Tengo una cruzada contra las personas tóxicas. Y Tomás Navarro es uno de mis psicólogos de cabecera. Creo que he leído todo lo que ha publicado. Tiene una capacidad asombrosamente precisa para conocer la mente humana, llegar a nuestro pensamiento y hacernos pensar —para tomar decisiones—. Es cercano, realista y te aporta ese lado útil sobre el que tirar del hilo para pensar en ti mismo, en tu vida y cómo mejorarla.
Acaba de publicar su libro más íntimo y personal, Tus Líneas Rojas. Un libro absolutamente imprescindible porque todos necesitamos poner líneas rojas en nuestra vida. El respeto, la libertad individual y el autocuidado lo tenemos que defender nosotros, cada día, y con uñas y dientes. Porque, cada día, siempre hay o habrá alguien ahí fuera dispuesto a sabotearlas.
Tomás nos ayuda a entender y hacer valer nuestro derecho a una vida libre de tóxicos. La toxicidad sólo conduce a un lugar: el sufrimiento y nos convierte en personas desdichadas.
Te invito a leer esta joya, subrayarás muchas ideas. Hazlo con una libreta cerca, porque te invita a la acción y para mí Tomás tiene una solvencia personal y profesional impecable.
—Tomás en este libro te ‘desnudas’, hasta el punto de que me ha permitido meterme en tu piel. Me ha resultado increíble la lectura. ¿Tocaba abrirse? ¿A qué se debe ese reto?
Este libro lo he escrito como Tomás persona y como Tomás psicólogo. Y como Tomás persona, como cualquier otra, he sufrido abusos, manipulaciones y relaciones con personas tóxicas.
Valoré, por un lado, que cuando se ve a la persona, y no a la figura pública, es más fácil conectar y asimilar el mensaje. Y, por otro lado, fue un proceso que, al mirar la vista atrás, me dio seguridad respecto a las decisiones que había tomado y me permitió consolidarlas: asimilar que no fue fácil, pero sí necesarias.
Por eso este libro surge para mostrar ejemplos reales y propuestas que yo mismo he aplicado. Hay muchos libros que te proponen auténticas barbaridades que ni el propio autor hace. En mi caso, las propuestas son reales, de la vida misma y con un mensaje claro: es posible una vida libre de tóxicos.
—¿Hasta qué punto somos “presos” de nuestra infancia y nos pesa como lastre?
Depende de las diferentes personalidades y experiencias vitales. No obstante, la infancia es una influencia —que no podemos negar—, pero no es determinante.
Desde muy pequeños nos enseñan muchas cosas, pero no todas son útiles o válidas. Con el paso del tiempo, esos aprendizajes van cambiando; y desestimamos los que no son válidos. El problema es que hay personas que no han tenido otros modelos, o experiencias, y se quedan anclados en esa infancia.
Pero quiero transmitir un mensaje de esperanza: da igual lo que hayas vivido, como humanos somos muy plásticos y podemos cambiar muchas cosas.
Con el trabajo adecuado, acompañados de la persona adecuada: eso que creíamos que nos condicionaría toda la vida, dejará de hacerlo.
—Tú día crítico fue el 28 de mayo de 2008, el mío fue un sábado 12 de abril. ¿Hay un día donde todo puede cambiar?
Si, hay un día en el que todo puede cambiar. De hecho, hay esperanzas vitales que te hacen cambiar de prioridades.
No está bien esperar a tocar fondo porque cuando tocas fondo, con dolor, sueles tomar malas decisiones.
Pensemos también que las personas tóxicas te aíslan de tu entorno. Pero, de repente, aparece alguien, o pasa algo que te hace ganar una especie de claridad y lo ves con otros ojos. Esto a veces te permite quitar esa máscara que no te permitía ver.
Esa experiencia vital te hace replantearte las prioridades: empiezas a pensar de manera diferente, te pones en valor, tomas otro tipo de decisiones, decidir qué quieres aguantar y, sobre todo, qué no quieres aguantar más.
Por eso, ¡bienvenidas esas experiencias vitales! A veces es el nacimiento de un hijo —lo que es fantástico—, otras la muerte de una pareja o una enfermedad —lo que ya no es tan bueno—.
—Desde ‘mi día crítico’, y creo que lo compartimos, tengo una batalla personal para eliminar de mi vida a personas tóxicas. Pero no está claro cómo las definimos.
Las personas tóxicas dejan una huella emocional: nos proporcionan dolor. Esto condiciona nuestra vida: a veces a través de la manipulación, otras en clave de abusos, maltrato… Pero, si nos duele, esa persona no nos conviene.
Podemos analizar si esto siempre ha sido así, si ha sido una época o puedes esperar algún cambio. Pero el dolor es muy claro.
—Para ti, ¿cuáles son las líneas que una persona tiene que sobrepasar para considerarse tóxica?
Insisto, el dolor. Y no respetarte. Cuando no te respetan al expresas tus decisiones —aunque no es necesario expresarlas, por ejemplo, no te respetan si te pegan—; cuando te provocan sufrimiento, son ejemplos de líneas que no se pueden sobrepasar en ninguna circunstancia.
—¿Qué relación existe entre las persona tóxicas y las narcisistas?
Tóxico es un término mucho más amplio que narcisista. Aquí soy muy descriptivo: cuando te dicen “es una persona simpática”, ¿qué podemos esperar de ella? La respuesta es simpatía. De una persona amable, esperamos amabilidad. De una persona tóxica sólo puedes esperar dolor.
Los narcisistas son un tipo de personas tóxicas. Un narcisista se considera superior al resto, considera a las personas como un instrumento, se aprovechan de ellas y sobre todo necesita cerca aquellas con autoestima baja. El narcisista busca que le admiren… ¡y eso es dolor!
Pero hay más tipos de personas tóxicas: los parásitos, quienes maltratan, manipulan, culpabilizan o las que son abusivas…
—Por desgracia, en los despachos, veo casi todos los días jefes y ‘responsables’ terriblemente fríos, calculadores, egocéntricos. Bajo tu criterio, ¿cómo es posible que este tipo de comportamientos sigan validándose (social y empresarialmente) para que sean más habituales de lo que pensamos?
Cuando las persona tóxicas se mantienen en sus empleos es porque sabe que están amparadas, y se les tolera.
Una persona que ha llegado a tener responsabilidad en una empresa (por ejemplo, un jefe), es buena en el camino que hay que recorrer para ser jefe. Pero no necesariamente esto hace que tenga buenas competencias para ser un buen jefe: liderar, motivar, movilizar.
Por otro lado, hay que tener ciertas competencias para ser jefes: ser un poco directivo, sentirse cómodo en el conflicto y controlar al equipo. Porque también puede ocurrir al revés: equipos manipuladores y perversos.
Pero lo triste en muchas empresas es eso de decir: “mientras salgan los números” … Pero esto es un error.
He visto casos donde cambiar a un perfil tóxico los resultados de los equipos se multiplicaron por varias veces. Pero mientras estamos en esa creencia de que “los números son buenos”, toleramos esos comportamientos tóxicos.
Y, por otro lado, tienes mucho en juego (la hipoteca, el estilo de vida…) y, si no fuera por ello, poca gente toleraría a los tóxicos en las empresas: se irían de los malos jefes.
Al final, por necesidad, se toleran en exceso este tipo de perfiles tóxicos en las empresas.
—Me gusta especialmente cuando hablas de Carla y de su madre. Esa madre que le dice ‘todo lo que hace’ por ella, y cómo usa esto como chantaje. Tú le das la vuelta bajo el enfoque de ‘responsabilidad’. Me gustaría abordar esto porque lo considero crítico (y también lo vivo o viví en primera persona). ¿Cuáles son las claves para detectar el chantaje emocional y, por tanto, someternos a lo que quieren los demás (da igual quien sea: tu jefe o tu madre)? ¿Qué nos debería hacer saltar todas las alarmas?
El chantaje emocional está basado en la culpa y el victimismo. Siempre empieza por un “si me quieres…”, “si fueras buen hijo…”, en definitiva, “si” … seguido de un “entonces”. Ese entonces es la condición que tienes que cumplir para que esa persona que te hace chantaje no se enfade, no lo pase mal, no llore, no se entristezca…
Si te hacen sentir mal, si no haces lo que te piden, de manera sutil o burda eso es chantaje emocional.
Si no puedes decidir ni te permite ser libre (cuando te dices: “es que si no lo hago…”), eso es chantaje emocional.
Las alarmas nos tienen que saltar en el momento en el que nos presionan, nos coaccionan, nos inducen… en general, estos verbos ya nos indican que el comportamiento no es fluido, no es respetuoso, no va bien.
Luego hay otro aspecto importante, el trato exquisito aparentemente respetuoso, cuando te hacen una falsa pregunta del tipo “¿qué te gustaría estudiar?” y ya aportan la respuesta… “si fueras teleco, sería mejor”.
—De tu libro me queda claro que todos deberíamos tener nuestras líneas rojas. Ayudas mucho a pensar sobre ellas. Te pido un titular: ¿Podrías ponernos un ejemplo de una de tus líneas rojas y cómo la trabajaste?
No es tan importante la línea roja, en sí misma, sino la prioridad.
Cuando tienes clara la prioridad las líneas rojas caen en cascada, surgen sin el más mínimo esfuerzo.
Pero alguna línea roja es, por ejemplo, decidir qué hago con mi tiempo. Yo, por ejemplo, tengo muchas invitaciones para hacer cosas o proyectos. A mucha gente le vendría “bien” que colaborara con ellos en un proyecto. Pero como tengo claras algunas de mis prioridades como, por ejemplo, el tiempo de calidad con mi familia, pues ahí fijo mis líneas rojas. Todas las tardes a partir de las 5pm estoy con mi hija y pasamos la tarde juntos. Y lo respeto. Si me proponen algo en esa franja no lo acepto: propones alternativas a esa hora y, si no encaja, tengo claras mis líneas rojas.
Con el dolor, con el abuso, con la manipulación…, voy fijando mis líneas rojas, tal y como se van detallando en el libro.
Por ejemplo, una línea roja es que nunca dejo dinero. Hace poco un conocido (ni siquiera especialmente amigo) me pidió dinero. Le dije “nunca dejo dinero. Ahora bien, si necesitas te haga una compra, lo hago y te la envío a casa, aunque sea el triple de lo que me has pedido”.
A veces las líneas rojas me surgen de forma espontánea: cuando estás escuchando y te das cuenta de cosas que no te gustan, pero, puedo informar o no a la otra persona, sabes que ha traspasado la línea y empiezo a poner distancia.
—En el ámbito empresarial he defendido mucho el “muerte al benchmarking”, sobre todo si nos pasamos la vida en la comparación, porque puede ser muy perjudicial. Veo que esto lo llevas al lado personal, ¿están las redes sociales, y la facilidad para compararnos, debilitando de forma masiva la autoestima, sobre todo de los más jóvenes?
Jóvenes y adultos también. Todo depende de con qué te comparas. Si me comparo con Brad Pitt me puedo sentir feo, pero si lo hago con Quasimodo igual no. Y ya, si el elemento que eliges para compararte no es real, porque tiene ‘filtros’, está sacado de contexto, manipulado… aparece la frustración. Y eso acaba en baja autoestima.
Cuando ves que “para vacaciones estuvo en Bora Bora, además esquía en colorado, mira qué hoteles y qué cosas hace…” lo primero que hay que hacer es ponerlo en contexto: igual es futbolista, por ejemplo, y no estamos en la misma dimensión de comparación.
Pero no podemos creernos todo lo que vemos; y hacerlo nos hace sufrir mucho. La autoestima se viene abajo; y dejamos de tratarnos con respeto y dignidad hacia nosotros mismos. Y eso hace que no nos resulte disonante que alguien no nos trate con respeto y dignidad.
Mientras miras lo que hacen otras personas, no tienes claro a dónde vas, cuál es tu camino. La inspiración es buena, pero elige muy bien con qué te comparas.
—Impresión personal, pero que empiezo a tener claro tras leer tu libro. Cuando alguien tiene un perfil de Instagram, por ejemplo, donde sólo sale él/ella, todo el rato, y mostrando una vida idílica (a veces con frases vacías), y medido todos los detalles de los filtros… ¿Esto denota debilidad? ¿Es egocentrismo? ¿Crees que esto puede ser una esclavitud del siglo XXI?
Esa persona tiene muy claro lo que quiere mostrar. Y hay que averiguar si es o no real.
Las redes sociales tienen cosas muy buenas: hay quien no puede viajar y puede disfrutar de paisajes o lugares que sabe que nunca estará, por ejemplo. También sirven para compartir conocimiento.
En general, compartir es bueno. Compartir la auto-envidia provocando rabia o buscando un perfil concreto pues te dice que tú amas a ese perfil. ¿Y qué te va a venir, por ejemplo, con Tinder y aplicaciones similares? Te va a venir lo que estás llamando: especial peso a tu cuerpo y no a otras virtudes, por ejemplo.
Un amigo me envió el otro día una cosa de una chica que iba en bici supuestamente haciendo deporte, pero tenía un escote desproporcionado y una ropa interior que no eran muy adecuados para hacer deporte. Se notaba que esa forma de vestir no es casual. Pero se quejaba de que le seguían perfiles que le hacían comentarios obscenos. Claramente, esta persona usa ese contenido como un reclamo para tener más visitas, monetizar o lo que sea. Pero es muy curioso que te quejes de algo que usas de forma deliberada.
Pero un perfil tan narcisista donde sólo estoy yo, para decir qué tipo tengo, qué guapo soy, qué vida idílica tengo… ya te dice lo que busco: ¡admiración! Y cuando buscas admiración es difícil que tengas cariño y relaciones sanas.
—Tengo que reconocer que tus consejos para poner límites son realmente útiles. Una de mis debilidades es el sentimiento de culpa (¿habré sido duro?), el exceso de empatía (¿le haría daño?), el miedo al conflicto (¿lo pasaré mal si le digo que no?). ¿La raíz a la hora de poner estas líneas rojas puede ser la falta de respeto? Cuando uno invade la privacidad, la vida e, incluso, quiere influir en tus actos y pensamientos (a su favor), en realidad, ¿no se trata de que el respeto y la libertad individual es cada vez más escasa y hay que pelearla todos los días?
Estos miedos que tienes son completamente normales.
Cuando creces a la sombra de una persona egoísta, te hace sentir egoísta cuando no haces lo que esa persona quiere, y eso es terrible.
A veces hay que tomar decisiones que son dolorosas para otras personas, pero no por ello tienes que dejar de tomarlas. Por ejemplo, en pareja, cuando sientes que está agotada la relación y no hay manera de reconstruirla. Hay que ser elegante para causar el menor dolor posible, pero no puedes condicionar tu vida porque a la otra persona le viene bien tener una pareja, una esclava sexual, un taxista, una cocinera…
Nuestras decisiones causan conflictos, como el perro que ladra para que le dejes hacer lo que él quiere. Pero no por ello podemos dejar de tomar esas decisiones.
El respeto es muy importante, cuando no te respetas permites cosas que, tarde o temprano, te harán sufrir mucho.
La libertad individual hay que defenderla porque hay personas abusivas e intrusivas, y que te ven como un recurso.
Que quieras gestionar tu tiempo no implica que seas mala persona; ni que quieras tomar tus propias decisiones. Esa libertad, si no provoca daños deliberados a otras personas, hay que defenderla férreamente.
—Tomás, de las muchas (y valiosas) ideas que aportas, me gustaría que pudieras aportar 3 titulares sobre algunas claves para trabajar en nuestra seguridad interior y no decaer en el intento.
- Tener claras y definidas tus prioridades. Una de esas prioridades siempre debe ser el autocuidado y el auto respeto.
- Desarrollar una asertividad de manera proporcional. A veces se marcan límites con el lenguaje; otras de forma más contundente e inamovible. Primero siempre pensar y analizar, pero una vez lo ves claro, marcar ese límite y mantenerlo. No puedes tratar igual a un cachorro labrador que a un tigre: pues con las personas, lo mismo.
- No eres mala persona por marcar límites, en absoluto. Tienes derecho a tener una vida libre de tóxicos.