Leví Pérez, profesor de economía de la Universidad de Oviedo, continúa su serie de artículos sobre la lotería. ¿Qué dice la teoría económica de sus causas y consecuencias?
La preocupación acerca de por qué la gente juega a la lotería no ha sido ni es patrimonio único del análisis económico sino también de psicólogos y sociólogos que han dedicado especial atención al tema. Así, las aportaciones en este terreno las podríamos resumir en tres planteamientos teóricos alternativos – con distintas implicaciones desde el punto de vista normativo – que tratan de explicar por qué los individuos participan en estos mercados. Por un lado, están los planteamiento basados en la Prospect Theory (Kahneman y Tversky, 1979) en el sentido de que los individuos en lugar de actuar de acuerdo a las verdaderas probabilidades de obtener algún premio, tienden a sobrevalorar estas probabilidades, por lo que su forma de actuar es distinta de la que se esperaría a partir de la teoría de la utilidad esperada.
Una segunda explicación podría encontrarse en la propuesta, ya lejana en el tiempo, de Friedman y Savage (1948), de que la función de utilidad de los individuos es un tanto peculiar, puesto que es cóncava inicialmente, para luego pasar a ser convexa y finalmente volver a ser cóncava. Es decir, se trata de una función que combina tramos de aversión al riego y de preferencia por el riesgo. La idea es que los individuos toman sus decisiones de jugar o no en un área en la que son amantes del riesgo por lo que están dispuestos a aceptar apuestas a priori un tanto “injustas”.
Finalmente, Conlisk (1993) incorpora un elemento novedoso a la hora de explicar la decisión de jugar o no a la lotería, no únicamente en términos de la utilidad esperada, sino añadiendo un término de utilidad (de diversión) al hecho de participar en estos mercados. Así, los individuos disfrutan jugando a la lotería, o, del mismo modo, la lotería ofrece un cierto entretenimiento. La diferencia entre el precio (nominal) de un determinado ticket de lotería y el valor esperado de la distribución de premios puede entonces interpretarse como el precio para obtener esta diversión derivada del juego. En este sentido, el modelo más empleado en la literatura empírica ha sido el que considera este precio efectivo como el principal determinante económico de la demanda de lotería.
Sin embargo, la principal limitación de este modelo se produce ante una situación en la que existan varias categorías de premios – como es el caso de la práctica totalidad de las loterías existentes – y dónde un hipotético cambio en la estructura de premios no tendría efecto alguno sobre el valor esperado de la distribución de premios y por tanto sobre la demanda generada por este juego.
No obstante, parece lógico pensar que los apostantes no sean indiferentes a la estructura de premios y que su comportamiento esté condicionado por la misma. De este modo, en el contexto de la teoría económica ha ido adquiriendo mayor presencia la idea de que no es tanto el precio efectivo, sino el premio máximo – jackpot -, lo que explica que los individuos jueguen a la lotería (Forrest, Simmons y Chesters, 2002). Este modelo alternativo descansa sobre el planteamiento inicial de Clotfelter y Cook (1989) según el cual con cada ticket de lotería los jugadores están comprando un “sueño” (una esperanza), y ese “sueño” tiene que ver con la cuantía del premio.
Así que a diferencia de la creencia popular de que “soñar es gratis”, para poder “soñar” con un premio que cambie radicalmente su vida, o simplemente para “imaginar” a qué bienes o servicios dedicarían este premio, los individuos han de asumir un precio. El precio de un ticket de lotería.