Uno de los debates de actualidad entre la crema de la intelectualidad económica, es la conveniencia o no de que los bancos centrales aumenten sus objetivos de inflación para reducir los niveles de deuda.
Ésta es una de las medidas que la Fed podría anunciar en su próxima reunión: aumentar su objetivo no oficial de inflación desde el 2% al 4%, de ese modo, si las expectativas de inflación de los consumidores aumentan los tipos de interés reales caerían, lo que podría impulsar la demanda interna.
Y es que una vez agotada la artillería monetaria más convencional (los tipos de interés en EEUU permanecerán excepcionalmente bajos hasta 2013), y comprobada la ineficacia sobre los programas de facilidad cuantitativa (QE2) para impulsar el empleo y así el crecimiento, los banqueros centrales han de seguir desarrollando el lado derecho de sus cerebros para recobrar su arma más eficaz: la credibilidad.
Otro de los argumentos para mantener un objetivo de inflación más elevado es el efecto erosionador sobre el valor real de la deuda. En ese sentido, tal como apunta Kenneth Rogoff, si la reducción de los niveles de deuda se ve obstaculizada por los políticos, podríamos ver los mismo efectos permitiendo tasas de inflación moderadamente más elevadas durante varios años.
Dicho esto, las críticas se suceden. Primero, no es seguro que por permitir unos niveles de inflación más elevados las expectativas de los agentes varíen en la dirección deseada. Además, si éstas lo hacen, habría que ver el impacto sobre los tipos reales negativos sobre el consumo, en un entorno de elevado desempleo (para el caso de EEUU) y la incertidumbre sobre la «falta de acierto» de la esfera política, principalmente europea.
Montserrat Formoso es Gestora de Carteras en Tressis.