La definición finalista de la política como gestión de los recursos —escasos— públicos tiene hoy algunos detractores, como Leonardo Boff que se inclinan más por convencernos de que gobernar no es administrar la economía sino cuidar del pueblo. Olvidan, quizá, que este objetivo tan loable solo es posible… gestionando los recursos públicos, o sea, administrando el dinero de todos.
La economía actúa en un escenario, el mercado, en el que confluyen personas con necesidades/deseos y empresas/marcas capaces de satisfacerlos. El intercambio establecido entre ambos es el motor que permite seguir generando productos, a la vez que recursos para volver a consumirlos. Eso es economía en estado puro. Lo demás son normas, cálculos y notas al margen introducidos por legisladores, especuladores y bancos, entre otros, que, aunque necesarios e inevitables, no modifican la esencia del asunto.
En cuanto a la política, tiene su principal teatro de operaciones en las instituciones en las que los cargos electos pugnan por imponerse mutuamente sus criterios ideológicos, y digo bien, porque eso que se llama poder solo produce dopamina cuando se ejerce sobre alguien, sea Gobierno u Oposición.
Las distintas doctrinas de cada Partido se hacen carne en sus Programas, pero estos, programas y Partidos, ni siempre ni en todo responden a las necesidades y aspiraciones reales de la sociedad; es más, con frecuencia, sus promesas nacen en un mitin y mueren, agotado su efecto placebo electoral, en un Ministerio.
Así pues, tenemos una realidad ligada a nuestra subsistencia y bienestar, y otra unida a nuestra visión de la sociedad y nuestras convicciones, vaya usted a saber de qué origen, si cultural, familiar, religioso, territorial, histórico o puramente intuitivo o emocional. Así, economía y política se dan la mano, a veces para echar un pulso, otras para demostrarse un cierto afecto, e incluso puede que para declararse simplemente encantadas de haberse conocido.
La globalización, que en el ámbito económico se constata por la eliminación de fronteras para el más libre flujo de capital y mano de obra, en el político parece traducirse en todo lo contrario: muros de protección ante influencias culturales y corrientes de pensamiento extrañas y, por tanto, no deseables.
La Unión Europea sobrevive a duras penas apoyada en una cierta utilidad económica, pero demuestra, en cuanto surge la ocasión, su incapacidad para acordar posiciones políticas comunes y más aún decisiones compartidas y efectivas. Por eso Europa seguirá, como mucho, siendo un “mercado común” y nunca un “Estado común”.
Esto nos ha traído, entre otras cosas, la evidencia de que los Estados son cada vez menos decisivos en los contextos sociales, y que son las empresas las que tienen el timón y condicionan, con sus decisiones, el ejercicio del poder, las leyes y, en suma, la vida de la sociedad.
El voto se parece mucho a un fondo de inversión a cuatro años, y el Congreso de los Diputados a una Junta de accionistas en la que se decide el reparto de dividendos (nuestro Senado apenas llega a ser la ventanilla de reclamaciones de las 17 Delegaciones comerciales que nos hemos inventado). Ante este panorama solo cabe recordar que la democracia, como expresión política, siempre será limitada, cuando no conflictiva, mientras no entendamos que su fundamento es moral y no aritmético.
La crisis del estado del bienestar, que suponía precisamente la expresión del “buen rollo” entre la política y la economía, se produce también por la hipertrofia del sector público. La política necesita “masa crítica” para ejercer su poder y para ello nada mejor que incrementar afiliados-funcionarios y repartir inversiones sin demasiado criterio de utilidad y mucho menos de rentabilidad. El efecto, como es lógico, es un aumento de impuestos o un incremento de la deuda pública; en España, los dos, faltaría más. … Y, de nuevo, política y economía, cara a cara, pero sin mirarse a los ojos.
A la globalización y la espiral gasto-impuestos hay que añadir la burocracia y la corrupción.
Le empresa necesita agilidad porque su subsistencia depende de la rapidez e idoneidad de su respuesta a las variaciones del mercado. Si las normas, requisitos, leyes…, ventanillas, en fin, entorpecen tal capacidad de reacción, las empresas pierden competitividad y eso es tanto como decir que el corazón económico del país sufre una preocupante arritmia.
La dicotomía entre el Estado-controlador y el Estado-facilitador debe tener un punto medio que no exima a nadie de sus obligaciones, pero que tampoco entorpezca la dinámica propia de las empresas ni las iniciativas de los emprendedores.
En cuanto a la corrupción, políticos y empresarios deberían entender que, si graves son sus consecuencias “contables” para el país y las empresas, dadas las ingentes cantidades que se distraen, aún creo que son peores los efectos en el ánimo de la sociedad. La percepción del ciudadano es la de ser un convidado de piedra en una “timba” en cuyo reparto es el único excluido. Los escándalos que a título personal o institucional salpican a algunos Partidos políticos, así como las inmorales (aunque se contemplen en un contrato) retribuciones de ciertos directivos, de cuyas decisiones o incapacidad han derivado, en ocasiones, quiebras, paro, etc. provocan en la gente, además de la sensación de que el sistema no funciona, la comprensible tentación de exigir derechos, olvidando sus deberes.
Política y Economía obtendrán fruto de su entendimiento cuando asuman algo más que sus obligaciones mínimas.
El Estado se convierte en una parodia de sí mismo si reduce su compromiso económico a la recaudación fiscal. La Empresa queda empequeñecida si se limita a cumplir la ley para evitar conflictos. Por el contrario, ambos son responsables de lograr un mejor balance social: la empresa demostrando que es algo más que capital en busca de rentabilidad, y los políticos, en cualquiera de sus versiones y entornos, aplicándose a definir y dirigir eso que se llama “política económica”. Cuando es así, si es así, la sociedad se encarga de hacer visibles los efectos en forma de beneficios, credibilidad y cooperación.
Lástima que, como muy bien entendió Freud, la de gobernante —junto con la de sicoanalista y educador— es una de esas “profesiones imposibles” … porque de antemano se sabe que darán resultados insuficientes.
3 Comentarios
Buen artículo; sin embargo, considero que le resta importancia al rol que cumple la política en la sociedad. No se trata solo de imponer criterios ideológicos, se trata de buscar la mejor solución a problemas que aquejan a la totalidad de la población. ¿De qué manera puede la economía resolver un conflicto social ocasionado por un proyecto minero, por ejemplo? Pero claro, la economía es una arista de vital importancia para el manejo de la sociedad.
Saludos.
Gracias por tu comentario, Fabián. Coincido contigo en la valoración de la políticas por si misma, pero, sin embargo, creo que, casi siempre, las «soluciones» políticas suelen precisar unos recursos económicos, que se deciden según las convicciones ideológicas de una persona o un colectivo. Siempre habrá excepciones, pero serán eso, excepciones. Sea como fuere, opiniones como la tuya son siempre enriquecedoras.
Me parece muy interesante el artículo ya que la economía es la ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas y la política es la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados, y al unir estas dos se forma la economía política que es la ciencia que trata del desarrollo de las relaciones sociales de producción. Estudia las leyes económicas que rigen la producción, la distribución, el cambio y el consumo de los bienes materiales en la sociedad humana, en los diversos estadios de su desarrollo. La economía política es una ciencia histórica. Revela las condiciones y causas del origen, evolución y cambio de unas formas sociales de producción por otras, más progresivas. La economía política roza los intereses económicos y políticos fundamentales de los hombres, de las diversas clases de la sociedad y, en las formaciones antagónicas de clase, es campo de una aguda lucha clasista.