Hace ya tiempo que se observa que la izquierda moderada, los partidos socialdemócratas, están profundamente desorientados y, salvo contadas excepciones, carentes de un discurso claro y contundente que haga frente a las propuestas neo-liberales.
Tanto en España como en Europa la Socialdemocracia está perdida de un laberinto multidimensional sumamente complejo del que no es nada fácil salir. Nuestra intención, con este breve artículo, es prestar atención y plantear una reflexión relativa a solo a una de las dimensiones del laberinto: la dimensión espacial.
Centrando nuestra atención a ese aspecto espacial está ocurriendo que la economía se ha vuelto global o, para ser más precisos aún, glocal, aunque para expresar la idea usemos una palabra no reconocida por la Real Academia pero bastante aceptada entre los economistas.
Las economías han cambiado la dimensión espacial en la que funcionan. Ahora operan claramente compitiendo en un marco global aunque desarrollan su actividad en entornos locales/regionales. La producción, por ejemplo, de una planta industrial ubicada cerca de cualquier ciudad española compite con otras plantas ubicadas en India, China o cualquier otra parte del mundo. La atracción de capitales para su crecimiento compite igualmente en ese entorno global.
Sin embargo, su éxito está determinado por las fuerzas locales/regionales con las que puede contar: la cualificación de los trabajadores de la zona, su nivel salarial, la iniciativa y capacidad innovadora del lugar… Esto es lo que llamamos entornos glocales. La economía compite globalmente pero funciona alimentándose de los recursos locales.
Mientras esto ocurre de un modo cada día más intenso la acción política sigue tratando de actuar fundamentalmente desde entornos nacionales totalmente vacios de capacidad real. A lo largo de esta crisis hemos visto como los grados de libertad de los gobiernos nacionales son cada vez menores. El caso del gobierno de España es un buen ejemplo. ¿Qué se puede hacer desde un gobierno nacional en un mundo donde la economía compite internacionalmente y la moneda es común para varios países de Europa, aunque la competitividad real se forja desde entornos locales?
Esta realidad donde el nivel espacial de toma de decisiones políticas es diferente al nivel espacial en el que se toman decisiones económicas y financieras es ideal para aquellos que defienden ideologías liberales. Colocando la acción política en el ámbito espacial equivocado es muy fácil defender que la intervención pública no transforma nada y, por lo tanto, es mejor promover su empequeñecimiento. Ello nos lleva, poco a poco, a observar cómo se desintegran los Estados del bienestar construidos con tanto esfuerzo en Europa.
Creemos que la izquierda logrará encontrar su sitio y su misión, creando un modo de vida más equilibrado evitando desigualdades insostenibles y ampliando el Estado del Bienestar, cuando sea capaz de colocar cada medida de política pública en el entorno espacial preciso. La creación de un entorno competitivo para las empresas se encuentra cada vez más vinculada a la política regional. De esta manera, los gobiernos socialdemócratas de las CC.AA. deberían promover políticas que favorecieran la formación y capacitación del recurso humano en la región, facilitar la conexión y la transferencia de conocimientos entre la universidad y los centros de investigación con la empresa, dotar de financiación a las empresas para que éstas puedan acometer proyectos de inversión (especialmente en el área de la I+D+i), apoyar la internacionalización de las empresas, el desarrollo de la propiedad intelectual (patentes) y escuchar las demandas de las empresas a la hora de fijar las prioridades en política industrial.
Estas medidas incrementarían la competitividad (y los beneficios) de las empresas, posibilitando la creación de empleo, subidas salariales, mayor recaudación fiscal y una elevación del nivel de vida de la región. El mantenimiento del sistema de la Seguridad Social, por razones de eficiencia y racionalidad, es lógico que se sitúe en el plano nacional. Así, la defensa y el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, por ejemplo, podrían y deberían ser uno de los puntos principales de un gobierno socialdemócrata a nivel nacional.
Por último, cada vez más decisiones se toman en el plano europeo, donde se hace necesaria la alianza de unos gobiernos nacionales con otros para lograr acuerdos. Se hace urgente una mayor regulación del sistema financiero, una lucha creíble contra los paraísos fiscales y una política monetaria que permita a las economías europeas periféricas (entre ellas la española) cumplir con sus compromisos de pago de deuda soberana sin tener que generar desempleo, malestar social y desencanto con el sistema democrático. Para ello es necesario un pacto entre los partidos socialdemócratas europeos que nos reconcilie con la idea de Europa y ponga a trabajar, de nuevo, al proyecto europeo a favor de los ciudadanos.
Fernando Rubiera (Universidad de Oviedo) y Ricardo Aguado (DEUSTO)