El estudio de la economía es una ciencia. Como he explicado en esta casa, la economía es una ciencia centrada en el comportamiento del ser humano en entornos de escasez, que nos permite por tanto comprenderlo y explicarlo (mucho más que predecirlo, por cierto).
La ciencia económica, además, estudia ese comportamiento humano en tres niveles de agregación: la persona individual, el mercado individual, y un sistema económico al completo (de un país o de un conjunto de países). Estos tres niveles se corresponden con las disciplinas de economía del comportamiento, microeconomía y macroeconomía.
El cajón de sastre
Se denomina así, como metáfora, al contenedor en que se almacenan mil cosas, sin orden ni concierto, heterogéneas e inconexas. A un batiburrillo sin sentido ni razón de ser más producto del comportamiento del actor (del sastre) que de un propósito deliberado.
Me parece detectar, en los enfoques académicos de la economía (entiéndase académico como “hecho desde la universidad”) una enorme tendencia a crear cajones de sastre en los que arrojar todo lo que no se ha tenido en cuenta, y además todas las consecuencias de los errores previos.
Cajones de sastre en que se mete alegremente todo lo que se desconoce, o se conceptualiza mal… o simplemente no se puede medir. Cajones de sastre que entiendo no se pueden defender ni siquiera con una pirueta intelectual… aunque se haga igualmente.
En los siguientes posts intentaré explicar cómo, a mi parecer, se han ido generando estos “cajones de sastre” (auténticas cajas negras, además encriptadas), en los que se vuelca el grueso de los errores.
El modelo
Una de las herramientas más comunes, y más potentes, en el estudio de cualquier ciencia es el modelo, que consiste en la agregación de hipótesis contrastadas. Describir la relación entre dos variables o dos conceptos, buscando la dirección de la causalidad, es una hipótesis (sé perfectamente que he cometido un enorme reduccionismo, pero empecemos por aquí). Es decir, describir cómo cambiará una cuando cambie la otra, suponiendo que el resto de variables que también influyen quedasen constantes.
Si es usted “de ciencias”, recuerde a Boyle-Mariotte, Charles y Gay Lussac y Avogadro, visiones parciales del comportamiento de los gases suponiendo otras variables constantes. Recuerde que sus visiones parciales fueron luego unificadas en la Ley de los Gases Ideales enunciada por Clapeyron. Recuerde también que todas ellas –TODAS– incluyen supuestos irreales (partículas puntuales, sin atracción ni repulsión entre ellas y cuyos choques son perfectamente elásticos) en aras de alcanzar una comprensión, siquiera parcial, del comportamiento del objeto de estudio. ¿Es esta una descripción clara y completa del comportamiento de los gases “reales”? No. Y sin embargo es un avance en la comprensión del mismo.
Si es usted “de letras”, olvide este párrafo (o pregunte a un amigo) y sigamos adelante.
Las ciencias naturales
Lo mismo sucede en economía. Se han realizado agregaciones de hipótesis sencillas y contrastadas para intentar describir el comportamiento común de muchas variables. El problema es que la economía es una ciencia humana, su objeto de estudio es el ser humano, cuyo comportamiento varía con el tiempo, la experiencia, su percepción de su situación en cada momento y las expectativas que tenga.
Una determinada cantidad de gas no se calentará de diferente manera la segunda vez, ni la tercera, ni la cuarta… Una determinada cantidad de personas sí se comportará de diferente manera las sucesivas veces que reciban el mismo estímulo económico. Como no me canso de repetir, a diferencia de en la física, la visión válida de la economía es como un sistema dinámico, y por ello es completamente cierto que necesita análisis de segundo, tercer o cuarto orden.
Acumulación de errores y obviar interrelaciones
Al agrupar las relaciones económicas ya comprobadas para construir un modelo mayor, se tiende a cometer un error adicional obviar (o despreciar) las interrelaciones entre las variables.
Con una metáfora (siempre peligrosas en economía), podríamos decir que luz, agua y abono determinan el crecimiento de una planta, y que obviar o despreciar que esos factores se potencian mutuamente no sólo es reduccionista sino un trágico error.
Al acumular variables en un modelo más complejo sucede también que no sabemos ni, en mi lega opinión, podemos saber cómo se comporta la variabilidad de la agregación de variables. Y no, los grados de libertad no son suficientes para controlar este aspecto, como ya demostró el fracaso de la termoeconomía.
El manido equilibrio que no es tal
Hace unos cien años se conceptualizó el precio y la cantidad de un producto como los valores para los que se equilibraban la oferta y la demanda. Los valores en los que, tanto oferentes como demandantes, se ponían de acuerdo y resultaban de aplicación para todos los participantes en ese mercado. Dado que, partiendo de cualquier punto de las curvas de oferta y demanda, se llegaba a esas cantidades, en esta brillante conceptualización se les llamó “de equilibrio”.
No olvidemos que esta conceptualización, si bien ayuda a entender el funcionamiento de un mercado, no refleja fielmente la realidad. Porque ningún producto es perfectamente homogéneo (ni siquiera las commodities), ningún mercado genera un precio único para toda transacción, ningún mercado es estático, ni las preferencias del consumidor estables, ni lo son sus deseos o demandas.
Entender que el precio ha de ser único, que tras cualquier cambio en las circunstancias se volverá inexorablemente a ese “equilibrio” previo; entender el mercado como estático, es un error. Pretender que la realidad se ajuste a esa conceptualización, a ese modelo, es un error.
Matemático, no numérico
Cuando alguien intenta explicar lo anterior, le tienden a responder que la expresión del pensamiento en forma matemática permite objetivizarlo.
Que “una expresión matemática de un desarrollo lógico conlleva a este tipo de elementos que permiten contrastar las ideas”.
Que, “por ello, matematizar un desarrollo lógico pone al modelo en manos de quienes refutan o no, la teoría o hipótesis”.
Estas respuestas, con las que estoy bastante de acuerdo, no contradicen lo anterior. Sucede que, en economía, cuando se dice expresión matemática a menudo se alude a y se entiende «expresión numérica». Sucede que, en economía, aunque hablemos de ecuaciones a menudo, siendo honestos, sólo podemos conceptualizar inecuaciones.
He dedicado varias entradas en esta casa a explicar que nos gustan los números. Y nos gustan MUCHO. Tendemos a considerar las expresiones numéricas como más puras, más científicas, y no lo son (o no necesariamente lo son).
En economía, a menudo, las relaciones que podemos establecer son direccionales, pero NO dimensionales. Es decir, podemos establecer el sentido de la relación entre dos variables pero NO adjudicarle un valor numérico.
En economía, habitualmente, trabajamos con conceptos con que reúnen en sí muy diversas cuestiones que no tienen ni pueden tener un valor numérico, menos aún como agregado. Ejemplos son “propensión marginal”, “aversión al riesgo”,… o “utilidad”. Esto no hace a la economía menos científica, sólo menos numérica. Lo malo no es matematizar o usar modelos. Es confundir modelo con realidad y en caso de duda preferir al primero.
Esbozados los problemas y errores de base, la semana que viene veremos cómo generamos esos cajones de sastre.