando claros sesgos en nuestra posición ideológica: nuestras opiniones parten tanto de uno mismo como de nuestras circunstancias.
Así, no está de menos recordar que todas las ideologías sufren de sus propios sesgos cognitivos, y que los más cercanos al liberalismo pueden ser aquellos que más acentuados tienen ciertos sesgos que el Nudge podría ayudar a corregir:
–Sesgo de tendencia al optimismo: tendemos a sobrestimar nuestros ingresos futuros, lo que nos empuja a votar en contra de impuestos altos a las rentas elevadas.
–Sesgo de auto-confirmación: tendemos a exagerar el peso de nuestro propio papel en nuestro éxito. N. Taleb nos recuerda cómo tendemos a despreciar el papel de la suerte, adjudicando a nuestro mérito los frutos de nuestro éxito.
-Ambos sesgos reducen también los incentivos de las personas a protegerse contra el desempleo, al sobrestimar nuestra capacidad de permanecer en nuestro empleo actual.
–El sesgo del karma: tendemos a aceptar el principio de acción–reacción en nuestra vida cotidiana: si alguien se encuentra en una mala situación, probablemente lo merece y viceversa. Tendemos a culpar a las víctimas y nos resistimos a compartir nuestros éxitos con los demás.
–El sesgo del status quo. Más vale malo conocido que bueno por conocer. Tenemos una tremenda aversión al cambio y dependemos en gran medida de nuestra posición inicial a la hora de juzgar alternativas.
–Error de atribución: confiamos demasiado en la importancia de la acción humana en el desarrollo de los acontecimientos. Atribuimos fácilmente el éxito de la empresa al jefe y justificamos grandes salarios; nos gustan más las historias y narrativas basadas en los grandes personajes, ignorando persistentemente la importancia de la longue durée.
–Profecía autocumplida (efecto Pygmalion) y miedo al estereotipado. Cuando una clase social tiene etiquetas positivas, las internalizamos acordemente. Por el contrario, rendimos peor de lo esperado bajo el miedo de confirmar el estereotipo negativo de nuestra clase social: por ejemplo, ello puede afectar a los estadounidenses de raza negra que realizan pruebas de acceso a universidades en EEUU, los cuales sufren ante el estigma negativo sobre su preparación educativa. Así, atribuimos la desigualdad en rentas a causas de inteligencia innata, cuando a menudo influyen factores como este.
Sirva esto para ilustrar hasta qué punto estamos expuestos a nuestro entorno y en qué medida somos víctimas de nuestros propios sesgos. ¿Por qué tener miedo a que el Gobierno defina, en el ámbito de las políticas públicas, entornos que nos ayuden a tomar mejores decisiones sin obligarnos a nada? Si lo hacemos de manera responsable y no para utilizarlo como un arma electoral, como recomendaba Tim Harford, ¿para cuándo una Unidad de Nudge en España?
Esta época de racionalización de la estructura de la Administración Pública y de los recursos disponibles es el momento perfecto, según la metáfora inicial del viaje entre Madrid y Barcelona, para llevar a los viajeros a “su asiento en el estadio”, en vez de quedarnos viendo cómo desperdiciamos tiempo y dinero deambulando a las puertas de la ciudad.
Artículo original publicado en Análisis de Sintetia, de El Confidencial