Último día del año. Aquí estamos, cerrado las publicaciones de Sintetia en el año de “la nueva normalidad”. Pienso en el potencial humano,. Porque es el año donde descubrimos que la incertidumbre hace estragos. Que eso de planificar a largo plazo es un juego del calamar. El año donde muchos negocios han acabado cerrando entre mal heridos y muy mal heridos. Otros, en cambio, han explotado.
Estamos en momentos de escasez con una cadena de materias primas rota (como explica de forma brillante José Carlos Díez) Somos globales, pero menos de lo que creemos. Las barreras físicas, los incentivos geopolíticos, las negociaciones en despachos, alejados de la realidad del ciudadano, siguen influyendo en nuestras vidas.
Vivimos tiempos donde ahora todos hablan de criptomonedas. ¿Y saben qué pasa cuando hasta el taxista habla de sus conocimientos y ganas de invertir en bolsa, oro, criptos, inmuebles…? Pues eso… burbuja. De repente nos hacemos todos conocedores del activo —ahora las criptomonedas— como si supiéramos las tripas de lo que son y como si comprendieran el valor que aportan, más allá de un juego de lotería especulativa. Pero en el fondo avanzamos poco: creemos que el único valor está en comprar barato y vender caro… y por el medio está la suerte y la información “privilegiada”.
Otros asumen en internet una nueva revolución para teletrabajar. Pero nos hemos dado cuenta que el lado humano, la (des)conexión con tiempos de ocio y familia, los compartimentos mentales para descansar son absolutamente críticos. Y estamos llegando a tener personas exhaustas, desmotivadas, sin capacidad para brillar y con dificultades para pensar y crear. Personas que matan su potencial. Ahora, en Estados Unidos el debate es que millones de personas abandonan sus puestos de trabajo (lo llaman Great Resignation, la gran espantada). Casi la mitad de los americanos quieren cambiar de empresa. Buscan empresas que les “cuiden”, les respeten y les faciliten tener una salud mental más o menos equilibrada.
Y eso que ahora ya nadie discute que ser creativos es el condimento indispensable para la innovación. Pero ninguna mente estresada, agotada, puede ser creativa. Ni tomar decisiones inteligentes, ni siquiera crear climas humanos constructivos y con potencial.
En definitiva, vivimos tiempos extraños, digitales, con mascarilla. Sabiendo que el conocimiento —a través de vacunas, test y métodos preventivos—, una vez más, es lo que nos ha diferenciado de la época de la peste negra. Pero que tampoco nos podemos creer muy “gallos”, porque seguimos usando los mismos métodos que entonces: aislarse y confinarse. Y que la gran innovación de nuestra historia no ha sido internet, sino los retretes, los saneamientos y que la higiene forme parte de nuestras vidas. ¿Vivirías sano sin retrete, ducha e higiene? Piénsalo…
Nos creemos listos, poderosos, pero si alzamos la vista veremos hambre, aún más de 800 millones de personas no tienen qué comer hoy. También desigualdad, estamos en unos niveles de desigualad francamente alarmantes entre y dentro de los países. Las salas de oncología nos muestran la imagen de que aún nos queda mucho por trabajar en ciencia. Ya no digo si miramos a los que tienen Alzheimer o enfermedades raras —por minoritarias— que nadie se ocupa de ellas por falta de recursos…. Tenemos desafíos globales como el cambio climático, modelos energéticos insostenibles y que sólo la tecnología y el conocimiento lo podrán arreglar.
El 2020 y sobre todo el 2021deberían aportarnos una lección de humildad. Vacunarnos también contra la arrogancia. Se nos llena la boca con Apps, tecnologías y más tecnología. Pero hay mucho por hacer. Mucho trabajo. Mucha energía que canalizar hacia los retos que nos atañen a todos. Mucho potencial desaprovechado.
Necesitamos una alianza social y política. Poner en el debate cosas realmente estratégicas: ¿destinamos 15 millones para traducir series de Netflix al catalán o a dotarse de conocimiento contra el Alzheimer? No, no es una pregunta retórica. Es la página 1 del libro de Economía Básica: coste de oportunidad. Cuando destinas 1 euro o 1 hora, a una cosa, ese euro ya NO lo destinas a otra cosa. ¿Dónde destino ese euro, esa hora, esa energía? ¿Con qué criterio? O empezamos a tener claras las prioridades sociales, económicas y REALES, y además aplicamos el coste de oportunidad a cada cosa que hacemos y destinamos nuestra energía, o estamos francamente perdiendo nuestro potencial.
Y en las empresas, las cosas no avanzan mucho mejor. Las estadísticas nos colocan como país en esfuerzos muy bajos en conocimiento, en tamaño empresarial, en productividad, en internacionalización.
La innovación no puede ser un reclamo de marketing. La sostenibilidad no es una etiqueta, debe ser una exigencia extrema en toda la cadena de valor. Como me decía Isidoro Tapia, si no eres consciente de que el riesgo climático está en tu balance (lo creas o no), estás perdido. Las empresas nacen, pero tienen un mayor impacto, real, cuando crecen, son globales y, sobre todo, resuelven problemas, necesidades y aportan un valor cada vez más sólido. Necesitamos empresas más productivas, con más capacidad de crear y colaborar soluciones a problemas reales, con impactos reales. Porque el tamaño empresarial sí importa, y mucho.
Pero la vacunación contra la arrogancia aún no ha empezado. El individualismo y los psicópatas de despachos están demasiado arraigados. Y seguimos rodeados de los que creen que las soluciones a los problemas complejos son sencillas. Una parte muy importante de nuestro tejido empresarial sigue anclados en modelos de gestión (de personas, sobre todo pero también de procesos, de innovación, de transparencia y acceso a datos…) anclado desde hace 100 años con meros retoques de maquillaje.
La meritocracia no parece una opción. Prácticamente TODOS los días de mi vida hablo con administrativos, directivos, con muchos CEO, accionistas de todo tipo de empresas, y se declaran encorsetados, a veces amargados. Personas que van a sus empleos a cumplir con su horario, y nada más. En cambio, otros que se inmolan por sus empresas, aunque no sean accionistas, y lo dan todo. Mientras, en frente, parte de sus compañeros, pasan de todos y de todo. Lo mismo ocurre con directivos, incluso entre accionistas. La cultura del esfuerzo, el compromiso y la auto-responsabilidad individual está dormida. Y en las empresas se permite que siga dormida.
La realidad es que si, necesitamos innovar, ser creativos, poner a los clientes en el centro, ser sensibles a los problemas de las personas que trabajan. Pero muchas organizaciones no saben cómo hacerlo. No pueden, no tienen instrumentos, están destruyendo su potencial para ser mejores.
Estamos perdidos en medio la necesidad de que explote un nuevo management (algo que Xavier Marcet y yo estamos obsesionados), que rompa de verdad con los cánones de la erosión del pasado. Centrado en personas (clientes, empleados), en valores (qué se puede y qué no se puede hacer, y por qué), con vocación más allá de la rentabilidad, que también y por supuesto, lo que supone saber el papel en el mundo y en la contribución. Con tecnología a raudales, conocimiento exprimido en cada rincón, en cada colaboración, que teja redes abiertas y globales para mejorar, aprender y replicar. Siempre pensando en las personas, facilitando su trabajo, dándoles mecanismos para que se responsabilicen, desde la trasparencia, la crítica constructiva y la vocación del aprendizaje constante.
Y necesitamos cambiar la forma en la que invertimos. El sistema financiero aún sigue con la mentalidad de que rentabilidades pasadas aseguran rentabilidades futuras. De que, ante lo nuevo e incierto, lo mejor es no actuar. Que sólo lo público tiene que involucrarse en soluciones de medio y largo plazo. Esto tiene que cambiar. Debemos sofisticar nuestra forma de entender el mundo, las empresas, las tecnologías, los mercados e invertir aún más desde esa sofisticación y comprensión real, pero real, de lo que pueden hacer nuestras empresas, que es mucho. Como explica muy bien José Carlos Díez: La innovación es rentable.
Creo que la pandemia debería de ser un verdadero shock a nuestras mentes. Meter en la UCI a nuestras viejas creencias. Demostrarnos que tenemos mucho que avanzar, sobre todo internamente. Que no podemos esperar a que el Estado resuelva todos nuestros problemas, porque muchos de esos problemas NO son del Estado.
No se trata de ser pesimista. No lo pretendo. De hecho, confío en nuestro futuro, en nuestro potencial, en que tenemos la llave de nuestro futuro. Lo creo firmemente. Pero veo demasiados “quejicas”, demasiado politiqueo de salón. Mucho hastío por todo y todos. Y hay que ponerse manos a la obra. No queda otra que trabajar duro, como nunca en la historia. Y olvidarse de iluminados, influencers de vidas perfectas y la realidad paralela que se nos vende en las redes sociales.
El único recurso renovable, invencible, que nos ha sacado de los árboles y las cavernas y que nos lleva y llevará a un progreso es el conocimiento y la energía humana. Tenemos que creer más que nunca en lo humano, y facilitar que explote su potencial. Y espero que Sintetia siga aportando su gota de reflexión con las mentes inquietas que formamos esta gran familia.
Los que me conocen saben que Bruce me acompaña siempre en cada momento de mi vida. Quiero acabar con una canción a la esperanza y brindar porque sigamos sumando, juntos. Gracias por leernos.
¡Feliz 2022!