Silicon Valley, todavía

16 abril 2018

En la segunda mitad de los años noventa hablábamos de la sociedad de la información. Nos contábamos una milonga: Internet permitiría que nacieran negocios en cualquier parte. Se acabarían los monopolios, adiós a las concentraciones de empresas. Dado que las comunicaciones y limitaciones físicas no serían importantes, desde cualquier parte del mundo se podrían emprender proyectos de alto impacto. En el imaginario colectivo veíamos que Silicon Valley y todos los clústeres similares perderían fuerza al descentralizarse, llegaba el poder de lo pequeño, de lo que estaba repartido por el planeta, el mundo sería plano.

El resultado, veinte años después, ha sido el contrario

Cuando pisas Silicon Valley —como estoy haciendo ahora mientras escribo este artículo— notas rugir el motor mundial de la innovación, y que todo está accesible en unos veinte minutos de distancia.

Las personas y las empresas que dominan la nueva economía se encuentran en los gimnasios, en los bares, en las guarderías.

Todo lo que producen es digital pero ellos parecen sentir una necesidad insuperable de abigarramiento físico. Hablo con un chileno y un lituano que no resistieron la tentación de quedarse allá. Son ingenieros. Para ellos el súmmum de Silicon Valley es estar en un bar y que en la mesa de al lado esté el creador de la tecnología con la que están trabajando y poder establecer con él una relación horizontal, fácil, colaborativa a veces.

Silicon Valley se configura como una malla de calidad desigual entre Palo Alto, Menlo Park, Mountain View o Cupertino. Una red urbana difusa con nodos de referencia entre los centros comerciales y las sedes de las grandes empresas. Son ciudades difusas, extendidas. El precio del suelo es muy elevado y las habitaciones de los hoteles están literalmente por las nubes. Es muy normal que la gente haga una hora y media de ida y otra de vuelta cada día hasta encontrar zonas dónde poder vivir  en apartamentos asumibles.

Si nos situamos en la sede de Alphabet (Google) en Mountain View, y utilizamos Google Maps, vemos que en una hora sin tráfico todo está a tiro de piedra. A 15 minutos la sede de Facebook en Menlo Park. En 8 minutos llegarías a Tesla en Palo Alto. Sequoia, uno de los Venture Capital más conocidos y relevantes del mundo, a 13 minutos. ¿Qué quieres ir a la Universidad de Stanford? 10 minutos. En dirección sur, a 15 minutos la espectacular sede de Apple en Cupertino. Un poco más allá la de  Netflix, 23 minutos. Linkedin está en Sunnyvale, a 12 minutos. Las excepciones serían You Tube, Airbnb o Uber que estarían en la zona de San Francisco a 35 – 40 minutos sin tráfico. Las empresas que han cambiado y cambian el mundo están muy cerca.

La mística de Silicon Valley funciona. Por la calle circulan los coches sin conductor. Por las aceras andan con auriculares y monopatines personajes que parecen diseñados para salir inmediatamente en la serie Big Bang Theory. Es el único lugar dónde los garajes son potenciales museos y se juega a adivinar dónde Steve Jobs y Steve Wozniac hicieron nacer Apple.

Entras en una start up y todo es pasión. Te hacen saber que tienen esa prisa de los que están cambiando el mundo o que están construyendo una unicorn, o las dos cosas a la vez. Hablan con naturalidad de futuros destellantes y al hacerlo no pueden disimilar una cierta mirada superior de quién se sabe protagonista del cambio de era. Son amables pero endiabladamente orientados a lo suyo.

Antes en Silicon Valley encontrabas básicamente a las grandes empresas digitales, ahora no. Muchas de sectores tradicionales han abierto espacios de innovación en el valle. Como si con estas antenas pudieran sintonizar la frecuencia de la enorme energía transformadora de Silicon Valley. Hablo con algunos de ellos y me confiesan que eso de transformar sus empresas desde Silicon Valley es algo que no conseguirán fácilmente y en cualquier caso no lo harán en el corto plazo. Pero si algo caracteriza Silicon Valley es una enorme sed de experimentación. Es como si una suerte de inspiración latente emanara de sus recovecos telúricos y lo invadiera todo.

Lo que hace que Silicon Valley sea imposible de copiar es la concentración —hasta límites que no nos imaginamos— de masa crítica de talento emprendedor. Y es un talento que se mueve. Las empresas grandes y las startup están obsesionadas por el talento.

Me comentan en SRI que la media de movilidad de las personas está en dos años de permanencia en una empresa. Las personas son más fieles a un proyecto, o a un equipo, que a una empresa. La relación con las empresas es más circunstancial, quizás con algunas excepciones, en las empresa míticas.

La movilidad del talento es uno de los motores de Silicon Valley puesto que hace que la innovación abierta sea algo tácito. Es muy habitual encontrar gente que sale de una empresa para montar su propia startup y después de fracasar —ni en la cuna del emprendimiento sobreviven más del 70%—,  vuelve a trabajar a la misma empresa de dónde salió, o en otra. Haber intentado crear una startup y fracasar le confiere galones profesionales. Los salarios son altos (es imposible sobrevivir con salarios bajos en Silicon Valley) pero a pesar de ello no sirven para retener los afanes emprendedores de muchos ingenieros.

Los gobiernos que quieren copiar Silicon Valley se creen la historia de la triple hélice y consideran que juntando una universidad cualquiera, unas empresas locales y una administración predispuesta es suficiente para tener su Silicon Valley en casa. En este sentido, debo confesar que he pasado vergüenza varias veces en mi vida ante la ignorancia tan atrevida de algunos políticos a los que he acompañado a conocer Silicon Valley. Copiar este ecosistema es imposible.

La masa crítica que congrega no es reproducible ni se puede improvisar. Parece que nadie se acuerda que Silicon Valley tardó décadas en ser lo que es. No fue que un día Xerox enviara a la otra costa unos cuántos ingenieros y crearan el Xparc al lado de la Universidad de Stanford y naciera Silicon Valley como lo conocemos hoy. Fue una maduración lenta alrededor de universidades como Stanford o como Berkeley.

A las políticas públicas, a menudo, les falta perspectiva. Se quieren hacer cosas en una mandato y lo único que se hace es un ridículo estratosférico y un gran homenaje a la mediocridad.

¿Todo el mundo es rico en Silicon Valley? Es obvio que no. Solamente debemos continuar por la Avenida Universidad de Palo Alto, y llegar a East Palo Alto para comprobarlo, un barrio muy pobre, cerca de la Universidad de Stanford. Allí se congregan muchos hispanos y gente que cayó del circulo virtuoso del paraíso digital y comprobó como Silicon Valley dibuja una sociedad sin red de desigualdades que no tienen a atenuante.

Las ciudades industriales clásicas de Europa o Estados Unidos eran espacios más de término medio, el ascensor social funcionaba para gente con un talento limitado. No es así en Silicon Valley. Algunas de las propuestas de negocio que se consolidan desde el valle son capaces de crear plataformas para entregar mucho valor para los usuarios; a la vez, destruyen la forma de ganarse la vida de muchas clases discretas de la sociedad. La sensación, cada vez hay más homeless en San Francisco, pero esa debe ser una percepción errónea porqué la tengo desde hace veinticinco años.

Hace tiempo que me fascina lo que hacen la empresas en Silicon Valley, pero para nada me fascina el tipo de sociedad que se está engendrando allá.

Estando estos días trabajando en Silicon Valley recibo la llamada de una startup de Blockchain española con ganas de corregir el tiro a esa deriva salvaje de la economía nacida en Silicon Valley, aliñada además por el escándalo mayúsculo del uso impropio de los datos atesorados por Facebook, puestos a disposición de la campaña del candidato Trump en las pasadas elecciones de Estados Unidos.

Todo ello, unido a la ingeniería fiscal que estas empresas realizan para pagar muy pocos impuestos en los lugares donde generan su actividad, lleva a la sensación de que la ingenuidad con Silicon Valley se ha acabado. Silicon Valley tiene varias caras y más allá de la fascinación por el emprendimiento y la sociedad más abierta del mundo a los emigrantes emprendedores, también está la premonición emergente de que se está cocinando una especie de feudalismo digital —en palabras de un nada sospechoso Don Tapscott— de los cinco grandes que dominan el mundo: Amazon, Alphabet, Apple, Facebook y Microsoft. Se impone un nuevo contrato social, los ciudadanos dejaremos de dar nuestros datos con la ingenuidad que lo hacemos hasta hoy.

A pesar de todo, Silicon Valley continua siendo el mejor lugar del mundo para inspirarse y emprender. Pasar unos días allí te llena de una energía que empodera a cualquiera. Si alguien puede poner coto a los grandes monstruos digitales de Silicon Valley son precisamente las nuevas startups nacidas allí mismo. Les marcarán el perímetro, e incluso —dada la natalidad que se genera allí— alguna logrará sustituirlas. 

Desde el resto del mundo lo que hay que hacer es olvidarse de copiar a Silicon Valley y buscar proyectos singulares, también de alto impacto. En Europa no debemos copiar más Silicon Valleys, debemos aprender mucho y crear propuestas específicas, diferenciales, de alto crecimiento que se compadezcan mejor con nuestra tradición de una sociedad más amortiguada, más compacta.

De Silicon Valley debemos aprender a crecer, a desplegar una cultura tolerante ante el fracaso, a ser abiertos a los emprendedores, vengan de donde vengan. Y saber que los Silicon Valley no se improvisan ni poniendo mucho dinero. Ya hay muchos que lo intentaron y el fracaso ha sido estrepitoso. La regla de oro de Silicon Valley es que talento atrae talento, pero según como queramos copiar a California solamente conseguimos que la mediocridad atraiga mediocridad.

Lee su libro: Esquivando la Mediocridad

Artículo escrito por Xavier Marcet

Fundador y presidente de Barcelona Drucker Society

2 Comentarios

  1. Enrique Titos

    No me gusta la manida palabra de «ecosistema», pero define perfectamente el entorno que hace que Silicon Valley sea lo que es. Sería bueno hacer un análisis sobre los componentes de un ecosistema y hacer un ranking. También es curioso que Silicon Valley al tener casi todo tipo de industrias tecnológicas hace que la fertilización cruzada enriquezca aún más su propio «ecosistema».

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  2. Alejandro Almeida

    Sin duda para mi, la clave de Silicon Valley es el «colchón» que tienen aquellos que deciden lanzarse a montar su propia startup. Y es que fracasen o creen unicornios siempre van a acabar volviendo a una de esas grandes empresas, por resignación o por haber sido absorbido y esto genera una seguridad que reduce el riesgo y la incertidumbre.

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